Cómo se radicalizó el autor del atentado de Mánchester
En Mánchester, algunos vecinos se preguntan cómo es posible que pese a ver a miles de niños y adolescentes felices saliendo del Manchester Arena, tras disfrutar de un concierto de su cantante favorita Ariana Grande, el ciudadano británico de origen libio de 22 años, Salman Abedi, siguió adelante con su plan, y en la noche del 23 de mayo se suicidó detonando una bomba provocando la muerte de 22 personas, además de un centenar de heridos.
En Mánchester, algunos vecinos se preguntan cómo es posible que pese a ver a numerosos niños y adolescentes felices saliendo del Manchester Arena, tras disfrutar de un concierto de su cantante favorita Ariana Grande, el ciudadano británico de origen libio de 22 años, Salman Abedi, siguiera adelante con su plan, y en la noche del 23 de mayo se suicidara haciendo detonar una bomba que causó la muerte a 22 personas y heridas a un centenar.
La respuesta hay que ir a buscarla a la Libia de hace 20 años y a un extremismo político en el que se entremezclan resentimiento, violencia y el ala dura de un sentimiento religioso que se extendió por Afganistán y la Libia de Muamar el Gadafi hasta llegar a Manchester, explica Hisham Ben Ghalbon, destacado miembro de la comunidad de Mánchester de origen libio, como la familia de Abedi, y que, en declaraciones al diario británico The Guardian, no oculta su horror por el atentado.
Apenas queda nada ya en Mánchester de las premisas de la Sanabel Relief Agency – una entidad fundada en 1999 en Reino Unido que recaudaba dinero para el Grupo de Lucha Islamista Libio (LIFG, por sus siglas en inglés) vinculado a Al Qaeda para luchar contra «la pobreza, las enfermedades y el sufrimiento», prohibida en 2006 por la comunidad internacional. Y si existen en algún lugar en la actualidad, es en los documentos del Departamento del Tesoro de EEUU que ese año pidió congelar los activos de Sanabel, argumentando que era una tapadera para financiar a un grupo afín a Al Qaeda.
Dicho grupo no era otro que el LIFG, una de las organizaciones terroristas más oscuras que han proclamado lealtad a Osama Bin Laden, considerado el cerebro de los atentados del 11S contra las Torres Gemelas. Su influencia y filosofía han sido responsabilizadas, al menos en parte, de sentar las bases para la atrocidad cometida el 23 de mayo en Mánchester.
Creado al inicio de la década de los 90 para luchar contra la invasión rusa en Afganistán, el LIFG se trasladó a Libia. En 1996, Estados Unidos informó que el grupo pretendía asesinar a Muamar Gadafi “y sustituir su régimen por un estado islámico radical».
Cuando la conspiración – que, según algunos, contaba con el apoyo del MI6 – fracasó, el LIFG fue perseguido por las fuerzas de seguridad de Gadafi. Muchos de sus miembros huyeron al Reino Unido donde las autoridades les concedieron asilo al considerarlos opositores al régimen de Gadafi, y aplicarles la máxima según la cual «los enemigos de mis enemigos son mis amigos»; gran parte de ellos se asentaron en Birmingham y Mánchester, ciudades industriales donde la comunidad árabe encontró trabajo. “Muchos fueron a Mánchester, a la mezquita Didsbury, la única en esa región dirigida por los Hermanos Musulmanes», explica Haras Rafiq, director ejecutivo del comité de expertos anti extremistas Quilliam.
En esta mezquita se predica un salafismo fundamentalista. Mientras se habla de los peligros del Estado Islámico y se ha condenado con contundencia el ataque del lunes, algunos de sus miembros han sido acusados de recabar fondos para el LIFG , grupo declarado organización terrorista desde 2004. El principal medio para recaudar dinero era Sabel, la agencia benéfica radicada en Reino Unido, que tenía oficinas y tiendas en Mánchester, Middlesbrough, Birmingham y Londres. Además de obtener dinero por todo el mundo para Al Qaeda, actuaba como un nido para yihadistas.
