Françoise Sagan, el mito por delante de la literatura
La editorial Lumen publica Las cuatro esquinas del corazón, la novela hasta ahora inédita de Françoise Sagan
Muchas veces, a los inéditos los carga el diablo. A priori, podría pensarse que el inesperado hallazgo de un nuevo manuscrito es motivo de celebración para la crítica, que de esta manera tiene nuevos materiales para el estudio de la obra de su autor, y, seguramente, también lo es para el mercado, siempre atento a convertir cualquier publicación en un posible fenómeno editorial. Sin embargo, si pensamos en el autor, ¿es la publicación de sus inéditos una forma de rendirle un justo homenaje? Frente a esta pregunta, la respuesta difícilmente puede ser siempre afirmativa, sobre todo en aquellos casos en los que nos encontramos con textos cuyo único mérito es el de ser desconocidos, pero nada más.
Dejando de lado el interés que puedan tener filólogos y críticos desde su perspectiva teórico-académica, cabe preguntarse hasta qué punto rescatar y editar los manuscritos inacabados o que nunca fueron revisados por su autor o, incluso, que este decidió no publicar porque no satisfacían sus expectativas es una manera de celebrar a un escritor y respetar su legado. Y, más allá de esto, publicando este tipo de materiales, ¿realmente estamos ofreciendo al lector piezas literarias merecedoras de atención?
Todas estas preguntas asaltan a una cuando concluye la lectura de Las cuatro esquinas del corazón, la obra hasta ahora inédita de Françoise Sagan, cuyo manuscrito encontró el hijo de la escritora, Denis Westhoff, cuando se hizo cargo de su legado literario en 2004, fecha en la que Sagan falleció por una trombosis pulmonar. Por entonces, la obra de Sagan, una autora que con tan solo 19 años había vendido miles de ejemplares de Buenos días, tristeza, su primera novela, escandalizando a la poco escandalizable sociedad francesa de los años cincuenta, no solo había perdido presencia en las librerías, sino que las editoriales habían optado por no reeditar la mayoría de sus novelas, al considerar que su obra no había conseguido sobreponerse al paso del tiempo. Y, probablemente, no se equivocaban. Las novelas de Sagan habían envejecido mal, algo que se constata leyendo Las cuatro esquinas del corazón. Esta obra, además, pone aún más en evidencia el recorrido descendente de Sagan, que, a medida que pasaban los años, escribió cada vez peor.
Es lógico que Westhoff reivindicara el legado literario de su madre, más todavía, como él mismo reconoce en el prólogo, al darse cuenta de que a causa del desinterés y de los repetidos rechazos editoriales la obra de su progenitora corría el riesgo de desaparecer «en la noche del siglo XX». Y es también lógico que a quien Westhoff confió la primera lectura del manuscrito fuera Jean-Marc Roberts, director de la editorial Stock y el único que apostó por reeditar «la totalidad de los quince títulos de mi madre que le había llevado a la rue de Fleurus una tarde de abril». Por ello, a priori, puede resultar menos lógico que, teniendo en catálogo toda su obra, Roberts rechazara el inédito de Sagan, sin embargo, este rechazo no está exento de razones, por un lado, comerciales —como señalaba desde París el otro día Álex Vicente, las altas expectativas de Plon, editorial que finalmente publicó la obra con una primera tirada de 80.000 ejemplares, se vieron rápidamente defraudadas y el que debía ser el fenómeno editorial de la pasada rentrée en Francia se convirtió en un «fiasco relativo»— y, por el otro lado, literarias, puesto que, como no tardó en señalar la nada complaciente crítica francesa, Las cuatro esquinas del corazón es una novela fallida.
¿Es la publicación de los inéditos de un autor una forma de rendirle un justo homenaje?
