Dos vidas después de Guantánamo
Dos amigos afganos estuvieron encarcelados juntos en Guantánamo, pero siguieron caminos opuestos tras su liberación: uno se convirtió en yihadista del Estado Islámico, el otro se unió a la coalición liderada por Estados Unidos.
Dos amigos afganos estuvieron encarcelados juntos en Guantánamo, pero siguieron caminos opuestos tras su liberación: uno se convirtió en yihadista del Estado Islámico y otro se unió a la coalición liderada por Estados Unidos. Haji Ghalib y Abdul Rahim Muslim Dost, cuya amistad nació por una pasión compartida por la poesía, se conocieron tras una redada posterior a los atentados del 11-S en Estados Unidos, cuando fueron enviados a la prisión de Guantánamo, en Cuba.
Su caso es un ejemplo del legado de Guantánamo en la lucha contra el terrorismo. «Guantánamo es el peor lugar de la Tierra«, dice Ghalib, con su cara llena de arrugas, demasiadas para sus 49 años. «Cada día me hago las mismas preguntas: ¿Por qué me detuvieron? ¿Por qué arruinaron cinco años de mi vida? ¿Por qué no hay justicia ni compensación?».
Porque Ghalib servía en la policía afgana en 2003 cuando fue sorprendentemente acusado de tener vínculos con grupos insurgentes. Lo enviaron a Guantánamo y tuvo que esperar hasta 2007 para que el ejército estadounidense concluyera que no era «miembro de Al Qaeda o de los talibanes». Al ser puesto en libertad, Ghalib canalizó su resentimiento luchando no contra los estadounidenses sino contra aquellos a quienes llama los «enemigos reales de Afganistán»: los talibanes y el autoproclamado Estado Islámico.
Esto incluye a su antiguo amigo Muslim Dost, que salió de Guantánamo dos años antes que Ghalib y que ahora oficiales afganos y occidentales describen como uno alto comandante del Daesh en la provincia de Nagarhar.
El motor del sentimiento antiestadounidense
«Guantánamo es un semillero de terrorismo», afirma Kako, de 35 años, que estuvo encarcelado junto a su primo Ghalib. «Guantánamo dio legitimidad a fanáticos como Muslim Dost». Esta prisión tan señalada fue abierta en 2002 y desde entonces se ha convertido en uno de los principales motores del sentimiento antiestadounidense en los países musulmanes. Más si cabe si atendemos a que cerca de un cuarto del total de los detenidos son afganos, de los cuales la mayoría fueron reconocidos posteriormente como no combatientes arrestados por error o acusados injustamente por rivales locales o cazarrecompensas.
«La detención arbitraria es un factor decisivo en la conversión de muchos afganos a la insurgencia», documenta el informe Kafka en Cuba, redactado por la Red de Analistas de Afganistán. Barack Obama, que prometió cerrar Guantánamo tras su elección como presidente en 2008, no fue capaz de hacer cumplir su promesa. Sin embargo, liberó a detenidos hasta los últimos días de su mandato. Esta situación podría cambiar con la llegada de Donald Trump, que amenaza con dar continuidad a la política de detenciones.
«Guantánamo es un semillero de terrorismo»
«Estados Unidos debería considerar Guantánamo como una necesidad, pero necesitan diferenciar entre los fundamentalistas y los patriotas», dice Ghalib, que ahora es el jefe de distrito de Bati Kot, en Nangarhar, un mosaico de colinas y campos de naranjas y melones rodeado por bastiones de los talibanes y del Estado Islámico. Su lealtad a Estados Unidos está asegurada, pero le ha costado cara. Los talibanes mataron a su hermano hace tres años. Unas semanas después, colocaron explosivos alrededor de su tumba, donde solía acudir la familia de Ghalib para rezar, matando a 18 personas, incluyendo las dos esposas de Ghalib y varios de sus nietos.
Mientras Ghalib recibe a la agencia AFP en su fortificado cuartel, aparece su hijo mayor con malas noticias: han matado a otro familiar en una emboscada, a solo unos metros de la base. El hombre acababa de servir el te justo antes de salir. Ghalib hunde su cara entre las manos. «La gente como Muslim Dost quizá combata a los extranjeros, pero mata sobre todo a afganos», lamenta. «Si algún día me lo cruzo en el frente, no saldrá vivo».