Entre quienes tenían un papel destacado estaba Basheer al-Faqih, sospechoso de haber ayudado a preparar los atentados de 2003 en Casablanca en los que fueron asesinadas más de 40 personas. Fue encarcelado en el Reino Unido en 2007 acusado de tener documentos para fabricar artefactos explosivos y dirigir una célula terrorista.
Otro miembro crucial era Abu Anas al-Libi, al frente de la última agencia Sabel en Afganistán y sobre quien pasaba una recompensa de 20 millones de libras, tras se acusado de estar relacionado con las bombas contra las embajadas de Estados Unidos en Tanzania y Kenia en 1998 en las que murieron 224 personas. Libi estaba estrechamente relacionado con un tercer hombre, Abd al-Baset Azzouz, padre de cuatro hijos residente en Mánchester. Según el departamento de Estado de EEUU, Baset Azzouz “fue enviado a Libia en 2011 por el líder de Al Qaeda, Ayman al-Zawahiri, para crear un grupo de ataque allí, y movilizó aproximadamente 200 combatientes”.
Los tres tenían a su vez estrechos vínculos con otro miembro del LIFG que huyó a Mánchester y asistía a la mezquita Didsbury: Ramadan Abedi, el padre de Salman Abedi, autor suicida del atentado de Mánchester.
Las cerca de 5.000 personas que forman la comunidad libia en Mánchester se han visto sacudidas por la acción de Abedi que, según sugiere Rafig, de Quilliam, fue el resultado de un continuado adoctrinamiento que contribuyó a su radicalización. Y a la pregunta de cómo llegó a este punto, Rafiq lo tiene claro: «por osmosis; a través de su padre, de sus conexiones, de la mezquita, ha absorbido la teología y la ideología salafista».
Los miembros del LIFG niegan las acusaciones de ser extremistas. Pero creen que Libia debería estar dirigida por una estricta línea islamista. Ramadan Abedi era uno de los muchos que adoptó este punto de vista y regresó – en una acto que algunos aseguran que fue estratégicamente respaldado por el MI6 – para tomar parte en la revolución que derrocó a Gadafi.
En el Reino Unido, la caída de Gadafi fue celebrada entre los miembros de la comunidad libia en Mánchester. Pero tras la revolución llegó el caos y entonces, en julio de 2014 estalló la guerra civil después de que Amanecer Libio, una coalición de milicianos islamistas asentada en Misrata, capturase Trípoli, obligando al gobierno recién elegido a huir a la ciudad de Tobruk. Desde entonces, las cosas han ido a peor en el país.
Después de que su padre volviera a Libia, Salman Abedi iba y venía entre la ajetreada Mánchester y la traumatizada ciudad de Trípoli. Algunas informaciones sugieren que estuvo en Libia en la primavera de 2011 y que en 2014 resultó herido en Ajdabiya, en el este de Libia, mientras luchaba en la facción islamista. Pero parece que en ninguno de los dos países encontró un sentimiento de pertenencia.
En Mánchester tuvo dificultades. Sus amigos le describen como un joven que se enfadaba con facilidad, aficionado a la bebida y a las drogas y fan del Manchester United, que reaccionaba con violencia ante las costumbres sexuales occidentales, hasta el punto de que en una ocasión pegó un puñetazo a una mujer por llevar minifalda, y no era raro verle metido en peleas. Cuentan que encontró algún tipo de identidad en una pandilla violenta relacionada con grupos de inmigrantes que ensalzaban la muerte. En un post subido a las redes sociales en el que recordaba a un miembro de la banda que era amigo suyo, aparecía la foto de Abedi acompañada de la frase: «Si muero, me echará de menos la pandilla, hablarán de mí cuando estén bebidos, no miento si digo que siento que la muerte quiere llevarme«.
Un conocido de la familia de Abedi también de origen libio que vive en el sur de Mánchester cree que la ausencia de su padre debió de afectarle. “Abu Ismail, nombre usado por Abedi durante el Ramadán, ha estado en Libia casi desde 2011, cuando Salman tenía 16 ó 17 años. Este es un momento en el que un chico realmente necesita a su padre». “Algunos de estos chavales libios son bastante violentos, sobre todo los que lucharon en la revolución. Los que entran en pandillas se meten en problemas y algunos además no están bien de la cabeza. Al dejar a Salman aquí para que continuara sus estudios no podía saber qué tipo de compañías iba a tener. Cuando era pequeño era muy tranquilo y respetuoso. Pero después de lo que ha hecho, está claro que no estaba bien de la cabeza».
