El Antiguo Egipto: la verdad tras la ficción hollywoodiense
Las maldiciones en las pirámides, la utilización de esclavos y el papel de la mujer en el Antiguo Egipto son algunas de las ficciones que siempre has creído y que realmente no son como te han contado
La euroamericación de las civilizaciones del mundo «arcaico» ha repercutido en el imaginario colectivo -occidental, especialmente- con vigor, dibujando durante años en nuestras mentes una visión y una fantasía mitificadas de diversas culturas, como la del Antiguo Egipto durante la gran época de los faraones, las tumbas y las momias.
No nos vamos a engañar, a todos nos resulta atrayente oír hablar del dios Anubis, del mito de Osiris, de los embalsamamientos de los cadáveres y de la construcción de las misteriosas pirámides del pueblo egipcio. Pero, si bien muchas de estas cosas son correctas, hay otras tantas que el cine hollywoodiense nos ha colado por banda con grandes éxitos como Indiana Jones, La Momia o La Sombra del Faraón, que simplemente están orientadas a exaltar esa perspectiva seductora -y errónea- de las dinastías egipcias.
Y, de igual manera que han ondulado la realidad, estas películas han omitido muchos hechos que evitarían la despersonalización de las dinastías del Nilo. Por lo tanto, es hora de salir de esa neblina histórica y de hacer un recorrido por los mayores bulos de la historia de Egipto que siempre hemos creído y que no son ciertos, así como algunas curiosidades para alimentar las mentes inquietas.
Las pirámides no fueron construidas por esclavos (y tampoco por aliens)
Cuando hablamos con Teresa Bedman, egiptóloga y co-directora de la Misión Arqueológica Española Proyecto Visir Amen-Hotep Huy, en Lúxor (Egipto), responde divertida que «eso es una idea muy de Hollywood». A través de una conexión un poco inestable debido a la distancia que separa Egipto de España, nos asegura que los hallazgos pueden desmentir tranquilamente la visión de cientos de esclavos siendo obligados a arrastrar piedras de varias toneladas a latigazos.
Lo cierto es que las pirámides no fueron construidas por esclavos, sino por trabajadores egipcios especializados sin mayor misterio. Para demostrarlo, no hace falta más que echarle un vistazo al historial de los arqueólogos Mark Lehner y Zahi Hawass, quienes han hallado en más de una ocasión algunas de las tumbas en las que están enterrados los obreros que se encargaron de construir esos monstruosos monumentos.
Concretamente, Hawass zanjó la discusión en el año 2010, tras haber hallado los indicios de las estructuras de Jufu y Jafre en Guiza, diciendo que «estas tumbas fueron construidas al lado de la pirámide del rey, lo que indica que esta gente no era de ninguna manera esclava». Asimismo, se conoce que aquellos cadáveres correspondían a constructores debido a las deformaciones de espalda que se hallaron en muchos de ellos, tal como complementa la egiptóloga. Por ende y, aunque sea redundante afirmarlo: no, tampoco fueron los extraterrestres.
Asimismo, parece que las evidencias junto a estas dos edificaciones situadas en el extremo oeste de El Cairo, muestran que los granjeros del Delta y el Alto Egipto proveían de alimento a los ‘jornaleros’, enviando diariamente animales para ello. La conclusión es inequívoca: las pirámides no descansan sobre la sangre, sudor y esfuerzo de servidumbre extranjera. De hecho, Bedman sostiene que se erigieron sobre algo mucho más profundo e importante: la fe, porque «la fe mueve montañas, y los egipcios pensaban que lo que estaban construyendo era para su dios».
En cualquier caso, esto no quiere decir que no existieran esclavos, pero quizá fuera más bien una versión un poco particular de la idea colectiva que posee la sociedad actual al respecto, pues «la esclavitud es un concepto que no existía como existe en el mundo romano», asegura Bedman. Así, cuando los egipcios luchaban contra pueblos vecinos, sí que esclavizaban a muchas personas para que trabajaran en las minas, pero no más allá de esas circunstancias.
Nunca se encontraron momias en las pirámides
Disfrazarse de momia en Halloween va a carecer de sentido tras leer esto, pues la ficticia creencia de que se hallaron momias en las pirámides es falsa. Aunque eso no significa que no las hubiera, según ha asegurado Teresa Bedman a The Objective.
