Ser o no ser incómodo: el dilema al que da respuesta Al Gore en la era Trump
Al Gore, dirigente estadounidense devenido en activista global, crítico de Trump y sus políticas, vuelve al ruedo cinematográfico.
Ver al exvicepresidente estadounidense Al Gore sortear las calles inundadas de Miami Beach, con botas de lluvia y el agua no digamos que hasta el cuello, pero sí literalmente hasta las rodillas, en una escena de su nuevo documental estrenado en Estados Unidos, no es un mero efecto y, para atestiguarlo, allí están los asistentes a la proyección privada para la prensa de la película en el Cine Regal, quienes al salir de la sala constataron ese lluvioso primero de agosto cómo la realidad casualmente refrendaba lo recién visto en pantalla.
“Las inundaciones de ese martes son consecuencia del calentamiento global. Fueron seis pulgadas de agua en sólo dos horas. Increíble”, afirmaría a El Nuevo Herald un Al Gore que como una madre cuyos hijos desoyen sus advertencias, en su caso sobre los dramáticos efectos del cambio climático, no le queda más que esperar hasta poder replicar un se los dije. Nos lo dijo. Y es que Miami es la ciudad más amenazada del mundo en términos de activos en riesgo debido al aumento del nivel del mar, seguida por Guangzhou y Nueva York.
Ya no se trata de hacer proyecciones atemorizantes para alertar sobre los peligros del calentamiento global o explicar en qué consiste con gráficos y hasta jocosas animaciones, como si fuera una conferencia en directo. Pasó más de una década desde Una verdad incómoda (An Inconvenient Truth) y, al parecer, es la hora de cederle la palabra a la realidad y a quien lanzó la advertencia a los cuatro vientos en primer plano: Al Gore.
Este es el espíritu que anima la secuela Una verdad muy incómoda: ahora o nunca (An Inconvenient Sequel: Truth to Power), dirigida por Bonni Cohen y Jon Shenk, que se ha presentado en los festivales de Sundance y Cannes y que se espera llegue a España en octubre.
Las que parecían exageraciones, como que el agua del mar llegaría hasta el lugar donde se levantaba la construcción en honor a las 3.000 víctimas del ataque terrorista del 11-S en Nueva York, se concretaron la noche del 29 de octubre de 2012, cuando el huracán Sandy provocó la inundación del memorial que se erigía en el que fuera el World Trade Center.
Si en el primer documental, del realizador Davis Guggenheim, se evidenciaban los destrozos por la crecida del agua debido al impacto del Katrina, en el nuevo se muestran los efectos devastadores de Sandy. El conductor de la historia, Al Gore, insiste en que ahora cada tormenta es distinta debido a la crisis climática.
Tanto en uno como en otro filme se hace referencia a que el año más caliente fue el que le precedió, es decir, el 2005 y el 2016, respectivamente, porque sencillamente el calor va en aumento. De allí que la secuela comience con tomas del preocupante deshielo como una demostración de las consecuencias del calentamiento global, que contrastan con los comentarios que se escuchan seguidamente de quienes despreciaron Una verdad incómoda, al punto que se oye cuando el magnate Donald Trump pidió que se le retirara a Gore el Premio Nobel de la Paz que le fue entregado en 2007.
“Gore-centrismo” en pantalla
Una verdad muy incómoda: ahora o nunca es precisamente una reivindicación de la lucha del político demócrata estadounidense devenido en líder activista global, una reafirmación de sí mismo y de la necesidad de un cambio.
“Me llamo Al Gore y solía ser el próximo presidente de Estados Unidos”, bromeaba al inicio del primer documental quien estuvo a un paso de habitar la Casa Blanca. Ese largometraje no escapó a la polémica debido a imprecisiones advertidas por científicos, pero lo cierto es que tuvo gran resonancia, más aún después de hacerse merecedor en 2006 del Oscar al Mejor Documental, así como a la Mejor Canción Original.
Si se quiere, el filme recién estrenado es una suerte de desquite frente a las críticas de los escépticos y los negacionistas del cambio climático con Gore en primera persona, en primer plano.
Así, él aparece quitándose sus botas empapadas y quedándose con sus pies al descubierto tras recorrer las calles inundadas de Miami Beach; pisando un glaciar en Groenlandia y advirtiendo moulins, esos agujeros en la capa de hielo que drenan agua y que hacen que asemeje a un queso suizo; caminando apesadumbrado por un cementerio en Filipinas entre cruces que rememoran a las miles de víctimas del supertifón Haiyan, que provocó 4,1 millones de refugiados; dirigiéndose a una audiencia con su verbo entrenado; viajando en coche y en avión; hablando por teléfono y volviendo a su casa en Tennessee, esta vez para recordar cuando evaluó junto a su familia los pro y los contra para postularse a las elecciones presidenciales, así como el difícil momento en que debió aceptar la decisión de la Corte Suprema que dio al traste con su aspiración, situación que ya expuso en Una verdad incómoda.
Como comentaría quien ayudó a negociar el Protocolo de Kioto sobre la reducción de gases de efecto invernadero, “la vida tenía un plan diferente para mí”. Es sobre este plan que versa la secuela, pero no por ello marginal, tanto que un buen tramo del documental se dedica a evidenciar el destacado papel que jugó el ex senador en la consecución del Acuerdo de París, “¡un nuevo capítulo de esperanza para el mundo!”.
