“Si mañana no trabajo, ya no como”: la otra lucha de México durante la pandemia
Sin ahorros ni despensas llenas, el coronavirus deja expuestos ante el declive económico a 30 millones de mexicanos, que trabajan en la informalidad
—¿Cómo te está afectando que la gente salga menos de casa?
—Con hambre. Aumenta el hambre.
Eduardo tiene 21 años, la mirada agachada, las palabras cortas y el flequillo negro. Transporta 13 horas al día una bicicleta amarilla vieja y un cajón lleno de cocos. “Vienen de Acapulco”, dice. En una tabla de madera colocada cerca del manillar los parte y los prepara en la colonia Condesa, en Ciudad de México. Hace días que casi no vende a nadie.
Faltan clientes para comprar cocos, tacos, artesanías, jugos, libretas, refrescos, faltan niños para pintarse de colores la cara. Pero Eduardo, Alejandra, Juan, Pablo, Julio, Luis, Ana o Silvestre siguen con los puestos en las calles. Ahí esperan. “¿Pero qué voy a hacer? Si no trabajo mañana, yo ya no como”. La crudeza de Enrique Peláez, un pequeño empresario con tres hijas a su cargo, resume la lucha real a la que se enfrentan millones de mexicanos durante esta pandemia.
La crisis del coronavirus[contexto id=»460724″] ha puesto en jaque a Gobiernos y sistemas sanitarios de todo el mundo. En México, con 12 fallecidos y más de 700 contagiados, el Ejecutivo de Andrés Manuel López Obrador no ha impuesto todavía ninguna restricción de movimiento ni cuarentena obligatoria.
En un país donde el 56,7% de la población activa trabaja en la informalidad, es decir, por cuenta propia sin estar registrada en la Seguridad Social —una opción que es legal en México—, la amenaza del covid-19 no es solo sanitaria. Hay más de 30 millones de personas que, al no pagar impuestos no reciben ayudas ni acceso al sistema de salud público, están indefensas ante el hundimiento económico.
“Las menores ventas, menores ingresos y menos necesidades satisfechas de este sector de la población se traducirán en un incremento de la pobreza alimentaria, y sobre todo en un incremento de la pobreza extrema. Se va a incrementar el número de pobres extremos”. Así de tajante es Martín Ramales, profesor de Política Económica de la Universidad Tecnológica Mixteca de Oaxaca.
El sector de trabajadores informales supone el 20% del PIB de México. La gran mayoría obtiene en cada jornada de trabajo los ingresos para mantener al día a su familia. No hay ahorros ni despensas llenas. Ahora con los bares, gimnasios y cines cerrados, con un tráfico que ha caído a más de la mitad en la capital del país, y con medidas drásticas planeando en el horizonte, la incertidumbre y la preocupación se repiten en los ojos cansados de los que tienen que seguir saliendo a la calle para subsistir.
Ana Meléndez lleva 26 años gestionando su puesto de bebidas y dulces en una esquina de la colonia Roma Sur. Es madre soltera y está preocupada: “Yo soy la cabeza de mi hogar, quien tiene que traer el sustento a casa”. Ana cuenta con ese orgullo que no se puede disimular que su hijo mayor está en el último año de Odontología, y que su niña termina al curso que viene Derecho. “Se vienen gastos fuertes”, reconoce, pero añade que “por supuesto” obedecerá a la Alcaldía de Cuauhtémoc, a quien paga mensualmente para poner su tienda, cuando le haga levantar y se tenga que ir a casa.
En una calle cercana al céntrico paseo de Reforma, Pablo Rosas está sentado en una silla bajita y plegable. A un lado ha extendido una tela roja con las artesanías que él y su mujer fabrican desde hace 30 años. Ahora tiene 57 y todos los días viene con su hatillo y su bolsa desde Chimalhuacán, un humilde municipio del Estado de México a dos horas de la ciudad. Pablo escucha la radio mientras da forma con cuidado a pendientes de colores, monederos, maracas o payasos para niños. Dice que está muy pendiente de las “indicaciones de las autoridades”: “Hay que lavarse las manos, no tocar el metal… Es tiempo de ir del trabajo a la casa. Nada de fiesta. Hay que cuidarse, hasta donde se puede. Pero yo encerrarme en mi casa no puedo, necesitamos sacar algo para comer”.
El Gobierno mexicano ha llamado a todos ciudadanos que puedan a quedarse en casa para tratar de mitigar la expansión del coronavirus. El pasado viernes cerraron todos los centros educativos del país y millones de alumnos de todos los niveles escolares fueron enviados a casa. Ahora les mandan las tareas por WhatsApp.
