Eva Serrano (Círculo de Tiza): «Para entender el mundo necesitamos huir de lo trillado»
Una charla con Eva Serrano, editora de Círculo de Tiza, sobre la honestidad, la falta de pretensiones y (sí) sobre Ana Iris Simón.
Hay personas con ese no sé qué chispeante en la mirada que te dice que a su alrededor pasan cosas. Eva Serrano, editora de Círculo de Tiza, es una de ellas. Alegre y estimulante, se mueve entre la intensidad y la ligereza con la facilidad de quien está abierto al mundo de par en par. No hay asomo de cinismo, pretensiones o arrogancia intelectual –tan comunes en el sector–. No lo hay en ella y, por lo que sea, tampoco en sus autores.
Dirigía el gabinete de comunicación de una multinacional hasta que decidió dejar de hacerlo y –vidas hay las que uno quiera– dedicarse a la edición. Unos años de experiencia en las grandes casas, mucha criba, muchos ‘noes’ y muchos libros malos –«no todo el que tiene una historia tiene un libro»–. Así estaban las cosas cuando se topó con Los suicidas del fin del mundo, aquel reportaje de Leila Guerriero sobre los suicidios en la Patagonia remota que acabó siendo un libro. Una historia que, así de primeras, a quién le importa. Que qué tiene que ver con la vida de un lector español. Pero que resultó que sí importaba y que, como toda buena historia, tenía todo que ver. Es eso, precisamente, lo que une a los autores de Círculo de Tiza: sus historias son honestas porque escriben de lo que conocen, y es esa honestidad lo que consigue que, para el lector, cada uno de esos mundos particulares sea un espejo. La propia Guerriero, Caparrós y Manuel Vincent fueron los primeros fichajes –«Fue gracias a Juan Cruz, que es de una generosidad extrema»– y otros siguieron. Autores que ya tenían su sitio y jóvenes en busca del suyo porque, como decía la lavandera en El círculo de tiza caucasiano, la obra de teatro de Bertolt Brecht, «como nadie te quiso, te tengo que querer yo».
¿Con qué sensación te quedas, la editar a un autor consagrado o la de descubrir una joya?
Con las dos. Lo primero es menos arriesgado, aunque no menos difícil. Hay que ordenar los textos que quieren incluir en el libro, descartar muchos, buscar el hilo conductor. Amparada por gente ya muy respetada, como Vila-Matas, Félix de Azúa o Pedro Cuartango, conseguí ir atrayendo a gente más joven. Todos los años tengo a algún súper establecido, pero lo que más me gusta es encontrarme a los Santi Isla o a los Javier Aznar, no te hablo ya de Ana Iris… Y así ha sido. Mis hijos me sirven un poco de guía para saber qué interesa, qué inquieta; y me daba la impresión de que, entonces, a las grandes editoriales no les interesaba eso. Ahora sí. Libros del Asteroide se ha quedado con dos autores míos; Santi va a publicar con Lumen… La gente a veces me dice: «¿Pero no te da rabia que se vayan?» Y a mí, en realidad, me parece normal. Asumo que soy como el Rayo Vallecano y que, si eres muy bueno, va a venir el Real Madrid y te va a fichar.
Es una opinión inusual… la gente suele poner el grito en el cielo por los cambios de editorial.
Bueno… puede ser. Creo que la generosidad no es sólo generosidad, es también que sea bueno para ti. Es decir, yo tengo que conseguir que gente interesante se arriesgue a publicar conmigo porque piensa que soy un trampolín para su carrera, y eso es lo que estoy construyendo. Si soy banquillo para los que van a jugar en primera, pues ya me caracteriza una cosa.
¿A leer se aprende?
Creo que sí, pero si te has habituado a la lectura desde pequeño. Yo estuve mala de pequeña y no había tele, pero sí muchos libros, y así empezó. Obviamente, no fomentas la lectura obligando a un niño de 12 años a leerse el Lazarillo de Tormes. Yo, si fuera profesora de literatura, dejaría que cada uno trajese el libro que quiera para descubrir el placer de estar en silencio e imaginar un mundo que otros han creado.
