23F: la improvisación que salvó a España
La imagen de un teniente coronel de la Guardia Civil, pistola en mano, subiendo a la tribuna de oradores e interrumpiendo la votación dio la vuelta al mundo hace 36 años.
«¡Quieto todo el mundo!», «¡Silencio!», «¡ Al suelo, al suelo he dicho!»…»¡Se sienten, coño!»
Estas frases que fueron acompañadas por disparos al aire se produjeron en la tarde del 23 de febrero de 1981 en el hemiciclo del Congreso de los Diputados. En ese momento, sus señorías votaban la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo como presidente del Gobierno de Unión de Centro Democrático (UCD), en sustitución de Adolfo Suárez, que había dimitido días antes acuciado por las presiones de los diferentes sectores de su propio partido, pero también por una situación política y social convulsa.
La imagen de un teniente coronel de la Guardia Civil, pistola en mano, subiendo a la tribuna de oradores e interrumpiendo la votación dio la vuelta al mundo hace 36 años. En el recuerdo quedan también otras escenas como la de Manuel Gutiérrez Mellado, vicepresidente del Gobierno y teniente general que, ante la irrupción del teniente coronel y una docena de miembros del mismo cuerpo policial, abandonó su escaño en el banco azul y se dirigió hacia ellos pidiéndoles explicaciones y exigiéndoles que depusieran su actitud, a lo que los guardias civiles respondieron disparando al aire. Uno, dos, tres, cuatro….veinte….los disparos atronaron por todo el hemiciclo, mientras los ciudadanos que seguían la sesión plenaria a través de la radio o la televisión, no daban crédito a lo que estaba ocurriendo.
En el hemiciclo, los asistentes se tiraron al suelo y se agazaparon entre los escaños. Todos, menos Gutiérrez Mellado que seguía de pie, con los brazos en jarras, y Adolfo Suárez, que permaneció sentado en su escaño, al igual que el secretario general del Partido Comunista de España (PCE), Santiago Carrillo, que no se molestó en tirarse el suelo. Como contó en numerosas ocasiones el histórico político, había reconocido al teniente coronel Antonio Tejero y pensó que de nada serviría esconderse si aquello, estaba claro, era un golpe de Estado.
La imagen de Tejero, pistola en mano, amenazante desde la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados, ha quedado ya en la memoria de España
Tejero bajó hasta donde estaba Gutiérrez Mellado e intentó tirarle al suelo mientras los diputados volvían poco a poco a sentarse, momento en el que Suárez le dijo a su vicepresidente que volviera a su escaño. Aquella escena fue vivida también por numerosas personas que se encontraban en la tribuna de invitados, y por los periodistas que cubrían la información parlamentaria, fue el relato en directo de un golpe de Estado a través de la radio y la televisión. Durante un tiempo, los periodistas pudieron seguir transmitiendo el asalto al Parlamento hasta que los guardias cortaron las comunicaciones.
Imágenes y sonidos que forman ya parte de la historia reciente de una incipiente democracia que en aquellos años trataba de fortalecerse en medio de la incertidumbre, y tratando de hacerse paso frente a sectores conservadores que se negaban a aceptar el fin de casi 40 años de dictadura. Franco había muerto en noviembre de 1975 pero había demasiados nostálgicos que deseaban volver al «orden» establecido por el régimen anterior.
«Buenas tardes. No va a ocurrir nada pero vamos a esperar a que llegue la autoridad militar competente para disponer lo que tenga que ser y lo que él mismo diga a todos nosotros. Esténse tranquilos, no sé si esto será cosa de un cuarto de hora, veinte minutos, media hora…me imagino que no será más. Y la autoridad que hay competente, militar, por supuesto, será la que determine lo que va a ocurrir. Por supuesto que no pasará nada, así que estén todos ustedes tranquilos». Fueron las primeras palabras que un uniformado pronunció cinco minutos o diez después de los disparos y los gritos de Tejero.
¿Cuándo se gestó el golpe?
¿Qué era todo aquello? ¿Qué pretendía aquel teniente coronel, Antonio Tejero? ¿Quién más estaba involucrado en el secuestro de sus señorías, a las que se les aseguró que no le pasaría nada si se mantenían sentadas en sus escaños? ¿Quién era la autoridad competente que se suponía que tenía que llegar?
En The Objective preguntamos a una de las personas que más sabe sobre lo que ocurrió aquel 23F, cuándo empezó a gestarse el golpe y por qué no triunfó. Alberto Oliart entró en el Congreso de los Diputados ese 23F como ministro de Sanidad y puede decirse que salió a la mañana siguiente como ministro de Defensa – aunque su nombramiento se hizo efectivo un par de días después.
