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Begoña Méndez y Nadal Suau, un matrimonio anarquista

El amor romántico, el cuerpo, la monogamia, el dinero, la propiedad, la labor como docentes y, sobre todo, la escritura como espacio de transformación, de trasgresión y de construcción de sentido son solo algunos temas de este singular e inteligente libro

Begoña Méndez y Nadal Suau, un matrimonio anarquista

Alejandro Maestro

Los buenos libros son aquellos que no pueden resumirse en pocas líneas ni tampoco pueden encasillarse en etiqueta alguna. Este es el caso de El matrimonio anarquista (ed. Hurtado y Ortega), un particular epistolario entre los escritores y críticos literarios Begoña Méndez y Nadal Suau.

La pareja comienza reflexionando sobre su decisión de contraer matrimonio, una institución a la que se acercan para hacerla dinamitar desde dentro y convertirla en una expresión radical de amor. Es decir. Transgredir la institución y hacerlo desde dentro, para refundarla y refundarse a través de cada una de las cartas, a través de una escritura íntima que, sin embargo, se proyecta hacia fuera como lo hace el propio amor. Porque no hay decisión íntima que no tenga consecuencias públicas, porque no hay un yo sin otro y sin unos otros.

El amor romántico, el cuerpo, la monogamia, el dinero, la propiedad, la labor como docentes y, sobre todo, la escritura como espacio de transformación, de trasgresión y de construcción de sentido son solo algunos temas de este singular e inteligente libro. 

Si hay una palabra que define El matrimonio anarquista es «transgresión»: ¿La transgresión como eje central de la vida y de la escritura?

Begoña Méndez (BM): En realidad, no hay nada más sencillo que quebrantar leyes y preceptos. Transgredir implica forzar un molde para salirse de él y significa, por tanto, producir desacomodo y ocupar un lugar en el que nadie esperaba encontrarnos. Eso fue lo que ocurrió cuando nos casamos. Convertirnos en institución matrimonial produjo, en nuestro caso, un desencaje respecto de lo que amigos y sobre todo familiares esperaban de nosotros. Desde esa paradoja escribimos, desde esa paradoja vivimos: tratamos de realizar pequeñas rebeliones sin ser aspaventosos; nuestras vidas son pequeñas e igualmente pequeñas son nuestras transgresiones. No cargamos contra la poligamia ni contra la soltería, pero defendemos el matrimonio como una posible estructura para organizar afectos, deseos y vida cotidiana, lejos del mercadeo de los cuerpos y lejos de las constricciones. Alguien, después de leer el libro, nos comentó que había decidido seguir sin pareja para poder conservar su libertad. Y, la verdad, pensé que no había entendido el lugar desde el que hablo/hablamos. Yo no podría convivir/coescribir con Josep si no me sintiera, en primera instancia, un ser autónomo y libre. 

Nadal Suau (NS): Aunque entiendo que utilices esa palabra, yo no hablaría exactamente de «transgresión», entre otras razones porque el poder es un magnífico luchador cuerpo a cuerpo, que sabe utilizar el impulso transgresor del adversario en beneficio propio. Creo que, en la vida como en la escritura, nosotros somos más felinos que frontales: lo que hacemos es movernos en direcciones inesperadas, y también confiar en que nuestras propias contradicciones, que asumimos, contribuyan a dejar en evidencia las contradicciones de lo que se considera «sentido común». Y un matiz: yo siento más complicidad que otra cosa por el pensamiento poliamoroso, del que también podemos aprender mucho quienes preferimos asentarnos en una relación monógama.    

Begoña Méndez y Nadal Suau, un matrimonio anarquista
Imagen vía Hurtado y Ortega editores.

La escritura es lo que parece dar forma al matrimonio, es a través de ella que se establece el vínculo entre vosotros. 

