Bibiana Candia: «La emigración fue y sigue siendo hoy en día una experiencia radical»
‘Azucre’ cuenta la historia de 1700 jóvenes que en 1853 abandonaron Galicia para buscar un futuro próspero en Cuba, pero terminaron como esclavos
Tras dos poemarios, La rueda del hámster y Las trapecistas no tenemos novio, y un libro de relatos, El pie de Kafka, la escritora y periodista gallega Bibiana Candia publica su primera novela, Azucre (Pepitas de calabaza) donde cuenta la historia de 1700 jóvenes que, en 1853, abandonaron su Galicia natal para viajar hasta Cuba. Allí se les prometía trabajo y un futuro más próspero, pero, sin embargo, no fue lo que encontraron. Engañados por Urbano Feijóo, que quería promover una colonización blanca en la isla, acabaron convertidos en esclavos. A través de las voces de esos jóvenes, Candia no solo relata uno de los episodios más trágicos de exilio económico de nuestra historia, sino que se adentra y profundiza en la experiencia trágica del exilio, del desarraigo y de la búsqueda desesperada por un futuro mejor que nunca llega.
En 1853, 1700 jóvenes gallegos fueron a Cuba a trabajar en la caña de azúcar. ¿Cómo es posible que apenas se haya contado uno de los episodios de exilio más importantes del siglo XIX?
Esa fue exactamente la pregunta que me llevó a escribir Azucre, lo que más me sorprendió es que, aunque no está precisamente oculto, porque hay información hasta en la Wikipedia y un documental en RTVE, a nadie que yo conociese le sonaba este suceso. No entendía cómo, al menos los que somos gallegos, no teníamos esta historia insertada en nuestra memoria popular y llegué a la conclusión de que era precisamente porque nadie nos la había contado. Porque, y esta es una de las reivindicaciones de esta novela, necesitamos escuchar las voces de quienes vivieron la historia para que esta se vuelva real y nos apele, de esa manera pasa a formar parte de nuestro imaginario, de nuestra memoria popular. Los datos, los documentos oficiales o las enciclopedias son necesarios para los juicios, para la academia y para la parte oficial de la vida, pero no dejan la impronta que deja un buen relato.
En cambio, la literatura…
Azucre es una ficción construida para desvelar una verdad, un intento de recomponer ese relato popular y esa memoria que nunca nos llegó de la boca de sus protagonistas.
Hablando de enciclopedias o documentos oficiales. Tú creas una ficción, escapas del género histórico.
Tengo un conflicto con la denominación de «novela histórica». Por un lado, se considera «histórica» cualquier novela que se desarrolle desde la Segunda Guerra Mundial hacia atrás. Colocar ahí el límite me parece completamente arbitrario, tan histórica debería ser una novela de los años 50, como de los 80, o una novela actual. Esta es realmente mi postura respecto a la novela histórica, en realidad todas lo son por tanto no es necesaria la especificación. Y, por otro, lado está la novela histórica que se denomina «de género». Normalmente estas son obras largas, de más de 400 páginas, con tapa dura, cuyos textos se apoyan mucho en la parte documental, porque eso es lo que buscan sus lectores incondicionales que, por suerte para el género, son muchos. Ahora bien, mi novela no cumple ninguna de esas condiciones.
De hecho, podríamos decir que dialogas con toda esa narrativa, empezando por Memorias de Adriano de Yourcenar, que deconstruyen el género histórico desde dentro.
Azucre es una novela fragmentaria, sin grandes descripciones, donde los personajes se imponen a los datos históricos y con una voz narrativa múltiple que, aunque hable desde el siglo XIX, se dirige a lectores del siglo XXI. La escribí yendo a la contra de lo que se esperaría de un relato de este tipo, no por capricho sino porque era lo que yo entendía que el texto estaba pidiendo. Por eso entendería que a un lector de novela histórica de género Azucre no le parezca una novela canónica, tendrá razón. Por eso Yourcenar ha sido un referente importantísimo para mí. Ella consiguió humanizar a Adriano, que nos olvidemos de la imagen del emperador como una estatua de mármol y además lo relacionó con la Europa de posguerra.
En relación con la novela histórica «de género», tal y como la denominábamos antes, quizás haya que señalar también su deriva comercial.
Yo creo que la llegada de las grandes plataformas audiovisuales y las producciones de series como The Crown, Charité, Freud o Las chicas del cable ha contribuido a que el género histórico gane presencia, aunque, en general, siempre ha tenido un gran número de lectores devotos. La novela histórica juega un gran papel en la industria, tanto comercial como divulgativo, aunque este último sea a veces motivo de controversia.
