Cristina Rivera Garza: «La curación, si existe, solo es posible si se hace justicia»
‘El invencible verano de Liliana’ (Literatura Random House, 2021) es la historia de una joven que, como tantas otras, murió a manos de su pareja en una época en la que la palabra feminicidio no existía y la opinión pública criminalizaba a las víctimas
Hace veinte años, cuando todavía no existían las palabras para identificar, juzgar y condenar estos delitos de carácter machista, Liliana, la hermana de la escritora Cristina Rivera Garza era asesinada por su expareja, quien se dio a la fuga y todavía sigue impune en paradero desconocido.
Dos décadas después, tras recuperar el diario y las cartas dejadas por Liliana, la escritora mexicana se enfrentó a los hechos para reconstruir, a través de las palabras de su propia hermana y de quienes la conocieron, lo sucedido en busca de una justicia que todavía no ha llegado. El invencible verano de Liliana (ed. Literatura Random House) es la historia de una joven que, como tantas otras, murió a manos de su pareja en una época en la que la palabra feminicidio no existía y la opinión pública las criminalizaba a ellas, a las víctimas.
Como usted misma señala, ¿tardó mucho en escribir el libro porque no existía el lenguaje para hacerlo?
Puedo asegurar que soy honesta cada vez que digo que intenté escribir este mismo libro antes, pero no pude. Intenté escribirlo en otro registro distinto al que finalmente he utilizado; intenté, sobre todo, utilizar la ficción, pero siempre fracasé. No pude escribirlo hasta hoy, hasta que no encontré, en primer lugar, los documentos de mi hermana, todas aquellas páginas que ella escribió sobre sí misma, y también hasta que no tuve el lenguaje para hacerlo. Se trata de un lenguaje que antes no existía, pero que ahora, en este contexto social en el que estamos dirimiendo asuntos muy importantes en torno a las relaciones de género, sí existe. Por esto, me siento muy agradecida a todas las manifestaciones feministas que han hecho posible que se consolide este lenguaje feminista sin el cual sería imposible contar las historias de violencia contra las mujeres fruto del papel hegemónico del patriarcado. Es gracias a estas grietas en el lenguaje del patriarcado y gracias a la posibilidad que tenemos los escritores de crear estructuras distintas y armar nuevos relatos que es posible escribir un libro como El invencible verano de Liliana.
En relación con el lenguaje y sus carencias, hay que recordar que hasta 2012 no existía el concepto de feminicidio.
Efectivamente. Las palabras no son simples decoraciones, son acciones. Una palabra puede convertirse en ley. Es una conducta, es una actividad y es también una resistencia. En 1990, cuando mi hermana fue víctima de feminicidio, el relato que había en torno a casos como el suyo era otro. Incluso entre los biempensantes, el relato que predominaba era el que culpabilizaba a la víctima, el que sostenía que algo debía haber hecho la víctima y que ella era en parte la que había provocado su muerte. Son mucho los relatos sobre el feminicidio que culpan a la víctima y exculpan al depredador. Por esto es tan necesario transformar el lenguaje público como la pericia técnica para construir relatos que, desde su raíz, planteen una crítica al modo en que el patriarcado nos propone que contemos nuestras vidas.
Volviendo a lo que comentaba antes, ¿una historia así no podía o no merecía ser contada desde la ficción?
Desde siempre he tenido una relación difícil con la ficción y, de hecho, la he criticado de forma generalizada. Lo han dicho muchos autores, pero estoy bastante de acuerdo con lo que dice el autor noruego Karl Ove Knausgård: en un mundo donde todo es ficción, ¿qué poder puede tener la ficción? De ahí que, como te decía, he escrito una serie de críticas a la ficción tradicional, a la convencional. A mí, por el contrario, lo que siempre me han interesado mucho son las escrituras que he definido como «desapropiativas» en las que convoco e invoco las escrituras y experiencias de otros para que formen parte material de mis libros. Hay operaciones estéticas que hay que considerar y llevar a cabo para conseguir que la unión de todos estos discursos termine funcionando como libro. A mi hermana Liliana le arrebataron la vida y la palabra y, por tanto, para mí era muy importante plantear el libro de tal manera que en él no se le volviera a arrebatar la palabra. Es decir, quería que fueran sus palabras y sus escritos los que guiaran mis decisiones estructurales, mis decisiones en torno al lenguaje y, por tanto, mis decisiones en torno a la forma del libro. Trabajé respetando la naturaleza del archivo y, más específicamente, la naturaleza del archivo que Liliana hizo de sí misma. Y creo que esta manera de trabajar a partir de un archivo contribuyó a dotar el libro de una sensación de inmediatez.
