‘Trópico de Cáncer’, mucho más que una novela erótica
Se cumplen 60 años desde que Estados Unidos legalizara la gran obra de Henry Miller, prohibida inicialmente por «obscena»
Existe una delgada línea que separa obscenidad y sinceridad, a veces es tan delgada que hay casos en los que algunos valientes consiguen rebelarse contra ella, llegando a difuminarla hasta su práctica inexistencia. Es el caso de Henry Miller (1891-1980), uno de los escritores más relevantes del pasado siglo por su obra y su influencia, un hombre cuya vida es literatura y cuya literatura es su vida, en el más íntimo de los sentidos. Resulta complicado pensar en la proliferación de autores como Kerouac, Burroughs, Mailer o Bukowski sin remitirse a la prosa libre, rebelde y espontánea de Miller.
Este año se cumplen seis décadas desde que su novela más famosa, Trópico de cáncer, rompiera las barreras del puritanismo estadounidense y lograra ser publicada legalmente en su país, tras haberlo hecho primero en el París de los años 30. La etiqueta de literatura pornográfica persiguió su obra durante toda su vida, provocando rechazo en las élites literarias y privando a su autor de cualquier reconocimiento importante, un hecho que ha favorecido su condición de escritor underground.
Trópico de Cáncer es mucho más que un libro con alto contenido erótico, la obra culmen de Miller es un alegato sobre la individualidad del hombre contemporáneo, perdido en el caos del tiempo y la existencia tras el fracaso del progreso en la Primera Guerra Mundial. Una novela efusivamente crítica, pero que, lejos de caer en un pesimismo existencialista, transpira una vitalidad intensamente humana. Un canto de libertad basado en el elogio del libertinaje, el placer carnal, el desprendimiento material y la irresponsabilidad moral.
La historia ocurre en el París de los años 30, el mismo que vivieron los grandes iconos de la Generación perdida. Sin embargo, el autor de Trópico de Cáncer poco tiene que ver con sus compatriotas Hemingway o Fitzgerald, más allá del origen y la coetaneidad. El París de Miller no es una fiesta de los explosivos años 20; en el suyo el hambre acecha sin descanso en hoteles de mala muerte, con prostitutas baratas y vagabundos borrachos pululando en derredor. No queda mucho espacio para el glamour en las decrépitas y mezquinas calles de la ciudad de las luces que ambientan Trópico de Cáncer.
El estilo del relato fluye entre la autoficción cruda y realista, mezclada con un surrealismo voluble y sugerente, como el flujo constante de pensamiento, poesía y narración embarullados por la elasticidad temporal de un viaje mental del presente al pasado y viceversa.
«Esto no es un libro. Es un libelo, una calumnia, una difamación. No es un libro, en el sentido ordinario de la palabra. No, es un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del arte, una patada en el culo a Dios, al hombre, al destino, al tiempo, al amor, a la belleza… a lo que os parezca» (Trópico de Cáncer)
No hay estructura ni orden, solo un caótico bombardeo de descripciones y sensaciones íntimamente estimulantes. Inspirado por los diarios de su madrina literaria y amante, Anaïs Nin, el ritmo de la novela avanza desbocado como un torrente de ideas y sucesos vomitados sobre el papel de una forma genuinamente impúdica y sincera. Desde el inicio, con su estremecedor «aquí estamos todos solos y muertos», la lectura se convierte en una vertiginosa experiencia sensorial en la que el escritor, como una avispa enloquecida, aguijonea la mente del lector con imágenes asombrosamente plásticas y evocadoras.
«Me han arrojado al mundo como un cartucho. Se ha formado una espesa niebla, la tierra está embadurnada de grasa helada. Siento palpitar la ciudad, como si fuera un corazón recién sacado de un cadáver caliente. Las ventanas de mi hotel están supurando y hay un hedor sofocante y acre, como si ardieran substancias químicas. Mirando al Sena, veo cieno y desolación, faroles anegados, hombres y mujeres asfixiándose, los puentes cubiertos de casas, mataderos de amor» (Trópico de Cáncer)
30 años entre la literatura y la pornografía
Efectivamente no se puede obviar el carácter explícitamente sexual que tanta fama y problemas generaron a la novela. Es la razón que provocó que, tras la publicación del libro en Francia en 1934, el Servicio de Aduanas de los Estados Unidos prohibiera su importación. Aun así, aquello no impidió que la obra circulase de manera clandestina a través del contrabando.
