'El hombre almohada': Belén Cuesta brilla entre la crueldad y la asfixia
La obra de Martin McDonagh, dirigida por David Serrano, explora el poder de la ficción y el daño que generan las malas interpretaciones. Belén Cuesta le brinda oxígeno a la puesta, con los múltiples matices de la criatura que compone
Desde su estreno en 2003, El hombre almohada (The Pillowman), de Martin McDonagh, ha tenido múltiples versiones en distintos escenarios del mundo. El autor inglés, ganador del Oscar por Tres anuncios en las afueras, es uno de los grandes dramaturgos contemporáneos.
En esta propuesta dirigida por David Serrano destaca una particularidad: el protagonista que aparece en el texto original es interpretado por una actriz. El talentoso guionista, director de TV (Vota Juan), de cine (Días de cine, Tenemos que hablar, etc.) y de teatro (Billy Elliot, Cartas de amor, Buena gente, Lluvia constante, entre otras) convocó a Belén Cuesta para este personaje torturado por el pasado. También Serrano modifica el género de otro de los personajes, el de Ariel, escrito para un hombre, pero que en esta versión compone una actriz.
Katurian, una autora de cuentos es arrestada por la policía y sometida a un violento interrogatorio para que brinde información sobre una serie de crímenes de niños que invocan las tramas de sus relatos. De inmediato el espectador de El hombre almohada se sumerge en este clima opresivo y asfixiante, ajeno a cualquier suspiro de piedad. Belén Cuesta, ganadora del Goya por La frontera infinita, interpreta a Katurian, una criatura compleja que arrastra cicatrices, pesadillas y también culpa. Katurian, como todos los demás personajes, es una superviviente, pero en ella hay un haz de empatía, dulzura, fragilidad, dobleces y también monstruos, pero estos parecieran solo emerger en sus relatos. Durante los 180 minutos que dura de la obra Cuesta exhibe sobre el escenario su destreza escénica y brilla en esta oscuridad que propone El hombre almohada, solo edulcorada con dosis de humor negro.
Ricardo Gómez, (Cuéntame) interpreta al hermano de Katurian, Michael, un joven frágil que ha que padecido durante años el horror. El actor realiza un notable trabajo vocal para impregnar a su expresión de las cicatrices de lo macabro. Juan Codina y Manuela Paso son dos magníficos actores que pintan a sus criaturas con crueldad, elementos del Teatro del Absurdo y realizan un viaje de introspección a sus heridas sin cicatrizar.
Los detectives de El hombre almohada parten de un trabajo arqueológico para descubrir el autor de estos crímenes. Emerge aquí, en esta trama policial, una reflexión más profunda. El hombre almohada medita sobre la literatura y los brazos que ofrece y acarician a los demás, pero que también pueden convertirse en látigos. McDonagh propone este debate a través de la fusión de dos planos: el literario y el criminal. Ambos senderos se bifurcan, marchan paralelos, se tocan y vuelven a coincidir. Sobre la primera dimensión, El hombre almohada explora la búsqueda que realiza un lector en un texto, un proceso que exige encontrar significados, y no una mera lectura que aporte entretenimiento. El interrogatorio es también un juego hermenéutico, una entrevista donde dos lectores le exigen a un autor conocer cuál fue el propósito y la musa de aquello que escribió. ¿Todo texto es autobiográfico? ¿Qué ocurre cuando se realiza una interpretación incorrecta? Umberto Eco desarrollaba la idea de la «decodificación aberrante», la interpretación forzada, errónea, excesiva o sesgada de un determinado texto por parte del lector. Y, aquí emerge la segunda dimensión de El hombre almohada, la más evidente, la policial: ¿Cuál es la diferencia entre un autor material y un autor intelectual? ¿Cuál es el motor que activa a las mentes perversas?
El hombre almohada también propone una reflexión donde vincula la paternidad con la autoría. ¿De qué modo los padres marcan y eligen el destino de sus hijos, cómo lo hacen los escritores con sus personajes? El hombre almohada es una puesta donde el espectador presencia de manera incómoda la crueldad de las acciones humanas llevadas a un extremo, el absurdo de aquellos que carecen de empatía y las cruces que cargan los seres inocentes.
En los ríos subterráneos El hombre almohada hay una larga tradición de cuentos populares protagonizados por niños donde emerge la crueldad y la perversión de los adultos en un universo de inocencia. Bruno Bettelheim desarrolló su teoría basada en el psicoanálisis sobre estos cuentos folklóricos, muchos de ellos adaptados luego por el prisma de Disney, que antes que meramente entretener, tenían un fin moralizante o didáctico. En La cámara sangrienta, Angela Carter proponía una versión de estos cuentos famosos en clave de terror.
En esta puesta de David Serrano hay elementos de otras expresiones teatrales, como la milenaria máscara, o el teatro de sombras, erróneamente asociados en la actualidad con el teatro infantil, que enriquecen y también alivian los relatos que propone El hombre almohada impregnados de, en términos de Hannah Arendt, la banalidad del mal.
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Sala Verde de los Teatros del Canal
De martes a sábados, a las 19.30; domingos, a las 18.30.
Hasta el 20 de junio.