Así están las tres hijas de Luis Acosta: «Dos están en la preparatoria y una en el colegio. Me han salido muy buenas mis hijas». Ahora se quedan con su abuela, mientras él mantiene un puestito con material de papelería en la avenida Insurgentes, la más larga de la ciudad. Horas antes del cierre habitual, Luis va recogiendo despacio, no hay a quién vender. «He pensado en buscar otro trabajo si esto sigue así. Pero no sé dónde, si se va a cerrar todo, en ningún lado se puede«.
La conversación se repite en cada barrio de la ciudad. Los comerciantes que tienen sus negocios en la calle, desde limpiabotas hasta tatuadores, no saben hasta cuándo van a poder seguir trabajando. A otros ya no les compensa abrir.
Es el caso del jefe de Alejandra López, que trabaja en un popular puesto de tacos de parrilla de la Roma. «Las ventas han caído un 80%. Esta semana ya nos bajaron el sueldo y vamos a cerrar por unas dos semanas para ver si todo se calma. Porque nosotros vivimos al día y con lo que estamos ganando no nos da para pagar los sueldos y la mercancía”. Si la situación no se arregla, la joven, de 21 años, está pensando en dejar la ciudad y volverse a vivir a Michoacán, su estado natal.
Los puestos de venta del bosque de Chapultepec, el pulmón de la ciudad, parecen ahora carcasas abandonadas entre los cedros y las jacarandas. De los 300 vendedores habituales —son el doble los fines de semana— solo una decena permanecen abiertos en esta fase 2 de coronavirus. El resto ha preferido cerrar sus puestos, no cuadran las cuentas.
Tampoco le salen a Silvestre Cruz que estos días gana alrededor de 200 pesos (unos 10 euros), una cuarta parte de lo que ingresaba antes del coronavirus. A esa cantidad le resta el pasaje de ida y vuelta desde Iztapalapa, a unas dos horas de distancia. Aun así cada mañana se levanta a las cinco y media de la mañana para llegar puntual, a las ocho, a su puesto de refrescos. Lleva 40 de sus 59 años con la misma rutina. Dice, y la piel se eriza, que no puede dejar de salir a vender porque tiene que llevar la comida para su padre, de 85 años, y su hermana, que es diabética y no trabaja. Pregunta, desesperado y con los ojos en lágrimas, qué va a hacer, qué puede hacer: «Yo no sé hacer nada, solo sé esto, trabajar en esto».
En una situación similar está Juan González, de 38 años, que heredó el puesto de artesanías de su padre. Vive con él y dos hermanos. Ha calculado que con los ahorros de los tres pueden aguantar entre ocho y 10 días sin trabajar. Y vuelve la temida pregunta: «¿Pero después qué?».
Ambos esperan la intervención del Gobierno. El Ejecutivo de Obrador ya ha anunciado que va a adelantar el pago de las pensiones a los más de ocho millones integrantes del programa de Pensión para Adultos Mayores. En vez de ingresar 2.670 pesos (unos 130 euros), que corresponde a dos meses, van a recibir el doble. «Que consideren que estamos incluyendo dos bimestres, y ya ellos son gentes muy responsables, pero de todas maneras no está demás decirles que administren bien», ha advertido el presidente del país.
Además, el Gobierno va a otorgar créditos sin intereses o muy bajos a un millón de pequeños negocios. Todavía no ha concretado cuándo. «Definitivamente el Gobierno debe hacer algo o mucho para proteger a este sector de la población, que es bastante vulnerable. Una buena parte del universo empresarial del país son MIPyMES [micro, pequeñas y medianas empresas] que generan el 75% del empleo en el país. El Gobierno debería estar adelantando también los recursos que les otorga», mantiene el investigador en políticas públicas y economía social Martín Ramales.
La promesa de esa ayuda es la esperanza a la que se agarra Enrique Peláez. Con los 100 ó 200 pesos (entre cinco y 10 euros) que ingresa de hacer tatuajes y maquillar a niños da de comer a su familia. «Ahora estamos sobreviviendo», dice a través de una mascarilla de camuflaje. Dice que trata de protegerse al máximo y ofrece gel antibacterial. Dice que le parecería bien que el Gobierno impusiera medidas más duras «para no llegar a la situación de Italia o España y reducir el número de contagiados». Dice que no puede, pero que él también quiere quedarse en casa.