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El nuevo sector en alza: el turismo negro

Belchite Viejo, Zaragoza, es uno de los emplazamientos en España más interesantes para el turismo negro.

El nuevo sector en alza: el turismo negro

Reuters

Hay personas ávidas de emociones fuertes que quieren vivir una aventura, pero sin riesgos, en caminos ya trillados que les ofrezcan la garantía de que su zona de confort sólo se verá invadida de manera controlada. Hay a quien el turismo tradicional ya no le convence: sol, playa, museos, visita al casco antiguo de una ciudad…¡Bah, pamplinas! Nada comparado con sentir lo mal que lo pasaban los presos en las cárceles soviéticas –el penal de Karosta, en Letonia, ofrece noches con todo incluido: gritos, amenazas, sólo agua fría para bañarse..– o percibir un poco lo que fue el genocidio ruandés –Ruanda ha dispuesto lugares para ello, con restos humanos y ropa ensangrentada, todo original–. Y para los que les guste vivir al límite, también pueden visitar Chernóbil y hospedarse en el hotel Pripyat, que prohibe a sus clientes abrir las ventanas, por esto de la radiactividad; o acercarse al reactor que sufrió el peor accidente nuclear de la historia y hacerse un par de selfies. Sólo permiten estar junto a él diez minutos por unos 200 dólares.

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La planta nuclear Chernóbil, de fondo. | Foto: Gleb Garanich / Reuters.

 

Este tipo de turismo es conocido como turismo negro, oscuro o de dolor, y aunque existe desde tiempos remotos porque el morbo de la tragedia siempre ha interesado, ya sea en forma de cadáveres carbonizados en Pompeya o en forma de altar maya para los sacrificios humanos, «el matiz no es el lugar, sino la intencionalidad de quien se acerca a él», según la grafopsicóloga, escritora y redactora del programa Cuarto Milenio, Clara Tahoces.  «Los ‘lugares de dolor’, por decirlo de alguna manera, han existido desde siempre. Los campos de exterminio nazi, por citar un ejemplo, han sido visitados desde la perspectiva de la Historia y del no olvido de lo que allí ocurrió, para evitar que vuelva a repetirse», sin embargo, el problema, en palabra de Tahoces, «es que hay gente que acude a ellos como si de un parque de atracciones se tratara». Ejemplo de ello son las duchas que se han colocado en el campo de concentración de Auschwitz (Cracovia, Polonia), emulando a las que usaban para el exterminio y con el fin de que se refresquen los turistas «como si fuese un ornamento turístico».

 

Belchite Viejo, Zaragoza, la ‘meca’ del turismo negro en España

 

Belchite Viejo protagonizó en 1937 una de las mayores matanzas durante la Guerra Civil Española. Se estima que entre el 24 de agosto y el 6 de septiembre de ese mismo año murieron cerca de cinco mil personas. Totalmente en ruinas, desde 2007, el ayuntamiento realiza visitas guiadas –diurnas todos los días y nocturnas los fines de semana– donde se puede contemplar el enorme grado de destrucción que causaron los combates. Visitar las caras de Bélmez, un fenómeno considerado por muchos como paranormal, que consiste en la aparición de pigmentaciones, identificadas como rostros, en el suelo de una casa ubicada en Bélmez de la Moraleda, Jaén, es otro de los emplazamientos más interesantes para el turista de la catástrofe en España.

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Una de las calles de Belchite en 2009. | Foto: Wikipedia.

 

Otros emplazamientos interesantes para el turista de la catástrofe son los espacios expositivos especializados como museos o galerías del crimen. En España tenemos, por ejemplo, la Galería de la Inquisición en Córdoba  o el Museo de la Inquisición y la Tortura en Santillana del Mar, Cantabria. Lugares que invitan a sumergirse a través del tiempo a una etapa cruel de nuestra historia y que presentan una amplia muestra de múltiples máquinas y procedimientos de tortura.

El Museo del Crimen de Scotland Yard, Londres, también conocido como Museo Negro, es por excelencia el espacio expositivo de referencia para este tipo de turismo. La sala reúne desde antifaces usados en 1905 por asesinos hasta reproducciones policiales de las mochilas de los yihadistas del 7-J. También figuran un maletín con una jeringa disimulada para inyectar veneno a la víctima y el champán con que celebraron los ladrones el robo del tren de Glasgow. Toda una colección de objetos con historias truculentas que sirven como resquicio por donde espiar la mente criminal de quienes cometieron esos actos. Sin embargo, hasta el momento, sólo tienen acceso a él los oficiales de policía, estudiantes de la academia y los investigadores que tengan la necesidad de utilizar elementos del museo en vinculación con casos del presente.

Por ahora…

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