Tina Turner, el icono del rock que se convirtió en un símbolo de coraje y empoderamiento femenino
Acaba de aterrizar en el teatro Coliseum de la Gran Vía madrileña Tina, un ambicioso musical que ha triunfado en Broadway y que cubre cuatro décadas de la vida de Tina Turner
Cuatro décadas antes de que Rocío Carrasco se prestara a sentarse en un programa de televisión, dispuesta a contar su verdad «para seguir viva», Tina Turner ya hacía lo propio frente a un redactor de People. Corría el mes de diciembre de 1981 cuando la popular revista publicó una entrevista donde la cantante desvelaba la tortuosa relación mantenida con el que había sido su marido, Ike Turner, durante dieciséis años. «Viví una vida de muerte. Yo no existía. Pero sobreviví», afirmó entonces rotunda, pensando que contar aquello le serviría para que el público dejara de asociarla a su ex, y dar así por cerrado el capítulo más triste de su vida. Pero lo cierto es que sucedió todo lo contrario. Aquellos episodios de maltrato dejarían una huella imborrable en una mujer que se retiró de los escenarios hace más de una década, y que hoy día vive prácticamente aislada en su mansión de Suiza.
La rockera vuelve a ser noticia estos días porque acaba de aterrizar en el teatro Coliseum de la Gran Vía madrileña Tina, un ambicioso musical que ha triunfado en Broadway y que cubre cuatro décadas de su vida. La gran producción musical de Stage Entertainment, protagonizada en España por la artista Kery Sankoh, rescata algunos de los grandes éxitos de Tina, que ha colaborado con el proyecto, compartiendo sus recuerdos con los guionistas y enseñando a los coreógrafos sus atrevidos e icónicos movimientos de baile. Quien acuda a verlo tendrá ocasión de descubrir que, antes de convertirse en la reina del rock and roll, Anna Mae Bullock (nombre de pila de Tina Turner) las pasó verdaderamente canutas. La artista es la menor de tres hermanas que crecieron en una familia de campesinos de la rural Nutbush, en Tennessee. Decir que su infancia fue un desastre quizá sea quedarse corto: su madre desapareció cuando tenía diez años, su abusivo padre hizo lo propio al poco tiempo, y a ella no le quedó más remedio que irse a vivir con su abuela.
Durante un tiempo, la estadounidense compatibilizó escuela y trabajo, ejerciendo como canguro al servicio de una familia blanca cuya matriarca se convirtió en un modelo a seguir para ella. Pero, cuando su abuela murió, la cantante se mudó a Misuri, donde con diecisiete años conocería en un club nocturno (en el que su hermana Alline trabajaba como camarera) a Ike Turner, un tipo con inteligencia callejera y todos los defectos habidos y por haber, que entonces lideraba la banda The Kings of Rhythm. La primera impresión fue mala. De hecho, la artista pensó que aquel músico era bastante feo. Pero el caso es que Ike consiguió llevársela al huerto y, tras ficharla como vocalista de su banda, le cambió el nombre (lo que originó la primera pelea gorda entre ellos), le consiguió un contrato discográfico, y le propuso matrimonio. Los dos formarían un dúo musical que debutó con A Fool in Love en 1960, y se casarían en Tijuana dos años después. Juntos, Ike y Tina adquirieron cierta fama, se hartaron de actuar por el país y lanzaron temazos como River Deep – Mountain High, considerado un referente en el desarrollo de la música soul.
Pero Tina tardó poquito en darse cuenta de que Ike no era, ni de lejos, el hombre con el que ella podría llegar a ser feliz. «Ike era como un rey. Cuando se despertaba, yo tenía que peinarle, hacerle la manicura y la pedicura. Yo era su esclava», relataría años después. Además de adicto a las drogas, Ike era mujeriego y violento, así que convirtió en costumbre aquello de maltratar física y psicológicamente a su mujer, que se vio sometida, teniendo que educar a cuatro hijos pequeños (uno de la pareja, otro que ella tuvo con un novio anterior, y dos del primer matrimonio de Ike), y aguantando las palizas que el músico le daba. «Este hombre me pegaba, yo siempre tenía un ojo morado o algo así, y él tenía mujeres por todos lados y no me daba dinero. Sin embargo, no me fui. Me daba pena […]. Tenía miedo, pero me preocupaba por él. Me preocupaba destruir su carrera», relataría en 1986 a Rolling Stone la cantante, que en un momento dado comenzó a tomar pastillas para dormir, y llegó a intentar suicidarse con una sobredosis de Valium.
