Por qué Liberace ocultó siempre su homosexualidad y demandó a todo el que se atrevió a cuestionarle
Las mujeres de medio mundo bebían los vientos por su glamour y sensibilidad. Y él, hombre de valores tradicionales, no podía permitirse el lujo de defraudarlas
Para el que lo desconozca, Liberace fue el divo más kitsch y extravagante que ha brindado esa fábrica de crear celebrities que es Estados Unidos. El icónico pianista —con sus trajes de lamé, sus joyas, sus visones, su enorme piano blanco y sus candelabros— se convirtió en el paradigma del hombre andrógino, y trascendió al paso del tiempo gracias a su talento y carismática megalomanía. No en vano, llegó a tener más de doscientos clubes de fans, y durante un tiempo fue el artista mejor pagado de la época —con un caché de 50 mil dólares semanales cuando trabajaba como showman residente en el hotel Riviera de Las Vegas—.
Niño prodigio del piano, Wladziu Valentino Liberace nació en mayo de 1919 y se crio en West Allis (Wisconsin), en el seno de una familia de clase humilde bastante conservadora. Liberace era gay, pero nunca quiso salir del armario públicamente, sabedor del gran estigma que tenía asociada la homosexualidad en la época —en ese momento, la sodomía estaba castigaba con hasta diez años de prisión en algunos estados de Estados Unidos—.
Es más, para despistar al enemigo, el amanerado artista fingió durante décadas varias relaciones con mujeres, y llegó a anunciar públicamente en 1954 su compromiso con una actriz de 23 años llamada Joanne Rio. Pero nunca hubo bodorrio, porque el padre de ella, Eddie, le acabó quitando las ganas a su hija, después de hacerse eco de todos los rumores acerca de las preferencias sexuales de su entonces yerno.
Liberace temió que revelar públicamente su orientación pudiera significar el final de su carrera. Las mujeres de medio mundo bebían los vientos por su glamour y sensibilidad. Y él, hombre de valores tradicionales, no podía permitirse el lujo de defraudarlas. Por eso mismo, prefirió pasarse la vida acallando rumores y repitiendo en la mayoría de entrevistas que concedía que era heterosexual.
Nunca estuvo dispuesto a consentir que nadie se refiriera públicamente a él como gay, y no le temblaba el pulso a la hora de poner demandas a quien hiciera falta. Su primer lío gordo con la prensa se dio en 1957, cuando el tabloide hollywoodiense Confidential publicó en portada un artículo titulado Por qué la canción de Liberace debería titularse ‘loco por el chico’, en el que hablaba de una supuesta aventura entre el artista y su agente de prensa masculino en Dallas. Liberace ganó la demanda que interpuso contra la revista por difamación, después de demostrar que él no estuvo en Dallas en aquel momento. Aun así, aquellas difamaciones le traerían al artista bastantes quebraderos de cabeza —intentos de extorsión y chantajes incluidos— a partir de entonces.
«Liberace es la cumbre del sexo: el pináculo de lo masculino, lo femenino y lo neutro. Todo cuanto él, ella y ello podrían desear»
En junio de 1959 volvieron los pleitos, cuando Liberace decidió demandar también por difamación al británico Daily Mirror, por insinuar que era homosexual —entonces, la homosexualidad era un delito penado incluso con prisión en Reino Unido—. El columnista William Connor —quien entonces firmaba sus artículos con el seudónimo Cassandra— había escrito tres años antes, después de una actuación del pianista en Londres, que Liberace era «la cumbre del sexo: el pináculo de lo masculino, lo femenino y lo neutro. Todo cuanto él, ella y ello podrían desear». Pero una de las cosas que más le dolieron al artista fue que se refiriesen a él como un artista «con sabor a fruta, afeminado y cubierto de hielo».
