Ángela Segovia: «El amor es necesario para atravesar el infierno»
La escritora avilesa Ángela Segovia es una de las poetas más prometedoras de su generación, promesa que ya es algo más que augurio y que certifica en su última obra: ‘Mi paese salvaje’ (La uña rota, 2021), un potentísimo libro sobre la muerte (y sobre la vida)
Dueña de una obra sólida e innovadora, Ángela Segovia (Las Navas del Marqués, 1987) ha publicado varios poemarios desde 2007, ganando con ellos algunos premios destacados, el Premio Nacional de Poesía Joven Félix Grande en 2009 con su primer poemario. ¿Te duele?, o el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández en 2017 con el tercero, La curva se volvió barricada. A Segovia, ya desde sus primeros poemarios, le ha interesado un tipo de poesía que desborda no solo el papel sino el lenguaje y la estructura preceptiva del poema, poniendo en tensión constantemente el lenguaje normativo. Libros que no pueden ser leídos desordenadamente y que, cada uno de ellos, conforman un conjunto circular o gran poema compuesto por fragmentos de muy diversa naturaleza. Sus textos, como dijo Berta García Faet, «llevan al límite del pensamiento la sintaxis de la imaginación», forzando la escritura poemática hacia la narración novelística. Una poética que deambula y dialoga consigo misma (pero desde el fragmento, no desde el concepto ni desde el verso) y que, de alguna forma, se hace eco de aquella vieja idea del poeta chileno Juan Luis Martínez de dejarse llevar por «la fuerza autónoma del lenguaje».
La fijación con la muerte
El germen de Mi paese salvaje, nos cuenta Angela Segovia en el correo electrónico, se halla en el hecho de que «había empezado para mí una época de crisis en ese tiempo, una época de fijación con la muerte, de falta de confianza en la vida». En los meses previos al verano de su reciente embarazo, y mientras trabajaba en la segunda parte de lo que Segovia proyecta como trilogía (y de la que Mi paese salvaje acabaría siendo la primera parte), la escritora comenzó a escribir los primeros poemas del libro. De hecho, toda la primera parte del libro la terminó en una frenética semana, en su pueblo, Las Navas del Marqués. Ello había venido provocado por la lectura del primer libro de Pasolini, Poesie a Casarsa, de 1942, unos poemas escritos en friulano, la lengua de la madre (y escritos contra su padre). Segovia, no obstante, los leyó en una edición traducida al italiano por el propio autor, que incluye además una especie de reescritura desencantada de todos los poemas friulanos, su versión oscura. Nos dice Segovia que «esta lengua friulana me emocionó mucho porque me recordaba a la langue d’oc de los trovadores». Y no es baladí esta referencia, porque Mi paese salvaje tiene mucho de voluntad de koiné contemporánea, ya que toma palabras de diferentes idiomas (el castellano antiguo, el italiano, el francés, pero también palabras de todos ellos con las grafías alteradas) para fijarlos en el texto, aceptando sus variaciones y tratando de ligar la creación contemporánea con, de alguna forma, la lírica medieval (en el sentido de creación ligera, popular y casi musical; en el sentido también de ablandar el castellano que, para Segovia, es un «propósito espiritual»). Así, el libro, se propulsa con «el impulso del ritmo sentimental, con un gesto de vuelo, de libertad». Ángela Segovia lo explica así: «lo que hice fue dejar que mi castellano se rozara con otras lenguas romances y con los sonidos arcaicos del idioma trovadoresco y se contagiara de ellos, así fue saliendo una especie de construcción sentimental que me iba llevando, me conducía por el país salvaje».
En Mi Paese salvaje hay dos fuerzas que tensionan el texto: el miedo y el deseo de abrirse a lo desconocido. Y, entremedias, la lectura de los Ars moriendi (o acompañamientos a la muerte), que la autora evidencia en la forma de las oraciones, los rezos, que se dispersan por el libro. Nos confiesa Segovia que durante la escritura del libro tuvo una fuerte necesidad de rezar. Y nos dice: «Cuánto recé en todo ese tiempo, cuánto he aprendido gracias a la oración. A mí me parece algo muy bello la oración. Cada orante desarrolla un lenguaje especial para hablar con Dios y son lenguajes siempre secretos, que no se comparten, y que pueden movilizar tantas cosas. Para el libro, me imaginé una forma de rezar en la que nunca se cerraba la garganta y por eso usaba la gh y evitaba la j, para tener la sensación de que subía las palabras hacia el cielo».