En una interesante conversación, Oliart nos habla de aquella larga noche, sentado en el banco azul. De cómo el momento que más vivió con preocupación fue cuando los guardias civiles se llevaron del hemiciclo a Adolfo Suárez y a Gutiérrez Mellado, a Santiago Carrillo, al secretario general del PSOE, Felipe González, y al vicesecretario general, Alfonso Guerra, además de al ministro de Defensa en ese momento, Agustín Rodríguez Sahagún. «El hemiciclo quedó en silencio».
Fue una noche larga, la noche de los transistores, en la que todo empezó a desmoronarse a partir de las 01.20h de la madrugada cuando el rey salió vestido de capitán de los ejércitos por la televisión, y realizó una declaración en la que hizo una defensa de las libertades y de la democracia. Según Oliart, la actuación del monarca fue, en parte, la que salvó a España de un derramamiento de sangre. Él se encargó desde la Zarzuela de llamar a algunos de los capitanes general de las regiones más conflictivas o más importantes por su situación. Lo mismo hizo el jefe de la Casa del Rey, Sabino Fernández Campos, con otros capitanes generales.
Y aquí es cuando se produce la famosa frase «Ni está ni se le espera» de Sabino. Oliart explica que lo que pasó en realidad fue que Alfonso Armada llamó al rey para decirle que se ponía a sus órdenes, que estaba dispuesto a hacer lo que fuera para poner fin a la sedición y que acudiría a Zarzuela para estar junto a Su Majestad. Don Juan Carlos, que desconfiaba de quien durante años fue su tutor – la reina tampoco era santo de su devoción – le dijo que no. «Tú quédate en el cuartel general con Quintana Lacaci, que serás más útil allí«. Armada obedeció. El rey le comunicó a Sabino la conversación y cuando éste recibió la llamada de uno de los golpistas y preguntó si estaba Armada – la consigna para saber que el golpe iba por buen camino – Sabino le respondió con la famosa y acertada frase de «ni está ni se le espera». Con el paso de las horas, y cuando la mayoría de los militares comprendieron que el Rey no encabezaba el golpe como se les había dicho, fueron desmarcándose. Menos Milans del Bosch, que llegó a sacar los tanques por las calles de Valencia y Pardo Zancada, entre otros.
Los antecedentes
El golpe, según Oliart, se empezó a fraguar mucho antes. Tras la muerte de Franco en 1975, Juan Carlos es proclamado Rey. Su intención de que España sea una monarquía parlamentaria lo convierte en una especie de traidor entre los franquistas, sobre todo, cuando junto a Torcuato Fernández Miranda, comienza a apartar a los del régimen anterior como el presidente Carlos Arias Navarro. En su lugar, acaba eligiendo a un joven del Movimiento, Adolfo Suárez, que al igual que el rey, comprende que España ha cerrado un oscuro capítulo de su historia y debe abrir otro, el de la democracia y las libertades. Sin duda, esos años de 1976 y 1977 fueron muy difíciles y pese a los intentos por parte de la extrema derecha de boicotear cualquier avance con crímenes como la matanza de los abogados de Atocha, Suárez y el Rey siguen adelante. Sin duda uno de los momentos más complicados fue la legalización del Partido Comunista. Se hizo en plena Semana Santa y casi a hurtadillas. El gobierno de entonces se encontró de frente con la extrema derecha y con un ejército cada vez más descontento.
Como cuenta Oliart, Suárez se equivocó al intentar no ascender a Jaime Milans del Bosch cuando le correspondía. El militar fue al rey a quejarse y Don Juan Carlos transmitió el malestar al Gobierno. Llegó la rectificación pero tarde y mal, con el ascenso de otros cinco altos mandos, incluido Milans, que para evitar que estuviera en Madrid fue nombrado capitán general en la región militar de Valencia. «En el ejército, este tipo de cosas no se perdonan, ni por el agraviado, ni si quiera por el resto, porque se entiende como un agravio a todos ellos y ante este tipo de actitudes sale el corporativismo. Ese fue un error, una chapuza, que generó más malestar del que ya había en las filas del ejército», apunta el ex ministro Oliart. Además, durante mucho tiempo se repartían por los cuarteles octavillas criticando los cambios que se estaban sucediendo en el país. Algún alto mando llegó a decir, cuando el PCE fue legalizado algo así como que «sólo faltaba que nos gobernaran los que vencimos en la guerra», cuenta el ex ministro de Defensa.
