Rodrigo Cortés: «Las razones por las que está teniendo éxito 'Los años extraordinarios' son exactamente las razones por las que, en teoría, no debería tenerlo»
Hasta ahora más conocido como cineasta (tanto de largometrajes como de cortos; suyo es uno de los cortos más premiados de la historia el cine español: 15 días, de 2001) que como escritor, va Rodrigo Cortés camino de convertirse, sin embargo, en el nuevo wonderboy de las letras hispanas. Su última novela, ‘Los años extraordinarios’ (Random House, 2021) publicada a comienzos del mes de junio, ya va por su cuarta edición. Un fenómeno que no para de crecer
Rodrigo Cortés está en la Ciudad Condal para presentar su segunda novela, después de haber publicado Sí importa el modo en que un hombre se hunde (Delirio, 2014), una sátira despiadada contra la maquinaria financiera que nos exprime, y las colecciones de anti-aforismos o bombas de mano, como él las llama, A las tres son las dos (Delirio, 2013) y Dormir es de patos (Delirio, 2015). No se olvide tampoco que Cortés publica en el diario ABC «Verbolario», un diccionario satírico con el que desnuda a diario una palabra. En definitiva, que gusta de jugar con la palabra.
Y ese juego que busca desolemnizar el lenguaje y volver profana la literatura se percibe de forma notable en Los años extraordinarios, «una vindicación de la libertad creadora», nos cuenta Cortés en la terraza del Hotel Barcelona Center, una mañana de mediados de julio. En la terraza hay una piscina, gente en bañador. Y todo parece liviano y fácil, descomplicado, pero complejo, como en la propia novela de Cortés.
Dice Cortés que su novela nació de un impulso, de modo torrencial, como un manantial del que, en menos de una semana, brotaron más de 30 mil palabras. Y después continuó. Dice que su escritura no surgió de ningún plan previo y que tampoco se impuso ninguna meta o propósito, de forma consciente; «abracé todo tipo de imágenes e ideas por irracional que fuera su origen», nos cuenta. Lo cual no significa que el libro sea el fruto de la escritura automática (aunque, en algún momento del libro, Jaime Fanjul, el protagonista, escriba una loa sobra la misma), pero sí que siga una cierta forma de zigzag azaroso, como aquel que lanza los dados mientras escribe y ha de decidir hacia dónde se mueve la acción. «Al principio tenía una idea muy vaga, la idea de hacer unas falsas memorias en un mundo que no fuera exactamente este, pero que respetara sus propias reglas, incluyendo las de la física», evoca Cortés. Y eso es la novela en un terreno epidérmico. Porque luego es muchas más cosas: una historia alternativa (y ucrónica) del s.XX, un libro de viajes, un catálogo de delirios, la cabalgata infinita por el mundo de un anti-flaneur indolente y flemático o un homenaje disparatado (y oblicuo) a Salamanca.
Una astracanada deliciosa, trufada de sorpresas todo el rato, que brincan vívidas e interminables por todas las páginas. Un no parar de reír, vamos.
Literatura a cascoporro
Los años extraordinarios es una novela de ambición neopostmoderna y que dialoga fundamentalmente con dos tradiciones: la española (la que va desde Quevedo, pasando por Valle Inclán, Cunqueiro y hasta Mendoza) y la anglosajona (aquella que, desde Swift pasa por Kipling y Chesterton y desemboca en Roald Dahl). Paradójicamente, se nota poca influencia francesa, si acaso un poco de Julio Verne (y eso que París tiene una presencia notable en el texto). Se ha de hacer notar que también Aira y Macedonio Fernández asoman la patita. Según lo entiende Cortés, es normal que sí sea, pues, en fin de cuentas, «Esta novela es muchas cosas a la vez y por lo tanto te puedo evocar muchas cosas a la vez. Es el propio carácter multiforme de la novela el que permite que resuene de formas muy diversas en los lectores». Y ello porque, confiesa, «mi propia formación es así, muy poco sistemática». La clave es que uno reacciona frente a las cosas, tanto las que le han sucedido como las que no, nos comenta Cortés, «y de ellas tratar de extraer su sustrato mágico». Así con la vida lo mismo que con las lecturas.
