Alda Merini, la poeta que transformó la locura en verso
La editorial Tránsito publica por primera vez en España ‘La loca de la puerta de al lado’, una lírica y descarnada novela autobiográfica que recorre la vida de esta escritora, figura clave de la literatura italiana, que pasó más de veinte años, entre idas y venidas, interna en varios manicomios
Recelosa del negro sobre blanco, a falta de papel y bolígrafo, Alda Merini tenía la costumbre de apuntar los números de teléfono en las paredes de su piso y solía dictar al aparato decenas de páginas o versos que improvisaba en el momento. «Ni siquiera soy capaz de leer lo que escribo —escribió en 1995—. Todos mis poemas los recito de memoria; a medida que los escribo, los registro en la mente. No tengo papeles; los pocos que tengo, los regalo. Michele Pierri solía decirme: ‘A ti la poesía no te importa nada’». Pero, más bien al contrario, sus versos siempre fueron el chaleco salvavidas en medio de aquella tormenta que desde muy joven se había desatado en su cabeza.
«Nací el 21 en primavera/pero no sabía que nacer loca/abrir la tierra/podía desencadenar una tormenta», compuso Merini en uno de sus célebres poemas. Figura clave de la literatura italiana del siglo XX, la poeta, que nació en Milán en 1931, pasó gran parte de su vida, más de veinte años entre idas y venidas, interna en varios hospitales psiquiátricos. Fue así como una singular personalidad, su sensibilidad poética y su inestable salud mental, marcaron una leyenda que se forjó sobre su imagen de sempiterna fumadora –llegó a consumir más de tres cajetillas diarias– que a pesar del reconocimiento que obtuvo en vida, vivió siempre en la marginalidad más absoluta.
Pero ¿cómo era esa mujer que, en palabras de su traductora, Raquel Vicedo, «recogía en su casa a los sintecho, que paría hijas para darlas luego en acogida, y que vivía rodeada de basura»? La loca de la puerta de al lado, novela autobiográfica que Tránsito recupera y publica por primera vez en España, nos ayuda a desenmarañar un poco la mente de esta singular poeta que, a partir de recuerdos inconexos, analiza entre pasajes crudos y certeros, a veces delirios, a esa vecina loca que es ella misma, al tiempo que repasa algunos de los aspectos más relevantes de su vida como la poesía, su enfermedad mental, el amor o su frustrada maternidad. «Esta novela que es mi vida –reflexiona entre sus páginas– podría ser una novela negra, una historia terrible inventada en torno a aquel espantoso ciclo menstrual del pensamiento, en torno a aquellas hemorragias mentales fruto de los electrochoques cuyo recuerdo se ha desvanecido».
Fumadora y soñadora
Nacida en el seno de una familia humilde, «mi padre era como yo, fumaba y soñaba –comparte con cierta nostalgia–. Y mi madre estaba muy celosa de esos sueños de los que yo, por el contrario, me sentía orgullosa». Niña precoz, con solo 8 años ya leía La divina comedia y con 15 impresionó al escritor y crítico literario Giacinto Spagnoletti que la incluyó en su canónica antología Poesía italiana contemporánea (1950). Fue él, de hecho, quien en 1947 le puso en contacto con el círculo de escritores que componían Luciano Erba, Davide Turoldo, Maria Corti y Giorgio Manganelli, figura imprescindible en su trayectoria personal y poética.
«Manganelli fue el poderoso asesino de mi juventud. El que la interrumpió con un acto de amor iniciático y catastrófico. El primer beso, la primera caricia, el primer encuentro sobre la hierba», recuerda sobre el autor de Centuria o A y B que habría de marcar su vida de tal manera que, en 1995, un lustro después de su muerte, aún lamentaba: «Desde aquel tristísimo mes de junio, siempre he tenido la impresión de que ya no me llega de Roma el calor del sol ni, por lo tanto, el de la vida. Por eso he dejado la persiana a media asta, como una bandera en señal de luto».
Pero volviendo a aquellos primeros tiempos, fue en 1953 cuando Merini, ya mayor de edad, publicó su primer poemario, La presenza di Orfeo, al que siguieron, apenas dos años después, Nozze Romane (Bodas romanas) y Paura di Dio (Miedo de Dios). La escritura, no obstante, le llegó a la poeta acompañada de algo más que aquel famoso látigo que azotaba a Truman Capote, y ya en 1947 fue internada por primera vez en un centro de Milán por un trastorno bipolar. Aquel iba a ser solo el preámbulo de una larga vida marcada por sus idas y venidas a los frenopáticos.
Un internamiento involuntario
Su frustrante relación con Manganelli le condujo a contraer matrimonio con Ettore Carniti, propietario de varias panaderías en Milán, con quien en 1955 tendría a su primera hija, Emanuela y, dos años después, a la segunda, de nombre Flavia. «Mi matrimonio no salió bien —reflexiona años más tarde—. Pero me lo había tomado como una pesada obligación social. También porque ninguno de los grandes hombres de mi pasado me había dado ningún hijo. Y yo quería uno con el primero que pasara. En cambio, mi marido me amó, y eso fue para mí un gran dolor, una gran vergüenza».
En 1961, Merini publica Tu sei Pietro (Tú eres Pedro) y poco después empieza su verdadero calvario por los manicomios. Tras una pelea con su marido, es internada de nuevo en un psiquiátrico después de protagonizar una violenta escena en la que, harta de sus infidelidades, le arroja a Carniti una silla a la cabeza. «Dijeron que había sido un internamiento voluntario –escribe después–. Nada más falso: en un internamiento voluntario no te quitan hasta los zapatos».