Volviendo a tu novela y pensando también en Yourcenar, quiero preguntarte sobre la voz narrativa y la construcción de la experiencia.
La voz narrativa fue la parte más difícil porque es la gran protagonista de la novela. Se trataba de reconstruir cómo sería el relato popular si los protagonistas de esta historia nos la hubiesen contado, adivinar qué partes de este suceso se repetirían durante generaciones. Para esto había que buscar una voz narrativa que sonase muy oral, que a la vez fuese una suma de voces que se contestasen entre ellas, que viajase en el tiempo para hablarle al lector actual y que, al mismo tiempo, como pasa con cualquier relato que va de boca en boca, estuviese «contaminada» con folclore, supersticiones o leyendas de la época.
¿Más que los hechos en sí, lo que te interesaba era la vivencia de los personajes?
Los hechos son importantísimos porque sin ellos no tenemos historia, la particularidad aquí es que, al restringir el punto de vista narrativo solo al de los protagonistas, la parte de los hechos prácticamente desaparece del texto porque ellos eran muchachos casi analfabetos que no habían salido de su aldea e ignoraban muchísimas cosas. Tomar esta decisión era imprescindible para que los rapaces resultasen narradores fiables, si interrumpía su testimonio para intercalar datos históricos se cortaría el ritmo y mataría la historia. Además, contaba con que el lector ya sabe desde que lee la contraportada de Azucre qué va a suceder, yo quería envolverlo en el ambiente de ellos y convertir, por una vez, a aquellos que no lo fueron nunca en protagonistas y eso implicaba aceptar sin condiciones su versión de la historia. Por tanto, lo fundamental no era contar cómo eran las cosas sino cómo las veían ellos.
Como diría Flaubert, más allá de la trama, ¿lo verdaderamente interesante es conocer y ahondar en el ser humano?
El papel de la literatura es cubrir esos espacios en los que la realidad no es suficiente. Como decíamos antes, para dejar huella en la memoria colectiva es imprescindible el testimonio humano. El documental es un relato frío que nos puede conmover, pero no nos apela directamente, la literatura llega más allá y toca resortes mucho más íntimos, aquellos que nos identifican como iguales. Solemos mirar a la gente de otros siglos como si fuesen de otra especie simplemente por la distancia que nos separa y no, en lo esencial, eran muy parecidos a nosotros. Por eso Azucre es, por encima de todo, una novela de personajes, un testimonio humano.
La historia de estos jóvenes es la de muchos que, a lo largo de todo el siglo XX, exiliaron en busca de trabajo, huyendo de la miseria. ¿Azucre es también una novela sobre el desarraigo y el exilio como experiencias universales?
Azucre es una epopeya, de hecho, ese es su subtítulo. Si no fuese porque ya sabemos que sucedió en el siglo XIX podría ser un relato mítico. La historia de unos rapaces que son engañados por un compatriota, que viven en una tierra pobre y lúgubre, cruzan el océano lleno de peligros y llegan a Cuba que es aparentemente un paraíso pero que para ellos se vuelve un infierno. Es perfecto. En Galicia tenemos una memoria emigrante profundísima, pero si nos ponemos a mirar a nuestro alrededor, casi todas las civilizaciones, dependiendo de las épocas, han vividos sus propios éxodos y las experiencias son muy parecidas. Basta recordar, por ejemplo, el museo de Ellis Island en Nueva York, a los españoles que se fueron a Alemania y a Suiza en los años 50, a todos los latinoamericanos que tratan de cruzar la frontera de México hacia los Estados Unidos, los cubanos balseros, los refugiados sirios que llegaron a Alemania en 2015 o los que ahora mismo están huyendo de Afganistán. La lista es interminable y nada indica que vaya a pararse. Hay muy poca gente que no viva o haya vivido en contacto con el desarraigo, sea como emigrante o como aquellos que se quedan esperando noticias, porque el no marcharte no te exime de sufrirlo. La emigración fue y sigue siendo hoy en día una experiencia radical, quien se embarca en ella no sabe si va a volver y lo asume como parte de su destino. Sigue habiendo hoy en día gentes que viven en lugares penosos, que emigran y saben que no regresarán nunca más y de ellos, tampoco hablará la historia.
Otro elemento clave de la novela es el idioma. ¿Cómo te planteaste el dar vida a gallegohablantes a través del castellano?