Si enfocamos las ideas desde una perspectiva pura y radicalmente empírica, podemos afirmar que no hubo momias en estas construcciones, pero es necesario comprender algo en primer lugar para ser totalmente precisos.
En el momento de proceder al embalsamamiento que daría lugar a la momificación del muerto, los egipcios emprendían una serie de etapas previas que duraban alrededor de 70 días. Una de ellas se denomina evisceración, que consistía en la extracción de los intestinos y de algunos órganos del difunto, que se lavaban en vino de palma y especias tostadas y se momificaban por separado. A continuación, se colocaban en cuatro vasos canopos, un cierto tipo de recipientes que se representaban con la imagen de los cuatro hijos de Horus: Amset, Hapy, Kebehsenuf y Duamutef, encargados de protegerlos. En este sentido, podemos encontrar referencias si nos remontamos al historiador griego Heródoto, el primero en detallar este procedimiento, mientras que Diodoro Sículo, del siglo I a.C., explicó el lavado de las vísceras posteriormente.
Por consiguiente, las investigaciones arqueológicas sí que han hallado estas vasijas en el interior de las pirámides, lo que parece indicar que ciertamente estaban destinadas para servir como tumbas de los faraones, pese a que algunas teorías sostienen que se concibieron únicamente como monumento a estos mismos.
Trampas y maldiciones, otro «filtro» hollywoodiense de Egipto
No hay gran misterio, por lo que es algo breve y fácil de responder. No, nunca hubo trampas ni maldiciones mortíferas en el interior de las pirámides. Teresa Bedman, quien también es directora del Instituto de Estudios del Antiguo Egipto, responde risueña que «eso es fantasía de Hollywood. Desgraciadamente no, porque todos los saqueadores hubieran caído en ellas y las hubiéramos encontrado llenas de cosas».
Como mero apunte relevante, las pirámides egipcias fueron saqueadas ya durante la propia época dinástica de los faraones y lo han seguido siendo durante toda la historia hasta la actualidad, por lo que muchos de los tesoros y hallazgos que se pudieran haber encontrado en ellas, se perdieron en manos de los intrusos.
Los faraones no eran únicamente hombres
Los faraones no fueron hombres todopoderosos y misóginos -aunque generalizar siempre está de más-. En realidad, eran las mujeres las que dotaban del poder regente a los reyes. Ni siquiera un príncipe heredero era directa y necesariamente el próximo rey del antiguamente denominado Kemet (KMT, por el jeroglífico). Para ello, «tenía que casarse con una mujer real, en este caso siempre su hermana o medio hermana, para que le diera le derecho al trono» asegura Bedman. En esta línea, ella misma está especializada en la mujer egipcia y añade que «eran las mujeres de Egipto las que ponían o quitaban reyes».
Más allá de esto, hubo cinco reinas que gobernaron como faraones, de las que se tenga constancia hasta la fecha. Para contextualizar, es necesario comprender la naturaleza religiosa de los antiguos faraones. Al fin y al cabo, ellos se consideraban la «personificación de los dioses en la tierra» y, a partir de esta mistificación de la realidad, dramatizaban en lo mundano ese ‘teatro’ divino del más allá.
Por ello, habría que remontarse al mito de Osiris, que antes de ser considerado dios, era quien gobernaba Egipto junto a su esposa y hermana, Isis. De esta manera, Osiris fue despedazado por su hermano Set y para salvarle, Isis, junto a su otra hermana y esposa de Set, Neftis, recupera los pedazos de su marido y concibe en el proceso a Horus, el conocido dios-halcón, que se alzaría más tarde para derrotar a Set en nombre de su padre.
Como consecuencia, los reyes de Egipto representaban este mismo mito indefinidamente, en el que ella siempre era Isis, quien da vida a Horus, el nuevo faraón, y que una vez muere, se transforma en Osiris. Por ello, la divinización de los regentes era siempre ‘cosa de dos’ y, es por esta razón, que una mujer gobernando sola no era una circunstancia habitual. Bedman explica que, «cuando hay una mujer en el poder, es porque en Egipto hay una crisis, siempre porque el rey que tiene que representar a Horus, no está», ya sea por muerte o por cualquier otra causa.
El primer «faraón» fue, en realidad, una mujer
Esa mujer, Hatshepsut, pese a no ser la primera reina de Egipto, sí fue la primera en proclamarse ‘faraón’, tal como se ha conocido el término. Aunque para los expertos todos son considerados como tal, la terminología de la palabra no se inició hasta el reinado de esta dirigente.