En efecto, a las víctimas no solo se les arrebata la voz, sino que luego son muchos los que postulan para hablar en su nombre.
Exacto. Yo estoy en contra de esa idea de que los escritores dotan de voz a quien no la tiene. Me parece un acto de imperialismo y de colonialismo tremendo. Como mucho, lo que hacemos los escritores o, por lo menos, lo que yo hago es construir un contexto textual dentro del cual los textos de otros y sus experiencias encuentran un lugar en el que es posible ampliar nuestra capacidad de escucha. Me gusta pensar en la posibilidad de que ciertos libros puedan tener la capacidad de expandir la conversación para honrar las experiencias y las palabras de otros, que forman parte del libro en sí.
¿No cree que el archivo se ha convertido en un material recurrente en literatura?
Sí, el archivo está muy presente en muchos libros contemporáneos, aunque no solo. De hecho, diría que estamos escribiendo a partir de archivos desde hace por lo menos dos décadas. Yo soy historiadora así que tengo una especial cercanía con ellos. Considero, de hecho, que el trabajo del historiador se define precisamente por visitar y consultar archivos. La búsqueda y el hallazgo de distintos archivos ha influido muchísimo mi escritura. En el caso de El invencible verano de Liliana, fue un privilegio encontrar el archivo que mi hermana hizo de sí misma. No se trata de un archivo grandilocuente ni profesional de cosas terminadas. Es más bien un archivo de la vida cotidiana; sus notitas y apuntes del día a día me permitieron pensar en otra narrativa gracias a la cual podía sortear, por un lado, el peligro de convertir a la víctima en un ser pasivo y, por el otro, de caer en la pornoviolencia.
En el libro los lugares juegan un papel muy importante…
Sin duda. Los lugares son tan importantes como para convertirse en personajes. En nuestros tiempos, cuando se habla de la Ciudad de México en el extranjero se habla principalmente de la Colonia Condesa y de la Colonia Roma. Son indudablemente preciosas, pero no hay que olvidar que la Ciudad de México es un monstruo enorme con 20 millones de habitantes con zonas muy distintas. Por esto, para mí era muy importante que entráramos en la historia de Liliana por Azcapotzalco, una delegación de Ciudad de México industrial, para nada guapa y donde se ubicó el campus de la Universidad Metropolitana, donde estudiaba mi hermana. En el libro, Azcapotzalco es un personaje y lo es porque yo no quería construir una historia ensimismada. El invencible verano de Liliana no es una biografía individual, es una historia personal y, como tal, tiene una serie de conexiones y dependencias con otras historias. Y tan importante es Azcapotzalco como el lugar desde donde yo estoy enunciando como escritora. Por esto, aparece Houston, que es donde yo resido, aparecen los viajes, las caminatas… Porque importa desde donde hablamos, importa desde donde enunciamos cuando estamos tomando decisiones estéticas y éticas con respecto al lenguaje.
Este interés por estas otras geografías mexicanas ya estaba, sin embargo, presente en otros de sus libros; pienso sobre todo en Biografía del algodón.
Sí, hay un interés ahí y tiene que ver con lo que yo he llamado «escrituras geológicas». Se trata de escrituras para las cuales el territorio de la acción y el territorio desde el cual se enuncia son fundamentales para el trabajo de construcción del relato. Me importan mucho los archivos, los documentos, las voces… Pero me importa también mucho poner el cuerpo en el territorio y ver cómo nos afecta al cuerpo propio y al cuerpo del lenguaje el compartir determinados espacios y/o territorios. Como digo en el libro, quería poner mis pies sobre las huellas de Liliana en los lugares donde sé que ella estuvo. No creo que los espacios reales sean agravantes contra la imaginación; más bien creo que son acicates para otro tipo de imaginación.