«Ike era como un rey. Cuando se despertaba, yo tenía que peinarle, hacerle la manicura y la pedicura. Yo era su esclava»
El músico no se cortaba un pelo y empezó a meter mujeres en casa. Tina afirmaría años después que hubo noches en las que llegó a contar hasta seis ‘novias’ de Ike pululando por allí: «Ike se acostó, o al menos lo intentó, con todas las mujeres de nuestro círculo, ya estuviesen casadas, solteras o lo que fuera». Pero la artista comprendió que todas ellas eran de un modo u otro víctimas de aquel hombre, y acabó haciendo buenas migas con algunas. De hecho, una de estas chicas (la misma que le suministraba a Ike las ingentes cantidades de cocaína que consumía) le recomendó a la cantante que empezara a practicar la meditación budista para salir de su desastroso matrimonio. «Pensé que no tenía nada que perder, así que finalmente probé [el budismo]. Me quedé con ello porque funcionaba. Me tomó algún tiempo desarrollar la confianza y el coraje para finalmente defenderme. Pero una vez que lo hice, dejé ese ambiente insalubre a mi manera y sin remordimientos», comentaría luego Tina.
En julio de 1976, armándose de valor, Tina dijo basta después de que Ike le diese una nueva paliza cuando ambos se dirigían a su hotel en Dallas, donde aquel día debían actuar. Ella le acompañó a su habitación, esperó nerviosa a que se durmiera, y luego cogió su equipaje de mano y huyó para siempre. Tras correr varias manzanas y atravesar la autopista entre los coches, entró apresuradamente en un Ramada Inn, con la cara amoratada y la ropa manchada de sangre. Luego, le explicó al conserje: «Soy Tina Turner. No tengo dinero, pero si me da una habitación le prometo que se la pagaré aunque sea lo último que haga». En realidad, Tina se fue con una mano delante y otra detrás (36 centavos tenía en el bolsillo), y hasta tuvo que recurrir a la caridad. Aun así, durante su divorcio en 1978, renunció a todo lo que le correspondía y solo le solicitó al juez de turno mantener su nombre artístico. Tras la sentencia, tuvo que buscarse la vida actuando en cabarets de Las Vegas y acudiendo a todo tipo de programas televisivos. Todo con tal de poder pagar las deudas que había contraído con los promotores de su última gira, cancelada tras lo ocurrido en Dallas.
«Mi sueño es poder llenar un estadio como los Rolling Stones»
Nadie parecía querer promover la carrera de una solista negra de 37 años. Cuando Tina acudió a The Hollywood Squares, el conductor del programa, Peter Marshall, la presentó con un «Tina, ¿dónde está Ike?». Durante un tiempo, buscó su tabla de salvación, y finalmente la encontró en el productor musical Roger Davies, al que además convirtió en su representante (y al que a veces le decía: «Mi sueño es poder llenar un estadio como los Rolling Stones»). Davies le consiguió una actuación en el neoyorquino club Ritz del East Village, donde la cantante se topó con su fan David Bowie —con cuyo apoyo alcanzaría el estrellato a sus cuarenta años—. Pero también comenzó a promocionarla en otros continentes y, en 1984, la ayudó a lanzar Private Dancer, disco que ganaría tres premios Grammy, vendería diez millones de copias en todo el mundo y la catapultaría a la cima del rock and roll.
Tina derrochaba energía, tenía sex appeal, reventaba estadios, y hasta rodaba películas. Podría decirse que comenzó a ser respetada como artista, aunque muchos fans y periodistas seguían asociándola con su exmarido, lo que la animó a airear a los cuatro vientos la realidad de su finiquitado matrimonio. «Siempre he sentido que lo más importante no es lo que nos sucede, sino cómo elegimos responder ante ello. Yo libero los sentimientos negativos haciendo caso a la importancia del perdón y la autorreflexión en lugar de a la culpa. Así rompí los ciclos de negatividad de mi vida», explicaría luego ella.