Eso sí, me ponía muy nerviosa la gente que salía en vídeos durante el confinamiento con toda su biblioteca detrás. Leer no te hace mejor persona. Si se te da mejor otra cosa, vete a hacer otra cosa. Hay una especie de endiosamiento del libro que no entiendo. No desprecio a los libros malos, los que solo buscan entretener. Permiten que los libreros trabajen, que vendan libros.
Entonces, ¿debemos preocuparnos? ¿Ya no hay lectores?
Siempre va a haber alguien que tenga necesidad de escuchar una historia; no se acaban los lectores. ¿El libro tal y como lo conocemos? Puede ser. Se ha escrito en piedra, papiro, papel, procesador de textos… Lo interesante es encontrar a alguien que se deje la vida en contarla. Horas y horas de soledad. Es difícil. Yo siempre les digo que se sujeten las ganas, que intenten no escribir, que sólo lo hagan si no pueden aguantárselas. Las historias nunca se van a acabar. Me sorprende, eso sí, que siga habiendo autores.
Pero hay muchísimos. Más que lectores.
Pero muy malos. Yo a eso no les llamo autores. Autor es quien tiene una voz propia.
¿Qué te hace saltar la alarma de «este no»?
Cuando es la historia de mi abuelo de la guerra… no. Faltas de ortografía, por supuesto que no. Y hay muchísimos con ellas. Tres páginas que empiezan con una historia incomprensible y en la cuarta dice «Y entonces me desperté»: fuera. El exceso de adjetivación, las frases subordinadas larguísimas, un narrador omnisciente que sabe todo pero no encaja… La literatura que funciona es la más simple. La gente que en vez de decir «porque» dice «ya que»: pues no.
Tener una historia no es tener un libro. Escribir es un oficio y la literatura un artificio. Al oficio –manejar el tempo, dominar las elipsis– le metes esa mirada para que consiga emocionar. Yo quiero eso, que el lector se emocione con los libros que edito. Puede estar de acuerdo o en desacuerdo. La gente que lee libros con los que está de acuerdo de antemano y para que le cuenten lo que ya sabe…
Algo habitual.
Es una zona de confort que está bien, pero los libros te tienen que interpelar. O conectarte con otras personas o conceptos que amplíen tu círculo. Yo hago libros para ‘semicultos’. No soy experta en nada. No puedo leer a Nietzsche del tirón porque no lo voy a entender. Pero me interesa, tengo curiosidad, quiero aprender más. Y los libros que edito aquí sirven para eso, para tener hilos de los que tirar. Libros que te dan la mano y te llevan a conocer a otros, a los que estaban antes, a esos ‘consagrados’. Te dan el contexto para suscitar tu interés.
¿Qué tiene que tener un libro?
Honestidad. Virginia Galvín hablaba de lo que conoce (qué le pasa a una mujer después de los 50 años), Santi Isla, Ana Iris… todos hablan del mundo que conocen. Todos han leído muchísimo, pero son buenos en contar lo que de verdad les toca. No sé si los siguientes libros que escriban podrán ser tan honestos, tan libres y tan faltos de prejuicios como lo han sido conmigo.
Dudaba si preguntarte o no por Ana Iris, porque no acabo de verle el sentido a todo esto, pero ya que estamos…
Un editor sólo es alguien que tiene la oreja abierta. No tienes por qué saber de corrección ortográfica ni de números, si me apuras. Sólo una oreja de un tamaño descomunal. María Jesús Espinosa de los Monteros me mandó un artículo en el que Ana Iris hablaba de su familia feriante y me dio curiosidad. La llamé, la conocí y se saltaba todo lo previsible. Me pareció una persona sin prejuicios y con una historia muy interesante que contar.
Escribir es doloroso, pero la ventaja de los muy jóvenes, los menores de 30 años, es que no les duele y no tienen miedo al fracaso. Escriben lo que quieren, y eso, para mí, es un regalazo. En el próximo libro, supongo que Ana Iris tendrá más cuidado.
O no.
O no, porque ella no era consciente de que estaba saltando el fuego. Se lo han hecho ver.
No he leído ‘Feria’ y por eso no quería preguntarte; pero leí entrevistas en su momento, y no percibí ni al libro ni a ella como algo político.