Recientemente, en su texto El desamoblamiento, decía que para escribir este libro necesitó aislarse en una casa sin muebles. ¿Vaciar el espacio para volverlo a llenar?
Los libros nunca se escriben de forma aislada, siempre hay una conversación interna entre los otros libros que he escrito. Cuando empecé a escribir El invencible verano de Liliana no entendía por qué tenía una necesidad muy grande de estar sola y, además, de no tener nada a mi alrededor. Entonces recordé el artículo de Paul B. Preciado en el que describía paralelamente su etapa de transición con el apartamento vacío que había rentado. Y vi que había una similitud entre su situación y la mía. Y es que este libro es una reconstrucción total de quien soy. Tras haberlo escrito tengo que reconsiderar mi relación con todo: con el espacio, con los objetos, con mi propia historia, con la gente que me rodea… Y para poder reconstruirme y replantearme todas estas relaciones era imprescindible estar un lugar vacío de todo.
¿El duelo llega así a su fin con esta reconstrucción o no se agota?
Quisiera saber la respuesta a esta pregunta. Lo que me imagino ahora es que, a partir de ahora, entraré en una modalidad nueva del duelo. Hay una pesadumbre y no un dolor que no se va a acabar. En este sentido, escribir un libro ayuda en este proceso de rearticulación tanto hacia dentro como hacia afuera. Las respuestas del libro han sido de gran empatía y de afecto y permiten a que cambie la naturaleza de un duelo que mi familia y yo hemos llevado de manera muy privada y silenciosa. En este sentido, ahora estamos en otra etapa; somos conscientes de que no vamos a recuperar a Liliana, pero también de que está muy presente. Siento ahora un mayor alivio, pero el duelo sigue, no hay curación. Creo que la curación, si existe, solo es posible si se hace justicia. Yo sé que voy a vivir con el duelo siempre.
En relación con la justicia, usted denuncia la impunidad que todavía hoy envuelve los feminicidios.
La impunidad es alarmante y no solo en México. Los índices de impunidad son enormes: más del 90% de los feminicidas logran burlar la justicia. Un hombre violento sabe que puede matar a una mujer y que muy probablemente no le vaya a pasar nada. Hay impunidad y es al estado a quien le toca poner soluciones. Y hay también por parte de algunos sectores de la sociedad civil una naturalización de la violencia de género, una naturalización que lleva a madres, hermanas, familiares y amigos a encubrir al feminicida bajo la idea de que «algo le habrá hecho la chica».
Y este discurso que criminaliza a la víctima ¿es lo que provoca que la violencia machista se viva en silencio e, incluso, con vergüenza?
A mí me costó muchos años entender las dinámicas del duelo en familias como la mía, es decir, familias que han perdido a una hija o a una hermana por feminicidio. Se trata de un duelo muy particular. Toda pérdida provoca un duelo, pero cuando la pérdida se da en un contexto de violencia y, sobre todo, de una violencia que no supimos identificar en su momento, el duelo se torna en algo muy tortuoso y perverso. Y todavía se torna peor si tienes en consideración el contexto: una sociedad que culpabiliza a la víctima hace que sea todavía más difícil asumir la pérdida y proponer un discurso alternativo. Por esto, me llevó tantos años escribir este libro.
Y de esta manera, la literatura se convierte en un arma política.
Esto es fundamental. Una de las grandes posibilidades que ofrece la escritura es poder construir otro tipo de narrativas. No estaremos en los juzgados proponiendo nuevas leyes ni estaremos en el parlamento promoviendo nuevos protocolos de cuidados para los hospitales, pero, como escritores, lo que sí podemos hacer a través del lenguaje es un gran trabajo de ingeniería, tomando decisiones que son éticas y estéticas a la vez, para así contribuir a presentar narrativas no solo distintas, sino críticas. Es decir, narrativas que nos permiten ver un presente y, sobre todo, un futuro diferente. Estoy convencida de que todo libro y, más en general, toda escritura está comprometida, lo que sucede es que algunos escritores se comprometen con el estado de las cosas y otros, con la voluntad de cambiar el estado de las cosas. Yo siempre he estado con el segundo equipo.
