Cruz Morcillo: «A todos nos interesa la crónica de sucesos porque todos podemos pasar por sus páginas»
El ‘True Crime’ está en pleno auge. Documentales y series documentales, canales de televisión dedicados en exclusiva a la investigación criminal y editoriales como Libros del KO o Al Revés apuestan fuerte por este género en nuestro país
El caso del Hotel Reyes Católicos, el crimen del tarot, el asesino de la baraja, el caso Bretón o el asesinato de Miguel Ángel Salgado son algunos de los crímenes aparecen en las páginas de Departamento de Homicidios, tercer libro publicado por Cruz Morcillo, periodista de sucesos con casi veinticinco años de profesión a sus espaldas. Pero lo que quizá se disecciona de forma más evidente en Departamento de Homicidios es el trabajo policial de verdad, no el de las series de ficción. El arte de interrogar, de escribir, de vigilar, la magia de los laboratorios y la necesaria empatía con las víctimas y sus familiares, esos «recipientes frágiles a punto de romperse en pedazos». Un libro que desmitifica ciertas exageraciones que aparecen constantemente en obras de ficción y que, a la vez, nos muestra muchos detalles desconocidos.
«No es un libro sobre crímenes, esto es otra cosa». Así define Cruz Morcillo su tercera obra, en la que recorremos junto a sus verdaderos protagonistas –dos policías y dos guardias civiles que, por momentos, resultarían inverosímiles si aparecieran en una serie de ficción–, buena parte de la crónica negra reciente de nuestro país.
¿Por qué crees que el True Crime suscita tanto interés en estos momentos?
Creo que existe un efecto arrastre, tanto desde las plataformas digitales como desde programas y series concretas de televisión. Los documentales sobre casos reales han tenido un éxito arrollador y todas las plataformas están preparando más True Crime para los próximos meses.
Es decir, la ficción criminal ha puesto de moda lo real criminal…
Totalmente. ¿Y por qué le interesa tanto a la gente la crónica de sucesos? Porque cualquiera puede pasar por sus páginas. Cualquiera puede aparecer en una crónica, desde un robo, un atraco, un secuestro, una extorsión o un crimen, cualquiera puede tener la mala suerte de ser protagonista de estas historias.
Llevas más de veinte años dedicándote a cubrir sucesos y en el libro reina una escritura fragmentaria, como la de la propia memoria. Es como un puzzle que, por una parte, nos muestra una crónica de la España negra reciente y que, por otra, es el relato confesional de una profesional del periodismo. ¿Qué caso te ha impactado más personalmente y por qué?
Probablemente el caso Bretón. Los casos en los que hay niños son siempre los más terribles y en los que peor lo paso. Casi te vence la perplejidad de no entender nada de lo que ocurre, y mientras no se resuelven tienes el alma en vilo, y no eres capaz de apartarte de la historia ni por un segundo. El caso Bretón se pudo resolver en tres días pero, por culpa de un error, tardó en resolverse nueve meses. Y no fue un error causado por los investigadores. Los agentes de homicidios tenían clarísimo desde el principio que restos de los niños estaban en la finca Las Quemadillas. Sin embargo, un error de la perito forense alargó la investigación, y lo cuento en el libro sin paños calientes. Fue muy duro y parecía que nunca iba a llegar el final. Otro caso que también me marcó fue el del asesino de la baraja. Fue durísimo porque veías el sufrimiento y el desconcierto de unos y otros, y en esta ocasión estaban implicadas tanto la Policía como la Guardia Civil. Había un hermetismo total y, a la vez, se nos pedía ayuda ante cualquier cosa que se escuchase en la calle, cualquier chivatazo, porque los investigadores estaban en un callejón sin salida.
Es importante también resaltar el homenaje que le rindes a los cuatro investigadores que son, en buena medida, los protagonistas del libro. ¿Qué aptitudes o habilidades ha de tener un investigador en la vida real que no aparezcan en las series de televisión?
No cualquiera puede ser investigador de homicidios, ya sea del Cuerpo de Policía o de la Guardia Civil. En el libro ellos mismos cuentan esas selecciones tan peculiares que hacían, y que pueden ponerte los pelos como escarpias. Las selecciones consistían en ir con las personas que querían incorporarse al grupo de homicidios a una autopsia para después ir a almorzar sangre encebollada o gallinejas. Solo quienes aguantaban aquello pasaban la prueba. Otro investigador, Jesús, me contó que él hacía su criba de la siguiente forma: la persona que preguntase por los horarios quedaba automáticamente excluida de la selección.