Y la verdad es que la historia de Hatshepsut es de lo más interesante, pues ella misma fue descendiente de una mujer que se situó al frente de las tropas del ejército y que fue condecorada como general, Ahmose-Nefertari, gracias a quien heredó importantes títulos religiosos. Recordando lo ya explicado, el reinado de esta faraón fue consecuencia de una crisis, pues su marido, Tutmosis II, fallece y, el heredero del mismo, Tutmosis III -hijo de una concubina-, no tiene edad suficiente para situarse a la cabeza del país.
Por todas estas razones y, contra todo pronóstico, Hatshepsut reina sobre las Dos Tierras, introduciendo al Valle del Nilo en una época «de las más esplendorosas», con una economía fuerte y una política exterior sobresaliente.
Napoleón Bonaparte no durmió en la pirámide de Keops
Dejando atrás con mucho pesar a los grandes faraones, debemos hacer un salto en el tiempo para comprender esta afirmación. Concretamente a 1798, sin necesidad de desplazarnos en el espacio, pues en las puertas del Valle del Nilo desembarcaron más de treinta mil soldados franceses guiados por un joven general Bonaparte.
Para aquellos que no lo sepan, las andanzas del militar en Egipto han suscitado múltiples fábulas y fantasías, como suele suceder con los grandes renombrados de la historia. Y ocurrió -y sigue ocurriendo- en nuestros días con una enigmática historia de la que se han hecho eco numerosas personas, medios e incluso escritores, pero que es una ficción más de la lista: Napoleón Bonaparte -no- pasó una noche en el interior de la Cámara del Rey de la pirámide de Guiza.
Para aquellos que no lo sepan, solo deben googlear «Napoleón Bonaparte en la Gran Pirámide» y podrán leer y contemplar la ingente cantidad de información que hay al respecto, convirtiendo un mito en una realidad. Sin embargo, el doctor Francisco Martín Valentín, egiptólogo, ha asegurado a The Objective que «yo no conozco la fuente ni el dato histórico que confirme la estancia de Napoleón en la Gran Pirámide».
La leyenda -llamémosla ya por lo que realmente es-, cuenta que en 1799, Bonaparte pasó una noche completa en el interior de la pirámide de Keops, la única de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo que permanece sobre sus cimientos. Bedman asegura, al igual que su compañero Martín Valentín, que se trata de «un bulo», pues no existe ninguna fuente rigurosa a la que se pueda remitir este hecho.
Al fin y al cabo, todos coincidiríamos en que la imagen colectiva que poseemos de Napoleón es la de un señor bajito que invadió España pero, al igual que el primer precepto respecto a su estatura es falso, también lo es que el dirigente de 28 años acudió al país norte africano para satisfacer su propia curiosidad espiritual.
Los artículos cuentan cómo a través de pasadizos ‘hechos a medida’ -si se permite la broma-, llegó la noche del 12 de agosto a la Cámara del Rey, situada en el mismo corazón de la pirámide, donde estuvo durante 7 horas. Tras la experiencia, la historia narra que, ante las preguntas de sus hombres, solo acertó a responder, pálido y asustado, con un enigmático «si lo contara, no lo creeríais». Si bien sí que es cierto que pasó una noche fuera y alejado, según han confirmado los arqueólogos, no hay nada que demuestre que fue la sala del sarcófago el lugar donde sació su necesidad de soledad. Todo lo que tenemos son conjeturas para explicar esta célebre frase, pero ninguna certeza.
Cleopatra, reina de Egipto, era griega
Podríamos despertar el debate en torno a la nacionalidad, el sentimiento de pertenencia o los lazos familiares, pero eso es muy del siglo XXI. Cuando Cleopatra subió al trono de Egipto con 18 años, sus súbditos no la consideraban egipcia pese a haber nacido y crecido en el Nilo. Esto sucedía porque era descendiente de los Ptolomeos, una genealogía que emigró desde Grecia al Valle, donde continuó extendiéndose durante 300 años. Así, Cleopatra VII, a diferencia de los descendientes macedonios que la precedieron, sí que aprendió el idioma local de las Dos Tierras y siempre se consideró a sí misma como egipcia.
Sin embargo, ella ya no pertenece a la época faraónica que tenemos en mente, sino que su reinado fue tardío y más político que divino, gobernando desde una nueva capital, Alejandría. Asimismo, es conocida popularmente por su relación con Julio César y Marco Antonio.