Usted tiene un ensayo dedicado a la «escritura comunitaria». ¿Un rechazo a la voz única del autor?
Sí, ese ensayo responde a mi voluntad de hacer una crítica radical al autor como individuo y presentar la función autoral como una práctica comunitaria. Por esto, aquí era importante para mí dejarme llevar por la voz de Liliana, introducir la voz de sus amigos, dejar que se escucharan el eco de la voz de mis padres… y hacer que todo esto conformara una serie de capas que nos ayudan a aproximarnos a un hecho que nunca vamos a conocer en su totalidad. Liliana murió hace treinta años. En ese suceso intervinieron personas que ya no están, personas que han huido o que no quieren hablar.
De hecho, se podría decir que en el centro del libro hay un vacío.
Exacto. Y en este caso lo que no se puede conocer es el expediente. El libro es una reconstrucción no institucional de un expediente que estoy buscando y no encuentro. En este sentido, es sobre lo no dicho que se sostiene todo el libro como tal.
Usted vive y escribe desde hace años en Estados Unidos. ¿Qué le ha dado esta distancia a la hora de mirar y escribir sobre México?
Llevo más o menos treinta años viviendo en Estados Unidos, los mismos treinta años de los que hablo en libro. Ahora, mirando hacia atrás, entiendo que me fui a Norteamérica en un esfuerzo de curarme y olvidar lo ocurrido, pero también huyendo de un país feminicida. Por supuesto, Estados Unidos tiene sus violencias de género y sus feminicidas, pero, al menos, en los ambientes en los que me desarrollado que son los académicos, las relaciones están más reguladas. Por otro lado, Estados Unidos es el segundo país, después de México, donde más se habla español. Aquí, somos en torno a 50/60 millones los hispanohablantes y, por tanto, el español no puede considerarse una lengua extranjera en Estados Unidos. Este hecho ha tenido una influencia enorme en cómo escribo, en mi relación con el lenguaje y, evidentemente, en mi relación con México. No vivo allí, no estoy en el tráfico de cada día, pero, al estar en Estados Unidos, tengo una distancia relativa en el sentido que puedo mantener una relación muy cercana, muy orgánica y a la vez muy crítica con mi país.
Como he preguntado a otros autores, ¿en estos últimos años el español se ha convertido en una lengua de resistencia?
Me gustaría pensar que sí. Nosotros en la Universidad de Houston creamos estudio de español a nivel de doctorado, algo que no existía entonces en ninguna otra universidad, y lo hicimos justo el año en que Trump comenzó su macabra presidencia. Para mí, fue un acto de militancia. No podía hacer nada para que regresara el español a la web de la Casa Blanca, pero sí podía asegurarme de que los escritores en español de Estados Unidos tuvieran el apoyo institucional, sobre todo a la hora de hacer un doctorado. Ahora bien, hay que ser cuidadosos. El hecho de que hablar español, lengua sin ejército ni estado en Estados Unidos, pueda ser un acto resistente no implica que no haya hablantes de esta lengua que toman decisiones de otro tipo con respecto a la vida cultural y política estadounidense. Lo que quiero decir es que no asumiría como algo universal el carácter resistente del español en Estados Unidos, simplemente lo asumiría como posibilidad, sobre todo teniendo en cuenta la situación precaria de los hablantes en español, casi todos miembros de la clase trabajadora.
¿Se siente esperanzada ante la era Biden?
Hace poco vino la vicepresidenta Harris y les dijo explícitamente a los migrantes de Centro América que no fueran a Estados Unidos. ¿Qué puedo decir? Estados Unidos es un país hecho de migrantes. Quien ha traído aquí la riqueza son los migrantes. Y que la vicepresidenta de un gobierno que supuestamente inaugura una nueva era diga esto… Pero bueno, al menos, no es Trump. Hay que ser críticos, estar siempre en un estado de alerta. No olvidemos que hubo muchísimos deportados durante el gobierno de Obama. El hecho de que sean de un partido o de otro no tiene necesariamente su reflejo en las políticas migratorias. De todas formas, de lo que no hay duda es que los años de Trump no se los deseo a nadie.