BM: Un amigo, tras leer El matrimonio anarquista, nos comentó que lo había pasado en grande, pero que, sin embargo, no había encontrado en el libro ninguna pista, ninguna receta acerca de cómo conseguir una relación exitosa, un matrimonio duradero. Nuestro objetivo con este ensayo no es en absoluto el de ofrecer recetas, ni dar consejos, ni ser autoridad de nada. Pero si tuviera que dar alguno sería «habla, habla, habla y no te canses de hablar». De hecho, eso es lo que hacemos en El matrimonio anarquista: conversar sobre nuestra relación y convertir nuestras palabras en un vehículo para tratar de comprender nuestra época, es decir, las coordenadas sociales, geográficas, temporales, culturales y de clase en las que vivimos y en las que viven nuestros interlocutores y nuestros amigos. Si algo nos han enseñado las cartas es que un matrimonio es lo que las dos personas que lo configuran deciden que sea y para eso es necesario hablar, hablar, hablar, hablar.

NS: Visto ahora que es una obra cerrada, diría que nuestro libro tiene dos temas, el amor y la escritura, enfocados desde dos perspectivas complementarias: qué vínculos generan con los otros (no solo entre Begoña y yo, aunque también) y qué paradojas o contradicciones afloran en ellos, fértiles o estériles, tranquilizadoras o incómodas. Un matrimonio no es una isla (y si lo fuera, tanto daría: las islas comercian con el exterior, reciben visitantes, se dejan influir culturalmente, etcétera), así como toda escritura necesita ser leída. 

A propósito de lectura, todo el libro parece jugar con el concepto de «horizonte de expectativas» —las vuestras en tanto que interlocutores el uno del otro, pero también las del entorno, la sociedad— y su ruptura.

BM: Me gusta la idea de romper cosas: las copas de vino y también aquellas cosas que el entorno espera de mí y que, si las hiciera, me harían sentir una farsante. Como no puedo ser cínica, como eso no me sale, no me queda otra que romper cosas casi todo el tiempo.  Hablo de no tener miedo a resultar incómoda ni de tener miedo a que me incomoden. Hablo de establecer relaciones honestas con nosotros mismos y también con los otros, aunque con frecuencia implica habitar la contradicción, asumirla, tratar de mitigarla (o no, quién sabe) y eso solo puede hacerse reajustando horizontes de esperanza. Y de nuevo, este reajuste pasa por la palabra, por un mirarse cara a cara «sin afán de conquista» como digo en el libro.

NS: En mi caso, era fundamental romperlas, ¡porque las que recayeron sobre mí durante años eran aburridísimas! ¡Casi llegué a los treinta convertido en todo lo que me entristece! Ahora, en cambio, me lo paso muy bien. Y lo importante es que no debo esa diversión a nuestro matrimonio, sino al revés: porque antes supe encarrilar mi vida de un modo que me hace feliz, luego he podido estar en este matrimonio. Cuento esto porque no habría que olvidar ciertas expectativas particularmente angustiosas: las que uno mismo se impone. En el libro digo que el matrimonio requiere una imaginación que sea lo bastante flexible como para soportar lo cotidiano, y lo bastante firme como para no romper su coherencia profunda por el camino. Bueno, o algo parecido. Creo que es un buen consejo, aunque no quiera dar ninguno. 

Las cartas permiten dos acercamientos a la idea de matrimonio. ¿De qué manera dicho acercamiento está influenciado, entre otras cosas, por el género, sobre todo teniendo en cuenta el rol que tradicionalmente ha dado dicha institución a la mujer?

BM: El rol de género dentro del matrimonio queda en gran parte desactivado a través de la autonomía económica. Rosalía dice «Dios nos libre del dinero, teniendo, teniendo, teniéndolo»; Yung Beef, por su parte, dice que el dinero no es todo, sino que el dinero es lo único y no puedo estar más de acuerdo. Ojalá el mundo fuera otro, pero lo cierto es que el cuarto propio pasa por el sustento propio. Con Josep no me siento atrapada, sino libre porque no lo necesito para vivir. Estoy con él por decisión propia. Me gusta la idea del matrimonio heterosexual, el que yo habito y conozco, como un organismo a-género que evita organizar roles y tareas en función del sexo asignado.

