Fue en 2018 cuando el editor de Páginas de espuma, Juan Casamayor, leyó por primera vez a Katya Adaui y, de inmediato, supo que la escritora peruana afincada en Argentina tenía que incorporarse a su catálogo para compartir estante con otras de las más relevantes autoras latinoamericanas actuales de relatos.
Ahora, tres años después, Páginas de espuma nos presenta Geografía de la oscuridad. En este libro de relatos, Adaui indaga en la figura del padre a través de las voces de los hijos que se aproximan a ella, conscientes de su ambigüedad. Rescatar al padre implica comprenderlo desde sus lados más luminosos, pero también los más oscuros.
En Geografía de la oscuridad, lo más oscuro es el padre, una figura ambigua, que conduce a la salvación, pero también al naufragio. ¿Qué es lo que más le llamaba la atención de la figura del padre?
Pensaba en esta plegaria atendida: soy padre, ¿ahora qué hago con eso? Tipos comunes y corrientes, no heroicos, no invencibles, no fracasados ni conquistadores, que dan por seguro el techo, los afectos, los sobreentendidos o que, pese al potencial de su amor, toman decisiones equivocadas.
Una de las cosas que cabe destacar de los relatos es que en ellos los hijos toman la palabra para desmontar el relato.
Desmitificar la narrativa paterna trae confrontación. Querer ver pese a todo y la urgencia de nombrar pueden generar un rechazo, mejor dejemos las cosas como están porque así han sido siempre. En estos cuentos los hijos no se vengan, sino que se apropian y celebran la osadía del propio lenguaje, un lenguaje nuevo que les permite dar cuenta del mundo que los rodea.
¿Crecer es ser capaces de ver quién fue realmente nuestro padre?
Adolescencia viene de adolecer, de sufrir, a partir de esos años, los catorce, los quince, comenzamos a desidealizar, a notar los errores. Eso genera un malhumor y un no saber estar. Algo se desencaja. Son falibles, son humanos, qué tremendo. Y los padres llaman a esta época: rebeldía. Los errores de los padres conviven con sus esfuerzos sobrehumanos. Esa es la ambigüedad, la lucha del día a día, por ser mejor y no poder. O poder y no querer. No siempre se puede, pese al deseo, y así es la vida.
Por tanto ¿hacerse adulto implica intentar desprenderse de ese «léxico familiar» en el que crecimos para construir nuestro propio léxico?
Con suerte, aprender a desprenderse del elogio y del insulto, de la cosa sentenciosa: nunca has podido y nunca podrás; claro que lo harás, tú lo puedes todo. Ir perdiendo la necesidad de esa mirada que aprueba tanto como reprueba.
Te he preguntado sobre la figura del padre por su centralidad, pero la madre está casi siempre presente en estos relatos.
Las madres en estos cuentos aparecen poderosas, incluso más fuertes que los padres, su corporalidad, su materialidad, también está hecha de lenguaje. En la infancia, el terror del niño es que la madre se muera. Le teme a la oscuridad porque la madre se va a dormir y durante esas horas desaparece. Frente a esa posibilidad se siente solo y perdido.
Junto al distanciamiento de la figura del padre, también vemos un movimiento de acercamiento, sobre todo cuando ese padre ya no está, como en el último relato. ¿En este doble juego, de rescate y alejamiento, qué papel tiene la escritura?
La escritura es pendular, va, mira y roza, se vuelve a ir. Relojea. Da cuenta de la ambivalencia, como tú dices: rescatar y alejar. El ciclo de lo unheimlich: lo familiar volviéndose siniestro y al revés.
Algo que define los relatos es la tensión de las relaciones descritas, una tensión que se traslada en la escritura, en frases que parecen, a veces, oponerse las unas a las otras.
Discutir es un acto de amor: uno solo discute con quienes quiere, con quienes vale la pena pelear. Vengo de una infancia bíblica: honrarás a tu padre y a tu madre. Pero en la escritura no hay instancia sagrada o superior. Los vínculos están para ser cuestionados, cuanta más intimidad y más amor, más dolor.
La figura del elipsis es recurrente, tensiona la escritura y también sirve para plantear la figura del padre desde la ausencia o como algo no se puede aferrar. ¿La elipsis es la plasmación de la imposibilidad de aferrarlo todo?
La elipsis narra por lo que calla. No destaca la ausencia, ni subraya la presencia. Dosifica, posterga, enhebra, va construyendo puentes entre silencios. No se puede contar todo. Es mejor callar y dejar que lectoras y lectores completen contigo. Pienso en Walter Benjamin y su «solo se puede escribir en fragmentos». Párrafo a párrafo, una unidad que podría vivir sola, pero responde a un movimiento de conjunto que va hacia un final. Escribir y leer generan correspondencias, un viaje amoroso de ida y vuelta, un pacto sensible.
En su reseña, Marta Sanz señalaba que tu modo de representación de una «realidad organizada en familias con signatura y sociedades-colmena» hace que las cuestiones, que muestres su carácter aparente. ¿Tus relatos son un cuestionamiento de lo que creemos que es la familia?
Escribo buscando no asfixiar toda vida: ni denostar ni idealizar. Siempre dejarle un espacio a la ternura. No concibo el mundo sin ternura, tampoco la escritura. Aquí entra Vivian Gornick. Madre, padre, familia: apegos feroces.
Pero, según el título, la familia es un espacio oscuro…
Pero también luminoso.
Con este libro, te sumas a un catálogo donde destacan grandes autoras del relato hispanoamericano contemporáneo como pueden ser Samanta Schweblin, María Fernanda Ampuero, Mariana Enríquez o Mónica Ojeda…
Hemos llegado a una eclosión impostergable que rompe varios prejuicios al mismo tiempo.
¿Qué te acerca y qué te aleja de todas ellas?
Nos acerca el lenguaje y la época. También la curiosidad y el reconocimiento entre pares. Aunque yo no me mueva en ciertos géneros, como fantástico o terror, disfruto muchísimo leerlas y las celebro.
Eres peruana y vives en Argentina. ¿Cuál es tu cartografía literaria?
Me siento muy afín a la escritura de Cronwell Jara, Carmén Ollé, Claudia Ulloa Donoso, Ulises Gutiérrez, por ahí se va armando mi cartografía afectiva. Yo leo a mis contemporáneos. Vivir en Argentina es también vivir cerca de los libros, del disfrute del pensar, de la asociación libre y de la memoria. En mí ha calado la tradición realista, lo telúrico. De forma inevitable y también gozosa dan cuenta de mi paisaje.