El caso fue a juicio. Tanto Connor como el editor de la cabecera, Hugh Cudlipp, trataron de defenderse contándole al jurado que la columna no pretendía insinuar que Liberace era homosexual. El abogado del artista, Gilbert Beyfus, le preguntó al columnista si ‘fruta’ era el término empleado en la jerga estadounidense para referirse a los homosexuales. Connor respondió que no. Y el abogado, indignado, blandió un tesauro americano como prueba de lo que afirmaba —aunque el juez acabó ordenando al jurado que descartara el polémico término, al tratarse de una palabreja estadounidense—.
Durante el juicio, además, Liberace negó rotundamente (y en varias ocasiones) que fuese gay —«No señor, nunca en mi vida [me he entregado a prácticas homosexuales]. Estoy en contra de la práctica porque ofende la convención y ofende a la sociedad», llegó a afirmar—. Perjurio aparte, Liberace acabó ganando el juicio y el periódico fue condenado a pagarle ocho mil libras de la época por el daño causado.
«El veredicto fue un grave error judicial, ya que todo dependía de las insinuaciones, pero Liberace era demasiado popular para perder. Beyfus fue el mejor artista de la corte, e influyó en el jurado al retratar a Cassandra como un periodista despiadado que solo quería asesinar reputaciones, y a Liberace como el tipo más agradable de todos los tiempos, amado por millones de mujeres en todo el mundo», aseguraría posteriormente Revel Barker, autor del libro Crying All the Way to the Bank: Liberace v. Cassandra and The Daily Mirror.
«Nadie bromea más que yo […]. Lo único que me molesta es cuando la crítica da un golpe bajo. Me parece que hay una especie de periodismo canceroso que se propone destruir a una persona, y esto es muy difícil de corregir», llegó a confesar el propio artista en su libro autobiográfico The Things I Love, by Liberace (1976).
Eso sí, que Liberace se pasara la vida ocultando su orientación no impidió que mantuviera relaciones con todos los chicos que quiso. Su relación más sonada es la que mantuvo con Scott Thorson, un adolescente de dieciocho años al que el pianista conoció en el verano de 1977 a través de uno de sus bailarines, Bob Street. El artista contrató a Scott para que, además de ser su amante, ejerciera de chófer personal. Y el chico vivió entre algodones durante los cinco años que duró el affaire —la inteligente película Detrás del candelabro (2013), interpretada por Michael Douglas y Matt Damon, y dirigida por Steven Soderbergh, narra parte de esta torrencial historia—.
Según Scott, que ahora lleva más de un lustro entre rejas por cometer varios delitos de robo y suplantación de identidad, Liberace era muy generoso, pero también tremendamente posesivo. Y ha llegado a confesar que era capaz de hacer casi cualquier cosa por tenerle contento —lo que incluyó someterse a una operación de cirugía plástica a los veinte años para que su rostro se pareciese al que Liberace lucía de joven—.
La adicción a las drogas de Scott y el comportamiento promiscuo del pianista se cargaron la relación. Y la cosa acabó en los tribunales, después de que el primero demandara a Liberace, acusándole de haberle dejado tirado en la calle, sin nada, y reclamándole una pensión —el artista, en su línea, negó siempre que hubiera tenido una relación sentimental con su demandante—. Ambos llegaron finalmente a un acuerdo extrajudicial —gracias al cual Scott recibió, entre otras cosas, 95 mil dólares en efectivo, dos perros y un Rolls-Royce de 1960—, y el joven llegó a reconciliarse con su ex, incluso llegó a a visitarle, poco antes de que el adinerado artista falleciese, en su casa de Palm Springs (California), en febrero de 1987.
En un principio, el agente de Liberace aseguró públicamente que el artista estaba enfermo de enfisema, anemia y patologías cardíacas. Pero, tras la autopsia que se le hizo, el forense declaró que aquello era falso y que realmente había muerto por una neumonía derivada del sida que padecía —y que le fue diagnosticado en secreto en el verano de 1985—. Al día siguiente de conocerse ese dato, el Daily Mirror se atrevió a publicar en sus páginas: ‘¿Podemos recuperar nuestro dinero, por favor?’. La petición fue ignorada por los albaceas testamentarios del artista.