Rafa García, artista emergente: «En mis cuadros no hay denuncia, quiero transmitir paz y belleza»
Rafa García es un artista emergente en la escena madrileña, aunque ese término –artista– todavía no acaba de convencerle. Hablamos con él de giros, incertidumbre, confianza y belleza
Rafael García (Málaga, 1997) es una de esas personas que durante la pandemia le encontró una curva a la línea recta de la vida. Acabó la carrera de Publicidad y Comunicación Digital en junio de 2020 y se vio, como tantos, en ese abrupto limbo –abismo, a veces– que separa el entorno académico del profesional. Ya nos lo sabemos: currículum, espera, ausencia de respuesta. Un día pintó una lámina para una amiga que se la pidió –él dibujaba desde pequeño–, la compartió en Instagram, la curva empezó a asomar y la tomó.
Sus lienzos, láminas y botijos transportan a un lugar más agradable, más estético y pacífico. Captura a la perfección el zeitgeist estético de su generación: tonos pastel, figuras abstractas. Recuerda a Henri Matisse y a Joan Miró, pero también a las propuestas de firmas como Jacquemus o a un simple barrido por el feed de una cuenta moderno-veraniega. Con él hablamos de esa sensación que te inunda cuando alguien confía en ti por primera vez, de la belleza y su papel en la rutina, del miedo, del cosquilleo, de tomar vías paralelas.
¿En qué momento pensaste: «Vale, puedo hacer de esto mi vida»?
He pintado toda mi vida, pero jamás pensé que mi día a día acabaría girando en torno al arte. Creo que tengo una sensibilidad artística superior, no sé respecto a qué. También sé que podría haber sido feliz tomando un camino más ‘normal’, seguro que me acostaría todos los días un poco más tranquilo, pero tengo una familia de emprendedores y me han enseñado a salirme del molde.
Llevaba unos tres meses con esto, todavía no tenía claro lo de dedicarme a ello, y le escribí a Gala González hablándole de mi obra. Me contestó súper simpática, me quería ayudar. Vino al estudio, conoció los cuadros y me propuso colaborar con ella en la primera pop-up que hicieron de su marca, Amlul, en Madrid. A partir de ahí, surgieron proyectos muy interesantes.
¿Cómo describirías esa sensación de cuando alguien cree en ti por primera vez?
Inesperada. Y muy positiva. Que una persona diga ‘confío en ti plenamente’. Y no sólo ella, también otras personas como Carmen, la interiorista del Hotel Avenida de Zaragoza, con quienes tengo un proyecto. Llegar al hotel y ver tu obra ahí, por todos lados, es súper reconfortante.
Tienes un estilo muy marcado… ¿Cómo llegaste hasta él?
Al principio pintaba láminas, luego empecé con los lienzos, mi estilo se fue adaptando. Fue cuestión de ensayo-error-ensayo, de ver un poco lo que me iba gustando y en lo que me sentía cómodo. Estoy muy tranquilo en esa gama cromática de azules y beiges.
Creo que todos los cuadros que hago me reflejan como persona. Abres mi armario y son solo esos dos tonos. Y, bueno, hice una retrospectiva de todo lo que me había inspirado hasta entonces. Un tiempo atrás, tuve la oportunidad de hacer prácticas en el departamento de Comunicación del Museo del Prado y, aunque no tenga que ver con lo que hago ahora, esos meses fueron como un máster. Bebí muchísimo de cómo funciona un museo y el arte, en general. Todo eso lo mezclo con todo lo que me inspira a diario, desde un paseo por el campo a una comida con una amiga. Recibo información del mundo real y virtual. Me paso el día en el teléfono viendo imágenes en Instagram o en Pinterest.
¿A quién tienes presente cuando pintas?
Tengo un amigo artista, Carlos Azañedo, cuya obra es muy diferente a la mía, pero tenemos sensibilidades muy similares. Me está enseñando muchísimo cómo funciona esto. También a Alejandra Marroquín, una chica de Valencia. Su imaginario me inspira muchísimo. Coco Dávez también está por ahí.
‘Artista’. ¿Cómo te llevas con ese concepto?
Me considero cero artista. Para mí eso es una responsabilidad superior. Al haber estudiado Publicidad y Comunicación Digital, creo que me sé mover en la estrategia de marketing y me gusta, pero no soy para nada ese tópico de desastre, de ‘mente artística’. De hecho, desde que he empezado a pintar, tengo una rutina mucho más marcada, me he vuelto más estructurado. Eso es parte de trabajar para mí.
Cuando pinto, lo que quiero es transmitir paz y belleza. No quiero que te plantees cualquier cuestión intelectual. Lo que quiero es que, cuando llegues a tu casa y tengas un cuadro mío, sea apacible al ojo y a tu mente y te transmita la paz y la calma que necesitas después de un día de ajetreo. No hay protesta o denuncia, no hay invitación a reflexionar sobre la pobreza en el mundo. El mío es otro tipo de mensaje.
Ante un bloqueo creativo, ¿te fuerzas a trabajar o lo dejas correr?
Tengo como 10 al día y los dejo pasar, no lucho contra ello. Porque hay algo que está muy presente en estos bloqueos: el síndrome del impostor. ¿De esto que piensas que no eres lo suficientemente bueno para hacer algo? Y me digo: «¿Quién va a querer comprarse una obra mía?»; pero, luego, las redes sociales –que hay gente que piensa que tienen un efecto muy negativo– a mí me afectan de manera positiva porque han conseguido revocar ese mensaje. La gente se interesa por mi obra y acabo dejando correr esos pensamientos negativos.
¿En qué galería te gustaría exponer?
De momento no se ha interesado ninguna, pero estoy a gusto porque toda la comunicación la estoy llevando yo y me va bien. Creo que cada vez el arte va más hacia ahí, el artista toma cada vez más protagonismo y no es necesario que te respalde siempre una persona o un nombre. Ahora quiero explorar: además de los botijos, me gustaría hacer alfombras o vajillas.
¿Madrid es una buena ciudad donde ser artista?
Sí. Creo que es una buena ciudad para el arte. Poco a poco he ido conociendo a la persona que me hace los bastidores, a la que me hace los lienzos, a la que me enmarca los cuadros… llevan toda su vida dedicándose a ello y lo hacen con mucho cariño, con muchísimo mimo. Respecto a la gente, creo que en general es una ciudad sensible al arte. Además, ahora pasamos más tiempo en casa y nos damos cuenta de que queremos que sea un espacio bonito, agradable. Y se invierte más en arte accesible.