NS: Probablemente, nuestro matrimonio esquiva los peores tics de los roles de género, si bien permanecen todo tipo de minucias que ojalá logremos desactivar del todo con el tiempo. Porque las minucias son importantes y desgastan por acumulación. Pero aquí prefiero hablar sobre todo del libro, no de nuestra vida cotidiana: El matrimonio anarquista es también un ensayo, y uso la palabra casi en un sentido teatral, en torno a esos roles. Hay mucho de parodia de una masculinidad que ya no sirve de nada ni nos creemos (no, al menos, como exclusiva de los hombres); mucho de poner el dedo en la llaga de las reacciones increíbles que sigue provocando una mujer libre, incómoda para muchos hombres y no menos mujeres.

Y en relación con los roles, las cartas -pienso en concreto en una de Begoña- reflexionan sobre cómo estos se rompen, pero al mismo tiempo se reproducen. ¿De qué manera se lidia con esta herencia, se reniega y se reproduce?

BM: ¡Ah, sí, la herencia, su peso! otra vez aparece la necesidad de asumir contradicciones. No debemos ser ingenuos y pensar que no las tenemos, pero tampoco me parece que debamos sentirnos culpables por tenerlas. Creo que hay que hacerse preguntas, aun cuando estas destapen cosas que una preferiría que no fueran, que no existieran. Por ejemplo, te confieso que a veces digo «gracias» a Josep porque ha ido a hacer la compra mientras yo me he quedado en casa escribiendo; es él quien tiene que recordarme que no tengo que darle las gracias por ese tipo de cosas. En casa, nos repartimos las tareas en función de a quién se le da bien hacer unas cosas u otras y el resultado es más que aceptable. Mi padre me educó para que yo fuera una mujer económica y afectivamente independiente y, sin embargo, en las comidas familiares, con frecuencia, me veo reproduciendo roles para los que nunca he sido educada (dejar que los hombres pontifiquen un rato mientras las mujeres nos quedamos en silencio o abrimos una conversación paralela en voz más baja… ese tipo de cosas). Ser esposa ha implicado históricamente que hay que ser servicial con el esposo, una mujer calladita y obediente. A veces me doy cuenta de que mis padres tienen cierto temor de que yo, con mi carácter fuerte, me esté imponiendo sobre Josep, algo que sencillamente no ocurre.

NS: En esta casa ya no llegamos a tiempo de arreglar por completo varios milenios de historia, así que vamos tirando como podemos. Y podemos bastante, pese a todas las dificultades. Es absolutamente cierto que nuestra relación es de igual a igual. Añadiría que, sin leer otras ideas, sin trabar amistad con personas con todo tipo de afinidades, asignaciones de género, orientación sexual, historia familiar, etcétera, quizás yo entendería menos, y peor, quiénes somos y cómo lidiar con esa herencia.

Begoña Méndez y Nadal Suau, un matrimonio anarquista 1
Foto: Alejandro Maestro | Cedida por los autores. 

«Tú y yo creemos que no es incompatible declarase anarquista y vivir dentro de los marcos estatales». ¿Una forma de conciencia hacia la imposibilidad de romper por completo dichos marcos? ¿La creencia de que toda «revolución» debe ser hecha desde dentro, no desde un «aparte»? 