La ternura salvaje
Para Segovia, el momento en el que iba a dar a luz a su hijo se le avecinaba como un final crítico. «Yo no podía imaginarme el fin de mi ser como hija y el principio de mi ser como madre. Y me di cuenta de que esa era la muerte que había sentido, al menos, buena parte de ella». A esa muerte se le fueron imantando otros fines (muertes) que se sucedían a su alrededor. Y de ahí surge el paisaje que puebla Mi paese salvaje: «mi mundo interior, toda la simbología desnuda, es ese contenido el que me parece más sincero, mucho más que cualquier relato realista de mi existencia», nos dice Segovia.
Y ese paisaje tiene que ver, por supuesto (y al igual que casi todo el resto de su obra), con el paisaje de su infancia. «Lo salvaje pero tierno», nos comenta la joven escritora, «era uno de los elementos que necesitaba que compusiera la atmósfera del libro. Yo creo que mi relación con mi pueblo y con mi familia tiene mucho que ver con esa doblez, de niña un día podía estar jugando con un ternerito y al día siguiente me encontraba un perro muerto colgado de la rama de un árbol. Un día mi abuelo gritaba furioso por las escaleras y al otro me contaba la vez que perdió al rebaño por quedarse leyendo bajo un árbol». Y continúa: «Vivíamos todos en un edificio que él había levantado. Mi abuelo quería hacerse una casa, pero al final hizo un edificio y ahí estuvieron viviendo todos sus hijos y sus nietos. Era una familia de locos. Gritos por las escaleras. Pero en mi casa teníamos que jugar en silencio porque mi padre es panadero y dormía de día. No se podía llamar al timbre. Cuando leo literatura medieval me acuerdo mucho de esta sensación mía de mi vida salvaje infantil. Es tan dura y tan inocente al mismo tiempo. Tan áspera y tan suave a la vez».
En última instancia, Mi paese salvaje es también un libro sobre la familia, aunque se sitúa en un segundo plano, al fondo. «Creo que hasta que llegó la idea de tener un hijo nunca había pensado seriamente sobre la familia. Es un tema tan complejo y bello, no creo que haya profundizado suficiente en él en este libro, sólo aparece como parte de ese paisaje salvaje y tierno», afirma Segovia. Y añade: «El apelativo de bella familia viene de las novelas de caballerías, donde la doncella y el caballero se llaman entre ellos bello hermano y bella hermana. Y después emprenden juntos la aventura realmente como hermanos. Ese ideal está en el centro de mi representación del amor».
La Bella Muerte
Como decíamos al principio, Mi paese salvaje es la primera parte de una trilogía que llevará por título Bella Morte. Está(rá) compuesta por Mi paese salvaje, El cuaderno de las jaras y El último realismo. «El cuaderno de las jaras es el texto que quedó como resultado de una cosa que llamé Apariciones de una cabaña en el bosque y que consistió en ir todas las semanas a un lugar del bosque, un claro, y construir ahí una especie de cabaña -nos dice Segovia-. Una construcción muy frágil que se vino abajo con una tormenta. En ese mismo lugar yo había construido una cabaña en el pasado lejano, con mi abuelo y mis primitos. Antes era un claro verde pero cuando volví para hacer mi experimento vi que toda la vegetación se había muerto y sólo había ramas secas como huesos. Entonces tuve que construir mi cabaña con esos huesos. Y así empezó todo. Iba allí y juntaba ramas y las iba colocando poco a poco, me daba miedo estar ahí sola tanto tiempo en silencio y por eso rezaba. Fue así como empezó todo». Sobre El último realismo, nos cuenta la escritora avilesa que aún está por terminar, pero que lo plantea como una «pequeña novelita». La escribe en la actualidad, mientras su hijo está dormido y «yo me quedo a su lado para que no se despierte y voy escribiendo poco a poco».
Al final de Mi paese salvaje, en la página 140, hay un verso hermosísimo, que dice así: «Es el amor lo que falta». Preguntada Ángela Segovia sobre si éste es el aprendizaje mejor que se puede extraer de su libro, la poeta contesta tajante que “el amor es necesario para atravesar el infierno».