El ser humano y los desastres naturales: ¿cómo nos relacionamos con ellos?
Los desastres naturales forman parte de nuestro pasado, presente y futuro. Determinan nuestra realidad en muchos niveles: desde el económico a la manera de relacionarnos con el entorno. La pregunta no es si sucederá un desastre natural, sino cuándo
«Me maravillo cuando veo ciudades ubicadas en llanuras fluviales, en laderas de volcanes, a lomos de fallas activas. No me sorprende, esos lugares tienen sus ventajas. Lo que me deja perpleja es la incapacidad de sus habitantes para reconocer el riesgo y hacer algo al respecto».
La frase es de la sismógrafa californiana Lucy Jones y se encuentra en su libro Desastres, cómo las grandes catástrofes moldean nuestra historia, publicado recientemente por Capitán Swing con traducción de María Porras Sánchez. Uno de las labores que implica su profesión es precisamente la reducción de riesgos, y precisamente por eso sabe, como bien refleja en su libro, que los desastres naturales: terremotos, inundaciones, tsunamis, huracanes, volcanes, tienen una capacidad única de marcar la historia de la humanidad, de convertirse en puntos de inflexión.
El libro de Jones, que recibió la disntinción como Mejor libro de ciencia por la Chicago Review of Books, se divide en capítulos que van desde la erupción del Vesubio en Pompeya en el año 79 hasta el terremoto y posterior tsunami ocurridos en Japón de 2011. Pero Desastres es más que una relación de catástrofes naturales, es una invitación a la reflexión sobre la relación del ser humano consigo mismo y con su entorno.
El mayor desastre de la historia y su alcance
En 1783 entró en erupción el volcán Laki en Islandia. Se considera el desastre natural más mortífero de la historia. Además de las víctimas mortales y heridos, muchos islandeses lo perdieron todo, por lo que Islandia se convirtió en un país de desplazados.
La erupción afectó al clima: el invierno siguiente fue mucho más frío, lo que provocó más muertes por congelamiento y hambre no solo en Islandia, sino también en Londres o Viena. Este frío afectó a las cosechas provocando hambrunas en países como Francia. La erupción también provocó la reducción de la energía de los monzones: en Egipto la falta de lluvia trajo hambre y sequía. «La nación perdió una sexta parte de la población, que entonces alcanzaba los 3,6 millones de habitantes. A esto se suma que con la erupción de Laki murieron más de diez mil personas, casi un cuarto de la población islandesa. El alcance total de los daños (en todo el mundo) nunca se sabrá».
Normalmente relacionamos los desastres naturales con un lugar concreto pero, en ocasiones, esto es una imprecisión. Un ejemplo más cercano al de Islandia, en el que fuimos conscientes de la magnitud que puede alcanzar un desastre natural, fue el terremoto y tsunami en el Índico de 2004. Este desastre además de provocar víctimas de 57 países, generó una mayor cantidad de víctimas suecas, por ejemplo, que ningún otro desastre natural de su historia, cuenta Jones en el libro.
Cómo un desastre natural nos cambia la vida
El mayor desastre de la historia de California se produjo en el invierno de 1861-1862 y fue una inundación. La cifra de muertos se elevó a un 1% de la población mundial. La capital, Sacramento, se recuperó gracias a que, entre otras cosas, reconstruyeron la ciudad subiéndola por encima del nivel de la inundación. «Algunos propietarios arrancaron los edificios de sus cimientos y los levantaron tres metros. Otros abandonaron las primeras plantas y las rellenaron de escombros. En total, el proceso de reconstrucción duró quince años y tuvo un coste indecible», explica Jones en el libro.
«La Gran Inundación cambió radicalmente la economía californiana. Las inundaciones mermaron los rebaños y doscientas mil cabezas de ganado vacuno, cien mil ovejas y quinientos mil corderos se ahogaron. Los rancheros no podían permitirse repoblar sus rebaños. California pasó de ser una economía basada en los ranchos a una economía basada en la agricultura», y sin embargo, apunta Jones, «la mayoría de californianos, por ejemplo, nunca ha oído hablar de la Gran Inundación».
En distintas ocasiones los desastres naturales han servido para sacar lo peor del ser humano. En 1923 hubo un terremoto en Tokio-Yokohama. En Tokio se perdieron el 60% de los hogares. «Cuando nos enfrentamos a una pérdida solemos buscar culpables. La culpa proporciona un alivio emocional. Mientras un Gobierno sin líderes intentaba responder a la destrucción de su capital y los incendios (desencadenados por el terremoto) continuaban asolando la ciudad, tanto el Gobierno como sus ciudadanos se volvieron hacia la minoría coreana. Se los acusó de pirómanos, de envenenar los pozos, de violadores y ladrones», denuncia Jones.