Gareth Stansfield, profesor de Política de Oriente Medio en la Universidad de Exeter cuenta que Abedi era el caso típico de familia inmigrante de segunda generación atraído por grupos islamistas. «Es el clásico sentimiento de estar desposeído, de no tener raíces. Perciben la inmoralidad de occidente en torno a ellos y se va sembrando una semilla que acaba convirtiéndose en un veneno extremadamente tóxico».
Alarmado supuestamente por el errático comportamiento de su hijo, Ramadan Abedi le obligó a trasladarse a Libia este año y le confiscó el pasaporte. Antes de ser detenido la semana pasada en relación con la investigación por el atentado cometido por su hijo, defendió su inocencia asegurando que nunca mataría inocentes. «Nosotros no creemos en el asesinato de inocentes«, dijo. En su página web, el padre de Salman muestra su apoyo al Consejo Shura, enemigo del Estado Islámico en Libia. Parece, pues, que en algún momento Salman Abedi cambió la lealtad a su padre para abrazar al Estado Islámico (EI).
«Tradicionalmente, un grupo asociado a Al Qaeda no tiene nada o casi nada en común con el ISIS», comenta Stansfield. “En Siria se han enfrentado entre ellos. Tienen diferentes ideas y sentimientos teológicos. Pero en los últimos años, ha habido cierto acercamiento, sobre todo, a medida que la situación en Libia y Siria se ha ido complicando. Isis y Al Qaeda son enemigos pero a medida que aumenta la presión sobre ambos tienen más cosas en común que diferencias».
La decisión de Salman Abedi de sumarse al Estado Islámico puede haberse producido por sus experiencias cuando estuvo fuera. Los servicios de inteligencia franceses han sugerido que era uno de los 3.000 libios que fue a Siria a combatir. Una información que ha sido descartada por la inteligencia británica aunque su hermana, Jomana, dijo al diario Wall Street Journal que estaba indignado con lo que ocurría en Siria. “Creo que vio a niños musulmanes muriendo por todas partes y quería vengarse. Vio cómo los americanos lanzaron bombas sobre niños en Siria y quiso vengarse. Si lo logró es algo entre él y Alá».
Frente a Al Qaeda y LIFG, organizaciones que tardan años en planear sus acciones, el EI ofrece una respuesta inmediata a la generación más joven. Que los hijos de miembros exiliados del LIFG quieran tomar parte en acciones violentas de forma más inmediata y aterradora no es muy sorprendente. «Eran adolescentes cuando Gadafi fue derrocado. La vida era difícil en Libia. Sus influencias llegan de todas partes, de grupos ultra radicales, de tendencias ultra agresivas, cuyas acciones y motivaciones puede sobrepasar la capacidad de las entidades encargadas de conocer la amenaza que suponen los grupos e individuos yihdistas«.
Uno de esos individuos que la policía tenía bajo sospecha y que pudo haber influido en Abedi es Raphael Hostey, un reclutador para el EI que creció en una zona de Mánchester y que se cree que murió en un ataque en Siria el año pasado. Está acreditado que Hostey logró reclutar a cientos de combatientes y convencerlos para que dejaran sus países y se unieran al EI. Al menos ocho hombres y mujeres jóvenes de su barrio han sido encarcelados por pertenecer al grupo terrorista, han desaparecido o han protagonizado ataques suicidas.
Algunas informaciones apuntan a que Abedi pudo haber tenido cómplices en Alemania, Canadá y Turquía. Y es que pocos de los que les conoceron creen que pudiera haber planeado él solo el terrible atentado. Cualquiera que sea la verdad, lo cierto es que el fatídico viaje de Abedi al Manchester Arena el lunes 23 de mayo lo hizo solo. «No ha sido radicalizado por el EI», mantiene Rafiq. “Su historia es la de una vida radicalizada desde que nació, que después fue manipulado por el Estado Islámico».