Y una vez se incorporan al grupo, según nos cuentas en el libro, cada uno debe especializarse en una de esas habilidades concretas…
Un grupo de homicidios es como una orquesta y cada miembro de esa orquesta debe conocer perfectamente su instrumento. Están los buenos interrogadores, por ejemplo, los que tienen la habilidad para preguntar. Ellos dicen en el libro que su trabajo consiste en llegar al final del proceso sabiendo más de la vida de la víctima y de cómo era la víctima que la propia víctima. Los buenos interrogadores deben saber arrancarle palabras a los malos y a los buenos, y deben tener una grandísima atención al detalle. Luego están los que saben escribir. Esta es una tarea importantísima y que la gente desconoce. Cuando un investigador redacta una diligencia no solo la tiene que entender el fiscal y el juez, sino que tiene que componer una historia entera. Es casi como un novelista, si me apuras, pero sin adornos de ningún tipo y sin ninguna conjetura. Además, según se haga este trabajo de escritura, el contenido de ese texto se tendrá que defender posteriormente ante un jurado. También hay que saber hacer vigilancia durante el tiempo que haga falta, esas tronchas y apostaderos de los que hablo en el libro, o saber que si persigues al malo puedes empezar tu jornada de trabajo en Madrid y acabarla en Francia. También es importante en el grupo el que tiene contactos y el que está relacionado con otras unidades. Es decir, se trata de equipos donde cada cual debe tener una habilidad concreta y en el que todos ellos han de tener una enorme empatía con las víctimas y sus familiares».
El libro está lleno de datos curiosos. El recoge-vainas del asesino de la baraja, fabricado mediante una bolsa de ajos acoplada al arma, el caso del asesino Morate, que no quiso compartir celda con Patrick Nogueira por miedo, el brutal asesino del crimen de Pioz, o el libro de autoayuda El caballero de la armadura oxidada que se encontró en casa de José Bretón. Se ha hablado muchas veces del ingenio de la mente criminal. ¿No es su candidez, a veces, igualmente perturbadora? ¿Se magnifica la inteligencia de los asesinos?
«En mi opinión la mayoría de los asesinos son bastante torpes, lo que ocurre es que cuentan con una serie de herramientas que dificultan las investigaciones. Los medios de comunicación y los propios juicios, desde que se televisan, han desvelado muchas de las técnicas policiales que se utilizan para atraparlos. Por ejemplo, se comenta en el libro por parte de uno de los investigadores que nadie habla ya por teléfono, que ya no se consiguen confesiones mediante escuchas telefónicas. Hay otra dificultad añadida y es que, según la nueva ley de enjuiciamiento criminal, el detenido tiene derecho a hablar antes con su abogado que con los investigadores. En esa primera charla que ellos tienen sin que haya abogado, y que luego no sirve de cara a un juicio, a los investigadores sí que les sirve de mucho porque supone coger a alguien fresco y poder aplicar esas técnicas de interrogatorio. Si pierdes esa baza pocas te quedan. Por tanto, ni existe candidez por parte de los investigadores ni existe una inteligencia arrolladora por parte de los asesinos. Muchos casos se frustran por cuestiones menores y muy baladís. Unas escuchas que se autorizan pero que no están bien fundamentadas y que posteriormente te anula un juez. O alguien que se equivoca haciendo una diligencia, por ejemplo. Basta un pequeño error para que todo el caso se vaya al traste».
Dedicas un capítulo completo a las desaparecidas, mujeres que han sido asesinadas casi con toda probabilidad a manos de sus exparejas, pero que no formarán parte de las estadísticas de feminicidios porque sus cuerpos no se han encontrado. Dices en el libro que «el infierno muchas veces está en la alcoba». ¿Qué significa para ti esta parte del libro?
«Hay gente que me ha dicho que este capítulo se salía un poco de la tónica general, pero en él está la Cruz Morcillo de verdad, porque mi compromiso siempre es con las víctimas. Estas personas no han tenido ni reparación ni justicia ni probablemente la vayan a tener, por distintas circunstancias. Igual que le rindo homenaje a los cuatro investigadores del libro, este capítulo era mi forma de rendirle homenaje a las víctimas y a sus familias. Llevo muchos años de compromiso contra la violencia machista, por eso quería dejar constancia de la memoria de estas mujeres desaparecidas».
Hacia el final del libro hablas de las otras tribus que conviven alrededor de la investigación criminal. Jueces, fiscales, abogados, investigadores, informantes, médiums, etc. ¿Qué hay de tu tribu, de la tribu de los “suceseros” como tú los llamas? ¿Cuál es vuestro mayor tabú?
Hay una frase que utilicé en el libro de Asunta y que creo que describe bien esta cuestión. Ser periodista de sucesos no te inmuniza respecto al dolor, más bien sucede al contrario, por eso digo que «nuestra mochila se llena de infiernos ajenos, y esa mochila cada vez pesa más». Los tabúes de mi profesión son básicamente dos: el primero, no perjudicar bajo ningún concepto una investigación policial, porque ninguna exclusiva merece perjudicar una investigación. Y en segundo lugar: no herir innecesariamente a las víctimas. Es decir, no hay que esconder nada pero no hay que recrearse en hacerle más daño aún a los familiares de las víctimas. Fuera de eso creo que hay pocas líneas rojas. Los periodistas de sucesos no somos ni mejores de peores que otros compañeros, pero sí somos un poco peculiares. Dicho con todo el respeto, no es lo mismo ir a una rueda de prensa que acudir al levantamiento de un cadáver, como tampoco es lo mismo ir al tanatorio a hablar con una familia que ir a hacerle una entrevista a un empresario.