La fealdad de ser el chico más bello del mundo
Un documental detalla los traumas que el actor sueco Björn Andrésen afrontó tras dar vida al icónico Tadzio en ‘Muerte en Venecia’
Para el chico más bello del mundo, la hermosura reside «en la sinceridad, en la honestidad y en el perdón a uno mismo desde la dignidad». Son cualidades elegidas desde la íntima convicción de que la belleza física puede ser una condena.
Björn Andrésen fue el efebo protagonista de Muerte en Venecia (Luchino Visconti, 1971), la película que a los 15 años lo elevó al Olimpo del deseo masculino y procuró su descenso a un infierno personal.
El aura icónica de Tadzio, aquel ángel de la muerte que era el objeto de deseo de Dirk Bogarde en la adaptación al cine de la novela de Thomas Mann le acompañó durante décadas de manera pegajosa y molesta.
«Me hace feliz que en ese momento no existieran las redes sociales, porque de haberlo hecho, seguramente no podría contarlo ahora. Hubieran sido mi fin. No es que entonces tuviera demasiado control sobre lo que me estaba sucediendo, pero de haberlo vivido en la era de internet lo habría perdido absolutamente. Hoy en día es tan brutal. Me abruma», se consuela el actor sueco en Mallorca, durante la presentación del documental de Kristina Lindström y Kristian Petri El chico más bello del mundo, donde se detalla los traumas personales que ya lo acompañaban antes del rodaje y los nuevos que incorporó una fama desmesurada.
La película, programada en el festival Atlàntida Mallorca Film Fest, estará disponible en Filmin hasta el 26 de agosto.
Visconti había elegido a su ahijado, Miguel Bosé, para el papel descrito por el Premio Nobel de Literatura como la belleza absoluta, «con unos ojos del color del mar», pero el padre de la criatura, el torero Luis Miguel Dominguín, dijo que por encima de su cadáver, así que el maestro italiano invirtió años en viajar por Hungría, Polonia, Finlandia, Rusia y, finalmente, Suecia, para dar con aquel adolescente rubio, de perfil perfecto y mirada sombría.
Fue el realizador, precisamente, el que en la premier en Londres de la película, ante la presencia de Isabel II, acuñó el halago, más tarde lastre, empleado como titular en cabeceras de todo el mundo: Björn era el chico más bello del mundo.
Juegos adultos
El chaval, en realidad, sólo quería hacer música. Su abuela, a la que hoy en día, como poco, se le acusaría de explotación infantil, fue la que lo apuntó a la audición. El actor debutante arrastraba no pocos traumas personales, la muerte en extrañas circunstancias de su madre incluida.
La escena del casting resulta hoy día inquietante. Al chico que rehuye la cámara se le intuye tímido, sensible e incómodo. Hay un momento que Visconti pide que se quite la camiseta. La angustia del crío se transmite al espectador.
«En el set no me sentí una estrella. La gente me pregunta cuál era mi relación con Luchino o con Dirk, pero ellos eran adultos, nosotros, niños, así que jugábamos», explica Andrésen.
Durante el rodaje, conformado por un equipo íntegramente homosexual, el documental apunta a que el realizador impuso una suerte de veto a cualquier aproximación íntima al menor de edad. Tras el estreno en el Festival de Cannes, «empezó el circo», se abrió la veda y el adolescente fue llevado a un club gay, donde se emborrachó para alienarse de las miradas lascivas y «las voraces lenguas».
«Conozco el resultado de esa exposición mediática. Muchos amigos, sexo y cocaína, ríos de champán y vino que finalizan en cuanto se acaban tus 15 minutos de gloria»
«Empatizo mucho con los actores jóvenes. Me dan ganas de gritarles: ‘No te creas esa mierda. ¡No lo hagas!’, pero cómo van a escuchar a un vejestorio como yo… Conozco el resultado de esa exposición mediática. Muchos amigos, sexo y cocaína, ríos de champán y vino que finalizan en cuanto se acaban tus 15 minutos de gloria. Si te apetece, adelante, pero no te lo recomendaría. Desde mi punto de vista, no merece la pena. No creo que a la industria le importen los menores», lamenta.
El documental alterna el relato de la desubicación de entonces con la vida desordenada de ahora. A sus 66 años, Björn luce ahora una larguísima melena blanca, bigote y barba, que ocultan las facciones que cinco décadas atrás lo sepultaron en sacos y sacos de cartas de admiradores, especialmente de Japón.
En el país del Sol Naciente inició una carrera como estrella del pop, atreviéndose a cantar en japonés. Su rostro inspiró a toda una generación de dibujantes de manga. Se le consideraba un bishounen, esto es «un niño hermoso» o un personaje masculino con rasgos andróginos. Para soportar la presión, le instaban a consumir unas pastillas que intuye eran anfetaminas.
«De no haberse cruzado el cine en mi camino, probablemente me hubiera convertido en un músico consumado. Después de todo, desde cuarto hasta noveno grado me formé en un centro especial en Estocolmo que es a un tiempo conservatorio e instituto, la Escuela de Música Adolf Fredrik, así que leo y compongo», fantasea el actor, que comparte cómo realizó finalmente su sueño al espolear el interés por la música en su hija Robine, a la que compró una guitarra en su 17 cumpleaños y le enseñó tres notas, la, re y mi, y le dijo que con eso ya podía tocar 30 billones de canciones. Un mes después ya había compuesto tres temas.
Durante 1976 vivió en París, donde sus admiradores le pagaban 500 francos a la semana por ser, tal y como define su dolida pareja actual, «su mascota».
El documental alterna el relato de la desubicación de entonces con la vida desordenada de ahora, en una absoluta dejadez que al principio del metraje le supone una amenaza de desahucio.
«Sin mi consentimiento ni mi conocimiento estuve participando en una suerte de experimento. Me sentí como una rata de laboratorio en un mundo que yo no era capaz de manejar», profundiza en pausada conversación.
Sectas y fantasmas
Para rodar el documental, regresó al escenario de los traumáticos hechos, el Grand Hotel Des Bains, en la isla del Lido de Venecia. «Encontramos un edificio fantasmal, sumido en el olvido. En contraste con los recuerdos que tengo del equipo, la acción que había allí esos días, en la actualidad resulta escalofriante. Sólo escuchas el eco».
En 2019 cumplió un sueño infantil, participar en una película de terror. Así lo verbalizó en marzo de 1971, durante la puesta de largo de Muerte en Venecia en Londres, en la que a la pregunta de cuáles eran sus aspiraciones de futuro, un cándido Björn contestó que quería formar parte de una película de miedo.
El director neoyorquino Ari Aster le reservó el papel de un abuelo reiteradamente inmolado en Midsommar. Fue su vuelta al set medio siglo después de la película que marcó su vida. «Cuando llegué al set me di cuenta del presupuesto, había drones, una grúa, muchísimos profesionales… Nada más llegar di saltos de alegría».
La vivencia es un compensatorio contrapunto a sus inicios en el cine. Andrésen, de hecho, asegura que aunque ha vivido «dos o tres dramas» durante su existencia, es «un chico grande» y ya lo he superado.