«Manglano fue un personaje clave en la expansión internacional de España»
Juan Fernández-Miranda, periodista y adjunto al director de ‘ABC’ es, junto con Javier Chicote, el autor de uno de los libros periodísticos del momento: ‘El jefe de los espías’, que recoge e interpreta el archivo personal del teniente coronel Emilio Alonso Manglano, jefe del CESID desde 1981 a 1995
Juan Fernández-Miranda estrena doble paternidad. Acaba de publicar El jefe de los espías (Roca Editorial) y, durante la gestación del libro, ha sido padre de una criatura de carne y hueso. Me recibe en la redacción de ABC con el rostro satisfecho y la camisa arremangada: está en plena vorágine de una de sus jornadas informativas como responsable de la sección de España en el mencionado diario. Me da la mano, cruzamos un pasillo poblado de taquillas que él no usa porque dice ir «siempre corriendo», sin tiempo de guardar nada, y nos sentamos a hablar sobre las polémicas 446 páginas que ha alumbrado junto a su compañero de fatigas Javier Chicote.
Ya frente a frente le pregunto, en primer término, cómo se encuentra después de los cuatros años de intenso trabajo que le ha llevado confeccionar esta obra: «Muy contento porque el libro se está vendiendo muy bien y hay un aplauso bastante generalizado por parte de la profesión. Y tengo también una sensación de liberación porque han sido muchos fines de semana, muchos festivos, muchas vacaciones y muchas noches. Pero ha sido muy bonito porque probablemente es el trabajo más periodístico que hemos hecho nunca: el archivo de un jefe de inteligencia de nuestro país en una época de creación del propio Estado, imagínate». El Jefe de los espías, retomo, vio la luz hace un mes escaso y me consta que el correr de sus páginas levanta una buena polvareda. Al fin y al cabo, las anotaciones que el general Manglano recogió con disciplina castrense nos permiten asomarnos a sus despachos con Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo, Felipe González y José María Aznar, además de los que tuvo con vicepresidentes, ministros, hombres de finanzas e importantes espías (y, por supuesto, a sus audiencias con el rey). ¿Están él y Chicote recibiendo reacciones? «Sí, y mayoritariamente son positivas. Es un libro que es Historia de España, entonces hay de todo, y eso hace que le pueda interesar a todo tipo de lector. Los ataques o las críticas que hemos recibido son desde posiciones muy extremas». Juan me explica que, además de por el fondo y todos los entresijos que desvela, mucha gente lo está valorando por su forma, por cómo está escrito. «No es sesudo», coincido, y el autor confiesa que soslayar la aridez era la obsesión que ambos tenían: «Queríamos que lo pudieran leer estudiantes de Periodismo, por ejemplo, que los chavales de hoy puedan entenderlo aunque no vivieran los 80 ni los 90».
La familia del general Manglano le confió su archivo: «Cuando llegué, aluciné con su dimensión»
Los albores de El jefe de los espías son nuestro siguiente punto: Juan me explica que la familia del general Manglano contactó con él después de haber leído la biografía que escribió sobre su tío, Torcuato Fernández-Miranda (prologada por el rey Juan Carlos), y le propusieron visitar el ingente archivo que atesoraban: «Cuando llegué, aluciné con su dimensión. A partir de ahí hubo que empezar a trabajar. Fueron unos meses en los que me dediqué a clasificar todo lo que había; eran nueve contenedores de cincuenta y pico litros con todo tipo de cosas: cartas privadas, correspondencia personal, cartas de amor, informes confidenciales del CESID, notas manuscritas del general Manglano y, lo más relevante, a efectos informativos, sus agendas diarias durante los años que fue director del CESID. También había mucha documentación de su época de militar durante el franquismo, cuando era un arriesgado juanista que se iba a Estoril a visitar a don Juan». Con tamaño material obrando en su poder, esas nueve cajas que parecían tápers de comida para oso, como reza el prólogo, Juan decide buscar un partenaire, un compañero de inmersión. Y no tarda más que un minuto en encontrarlo: «Pensé inmediatamente en Javier Chicote, compañero mío en el periódico, que trabaja en la sección que yo llevo en ABC, la de Nacional, y es un periodista de investigación de nivel uno, el mejor, y además muy complementario a mí. Se lo propuse, aceptó encantado y ahí empezamos dos años de trabajo mano a mano muy interesante».
Las memorias secretas, desveladas: «En una reunión de oficiales se habló de formar un comando que ejecute a Juan Luis Cebrián y a Pedro J. Ramírez»
La imagen es llamativa: me imagino a los dos autores, de pie frente a aquellas cajas, estudiando el abordaje. Y, ya metidos en faena, encontrándose con anotaciones de Manglano de muy distinto cariz: largas reflexiones estructuradas en epígrafes, como cuando contesta a Leopoldo Calvo-Sotelo ante el enfado monumental que este le muestra tras aparecer en El Mundo un titular que achaca al CESID la búsqueda de testigos falsos para atribuir a la UCD la creación de los GAL; y otras, escuetas frases que alguien le ha revelado, como «en octubre cuando lleguen las elecciones… asesinato». ¿Cómo afrontaron los periodistas la complicada misión de rellenar los huecos y ofrecer un relato coherente? «Hay varias frases como esa. Otra por ejemplo es ‘En una reunión de oficiales se habló de formar un comando que ejecute a Juan Luis Cebrián y a Pedro J. Ramírez’. Eso era una frase aislada. Ahí la clave es el contexto. Primero, nos fijamos en el día que está anotada, ya que hay muchas anotaciones por delante y por detrás. Nosotros, para ser del todo fieles a lo que anotaba el señor Manglano, hemos contextualizado la época, el tema y hemos puesto el entrecomillado. En algunos casos cuando esa frase escueta no era suficiente no la hemos metido porque no queríamos que se malinterpretara o que nuestra percepción intoxicara una información».