En 1950, Ernest Besig, director de la Unión Americana de Libertades Civiles en San Francisco (ACLU en inglés), intentó importar Trópico de Cáncer junto con su secuela, Trópico de Capricornio, a los Estados Unidos. La aduana retuvo las novelas y Besig demandó al Gobierno. Antes de que el caso llegara a juicio, el demandante solicitó una moción para admitir 19 declaraciones de críticos literarios que atestiguaban el «valor literario de las novelas y la talla de Miller como escritor serio». La moción fue denegada por el juez Louis A. Goodman, quien declaró sin rodeos ambas novelas como obscenas.
Besig apeló la decisión ante el Noveno Circuito de Apelaciones, pero las novelas fueron declaradas de nuevo «obscenas» en una decisión unánime del caso Besig contra Estados Unidos. En su decisión escrita, el juez Albert Lee Stephens caracterizó los libros como la «palabra impresentable de los degradados y moralmente arruinados» y afirmó que, incluso tomados en su conjunto, carecían de mérito literario.
A principios de los 60, gracias al precedente de la legalización de El amante de Lady Chatterley, la novela de D.H. Lawrence censurada por la misma razón, la Oficina de Correos y Aduanas levantó sus prohibiciones, asumiendo que Trópico de Cáncer también se consideraría aceptable.
Grove Press se lanzó a publicar legalmente el libro en el 61 y las demandas por obscenidad no tardaron en llegar desde todo el país, llegando a superar las 60 en más de una veintena de Estados contra los libreros que lo vendían. Aunque la mayoría de de los tribunales no vio ningún delito en el libro, hubo discrepancias que llamaron la atención, como la del juez del Tribunal Supremo de Pensilvania, Michael Musmanno, que dictaminó lo siguiente: «No es un libro. Es un pozo negro, una cloaca abierta, un pozo de putrefacción, una reunión viscosa de todo lo que está podrido en los escombros de la depravación humana».
Finalmente, el debate legal terminó cuando uno de los casos llegó al Tribunal Supremo de EEUU en 1964 y declaró definitivamente que el libro no era obsceno. 30 años después, con el beneplácito de la Justicia estadounidense, la novela pudo distribuirse libremente por todo el país.
En España, la primera edición tuvo que esperar hasta 1977 para poder ser vendida en las librerías.
Más allá de la polémica, una obra maestra y universal
Hoy en día nadie pone en duda que Trópico de Cáncer es una de las grandes obras maestras de la literatura del siglo XX, tampoco que su carácter erótico sigue siendo el mejor reclamo publicitario para suscitar un interés generalizado en el público. Sin embargo, como el título de este artículo indica, la novela va más allá de los calientes episodios subidos de tono que incluye.
El «peligro» que entraña la obra de Miller no se limita a unas cuantas escenas que ruborizarían a los feligreses de una parroquia evangelista en la América profunda, pues echar un vistazo en el fondo del corazón de un hombre preocupado por la inmediatez del presente y que rechaza los condicionantes morales tradicionales resulta más peligroso, obsceno e inquietante que cualquier otro tipo de pornografía explícita.
Trópico de Cáncer es el relato en primera persona de cómo se tuvo que sentir aquella primera generación que vivió el desplome del progreso, cuando el optimismo generalizado provocado por los grandes avances científicos y sociales desencadenaron el mayor de los desastres humanos hasta entonces, la Gran Guerra y la crisis posterior. La novela habla sin decirlo del nacimiento del hombre posmoderno, desprovisto de cualquier fe en el futuro, la razón, la ciencia y la religión, que, en el caso de Miller, encuentra en el culto al amor en general y al sexo en particular, una verdadera razón por la que vivir.