Christina Rosenvinge: «Hemos despojado a Karen Blixen del glamour, los leones y Robert Redford»
La cantante compone la música y debuta en el papel protagónico de ‘Karen’, un retrato íntimo de los últimos tiempos en África de la danesa Karen Blixen, dirigida por María Pérez Sanz
Se quejaba Christina Rosenvinge en la última edición de Lo que viene, la cita anual en Tudela de la prensa especializada en cine, de la cantidad de películas protagonizadas por hombres con pistolas, «pocos van a empuñar una en la vida, mientras que todos, una vez a la semana, cogemos las pinzas de la ropa», comparaba la cantante y actriz, que postula por insuflar épica a actos cotidianos como tender la ropa, por tratarse de situaciones con las que todos nos podemos identificar.
Su primer papel protagonista en el cine radica en esa premisa, la de despojar de espectacularidad la vida de la protagonista de Memorias de África, ligada para siempre al clásico cinematográfico de Sidney Pollack reconocido con siete premios Óscar, entre ellos el de mejor película.
Quizás, de primeras, el nombre de Karen Blixen no resulte familiar, pero sí el de Isak Dinesen, el alias que utilizó para publicar un libro que arranca con la ya mítica frase: «Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas Ngong».
En el biopic intimista Karen, que llega a los cines este 4 de junio, María Pérez Sanz le resta efectismo a los últimos días de la escritora danesa en Kenia.
María se puso en contacto contigo para proponerte que compusieras la banda sonora de la película, pero ya tenía en mente ofrecerte el papel protagonista. ¿Consideras este tanteo inicial como una encerrona?
Ha sido una feliz encerrona. Al principio dudé mucho, porque María había rodado únicamente un documental, pero acepté la propuesta basándome en la intuición: me convencía lo que me contaba y compartía sus referencias. La película, no obstante, me parecía arriesgada, porque abordaba de la forma más minimalista posible la historia de una película que todo el mundo conoce.
¿Cómo ha sido medirte con el recuerdo imborrable de Meryl Streep?
Eso hacía el reto más atractivo, porque era muy radical despojar esa historia del glamour, los leones y Robert Redford. La intención era sustraerle de todos los elementos cinematográficos que le daban espectacularidad y reducirlo a un drama doméstico, que por otro lado es mucho más fiel a su relato Sombras en la hierba, escrito tiempo después de Memorias de África, y donde dice que de sus años en Kenia, recuerda, sobre todo, su casa y su relación con su criado somalí Farah. En sus libros de cartas habla mucho de enfermedad y de dinero, que era realmente lo que ocupaba sus días allí.
¿Has encontrado algún paralelismo en esa aproximación a su figura entre la idea que el público tiene de ti y la realidad cotidiana de tu vida?
Hoy en día sucede con la vida de cualquiera, cuando la cuentas en Instagram sublimas tu día a día, pero la realidad es tu desayuno solitario, sacar el lavaplatos y pasear al perro. En esos momentos de reflexión y de soledad es donde realmente se forman nuestras vidas. Son momentos de hermosura y de trascendencia, pero muy pocas veces se retratan, porque parece que no está pasando nada.
¿Alguna vez pensaste que se podía extraer tanta belleza de desayunar un huevo pasado por agua?
Por esa escena hay que hacerle una reverencia al director de fotografía, Ion de Sosa, que se empeñó en hacer la película en 16 milímetros y en no utilizar iluminación artificial. Sosa comentó que en la casa de Karen Blixen no había enchufes, así que no iba a utilizar ningún foco. Todo está iluminado con velas, con fuego o con reflectantes que él mismo fabricaba con trigo. El rodaje fue muy Robinson Crusoe. Todo el equipo, hasta el que preparaba los bocadillos, era artista conceptual (risas).
Tengo entendido que de joven leíste todos sus libros. ¿Es tu acercamiento a su figura, entonces, más literario que cinematográfico?
Sí, de hecho, la película Memorias de África es una americanada. Es maravillosa y en su momento me encantó, pero es un poco mentirosa. Karen Blixen en Dinamarca es como Lorca en España, casi una santidad, así que conozco El festín de Babette, Siete cuentos góticos y Memorias de África, que cuando viví en Nueva York volvía a comprar y leí en inglés.
