Claridad y estilo: los orígenes periodísticos de Truman Capote
‘Color local’ es el primer libro de crónicas de Truman Capote, publicado en 1950 y ahora recuperado por la editorial Elba, con traducción de Clara Pastor
La editorial Elba acaba de reeditar Color local, el tercer libro del escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984), ahora en traducción de Clara Pastor (en 1963 Plaza & Janés publicó una primera edición en castellano, e incluso antes, en 1956, unos extractos del libro habían aparecido en la revista Cuadernos Hispanoamericanos, en la versión de Fernando Quiñones. También existe una traducción de 1999 de Damián Alou para Anagrama, en el recopilatorio Los perros ladran). En su edición original americana de 1950 (en Random House), el libro contaba con fotografías de Cecil Beaton, Bill Brandt, Cartier-Bresson y Harold Halma, entre otros; fotografías que no se incluyen en la presente edición.
El comienzo de una carrera meteórica
En 1943, Truman Capote, con apenas 19 años y recién contratado por la revista The New Yorker como encargado del correo, comienza la escritura de Summer Crossing, su primera novela. Pero se le cruza por medio otro relato, que acabaría convirtiéndose en Otras voces, otros ámbitos, su segunda novela escrita, pero primera publicada (en 1948), ambientada en el sur rural. Uno de los primeros libros abiertamente homosexuales que se publicaron en aquella época. Lo que causó un tremendo revuelo, convirtiéndole en una celebridad, a lo que ayudó la fotografía que incluía la contracubierta: un joven Capote reclinado sobre un sillón, mirando a la cámara fíjamente. Una fotografía que sería considerada inmoral. El libro, de cualquier forma, estuvo durante nueve semanas en la lista de los más vendidos del New York Times. El comienzo apoteósico de una carrera literaria para un joven que apenas tenía 24 años.
Al año siguiente, en 1949, publicaría Capote su colección de relatos cortos A Tree of Night and Other Stories [Un árbol de noche, Anagrama, 1989], un conjunto de textos oscuros, sórdidos, con un cierto aire onírico, que le valdría la comparación con Poe. Se le alabó a Capote la belleza del lenguaje al tiempo que se le criticaba la superficialidad de sus personajes. El libro, en su primera edición, no consigue superar los siete mil ejemplares vendidos.
Y así llegamos al verano de 1949. Capote le dice a su editor en Random House que casi tiene acabado de corregir el manuscrito de Summer Crossing, lo que había sido seis años atrás su primer intento de novela, que espera mandársela a final de año, le dice. Su editor, Robert Linscott, no quedó muy impresionado con el manuscrito, y el propio Capote se dio cuenta de lo mismo que le criticaron con su anterior obra, pues que está muy bien escrita, pero que le faltaba chicha. La novela se publicaría póstumamente, en 2006. En castellano, y en Anagrama, con el título de Crucero de verano.
Pero había que comparecer en las librerías (dejando un margen para el lanzamiento de El arpa de hierba, que saldría en 1951), y de ahí surge la necesidad de publicar Color local, uno de estos libros bisagra y que sirve para afianzar la carrera ascendente de un autor; volumen que recoge algunos textos publicados anteriormente en revistas, junto a otros inéditos.
La realidad reflejada
En una entrevista con Lawrence Grobel, recogida en el libro Conversaciones íntimas con Truman Capote (Anagrama, 2006), le confiesa el escritor norteamericano que «un artista verdaderamente bueno puede tomar algo bastante ordinario y, sólo con su habilidad y fuerza de voluntad, convertirlo en una obra de arte». Chispazos de ese genio pueden verse ya en Color local, primer libro de crónicas de Capote y espacio embrionario en el que vendría a desarrollar sus ideas sobre la no ficción que fructificarían fundamentalmente en The Muses are Heard (1956), A sangre fría (1965) y Música para camaleones (1980).
«Un artista verdaderamente bueno puede tomar algo bastante ordinario y, sólo con su habilidad y fuerza de voluntad, convertirlo en una obra de arte»
Dejó también dicho Capote que la dicotomía no está entre la realidad o la imaginación. Que tiene que ver con aprender a dominar la narrativa de modo que «se desenvuelva más deprisa y, al mismo tiempo, con mayor profundidad». Así, la realidad reflejada es la realidad verdadera. El arte se ha de hacer con una selección de detalles, y tanto da que sean imaginarios o destilados de la realidad. La poética capotiana pasa por un realismo que sintetiza las posibilidades de diversos registros y géneros, con el afán de ir más allá del esquema robusto de los datos objetivos, siguiendo el propósito de captar el alma oculta de las cosas. Esto es: una legitimación de los hechos a través del estilo, que no renuncia a una cierta fantasía evocadora (siempre que ésta no traicione la verdad de las cosas).