Justo por esa lapidaria sentencia le quería preguntar yo. Los dos interfectos, Pedro J. y Juan Luis Cebrián, estuvieron acompañándolos hace unos días, junto a Luis María Ansón, en la presentación del libro. ¿Sabían ellos que estuvieron en la diana de sectores reaccionarios del Ejército en los tempranos ochenta? «Les llamamos. Javi llamó a Juan Luis y yo a Pedro J., la noche antes de publicarlo en ABC en una de las publicaciones previas que hicimos del libro. Yo cuando llamé a Pedro J. le dije: ‘Pedro, es una buena noticia lo que te voy a decir, porque, al final, pasados cuarenta años es un reconocimiento al papel como representante de la prensa libre frente a quienes consideraban que la Transición había sido un fraude’. Y claro, se sorprendieron ambos, pero se ve con mucha distancia, no es lo mismo que si les hubiéramos llamado al día siguiente de aparecer esa nota, en el 81». Con la salvaguarda de los 40 años que han mediado, los dos exdirectores respiran tranquilos, y ni ellos ni Luis María Ansón objetaron nada cuando Chicote y Fernández-Miranda les propusieron ser los maestros de ceremonia: «Los tres dijeron que sí a la primera, su disposición fue estupenda. Verlos a los tres juntos era una imagen impresionante, nunca habían estado los tres, y eso era un hecho inédito, con independencia de lo que cada uno de ellos opinara sobre el libro, sobre la época o incluso sobre la biografía de Manglano». Y lo que opinaron, diametralmente opuesto, dio pie a una presentación candente: «Sí, fue movidita porque no estaban de acuerdo en casi nada, pero de eso se trata. Hay que verlo con una mirada liberal: estos son los hechos, nosotros como autores del libro sacamos unas conclusiones, pero hay que tener una mirada abierta para que cada uno tenga su opinión, y sean probablemente contradictorias. De ese choque de percepciones y de ideas sale una sociedad mejor».
Mientras Pedro J. tachaba a Manglano de «fatuo», «incompetente» y «falsario» en el ejercicio de sus funciones, Juan Luis Cebrián le afeaba a su otrora rival tales descalificativos. Con el autor delante, me resulta obligado preguntarle por su visión sobre el desempeño del general, y él me contesta resumiendo los tres aspectos de los que Manglano se encargó: detectar y frenar las asonadas golpistas en los primeros años de la democracia, luchar contra el terrorismo y modernizar el CESID, tal y como le había encomendado Alberto Oliart, el que fuera ministro de Defensa de Leopoldo Calvo-Sotelo. «Este le dice ‘no puede ser que haya habido un golpe de Estado en España y no solo es que el CESID no se haya enterado, sino que ha habido gente del CESID implicada’. Y pasados quince años (de funciones), el director del CESID no solo no era recibido en Europa, como en el 81, sino que era el decano de los directores de los servicios de inteligencia europeos. España pasó a tener una relación de tú a tú con la CÍA, que hasta entonces era bastante paternalista; con la KGB, el Mossad, el MI6, los servicios franceses, portugueses, todo el norte de África, Oriente Medio, todo Sudamérica y Centroamérica, y eso fue gracias a Manglano». En opinión del periodista, Manglano se convirtió «en un personaje clave de la expansión internacional de España en aquella época. Por supuesto la imagen era el Rey, que es el que había traído la democracia, pero Manglano siempre iba por debajo, entre bambalinas».
La verdadera voz del rey se escucha en sus páginas: «Felipe, vas a ver cómo juegan con la corona de tu padre como con un balón de fútbol»
Uno de los aspectos más interesantes del libro, a mi juicio, es precisamente que nos permite escuchar la verdadera voz del rey, la que abre la puerta de su fuero, pero interno. Por ejemplo oímos esa voz cuando la noche del 23F, mordido por la frustración, el Emérito le dice a su hijo: «Felipe, vas a ver cómo juegan con la corona de tu padre como con un balón de fútbol». Juan comparte la apreciación: «Es uno de los valores de este libro, que escuchas en primera persona al rey o a los presidentes y otras personas relevantes. Hemos escuchado al rey hablar del 23F en algún libro, pero eso es lo que el rey quiere contar del 23F en un libro, pero esto es lo que el rey le cuenta a Manglano no para que se publique, y por eso tiene una veracidad mayor. Yo cuando leo esa cita que has mencionado siento una profunda emoción histórica».
Y, además de su voz, también a través de este libro sabemos de los pasos del Emérito y sus maniobras, pues los papeles de Manglano desvelan cómo el rey financió la Transición española con 36 millones de dólares provenientes de la casa de Saúd, de Arabia Saudí. Un préstamo cuyos fondos procedían del oro negro. Publicar una información tan sensible en esta época, también harto sensible, se me antoja complicado, pero Fernández-Miranda me dice que han estado respaldados en todo momento por ABC «para publicar estas informaciones que son relevantes y son históricas».
El jefe de los espías no elude ningún charco: por su índice onomástico desfilan los principales protagonistas de los años cruciales de nuestra democracia. «Fernando Jáuregui nos decía el otro día que ha calculado que hay 240 personas que no querrían que este libro se publicara. Yo creo que las personas que salen, tienen que leerlo», dice Fernández-Miranda. Y yo le pregunto: «¿Y quién crees que no contará que lo ha leído?». «Yo creo que los expresidentes del Gobierno lo han leído seguro, no creo que se hayan quedado con un resumen de sus gabinetes de prensa. Yo creo que Felipe González y Aznar lo leerán pero no nos lo dirán», responde con su sonrisa amable y el brillo justo en las pupilas.