¿Cómo lo percibiste en esa segunda lectura?
Al leerlo cuando estamos viviendo la resaca del movimiento colonial de principios del siglo XX, la sensación es que toda esa literatura romántica y esa sublimación de África a través de los ojos de los colonos parte de una gran injusticia, que es que ellos podían comprar tierras allí e imponer su forma de vida cuando los propios indígenas no podían comprarlas. Dejaron una huella muy destructiva en África.
¿A qué conclusión has llegado sobre su figura?
Hay partes de ella que me gustan mucho, me identifico en su aproximación al relato y al arte, pero era una persona clasista, que no racista –asumió la jerarquía de clases como algo natural–, y un poco manipuladora, ya que no sólo engatusaba a sus sirvientes, sino que también lo hizo en Dinamarca a un joven poeta y a su propia ayudante. Sabía crear relaciones de dependencia en las que de alguna forma vampirizaba a los demás. Eso está en la película. A ella no le basta con que Farah trabajé para ella, quiere que tengan unión de espíritu. Su amor por él es noble y hermoso, y trató a sus trabajadores mejor que muchos colonos, pero también parte de una situación de superioridad de clase.
¿Cuándo descubriste que tu abuelo había sido amigo de su hermano?
Me enteré después, en un viaje a Dinamarca
¿Has vuelto a Skagen, donde tú has pasado los veranos y Karen terminó Memorias de África?
Sí, el verano pasado. Incluso pasé por Copenhague y visité la casa donde murió, en Rungsted Kyst. Es algo que me removió, porque a pesar del apellido y del bagaje que tengo de todos mis antepasados, me siento más española que danesa. Ni siquiera habló bien danés, lo hago como una niña pequeña. Para mí, Dinamarca es una tierra perdida. Emocionalmente fue todo un poco intenso.
¿Fue Nueva York tu propia Kenia?
En mi familia hay una tradición de migraciones idealistas, España es la Kenia de mi madre. Mis padres vinieron en 1954 a quedarse a vivir y a tener hijos, porque estaban enamorados de la épica española, así que entiendo perfectamente la mente de Karen. En Nueva York no tuve una granja, pero sí un apartamento en el Upper West Side y una carrera musical de lo más suicida (risas).
También conociste a los Sonic Youth, que no está mal.
Sí, fue maravilloso y también ruinoso.
Como comentábamos antes, tu puerta de entrada a la película fue la música. ¿Qué te inspiró la banda sonora?
Cuando María me lo propuso, ya tenía la canción de Karen hecha. Inventé la melodía paseando, luego la reencontré y la saqué en un aparatito que es una caja de música donde puedes escribir las partituras. Es una canción que no tiene una métrica buena para el castellano. Es perfecta para el inglés y te lleva a Cole Porter, a las canciones de los musicales de los años treinta. Pertenece a la música que Karen debió escuchar en ese momento. Era un tema que tenía pensado escribir para mi abuela o para mi madre y no encaja en los discos que estoy haciendo ahora, porque conectan más con la tradición española.
¿Cómo se compone cuando la creación no tiene que ver contigo sino que con un producto audiovisual ajeno?
Es, de hecho, un alivio. Ya había hecho para piezas de videoarte y para un corto. Basarse en el trabajo de otros es muy bonito y enriquecedor, porque consiste en salir de tu propio globo, meterte en la cabeza y en las intenciones de otra persona y llevar a cabo una misión.
María comenta que nunca te ha visto tan feliz como en el rodaje, ¿qué te hacía feliz?
El cambio de tercio, ir a trabajar y no tener que cargar flightcases ni ponerme de rodillas a enchufar cables ya era una mejora de base. Vivir un rodaje es algo muy adictivo y por eso, la gente del cine, a pesar de ser una profesión incómoda, insegura y a la que cualquier persona sensata renunciaría muy pronto, son muy apasionados. En el momento en que lo estás haciendo tienes la adrenalina altísima, eres muy consciente de estar trabajando en equipo y de estar haciendo una obra de arte.