Aunque para ella la locura es «un vínculo mágico con la realidad» y «una forma de sacar las púas para enfrentarse a un enemigo que tal vez no existe», en sus palabras, incide también un reproche hacia quienes no supieron estar: «Todos intentaron construir su propia leyenda sobre los cimientos de mi manicomio. Quisieron cambiar el curso de mi historia. Y así fue como me encontré sola como un perro».
Maternidad y miedo a la locura
Crítica con las instituciones mentales Merini apoyó activamente la Ley Basaglia que en 1978 abolió los manicomios y puso fin al internamiento forzoso. Su paso por estos centros, no obstante, deja en La loca de la puerta de al lado algunas de las reflexiones más lúcidas y certeras, que ya en 1986 había desarrollado con la publicación de su primer libro autobiográfico, La otra verdad. «Es posible que algo no haya quedado claro respecto de esta experiencia abominable. Dejando de lado los estados de ánimo relacionados con el manicomio, estaban las puertas cerradas que escondían tantas torturas anónimas, las celdas, las mirillas tras las cuales tantos poetas fueron emparedados vivos», reincide ahora.
Sea como sea, tras su internamiento en 1965, comienza un largo periodo de enfermedad mental que se prolonga casi por diez años, únicamente interrumpido por algunas salidas familiares, durante las cuales nacen otras dos de sus hijas, Barbara y Simona, que serán dadas en adopción a otras familias. «No sé bajo el impulso de qué agonía empecé a tener más hijos, uno tras otros, nacidos como racimos de uvas, pero procedentes del mismo sarmiento», confiesa con inusual crudeza.
«Como mujer no tengo nada que decir, salvo que no he sido una buena madre», continúa en otro pasaje. Progenitora de cuatro niñas, sus «verdaderos amores», Merini vive sus ausencias con un dolor prácticamente insoportable: «Hace ya tres años que os espero, hijas mías, tres años largos e imposibles en los que el vacío de amor es la conciencia repentina de que hoy tampoco habéis venido. De ahí el miedo, de ahí la locura, de ahí el miedo a la locura», confiesa la poeta, que al borde de la desesperación llega a afirmar que morirá «desgarrada» por sus lágrimas y por todo lo que le ha sido negado: «Una hora de amor, una visita, una llamada de teléfono».
Sentir que se está loco
Emperifollada siempre con su collar de perlas, Alda Merini sufrió el amor como su locura, y fue conocida como la poeta del amor, calificativo que ella reniega entre sus páginas: «Quien me ha atribuido el epíteto un poco doloroso de poeta del amor se ha equivocado —señala—. Nunca he sido una mujer de amor y tampoco una mujer inútil, sino una mujer de acción que ha escrito sobre el amor a la fuerza, como un grito de venganza. Porque el amor incita a la venganza».
Casi 20 años después de su último libro y ya fuera del psiquiátrico, Merini reanuda su escritura en 1979 con composiciones más intensas, donde comparte ya su trágica experiencia. Escribe La Tierra Santa, una de sus obras más emblemáticas, pero tendrá que esperar hasta 1984 para que alguna editorial la quiera publicar. Mientras tanto, ese mismo año, ya viuda, se casa con Michele Pierri, con quien se traslada a vivir a Tarento hasta la muerte del poeta en 1986, momento en que ella regresa a Milán. Son años de gran productividad. «Digamos que la literatura también puede ser una forma de sentir que se está loco», escribe reafirmándose.
A ese periodo corresponden sus veinte poemas-retrato de La gazza ladra (La urraca ladrona) y su primer libro en prosa, La otra verdad. Poco después llegarán también otros títulos como Fogli Bianchi, Testamento, Vacío de amor y Baladas no pagadas y sus prosas, Le parole di Alda Merini (Las palabras de Alda Merini), Delirio Amoroso o La loca de la puerta de al lado. En 1993, le otorgan el Premio Librex Eugenio Montale —del que «se había dado cuenta de que era un bluf», escribe decepcionada sobre su reconocimiento—, pero Merini continúa viviendo en condiciones de extrema precariedad hasta que en 1995 le conceden una ayuda estatal para artistas en situación de necesidad.
Una agonía llena de paz
De sus últimos años, con una carga más bien mística y religiosa, son ya La carne de los ángeles, Cuerpo de amor. Un encuentro con Jesús, Clínica de abandono o Francisco. Canto de una criatura, entre otros. «Creo que en el fondo es bastante estresante tener una conversación conmigo, pero también a mí me resulta estresante, porque soy muy tímida –reconoce–. Uno no hace arte para que lo llamen poeta, sino simplemente porque ama el arte. Porque el arte es una segunda madre, porque cuesta mucho. Se paga con el ayuno, con caminatas inconcebibles, con calumnias».
Consciente de esas sombras que se habían desatado también de entre sus versos, vive sus últimos años en una situación tan precaria que sus amigos hacen una petición pública de ayuda. En 2004 es ingresada en el Hospital San Paolo de Milán y pasa sus últimos años rodeada por el caos que ella misma genera, entre objetos, colillas y papeles, en su piso de Ripa di Porta Ticinese de la ciudad lombarda, donde vive hasta su muerte, acaecida el 1 de noviembre de 2009. «Lo sé muy bien —dejó escrito en La loca de la puerta de al lado—, con este libro no ganaré nada, salvo tal vez, tal vez, una noche de descanso. Y una agonía llena de paz». Tal vez lo consiguiera.