Cuando empecé a planear la novela todo estaba en abierto, incluso la posibilidad de escribirla en gallego porque, evidentemente, el idioma era un tema que tenía que salir. Opté por esta forma un tanto híbrida de español con giros muy gallegos y palabras intercaladas porque me di cuenta de que era preciso contar la experiencia de cómo los protagonistas se enfrentaban a los cambios de idioma e identificar esos cambios como una dimensión más de la propia narrativa. El bilingüismo era una realidad de estos personajes y de su entorno, por tanto, era necesario retratar esa realidad bilingüe que, yo creo, enriquece el relato.
Esto nos lleva al tema del monolingüísimo de las novelas. Teniendo en cuenta la realidad multilingüe de este país, ¿deberíamos plantearnos novelas no monolingües?
Por supuesto. No podemos vivir al margen de la pluralidad de idiomas, variantes dialectales y acentos que nos rodean, tenemos la inmensa fortuna de que España es riquísima en patrimonio lingüístico. La dimensión idiomática de las relaciones humanas no puede quedarse fuera del relato de quienes somos, sobre todo cuando está tan presente en nuestras vidas y, desgraciadamente, muchas veces de forma negativa. La literatura tiene aquí un espacio para hacer una gran labor a favor de la normalización, basta con que se limite a retratar la realidad. Y ya puestos, no me limitaría a la realidad lingüística española, ampliaría el objetivo respecto a las variedades del español de Latinoamérica. Yo no entiendo, por ejemplo, que aún se traduzcan libros de español argentino o mexicano, por sistema, a español de España. Me parece absurdo y no beneficia ni a los autores, que ven su obra pervertida en su propio idioma, ni a los lectores, que no pueden acceder al original, ni al idioma, que pierde la oportunidad de expandirse y hacerse más fuerte. Los idiomas, las variantes idiomáticas y los acentos son siempre una riqueza, porque son la prueba de que las lenguas están vivas. Negarlo es cerrarnos puertas, en eso la literatura debería ser la vanguardia porque su materia prima es precisamente la palabra.
Retomando lo que comentabas antes, ¿te has planteado, entonces, la traducción de Azucre al gallego y qué significaría a efectos de lectura y representación?
Sí lo he pensado, no creo que bastase con hacer una traducción literal pero seguramente sería un ejercicio interesante. Habría más espacio para que los rapaces jugasen con el idioma y probablemente necesitaríamos hacer un proceso inverso de castellanizar más a los personajes que no son gallegos.
Volviendo al inicio, ¿se podría hablar de un compromiso político al decidir contar esta historia?
Azucre no surgió como un compromiso político, sobre todo porque me parece que posicionarse contra la esclavitud, a favor de los derechos básicos de los trabajadores y en contra de la explotación de los indefensos es posicionarse a favor de los derechos humanos básicos. Poca discusión debería despertar este compromiso y, en caso de hacerlo, diría más de a quién le incomoda que de mí. Mi verdadero compromiso ha sido con mi propia memoria. Cuando empecé a documentarme lo primero que me vino a la mente es que mi abuela, que casi no pudo ir a la escuela y la mandaron “a servir” a los 12 años, llamaba al trabajo en el campo la esclavitud. Y que mi abuelo, labrador y casi analfabeto, podría perfectamente haber sido uno de los protagonistas, solo tenía que haber nacido unos cuantos años antes.
Por tanto, había mucho de personal en esta historia. En otras palabras, era en parte tu historia.
De repente, darme cuenta de que cualquiera de esos 1700 muchachos podía haber sido de mi familia se convirtió en una idea potentísima. Ahí supe que era inevitable, yo iba a escribir esta novela. A medida que ahondaba en el tema y hacía mi propio ejercicio de introspección me iba dando cuenta de la cantidad de pequeñas claves vitales que marcaban mi propia identidad y que, hasta ahora, no había conseguido entender del todo. Por ejemplo, el que mis abuelos fuesen personas de carácter muy servil, durante mucho tiempo pensé que aquella actitud era simplemente la consecuencia de haber nacido pobres, pero estaba equivocada. Hoy sé que era algo mucho más profundo, una herencia que puede a veces resultar tan pesada que no consigas remontarla en toda tu vida. Me pasó lo mismo con los versos de Rosalía de Castro que me los sé de memoria desde los 6 años pero a partir de cierto punto las palabras empezaron a sonar distintas, a sonar a verdad. Trazando una línea desde los protagonistas hasta mí misma, Azucre me hizo cuestionarme y reconstruir mi propia idea de galleguidad. Hay una parte de la memoria que seguramente, no tiene tanto que ver con recordar cosas sino con quienes somos y con cómo nos movemos por el mundo, que está determinada por las vivencias de aquellos que nos precedieron. Y da igual que no se hable de lo que ha pasado, la memoria sigue ahí, nunca desaparece.