Lo cierto es que su entrevista con People no tuvo entonces demasiada repercusión, pero sí que sirvió para que algunos periodistas se atrevieran a seguir cuestionándola. ¿Cómo era posible que una mujer maltratada continuamente siguiera conviviendo con ese hombre? Cansada de sentirse juzgada, Tina se lanzó a escribir su autobiografía, Yo, Tina. Sin escatimar detalles, confesó que nunca había recibido amor, habló de la escasa relación que entonces mantenía con sus hijos (dos de ellos se engancharon a las drogas y el mayor se suicidó en 2018), narró las relaciones sexuales que su ex la obligaba a mantener después de muchas de las palizas que le daba («Reconozco que estaba bendecido, si es que se puede decir así, con una buena herramienta. ¿Eso lo hacía un buen amante? ¿Qué puedes hacer, además de subir o bajar o moverte hacia los lados o lo que sea que hagas cuando tienes sexo?», apuntó), y contó con pelos y señales las continuas torturas a las que aquel canalla la sometía (desde romperle la mandíbula y obligarla luego a cantar, hasta tirarle café hirviendo a la cara, provocándole quemaduras de tercer grado).
Las memorias de la que fue la primera mujer negra en aparecer en MTV se vendieron como churros, e inspiraron a muchísimas personas que también sufrían en silencio y necesitaban liberarse como ella. Sin pretenderlo, Tina Turner se convirtió en todo un símbolo de coraje y empoderamiento femenino. Una mujer hecha a sí misma, exitosa e independiente, que nunca se sintió demasiado cómoda con su beatificación, ni tampoco con el tono condescendiente empleado por algunos para referirse a su historia de lucha personal. Ike, en cambio, siguió publicando discos y se casó varias veces más, pero acabó entrando en una espiral de decadencia que concluyó con una muerte por sobredosis de cocaína en diciembre de 2007, a los 76 años.
La historia de Tina dio un giro inesperado cuando a mediados de los ochenta, durante un viaje a Alemania, conoció a Erwin Bach, un ejecutivo discográfico dieciséis años menor que ella al que no dudó en tirarle los tejos enseguida. Diez años después, la pareja se mudó a una mansión en Suiza, donde Tina encontró la paz que tanto ansiaba, planificó sus últimas giras y decidió que mayo de 2009 se convertiría en la fecha de su retirada definitiva. «Estoy cansada de cantar y de hacer feliz a todo el mundo. Eso es todo lo que he hecho en mi vida», confesaría una vez la artista, que aún hoy sigue teniendo pesadillas con las palizas que le daba su ex, y que en el reciente documental Tina reconoció que «Durante mucho tiempo odié a Ike. Cuando murió, me di cuenta de que estaba enfermo. He tenido una vida de abusos y no hay otra forma de contar la historia. Esa es la realidad, y yo tengo que aceptarla».
Tina solicitó la nacionalidad suiza en 2012. Al poco de obtenerla, como no tenía fuertes vínculos con su país de origen, renunció a la ciudadanía estadounidense, y se casó en Zúrich con Bach, al que en su libro Happiness Becomes You describe como el verdadero amor de su vida: «Nos damos libertad y espacio para ser nosotros mismos como individuos. Erwin jamás se ha sentido intimidado por mi carrera o mi popularidad. Él me enseñó que el verdadero amor no busca apagar la luz de uno para que el otro brille. Al contrario, desea que brillemos juntos». Nada raro, teniendo en cuenta que Bach ha estado siempre al lado de la incombustible diva, que en los últimos años se ha enfrentado a un infarto, un cáncer de intestino, una insuficiencia renal y un trasplante de riñón (que, por cierto, le donó su propio marido). Ya lo ven, 81 años y siete vidas. Como ella misma cantaba en su día: simplemente, la mejor.