«Por naturaleza, nos resistimos a la idea de que el sufrimiento pueda ser causado por fuerzas que escapan a nuestro control. Debemos recordar que la amenaza más peligrosa en un desastre es la amenaza a nuestra humanidad»
Los rumores surtieron efecto y la población coreana fue masacrada. Lo de culpar al débil ha pasado más veces. Tras el paso del huracán Katrina por Estados Unidos en 2005 «vimos cómo muchos estadounidenses decidieron que sus compatriotas afroamericanos no eran víctimas de las circunstancias, sino de sus propias decisiones. La tendencia de culpar a los que sufren es una respuesta tan común a los desastres naturales que la consideramos inevitable. Por naturaleza, nos resistimos a la idea de que el sufrimiento pueda ser causado por fuerzas que escapan a nuestro control. Debemos recordar que la amenaza más peligrosa en un desastre es la amenaza a nuestra humanidad».
El olvido y la incertidumbre
«Demostramos una capacidad asombrosa para olvidar los desastres del pasado o para minimizar su impacto», afirma Jones, en parte esto se debe a que cuando hablamos de desastres naturales los fenómenos pequeños son los más frecuentes, luego están los grandes, más escasos, y los enormes, que todavía se dan menos. Por ejemplo, los terremotos en California: por cada uno de magnitud 7 hay diez de magnitud 6, cien de magnitud 5, mil de 4, diez mil de 3 y cien mil de 2. Pero hay que recordar que si bien la probabilidad de que se produzca un desastre natural enorme es baja, podemos tener la certeza de que sucederá, lo que se pregunta Jones entonces no es si sucederá, sino cuándo.
«En parte, que no pasemos a la acción para impedir que suceda una catástrofe se debe a nuestra incertidumbre de no saber cuándo tendrá lugar. Es normal que un riesgo con escasas probabilidades de suceder a lo largo de un año pase a un segundo plano frente a preocupaciones más inmediatas. Sin embargo, eso que consideramos un evento muy poco frecuente a nivel local es mucho más común a nivel global. En California se produce un terremoto de magnitud 8 una o dos veces cada siglo, pero en algún lugar del mundo casi todos los años hay un seísmo de magnitud 8».
En relación a los terremotos es imposible predecir el momento en que se producen; el de magnitud 9 de Japón en 2011 era un terremoto que la mayoría de sismólogos habría dicho que nunca se produciría. Lo importante, destaca la autora, es que si bien los desastres son inevitables, las catástrofes humanas no lo son. De hecho, el trabajo de prevención del país hizo que el desastre no fuera mayor. La técnica y los materiales que emplean para sus edificaciones, además de los protocolos de actuación conocidos por sus habitantes para actuar en caso de terremoto, hicieron que, a pesar de que fue una gran tragedia humana, se considerara que Japón soportó mejor este desastre natural de lo que cabría esperar de otro país.
¿Qué podemos hacer?
«Se suele decir que los desastres naturales exponen y explotan los puntos débiles del sistema». Hay desastres naturales que no se pueden predecir, lo que no quiere decir que no podamos hacer nada como prevención. Un buen ejemplo es el cambio climático. Fue la alteración del clima en distintas partes del mundo la que provocó la erupción del volcán Laki, y ese cúmulo de circunstancias fue un suceso puntual, en cambio nuestras emisiones son constantes y aún están en ascenso. «Los gases que la especie humana arroja a la atmósfera también afectan al clima, causando el calentamiento global. Nuestras emisiones son un proceso continuo, no esporádico. El calor adicional de nuestra atmósfera, que ha elevado la temperatura media de la Tierra 0,9 grados, contribuye a generar tormentas aún más extremas», apunta Jones.
La ONU ha afirmado contundentemente que durante 2020 el calentamiento global ha seguido en aumento, así como los desastres que conlleva: lluvias, sequías extremas, incendios, aumento del nivel del mar, temporada récord de huracanes en el Caribe, entre otras consecuencias como los desplazamientos humanos que suceden a las catástrofes naturales.
«La mejor inversión de una comunidad resiliente consiste en identificar las debilidades del sistema y repararlas antes de que se produzca el fenómeno. Debemos construir y reforzar nuestras estructuras antes, para minimizar el daño, debemos responder con efectividad durante, para salvar vidas, y debemos salir unidos después, para recuperarnos», defiende Jones en su libro.
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Es muy difícil leer Desastres, cómo las grandes catástrofes moldean nuestra historia y no pensar en los tiempos pandémicos que vivimos: ¿cómo cambiará esta pandemia nuestras vidas? ¿Olvidaremos con facilidad todo lo que estamos viviendo?