Medios afines al régimen como El Alcázar caldeaban el ambiente con críticas a un país que había legalizado el PCE
Mientras, una parte de la sociedad civil, a través de los medios de comunicación más afines al anterior régimen no hacían más que arengar a esa parte de la población descontenta, entre la que estaban muchos de los altos mandos militares. Aquellas columnas de opinión criticando los avances democráticos, las libertades, hablaban también de la necesidad de actuar contra lo que era un ataque al «orden» del añorado régimen. Los golpistas sabían que podían contar con una parte de la sociedad civil. Oliart no da nombres y se limita a recordar que personalidades como el ex ministro de Franco, Girón, escribía en El Alcázar y arengaba a actuar. No hay que olvidar que en aquellos años también ETA y el GRAPO estaban muy activos y tenían a los militares en el centro de mira, con asesinatos casi a diario y secuestros.
«Los militares, sin duda, se rodearon de personas descontentas que les dieron apoyo económico para sus fines golpistas». ¿Quiénes eran?, preguntamos sin obtener una respuesta concreta. «Se organizaban cenas con gente muy importante en las que se hablaba de la situación de España, de lo que estaba ocurriendo. Cenas en las que estaban militares como Alfonso Armada, al que le llegaron a comentar la posibilidad de participar en una acción en la que se unieran algunos miembros de la UCD con figuras relevantes del PSOE para formar un gobierno de coalición presidido por el propio Armada». «Este tipo de situaciones se produjeron con más o menos frecuencia. Y poco a poco se fue gestando una situación de descontento entre los militares, alentado por cierta parte de la sociedad civil».
Tres golpes
No fue un sólo golpe de Estado. Fueron tres. Eso es lo que mantiene el que, a los pocos días de la intentona golpista prometió su cargo como ministro de Defensa. Nada más llegar al ministerio, Oliart pidió reunirse, uno por uno, con todos los altos mandos militares para que le contaran lo que supieran del 23F. Sabía que algunos no le dirían la verdad, que otros le intentarían engañar y que los menos le dirían todo lo que sabían.
Así fue como, con el paso del tiempo, comprendió que el 23F fueron tres golpes de Estado. Estaba el golpe de Alfonso Armada. El que planteaba un gobierno de coalición con militares, civiles de UCD y del PSOE, presidido por él. Esa posibilidad se planteó en determinados círculos políticos. Armada creía que el descontento iba en aumento, que los coroneles podían estar preparando un golpe y que era mejor evitarlo a través de un golpe desde el Congreso. Su idea era presentarse ante los diputados como la persona que evitaría un derramamiento de sangre y que calmaría los sectores de la sociedad más molestos con la situación política creada a partir de dar alas, como decían, a los nacionalistas catalanes y vascos a través de la Constitución de 1978 y el Estado de las Autonomías que, para los más defensores del antiguo régimen, suponía romper España. Por no hablar de los comunistas y los sindicatos como Comisiones Obreras. Respecto a estos últimos, la idea de Armada era «ir deshaciéndose poco a poco de ellos».
Por eso Armada intenta ir a Zarzuela, se supone que para convencer al rey del plan. Por eso Armada se ofrece a ir al Congreso para intentar convencer a Tejero que deponga las armas y que él se haría cargo de todo. Pero ni el rey aceptó verle ni Tejero quiso entregarle el mando.
El golpe de Milans. El ideólogo del golpe del 23F fue el entonces capitán general de la III Región Militar. No perdonaba a Suárez la afrenta contra él, ni le gustaba cómo se estaban desarrollando las cosas en el país. Rodeado de la clase alta valenciana, recibía todo tipo de halagos y de deseos para que él y otros militares tomaran cartas en el asunto y hacer que el país volviera al «orden» del régimen anterior antes de que los comunistas, los socialistas y los catalanes y vascos acabaran gobernando el país. Milans del Bosh llegó a convencerse de que, efectivamente, había que actuar y organizó el golpe. Junto con otros altos mandos lo planeó todo. Y cuando Armada le dijo que él podía ocuparse de todo, Milans le contestó que no, que tenía a la persona perfecta para encabezar el asalto al Congreso: el teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, que ya había estado involucrado en el intento de golpe descubierto a tiempo y conocido como ‘Operación Galaxia’ en 1978, porque los organizadores se reunían en la cafetería Galaxia de Madrid. Milans tenía la intención de restablecer un régimen militar. Creyó firmemente en lo que hacía y fue quien ordenó sacar los tanques a las calles de Valencia. Pensó que todo estaba ganado cuando supo que la televisión había sido tomada por los militares. Fue de los últimos en rendirse, el martes 24.