BM: No creo en las revoluciones, si por ellas entendemos cambios profundos y rápidos en las estructuras sociales, económicas y políticas. Creo en las vidas pequeñas capaces de realizar pequeños cambios. Acciones que no hagan ruido pero que mejoren las vidas de las personas de nuestro entorno y, por supuesto, también las nuestras. Me refiero a ser generosos, a tratar de revertir las injusticias que estén en nuestras manos solventar; hablo de buscar vínculos afectivos de compromiso, solidaridad y ayuda mutua. Esas acciones son, con frecuencia, ejercicios de contrapoder que ejecutamos dentro del sistema, a pesar del sistema: usamos nuestro nimio privilegio para realizar pequeñas rebeldías que, sin embargo, son importantes. Somos profesores y estamos casados: ese es el lugar desde el que nosotr@s hablamos. No somos marginales: si pretendiéramos pensar y actuar desde lo marginal seríamos ridículos y deshonestos. Nosotros no vamos a reventar «el sistema» con nuestras vidas minúsculas. Sin embargo, estamos dentro y sí creemos que podemos desplazar y desgarrar nuestros marcos vitales y laborales, introducir cambios y realizar actos contrapoderosos: decir no a la lógica de mercado que trata de modular las relaciones afectivas o decir no al desmantelamiento progresivo del sistema educativo, por ponerte dos ejemplos de los que hablamos en el libro.

NS: Si tiene que haber una revolución, no puedo ser su protagonista. Ni tengo las herramientas, ni mi historia es la que debe estar al frente. Yo me siento un poco como la retaguardia del ejército revolucionario, por así decir: me enrolaría en él porque de verdad creo que la desigualdad es un escándalo inadmisible, porque de verdad tengo la convicción de que la superación de los roles convencionales será liberadora, porque lo que nos rodea es de una fealdad moral inmensa… Pero, dentro del pelotón, me tocaría ir atrás, hacer labores defensivas al servicio de las capitanas, tal vez ir salvando cosas hermosas o justas del pasado que fueran cayendo abatidas en la confusión de la batalla… De todos modos, no nos pongamos tan estupendos: de momento, llevamos muchas generaciones de occidentales sin que nadie organice una revolución de verdad. Así que me conformo con ser un duende anárquico que renuncia a algunas cosas, como el poder o la oficialidad, y hace otras, freaks, minúsculas, un poco narcisistas si me apuras, pero honestas. El matrimonio anarquista es una de ellas. 

Si bien la vuestra es una «entidad de amor alejada del poder» está «en el vientre de la bestia». Esto lleva a la pregunta sobre las connotaciones políticas de toda decisión, desde la decisión de casarse hasta el alquilar la casa de soltera o el compromiso con los alumnos y la renuncia a tener hijos. 

BM: Si entendemos por «política» participar de los asuntos públicos y ser parte del Estado, es innegable que ser profesor de una escuela pública es una actividad política de primer orden. No sentirse comprometido con la labor educativa, no actuar de modo responsable con el alumnado sería miserable. Yo soy hija de la educación pública y, a pesar de que leyes y pedagogos parecen estar empeñados en cargársela y desplazar la auténtica educación a los colegios privados, hay que dar la batalla en las aulas. Mi piso de soltera, ¡cuánto lo echo de menos a veces! Me preguntas por él: lo tengo alquilado por una renta que me sirve a duras penas para cubrir la hipoteca, los gastos de comunidad, el IBI y, en fin, todo cuanto hay que pagar cuando tienes una casa en propiedad. Sería indecente tener el piso vacío y sería inmoral hacer negocio con él; en ese sentido, mi decisión de no especular con el precio del alquiler es política. Trato de hacer valer la idea de que la vivienda digna es un derecho fundamental. 

NS: Por eso, yo nunca más voy a creerme ningún discurso público que no incorpore sus propias contradicciones y su autocrítica, me da igual quién lo emita; ya he sufrido bastantes decepciones por no aplicar esta regla tan sencilla a los vengadores y vigilantes del Internet desde el principio. Y, sí, cada decisión es política, aunque no sea solo política. Más aún: ninguna decisión carece de sombras. Esto no significa que el individuo esté obligado a vivir políticamente cada aspecto de su vida. Tenemos derecho a vivir el amor, la música, la lectura o la ropa bajo otros focos igual de reales, lo contrario es una exigencia un poco totalitaria. Pero en nuestro libro (porque recordemos que estamos ante un libro, resultado de un montón de decisiones en su contenido, tono, ritmo, información… Todas ellas tomadas para lograr que nuestra cotidianidad «signifique»), lo político y lo económico son fundamentales. Son el enfoque al que intentamos volver una y otra vez, por pura honestidad. Somos un matrimonio sin hijos. Creo que las ocho cartas de Begoña trazan un camino muy hermoso, si bien incómodo, que va de la decisión antinatalista al amor por los seres ya nacidos. Como es uno de los hilos semi-ocultos más conmovedores del libro, no querría avanzar demasiado al respecto. Pero sí, es cierto: somos un matrimonio sin hijos, es decir, efímero. Es decir: un poco anarquista, ¿no?