Empezaba la entrevista preguntándote cómo es posible que apenas se haya contado la historia de estos jóvenes que se exiliaron y fueron esclavizados. ¿Encontraste más información en archivos cubanos? ¿Ahí la figura de Urbano Feijóo es, desgraciadamente, más conocida que aquí?
Yo no tuve acceso a archivos cubanos. Lo que sí puedo decir es que la que se llamó Compañía Patriótico Mercantil impulsada por Feijóo Sotomayor se publicitó en los periódicos de la época, que al menos el primer barco que llegó a Cuba fue recibido con honores y, de la misma manera, cuando estalló el escándalo, los periódicos tanto en La Habana como en Madrid se hicieron eco del suceso con todo lujo de detalles. Por otra parte, desde marzo de este año el Arquivo da Emigración Galega custodia una serie de documentos donados por el hispanista Luis Tomás González del Valle Río donde consta la participación y el conocimiento de Feijóo de Sotomayor en las condiciones de vida de los contratados por su empresa. Me gustaría mucho obtener el permiso y poder examinar esos informes de cerca, espero poder hacerlo próximamente.
Ante el debate en torno a la llamada leyenda negra de España promovida por un ensayo como Imperofobia, tú nos presentas a Urbano Feijóo de Sotomayor, que no solo esclavizó a sus compatriotas, sino que lo hizo para promover una colonización blanca. ¿Es hora de asumir el papel de España como país colonizador sin blanqueamiento alguno?
España fue un imperio y tuvo colonias, no hay ningún espacio para la duda. Llevó a cabo una campaña apabullante que duró cuatro siglos y, si no fuese porque era un imperio y tenía colonias, una situación como la que se relata en mi novela sería imposible que pudiese darse. Azucre sucede en 1854 pero ya desde los años 30 el gobierno español estaba muy preocupado porque había una gran desproporción entre la cantidad de población esclava negra en Cuba y el número de colonos españoles, por eso los dueños de las haciendas proponen al gobierno central que se pare la trata de esclavos porque tienen miedo de que estalle una insurrección y estar en franca minoría. Aunque nunca dejaron de entrar esclavos de contrabando, la orden oficial era que hacía falta equilibrar a la población por razones de seguridad y había que cosechar el azúcar porque era una fuente de riqueza inmensa. En ese momento es en el que entran en juego Feijóo de Sotomayor y su compañía. Para ser justa e ilustrar lo complejo todas las relaciones cruzadas quiero mencionar también que el que llevó el caso de los gallegos esclavos ante las cortes fue otro diputado gallego: Ramón de la Sagra, que también había estado en Cuba, supo de la situación de sus compatriotas porque le hicieron llegar sus cartas pidiendo ayuda y denunció el caso. Yo no creo que juzgar el pasado con los ojos del presente sea sano pero, negar que España fue un imperio y tuvo colonias, es negar una evidencia. Podemos y debemos matizar todo lo que sea necesario pero ningún imperio se ha construido jamás sin violencia, partir de esta base es imprescindible. Y si hubo gestas heroicas y personajes de una humanidad extraordinaria, que los hubo, conocemos de su existencia porque, lógicamente, no eran la tónica general. El gran escándalo que rodeó el caso de Azucre no fue porque hubiese esclavos en la isla, sino porque habían esclavizado a compatriotas, es decir, a blancos, eso era lo intolerable. Esto quiere decir que había una conciencia clara de que la esclavitud existía y se estaban aprovechando de ella.
México exigió que España se disculpara por su papel colonizador. Muchos se escandalizaron. Tras haber escrito Azucre, ¿cuál es tu postura ante la posibilidad de una disculpa?
Una de las razones que se aducían en el caso de España para no disculparse era que había pasado demasiado tiempo y es cierto, han pasado doscientos años desde la independencia de México. Por tanto debería ser tiempo suficiente para poder reconocer y mirar de frente los hechos sin necesidad de sentirse interpelado, justamente gracias a la distancia. Lo que pasa es que en este caso estamos hablando de un acto simbólico que tiene una carga política y diplomática innegable. Independientemente de los motivos del presidente de México para solicitar ese perdón yo creo que, en el mundo en que vivimos hoy en día, a España no le beneficia en nada dar esa imagen de país que ha sido un imperio y que ahora se niega a reconocerse a sí misma. En el momento en que damos un paso al frente y no huimos de quienes somos nos convertimos en dueños de nuestra propia historia. Una actitud esquiva o de negación nos hace mucho más vulnerables, Azucre está construida precisamente sobre la idea de que no podemos huir de la memoria.