Y el tercer golpe fue el del propio Tejero, que al ver que al Congreso no llegaba ninguna autoridad competente, como le habían dicho que iba a ocurrir – el famoso elefante blanco del que tanto se ha hablado pero del que nadie parece saber nada – decidió seguir adelante cuando se presentó Armada para decirle que él se encargaba de todo y que le dejara al mando. Tejero se negó. También cuando se presentó su superior, el director general de la Guardia Civil, José Luis Aramburu Topete, que en todo momento se mostró contrario al golpe. Fue él quien puso fin al asalto del Congreso por la mañana, mientras los jóvenes guardias civiles trataban de escapar por las ventanas de la carrera de San Jerónimo al comprender que habían sido engañados.
Y es que como contaba una de las personas que estaba en la tribuna de invitados aquel 23F histórico, cuando preguntó qué hacían allí, los jóvenes contestaron que les habían enviado al Congreso «para protegerles». Tejero tuvo claro que no había llegado tan lejos para nada y se resistió a abandonar. Hubo que firmar el famoso «acuerdo del capó» en el patio del Congreso entre Armada y Tejero, por el que el gobierno se comprometía a no exigir ninguna responsabilidad a los militares con rango inferior a teniente, como así ocurrió.
Antonio Tejero ya había participado en la ‘Operación Galaxia’ en 1978, otro intento de golpe de Estado que fue descubierto antes de ponerse en práctica
Han pasado 37 años y el sonido de las balas, la voz de Tejero pidiendo silencio, su imagen, empuñando una pistola, son el recuerdo de un intento de golpe que Estado. «El 23F falló porque hubo tres planteamientos distintos de lo que se quería hacer y, sobre todo, fracasó porque fue improvisado«, asegura el ex ministro Alberto Oliart, la persona que conoce muchos entresijos de lo que ocurrió, y que vivió momentos muy difíciles durante el macro juicio a los 33 militares golpistas. Pero también hubo momentos para la satisfacción, como las manifestaciones que se celebraron en varias ciudades españolas a los pocos días del golpe y que sacaron a las calles a miles de personas. Ciudadanos de a pié, políticos, sindicalistas, todos juntos se unieron en defensa de la libertad y la democracia. En Madrid más de un millón de personas participó en la concentración.
En cuanto a la posible implicación del rey, el ex ministro dice que «todo el mundo me pregunta lo mismo». La respuesta de Oliart es también siempre la misma: «Don Juan Carlos no tuvo nada que ver con la organización del 23F». Es su opinión. ¿Quedan cosas por saber? Claro que sí, pero no parece que haya alguien interesado en darlas a conocer. Igual una de las claves esté, como mantuvo durante años Alfonso Guerra, en las cintas de las conversaciones telefónicas de aquella larga noche en el Congreso, cuyo paradero se desconoce. «El día que se puedan oír las 125 horas de grabación, se conocerá exactamente todo lo que pasó».
Libros para todos los gustos
Quizá por eso el 23F sigue acaparando la atención de los medios de comunicación, año tras año, y se hayan escrito tanto libros con tantas teorías como títulos hay. Aquí, dejamos una una pequeña muestra para quien quiera estar informado y conozca todos los puntos de vista que hay sobre el 23F.
Anatomía de un instante (Edit. Mondadori) de Javier Cercas
’23-F, la verdad’ (Edit. Plaza & Janés) de Francisco Medina
’23-F, la historia no contada’ (Ediciones B) de Pepe Oneto, quien posteriormente escribió 23-F. La historia no contada 30 años después (Ediciones B)
’23-F- El golpe del Cesid’ (Planeta, 2006). Jesús Palacios.
‘El elefante blanco: la investigación más completa sobre el 23-F’ (Ediciones B) de Francisco Mora.
Interesantes también son los libros escritos por algunos de los implicados, como:
‘Apuntes de un condenado por el 23-F’ (Espasa) de José Ignacio San Martín, jefe de Estado Mayor de la División Acorazada Brunete y condenado a diez años de cárcel que dejó dicho que se publicara tras su muerte, como así se hizo en 2005 al año de su fallecimiento
‘Diecisiete horas y media, el enigma del 23-F’ (Edit. Taurus), escrito por Javier Fernández López, capitán de ingenieros en 1981.
’23-F, la pieza que falta’ (Plaza & Janés) y ‘23-F: Las dos caras del golpe’ (Áltera), de Ricardo Pardo Zancada, condenado a 12 años de prisión por su participación en el golpe. Comandante de Estado Mayor, actuó como enlace con Milans del Bosch, capitán general de Valencia;
‘Al servicio de la Corona’ (Planeta), de Alfonso Armada.