La cuestión es que hemos hecho de la política –como de tantas otras cosas en las relaciones humanas– tal mentira y tal impostura, que cuando alguien simplemente dice lo que habla cualquier joven en una terraza, parece que está diciendo «el emperador va desnudo». Lo que ella dice de «no me puedo casar, no puedo tener hijos, no tengo casa, vivo de trabajos temporales» me parece algo que está en todas las conversaciones. Pero Feria no sería interesante si se dedicase, simplemente, a decir eso: lo obvio. A mí me pareció un libro bellísimo. Ella, simplemente, habla de lo que conoce. De ahí salen reflexiones, como eso de para qué ir a la feria si hoy es una feria cualquier sitio o qué es la modernidad –«yo me vine huyendo de mi pueblo para encerrarme en un piso compartido con cuatro y no tengo nada más que una librería de Ikea y cinco conexiones a plataformas de streaming. Si esto es ser moderno, es un asco»–. Pero, sin más, contraponiéndolo a la historia de su familia. No pretendía hacer un libro político. Y eso que venía de una familia comunista, con la bandera rusa y la china en el comedor, muy de película de Almodóvar.
Era otro tipo de política, también.
Sí. Más real. No la de la resiliencia transversal feminista de comercio de proximidad. Que son palabras que juntan para construir un discurso que nadie sabe, en realidad, lo que es. También creo que después de la pandemia muchos se han replanteado su vida y han mirado hacia atrás. No me parece que diga nada que no sea obvio, pero es que escribe muy bien.
Cuando Manuel Jabois me llamó para hacerle un perfil –ella no atendía a nadie porque estaba a punto de dar a luz– yo sólo le pedí una cosa: que no diese la imagen de Ana Iris como una chica de pueblo que ha salido muy graciosa y muy simpática, como si fuera Marisol. Es una persona cultísima. Una niña que, desde pequeña, está hablando en casa con su padre de temas muy sesudos, preguntándole por qué los pobres no tienen patria, por qué yo tengo que ser atea. Con un padre educado en la dialéctica marxista. Ahí se hablaba de todo. Este libro no es casualidad. Esa superioridad intelectual de la izquierda esta niña la ha descolocado en dos minutos.
Eso que ha hecho en ‘Feria’, ¿es periodismo o literatura?
Yo no creo que haya un tipo de periodismo –si queremos meterlo en un libro– que no sea literario. Los grandes escritores de la década de los 50, todos vivían del periódico. Las grandes novelas del S.XIX se escribían por entregas. Me gustan los columnistas y los cronistas. La realidad contada con todos los elementos de la literatura. Además, ahora estamos en un mundo con mucho ruido y queremos que alguien nos lo intente explicar como un relato. Entonces, ¿qué es el libro de Ana Iris? Pues periodismo narrado literariamente.
¿Está en un buen momento el columnismo español?
Hay mucha gente que lo crítica, que dice que hay exceso de firmas. Yo creo que ha estado siempre en un momento excepcional. Además, hay un cambio generacional que ha tardado mucho en darse y era necesario, porque el mundo no se puede narrar hoy como se hacía hace 20 años. La gente quiere entender, y la novela como género literario está un poco en desuso, por eso hay tanta autoficción ahora mismo. Yo, para leer una novela, veo The Wire o Los Soprano. O sea, estoy exagerando, no es real este ejemplo, pero quiero explicar que en ese tipo de material audiovisual tienes los elementos de una novela. Es difícil competir con eso por escrito. Y, sin embargo, una aproximación a la realidad huyendo de lo más trillado es algo que necesitamos para entender el mundo y, también, los libros son un ejercicio de melancolía.
¿En qué sentido?
Todos estamos atravesados por el tiempo y tú escribes sobre aquello que pierdes, en general. Si no, ¿para qué escribir? Intentas retener un instante. La gran novela americana es siempre una novela sobre la familia. ¿Por qué? Porque la familia en Estados Unidos ya no existe.
Los columnistas y los cronistas españoles están escribiendo sobre el mundo que se termina, sobre una generación que ya no va a existir más y sobre el pánico que les da a ellos ser los siguientes que lleven el peso. Todo el tiempo escriben sobre eso.
Un poco esa aspiración a vivir el presente con herramientas del pasado.
Es posible mirar el presente con la mochila del pasado, de otras voces y otras vidas. Tu generación tiene una mochila y un futuro incierto y, ¿de qué va a escribir? Pues de eso.