El trabajo de edición realizado por Westhoff, que tuvo que completar los vacíos del manuscrito, cuyo original mecanografiado no se encontró, solamente una fotocopia desgastada del mismo, y, sobre todo, los retoques, excesivos para Westhoff, realizados por parte de la editorial no parecen haber dados sus frutos y ese supuesto diamante lleno de imperfecciones, en palabras del hijo de la escritora, no se convirtió, pese al deseo de sus editores, en ninguna joya. Hay un aire de familia en Las cuatro esquinas del corazón, es cierto: a lo largo de la lectura, intuimos a Sagan con su humor sutil y punzante, su crítica sin concesiones a la burguesía y su prosa directa, sin florituras, muy próxima a la del Nouveau Roman. Sin embargo, ni tan siquiera el más entusiasta de los lectores quedará prendado por este trío amoroso entre Ludovic, heredero de una acaudalada familia de industriales y que, sorprendentemente, sobrevive a un grave accidente de coche tras superar un coma; Marie-Laure, su esposa y una mujer ambiciosa que lo desprecia y hubiera preferido que no sobreviviera, y Fanny, su suegra, la única que parece sentir algo de aprecio hacia él y con quien comienza una relación, mientras todos ellos pasan una temporada en la lujosa casa de su padre, rico empresario casado por enésima vez con una mujer hacia la que no siente nada.
Estamos delante de una trama poco sorprendente que remite en exceso a otras obras de su autora, sobre todo a Un poco de sol en el agua fría, novela de 1962 donde también se nos narra la relación a tres entre el periodista Gilles Latiner, Nathalie y el marido de ésta, un abogado al que Nathalie no duda en ser infiel dejándose llevar por la pasión que siente por el periodista parisino. De la misma manera que Latiner, el padre de Ludovic también ha gozado de una vida disoluta y frívola, vida de la quiere disfrutar también Marie-Laure, quien considera a su marido Ludovic un impedimento para ello. Esta exaltación de la ociosidad hedonista como contraposición al orden moral sobre el que hipócritamente se yergue y se autolegitima la burguesía lo encontramos ya en Buenos días, tristeza, novela publicada en 1954. Allí la jovencísima Sagan, proveniente ella misma de esa burguesía hacia la que dirigió toda sus críticas, narraba la vida ociosa, disipada y entregada al placer de Raymond, un hombre viudo, y su hija de diecisiete años, Cecile, que está viviendo su despertar sexual y que, maquiavélicamente, tratará de impedir el matrimonio de su padre con Anne, una mujer que intenta reestablecer un orden moral y acabar con la vida disoluta de los dos protagonistas.
En Las cuatro esquinas del corazón hay mucho de déjà vu y, en la medida en que avanza, la novela se viene abajo, precipitándose hacia un final vacío y bastante previsible.
En este sentido, en Las cuatro esquinas del corazón hay mucho de déjà vu y, en la medida en que avanza, la novela se viene abajo, precipitándose hacia un final vacío y bastante previsible. El lector, por momentos, tiene la impresión de estar frente a la obra de un mal imitador de la escritora francesa que, como reconoce el propio hijo, no tuvo tiempo de concluir la novela, dejando su mero esbozo de las últimas páginas. Sin embargo, siendo conscientes de que la falta de tiempo impidió a Sagan corregir los múltiples defectos de la novela, Las cuatro esquinas del corazón obliga a reflexionar sobre el verdadero legado de Sagan y a preguntarse si, hasta cierto punto, Buenos días, tristeza fue su único trabajo realmente destacable. ¿Es, en este sentido, Las cuatro esquinas del corazón reflejo de una carrera literaria que fue de más a menos? Sin duda.
Han pasado casi dos décadas desde que Françoise Sagan falleciera y da la impresión de que, más que su obra, lo que realmente ha perdurado es su imagen. Basta repasar los muchos artículos publicados desde el 2004 para darse cuenta de que parece despertar más interés su figura que su obra: la joven con pelo a lo garçon que se convierte en millonaria con diecinueve años gracias al éxito de su primera novela, que lleva una vida de lujos y excesos en la París más intelectualmente chic de los años sesenta y cuya pasión por la velocidad y los coches de lujo la llevan a comprarse un Aston Martin, con el que sufre un accidente en el que casi pierde la vida y tras el cual, por culpa de las dosis de Palfium recibidas, se vuelve adicta al opio y a la coca. Su vida fue un auténtico descenso a los infiernos, marcado, eso sí, por el amor que sintió por Peggy Roche, a quien conoció cuando ambas estaban casadas. Hay algo de novelesco, incluso, de mítico en la vida de Sagan, en esa joven que consiguió abrirse paso con su primera y, en parte también, con su segunda novela entre los popes de las letras francesas y los aspirantes a mandarines del Nouveau Roman y cuyo personaje terminó por engullir a la escritora. Los escándalos, el último por evasión fiscal, la acompañaron en los últimos años de su vida, ocultando una obra literaria que no estaba llamada a trascender y sobrevivir al paso del tiempo.