Impresiones y estampas
Color local está compuesto por 10 textos referidos a ciudades por las que deambula la mirada curiosa y hábil de Capote y en los que ha vivido (o visitado) en los últimos años. Sus títulos: Nueva Orleans, Nueva York, Brooklyn, Hollywood, Haití, A Europa, Ischia, Tánger, Un viaje por España y Fontana Vecchia. Los textos van desde 1946 hasta 1951. Y sea por haber sido escritos cuando el autor era unos años mayor o bien por tratarse de lugares del extranjero, son los textos que recogen vivencias de fuera de los Estados Unidos los más evocadores, intensos y refinados.
Así las cosas, escribe el autor en A Europa (1948): «Había sido una buena idea ir a Europa, aunque fuese sólo porque había hecho que volviese a mirar el mundo con asombro. Pasada cierta edad [sic] o alcanzado cierto conocimiento, es muy difícil conservar la capacidad de maravillarse; ésta es más propia de los niños, y son pocos los adultos afortunados que logran conservar el puente que los une con la infancia». A lo que habría que sumársele lo que escribe en Ischia (1949), al decir que «cuando releemos un viejo diario, lo que más llama nuestra atención, lo que realmente abre un surco en la memoria, suelen ser las anotaciones menos ambiciosas, las referencias a los detalles más azarosos e insignificantes». En estas dos afirmaciones pueden verse ya las claves de Color local: el asombro que provoca lo ajeno, lo desconocido, lo que no nos es familiar y la mirada que se concentra en la nimiedad del detalle pequeño, de lo apenas perceptible. De ahí que haya sido considerado este libro de Capote como un conjunto de textos compuesto por estampas deliciosamente menores.
«Cuando releemos un viejo diario, lo que más llama nuestra atención, lo que realmente abre un surco en la memoria, suelen ser las anotaciones menos ambiciosas, las referencias a los detalles más azarosos e insignificantes»
Color local, en el momento de su publicación original, recibió críticas mixtas. Y ello es fácilmente entendible, dado que se trata de un libro de probaturas. Hay extractos de diario, bocetos y esbozos de lugares, apuntes, anotaciones, anécdotas. Lo más parecido a la formalidad de una crónica viajera es el texto referido a Tánger.
De otro lado, sin embargo, se ha de destacar cómo en estas viñetas Capote va de lo abstracto a lo concreto, del misterio de los lugares que visita a la intimidad de ciertos personajes locales. En suma, cómo es capaz de sugerir la levedad con recursos mínimos, de hacer de la anécdota materia literaria. De hacer refulgir el silencio secreto de las cosas dándole la claridad de una mirada ingenua pero segura.
Capote es perspicaz y puntilloso en sus apreciaciones. Certero. También rijoso por momentos y, en ocasiones, algo cínico. Siempre inteligente, no obstante. Y eso es gracias a su empatía y a su capacidad de seducción, que permite, como le sucedería durante los años que pasaría más tarde en Kansas, trabajando en su obra maestra (A sangre fría), pero también con las así llamadas por él mismo «mis cisnes» (las señoras malcasadas de la alta sociedad neoyorquina a las que traicionaría en Plegarias atendidas) meterse en el bolsillo a los desconocidos, ganarse su confianza para que le abran su intimidad y, en última instancia, sentirse siempre como si estuviera en el salón de su casa.
A diferencia de su obra ficcional, en la que hay una afectación latente, el estilo periodístico de Capote es claro y directo, aunque a veces se resienta de una cierta frialdad que le mantiene a distancia de las cosas. Y una dicotomía que se irá recrudeciendo en su obra, con el pasar de los años y los libros y que puede verse claramente aquí: la diferencia de trato entre los ricos y poderosos y la gente corriente. Lo explica muy bien su amigo Dotson Rader, el escritor y dramaturgo, en el documental The Capote Tapes (2019), de Ebs Burnough. Dice así sobre Truman Capote: «Cuando escribe sobre los ricos o los poderosos rebosa desprecio. Sus escritos más bonitos son los que hablan de la gente que no tiene dinero. Que no son famosos, que no son célebres. Ahí es donde puedes ver al verdadero Truman».
Y esta mezcla piadosa de malicia contra las marquesas y las it girls de su tiempo y cariño sincero hacia las criadas, de poesía y sordidez, es lo que hace de él, como bien dijo Norman Mailer, el escritor perfecto para su generación. Era el escritor que mejores frases escribía, llenas de música y verdad.