Como señala Patricio Pron, vosotros vais de la escritura privada a la pública o, quizás, ¿toda escritura privada no puede o no debe renunciar a su vertiente y su compromiso público? 

BM: La admiración que siento por la literatura de Patricio Pron es incontestable, inmensa; como narrador me fascinan, sobre todo, sus relatos; además, me parece un ensayista magistral. También me gusta su forma de concebir la literatura, aunque en algunos aspectos difiera de la mía. Él, me parece, desconfía de la literatura del yo; para mí, sin embargo, no hay otro modo de concebirla. Para poner un ejemplo que se entienda rápido, Annie Ernaux es una de mis autoras guía. Digo esto porque yo no veo en El matrimonio anarquista un flujo de lo privado a lo público, sino un ejercicio literario que toma materiales de la realidad para transformarlo en un vehículo de reflexión, así como en una obra artística. Se trata de una escritura con vocación literaria que pretende bruñir el material que es la realidad hasta convertirlo en un espejo donde el lector pueda mirarse, ya sea para reconocerse, para deformarse, para hacerse preguntas, e incluso, por qué no, para molestarse. Lo que me importa es que de todos esos reflejos surja un diálogo como el que estamos teniendo ahora tú y yo. 

NS: Yo creo que esa sentencia de Patricio es muy generosa por su parte, un modo de conceder que nuestra exhibición de intimidad no es solo narcisismo, incluso si el narcisismo está presente en alguna medida (que quizás sí, claro: no nos hagamos demasiadas ilusiones sobre nosotros mismos y nuestra capacidad de contener el ego). Por lo demás, si hablas de amor y escritura desde la contradicción y el vínculo, ¿cómo podría el resultado no apelar al lector en alguna medida? Begoña y yo tuvimos esta dimensión pública presente en todo momento durante el intercambio epistolar, pero lo cierto es que existiría incluso a nuestra costa. 

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Foto: Alejandro Maestro | Cedida por los autores.

En relación con todo lo que hemos hablado, otra de los conceptos clave del libro es el de cuerpo, sobre todo para Begoña. Por obvias razones sociales y políticas, ¿la mayor presencia del cuerpo en las cartas de Begoña tiene que ver con que este es un terreno por conquistar por parte de la mujer? 

BM: Es evidente que en mi escritura el cuerpo es El Tema. En El matrimonio anarquista aparece porque soy una mujer cis y, junto a mujeres y hombres trans, mi condición implica una fiscalización del cuerpo mucho mayor que para el hombre cis. Las mujeres aprendemos desde pequeñas que somos cuerpo y que debemos andarnos con cuidado en el espacio público, porque nuestros cuerpos de mujer son fuente de peligro y de conflicto, porque nuestros cuerpos son sucios y hay que mantenerlos bajo control para que no desborden los límites que la cultura les impone. A los hombres, sin embargo, no se les ha dicho jamás que sus cuerpos sean conflictivos o sucios, de manera que viven despreocupados de su condición corporal; incluso muchos de ellos se olvidan de que son cuerpo hasta que el dolor o la enfermedad los obliga a observarse. En este sentido, me parece que son ellos, los hombres cis, los que todavía tienen el reto de conquistar sus cuerpos, de sacarlos de la intimidad y del secreto, que es el único ámbito en el que un hombre es capaz de asumir la vulnerabilidad de la carne. Ser cuerpo es una instancia de cultura, carne atravesada por el tiempo y la palabra, carne atravesada por las normas socioculturales que regulan los deseos y la contención de las formas. En El matrimonio solo apunto algunas notas, notas que entroncan directamente con mi próximo libro: un ensayo poético que saldrá en el primer trimestre de 2022, también con Hurtado & Ortega, y que ahonda en mis grandes obsesiones: qué significa ser cuerpo, qué significa la feminidad, de qué modo los discursos culturales nos recortan, cómo podemos contravenir las leyes de género, cuáles son los límites corporales, cómo podemos revocar la piel como frontera, qué pasa con el tacto, qué ocurre con el contacto entre cuerpos… 

