Egipto. Elecciones de alto voltaje
La crisis energética que condena a Egipto a apagones eléctricos pesa sobre el futuro presidente de Egipto. La llegada del verano y las altas temperaturas pondrán a prueba al nuevo gobierno: ¿será capaz de acometer una reforma estructural a base de medidas impopulares? La estabilidad política y económica penden del tendido eléctrico del país más poblado de África.
Egipto a oscuras (Amr Dalsh/Reuters)
Neveras vacías y desenchufadas. Colas interminables en las gasolineras. Crece el descontento. Las plazas bullen. Promesas incumplidas que entonces arrasaron con cualquier atisbo de cambio, de progreso… amenazan con volver. El pueblo se cita de nuevo en las urnas sin que se haya manifestado síntoma alguno de recuperación. La llegada del verano dispara la temperatura no sólo en el mercurio, también en las calles. La crisis energética del país enciende a la población. La sombra de los apagones que un año antes se cernía sobre el depuesto Mohamed Morsi pesa ahora sobre el gobierno del electo Abdel Fattah al-Sisi. Su mandato se medirá en voltios. Urge una reforma del sector energético egipcio.
El derrocamiento de Morsi, apenas un año después de ser elegido presidente se vendió en las televisiones con hogares a media luz y gasolineras sin combustible. Si bien la crisis energética se venía gestando desde hace tiempo, la llegada del estío y las altas temperaturas, precipitó los acontecimientos. ¿Habrán escarmentado los políticos o el riesgo de que Egipto se quede a oscuras sigue presente?
En clave política
Las dificultades presupuestarias y la escasez de divisas ahogaban al gobierno de Mohamed Morsi. La producción de crudo entró en declive y el gas, aunque con mejores perspectivas, ni siquiera era suficiente para abastecer el aumento de la demanda para consumo doméstico y sectores claves de la economía como el turismo.
En julio de 2013, el consumo global de energía alcanzaba los 28.000 MW. Egipto se convertía entonces en un país desesperado por importar gas y Qatar en el suministrador aliado del régimen de Morsi. La propuesta catarí resolvía de un plumazo el verano. Se hacía cargo de las obligaciones contractuales del país con sus clientes extranjeros y, además, ofrecía cinco cargamentos de gas natural licuado. La decisión suponía asumir un coste excesivamente elevado para una economía flaca a la que no dejaban de aparecerle las pulgas. Los subsidios a las combustibles eran tres veces superiores a la asistencia financiera negociada con el Fondo Monetario Internacional (FMI) -4,800 millones de dólares-. Equivalía a más del 25% del presupuesto nacional. Por ello, el FMI condicionó el préstamo a la reducción de los subsidios: medida impopular que la inestabilidad del gobierno no podía permitirse.
La caída de Morsi también se midió en voltios. Partidarios y detractores del presidente que sucedió a Hosni Mubarack no tardaron en mover sus piezas en el tablero energético. Empezando por los hasta entonces aliados. De los cinco cargamentos de gas natural licuado ofrecidos por Qatar, sólo tres llegaron a ser entregados. Con un Morsi fuera de juego y unos Hermanos Musulmanes en retroceso, el gobierno catarí no dudó en retirar su apoyo al país.
El resto de las piezas tampoco se quedaron quietas. Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Kuwait acogieron con gusto el jaque mate al gobierno islámico del ahora depuesto presidente. Sobre la mesa: tentadoras ofertas gasísticas. De acuerdo con el actual gobierno, los países del Golfo habrían apoyado el derrocamiento de Morsi con 6.000 millones de dólares. Y aún no se ha cerrado el grifo. Según cuenta a Reuters, Tarek el-Molla, jefe de Egyptian General Petroleum Corp – de propiedad estatal-, Egipto ha recibido un cargamento de petróleo de Arabia Saudí por un valor que oscila entre los 650 y 700 millones de dólares en abril. Según sus estimaciones, hasta el próximo mes de agosto las ayudas podrían llegar a los 3.000 millones de dólares. Es sólo una parte de las ayudas financieras de los países del Golfo para aliviar la crisis energética.
La herencia de Mubarak
La principal batalla que tendrá que librar el nuevo gobierno comenzó a echar raíces en la era Mubarak. La estructura del sistema energético egipcio no ha sufrido apenas variaciones en las últimas décadas. Arrastra desde entonces los males que ahora se enquistan sobre una maltrecha economía.
La columna vertebral que nutre de energía al país es un holding de propiedad estatal que responde a las siglas EEHC -Egyptian Electricity Holding Company-. Engloba seis empresas productoras de electricidad y nueve de distribución. La transmisión es gestionada por un único organismo: la Empresa de Transmisión Eléctrica (EETC). Propiedad del gobierno, la compañía gestiona y mantiene la red eléctrica nacional. Además, tiene poder absoluto sobre la compra a granel de energía para las centrales eléctricas.
La liberalización del sector parece una cuestión clave en la reestructuración del mercado. La presencia del gobierno y los proveedores de servicios privados están llamados a convivir para garantizar la competencia leal en el mercado. Una idea que comienza a tomar cuerpo con el decreto presidencial 339/2000 en el que se establece la creación de un organismo regulador dependiente del Ministerio de Electricidad y Energía. Funcionaría mediante la emisión de licencias.
Este sistema es aún endeble. Si bien es cierto que se han emitido una serie de licencias para todas las actividades del sector, existe una asignatura pendiente. Se carece de un sistema de penalización para aquellas empresas que operen sin licencia. La laguna legal es evidente: no hay diferencia entre compañías que obran bajo la ley o la burlan y, por tanto, no hay beneficio alguno en la obtención de licencia. Potenciar este sistema supone la construcción de una red empresarial entorno al sector regulada por el gobierno pero sufragada por un capital privado al que ofrecer unas mínimas garantías. Hace falta que el sistema madure al abrigo de la estabilidad política y ecónomica del país.
Cambio de rumbo
Ahora, el ex jefe del Ejército, Abdel Fatha al Sisi, toma el testigo político. Su postura entronca toda una estrategia internacional basada en mantener fuera de juego al fundamentalismo islámico liderado pro los Hermanos Musulmanes. Una postura que le asegura el apoyo de valiosos aliados: la administración de Obama y gran parte de los Estados del Golfo Pérsico. Con esta baza, el nuevo Ejecutivo gozaría de un cierto margen de maniobra para continuar con las líneas de actuación trazadas por el gobierno interino, sostenidas en tres ejes fundamentales – importación de gas natural, mejorar la eficiencia en la transferencia de combustible y añadir más estaciones a la red nacional-. Sin embargo, sólo la primera estaría garantizada.
La reforma del sector energético será, sin duda, la vara con la que la sociedad egipcia mida su gestión. De ella depende, además, la inyección de una importante suma de dinero procedente del Fondo Monetario Internacional a la que la economía del país no puede permitirse renunciar. Pero antes, la supresión progresiva del sistema de subvenciones y el encarecimiento de la energía deberían ser acometidos con prudencia, con paso firme y sin titubeos. La introducción del carbón y la apuesta por las energías renovables podrían sumarse a las tablas de salvación.
La política del nuevo presidente al respecto aún se desconoce. Lo que sí se sabe es que, una vez más, el reto se medirá en voltios. Puede que se produzca un cortocircuito que derroque al nuevo gobierno, pero también puede que los generadores iluminen la recuperación de un país sumido en apagones no sólo eléctricos, también democráticos.