«Es el propio carácter multiforme de la novela el que permite que resuene de formas muy diversas en los lectores»
La clave de la novela es que no tiene voluntad de crítica, «ni de recomendar nada, ni de aconsejar nada, ni de sugerir nada ni de ponerse encima de nada», nos dice. Es, en ese sentido, un texto que no teme ofender al lector, que no busca su empatía. Que tampoco se ciñe al típico arco narrativo de la novela convencional y que se resiste a impartir doctrina. Y quizá aquí esté la clave de su éxito, en el que de que no tiene una estructura dramática ni sirve a un propósito ejemplar. Así, «se parece mucho a la vida. Porque casi nunca nuestras historias se componen de hitos dramáticos definitivos», nos dice Cortés, y matiza: «Sucede que muchas de las lecciones que extraemos de la vida, las extraemos con el tiempo y sin haber sido particularmente conscientes de haber vivido momentos fundamentales».
Jaime Fanjul, el protagonista de la novela, escribe en el epílogo que: «Yo, que a tanta gente he conocido, no he sabido conocerme».
La libertad consiste en renunciar al mando
Fanjul es un hombre adusto, carente de juicio, con la tendencia a tomar las cosas tal como vienen y que no tiene ningún propósito en la vida. Su lema es el de no caer en la tentación del progreso, renunciando a ser el dueño de su vida. Hace gala de una severidad castellana que no parece juzgar demasiado ni quejarse demasiado. Su único objetivo predilecto es el de vagar y a él consagra su existencia. Escribe: «Desobedecer un mandamiento procura más desahogo que hacer simplemente lo que uno quiera». Escribe también: «Aceptaba la felicidad a regañadientes como consecuencia transitoria de alguna decisión».
Nace en Salamanca en 1902 y de ahí salta a Madrid y luego a Espuria (las dos capitales de España en aquel momento), París, Bruselas, El Sáhara, Oporto, Las Azores, Londres, Cambridge, Nueva York, Camboya (donde se le puso el pelo blanco), Tailandia, la India, Irán, Irak, Marruecos, Jordania, Egipto, Libia, Túnez, Nápoles, Roma. Y vuelta a París y vuelta a Salamanca, donde finalmente morirá el 30 de mayo de 1973, con poco más de setenta años.
Sufre naufragios, terremotos, ve cómo llega el mar a Salamanca. Hace alpinismo. Se casa y tiene dos hijos. Se muere su madre siendo él muy joven, se le muere también la esposa (siendo ya más mayor). Cruza el mundo en barco, avión, a pie y en sueños. Sufre la Segunda Guerra Mundial (que no solo acepta sino disfruta), monta un negocio para «estropear aparatos de toda clase», se hace tarotista, periodista y terrorista anarquista (entre otros oficios que habrá de desempeñar). Es un hombre que nunca hace la siesta.
Un flamante éxito inesperado
Los años extraordinarios es un libro que lo tiene todo para agradar a los lectores más exigentes, esos que gustan de deleitarse plácida y lentamente con un capítulo, de releer un párrafo, de volver atrás y luego avanzar adelante con la lectura. Lectores que, además, conocen la tradición literaria y son capaces de detectar las familiaridades y afinar las influencias. Pero además el libro está teniendo un éxito tremendo.
Preguntado sobre el particular, Cortés se siente asombrado y recuerda que vivió algo parecido con Buried, «una película que no debería funcionar. Una película de hora y media dentro de una caja, que empieza con tres minutos en negro, que acaba probablemente del modo que un productor no elegiría, sin salir jamás de ese lugar. Y de repente se convierte en una especie de fenómeno mundial que todo el mundo explica muy bien a posteriori». Y continúa: «Ahora percibo una vibración muy similar, que no explica nada, y de la que no hay ninguna lección que sacar salvo la siguiente, que es que cuando haces lo que quiere otro tus posibilidades de éxito son prácticamente nulas y cuando haces tú lo que quieres, tus posibilidades de éxito son también prácticamente nulas, así que al menos haz aquello en lo que crees».
La verdad es que hay una conexión innegable con los lectores. Cree Cortés que puede deberse «a la radical libertad que emana la novela. El modo en que no se protege nunca. El hecho de que no le preocupa que se pueda malinterpretar algo, que no es paternalista con el lector. El propio personaje no hace ningún esfuerzo para ser querido por el lector. Es una novela que está en las antípodas de la construcción comercial o de lo que determinaría cualquier estudio de mercado. Y eso mismo es lo que, creo, está siendo percibido desde lugares desprogramados de muchos compradores y de muchos lectores que están viviendo esa misma experiencia». Nos confiesa que, personalmente, esta situación le produce más alivio que alegría, puesto que «las razones por las que está teniendo éxito Los años extraordinarios son exactamente las razones por las que en teoría no debería tenerlo». Además, nos apunta Cortés, que se trata de una novela pandemia free; «creo que se puede haber beneficiado mucho también del hecho de que sea una de las pocas novelas del último año que no ha sido escrita durante la pandemia». Y seguramente tenga razón.