NS: El cuerpo está más presente en las cartas de Begoña porque ella es más valiente a la hora de pensar su cuerpo. Ojalá yo fuera menos «hombre» en este sentido, pero me sigue costando hablar de mis límites, complejos, miedos, angustias corporales; ¡incluso de mis fortalezas o placeres! Hago mis pinitos, pero palidecen ante la energía y profundidad que ella imprime al tema. Ahora bien, como digo en una carta, la nueva masculinidad tendrá que pasar por poner el cuerpo masculino bajo una luz nueva, desmitificadora. 

Y el tema de los tatuajes es también interesante porque permite preguntarse de qué manera todo se inscribe en nuestro cuerpo y también de qué manera dos cuerpos, distintos, terminan por compartir un relato común. ¿Los tatuajes como forma de escritura compartida? 

BM: Es como si a través de los tatuajes hubiéramos inaugurado de nuevo nuestros cuerpos. Nos casamos tarde, es evidente que hemos estado con otros y con otras antes. Pero desde que nuestros cuerpos están tatuados no hemos estado con nadie más, así que sí, como tú dices, tatuarnos es, en nuestro caso, una forma de escritura compartida: empezamos a marcamos la piel juntos como un modo de expresar nuestra voluntad de exclusividad y también nuestra vocación monógama. Se trata de un ritual íntimo y privado que, sin embargo, no podemos esconder, porque ahí está la tinta, evidente y negra en nuestras pieles.

NS: Nos tatuamos por primera vez por el deseo puro de hacer algo nuevo para ambos, juntos. Y por la necesidad ritual de consignar un cambio de ciclo vital, cada uno el suyo propio. Los conocidos tienden a creer que Begoña me empujó a mí, pero fue al revés. En el tatuaje descubrimos un modo de parar el tiempo y reivindicar la permanencia, la lealtad, la asunción de las cicatrices propias. Además, hay un aspecto comunitario, familiar, en esa cultura del tatuaje que nos hace sentir muy acogidos, tal vez porque tuvimos mucha suerte al escoger estudio, y hoy sus propietarios son nuestros amigos. 

Si todo termina revirtiéndose en la escritura, convertida en el punto central de todo -se escribe porque se vive, se escribe porque se es feliz-, ¿la escritura como expresión última de rebeldía ante imposiciones, cánones, tendencias, discursos…? ¿La escritura como resistencia? 

BM: Absolutamente. La literatura como refugio y resistencia, pero también como un modo de establecer un diálogo con el tiempo y con el lugar en que me ha tocado vivir; también con los libros que leo, con las autoras y los autores que me marcan, que me apelan, que me ponen a temblar, que me hacen explotar la cabeza, que me incomodan o que me generan preguntas. La escritura como forma de arte y de conocimiento y, también, en mi caso, como forma de supervivencia. 

NS: Yo escribo para aprender, para leer mejor, para hacerme un sueldo extra y para pasármelo bomba. Y para hacer lo único que parece que se me da razonablemente bien, aparte de improvisar memes y observar con detenimiento las localizaciones de las películas. Escribo porque a lectoras como Begoña les parece bien que escriba. 

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