De cara a ese encuentro que reunió a muchas de las personas más influyentes del planeta le fue pedido, según se refiere, ayuda para hacer de esa conferencia sobre el clima un éxito. Así es como se ve también a un Al Gore haciendo el lobby necesario para lograr que la India cediera en sus posiciones en aras del convenio a cambio de recibir apoyo tecnológico de la empresa Solar City. Es en este punto cuando la película se torna más lenta y quizá “demasiado Gore-céntrica”, como la tildó Andrés Oppenheimer en El Nuevo Herald.
Esa victoria alcanzada en Francia sufriría un revés cuando, ya como presidente, Trump anunció el pasado 1 de junio el retiro de Estados Unidos del Acuerdo de París, adoptado con el respaldo de 195 naciones en 2015 dentro de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. EEUU es el segundo mayor emisor de gases de efecto invernadero, superado sólo por China; entre ambos generan 40% del dióxido de carbono del planeta.
Cuando era sólo magnate, Trump no pudo, claro, hacer que le quitaran el Nobel a Gore, pero sí logró al llegar a la Casa Blanca opacar ese logro casi personal suyo y de los demócratas, con Barack Obama a la cabeza, como es presentado el convenio de París en la película.
Olas que matan
El global warming, o calentamiento global, no es un concepto, es una tendencia por demás manifiesta, palpable, debido al aumento del dióxido de carbono y demás gases de efecto invernadero. La sequía y la desertificación, el deshielo, las altas temperaturas, los refugiados climáticos y al fondo, como siempre, los pobres: los más afectados.
Las cifras son alarmantes. “En todo el mundo, la contaminación atmosférica mata a 6,5 millones de personas cada año”, se destaca en el libro An Inconvenient Sequel: Truth to Power, de Al Gore, que acompaña al documental. Ahí se detallan los estragos de sendas olas de calor, como la que en Europa, sobre todo en Francia, acabó con la vida de 70.000 personas en 2003, o la que en Pakistán provocó 2.000 víctimas mortales en 2015 o la que en la India, ese mismo verano, dejó 2.500 muertes.
El incremento en las temperaturas tiene incidencias en la propagación de enfermedades tropicales como el zika, para el cual la respuesta, como subraya Gore, no puede ser la inaudita petición que hicieron algunos países de evitar los embarazos mientras se controla el mal.
Y es que el aumento del calor favorece al mosquito transmisor del dengue y del zika, el Aedes aegypti, pues hace que se reproduzca más rápido y se expanda geográficamente.
Basta con mirar que el cielo no se ve azul, dice Gore, quien propone, por tanto, escuchar el clamor de la madre naturaleza y no olvidar que los seres humanos formamos parte de una familia global y este es nuestro hogar.
Retoma, así, esa primera foto de la Tierra tomada desde el espacio que impactó la conciencia de la humanidad, con la que le gusta iniciar sus conferencias y que apareció también en Una verdad incómoda, imagen captada en la Nochebuena de 1968 gracias a la misión Apolo 8 y 18 meses después de la cual el movimiento ecológico echaría a andar.
De igual modo, muestra la instantánea del disco completo del planeta, totalmente iluminado por el Sol, difundida en 2015 por la agencia espacial estadounidense NASA gracias al satélite Dscovr, que informalmente fue conocido como el GoreSat pues fue él, Al Gore, quien impulsó el entonces llamado satélite Triana cuando fue vicepresidente de Estados Unidos, durante la administración de Bill Clinton. Paralizado durante el gobierno del republicano George W. Bush, fue finalmente puesto en órbita con la llegada de Obama a Washington bajo el nombre de Observatorio Climático del Espacio Profundo o, simplemente, Dscovr, el cual permite monitorizar en tiempo real la actividad solar y sus efectos sobre la Tierra.
Líderes del cambio
A fin de cuentas, no todo son malas noticias. En Una verdad muy incómoda: ahora o nunca se presentan ejemplos esperanzadores como el de Chile, país que ha dado un vuelco impresionante hacia el uso de la energía solar que sobrepasa los gráficos, las expectativas.
Por años Gore ha tratado de comunicar la urgente necesidad de actuar. Cuando inició su programa de capacitación hace una década en el granero de su granja de Tennessee, con las primeras 50 personas, no podía imaginar cuánto se multiplicaría el interés sobre la crisis climática y el modo de resolverla. Hoy entrena a miles cada año, quienes sirven a su vez de agentes de cambio llamados Climate Reality Leaders.
“Hay hambre de información sobre lo que está sucediendo, por qué está sucediendo y cómo podemos solucionarlo”, sostiene el exvicepresidente de 69 años de edad en el documental.
Más de 12.000 activistas se han sumado a The Climate Reality Project, organización internacional sin fines de lucro con sede en Estados Unidos y sucursales en Australia, Brasil, Canadá, China, Europa, India, Indonesia, México, Filipinas y África.
Aparte de la visibilidad que Una verdad incómoda le dio al tema del cambio climático, gracias al Oscar y al Nobel, cuando en 2016 se cumplieron 10 años de su estreno hubo una campaña en redes sociales con el hashtag #ait10 en la que los internautas compartieron el impacto, individual claro está, que tuvo en sus vidas.
Christine Kim, por ejemplo, apuntó que tras ver la película decidió comprometerse a usar la menor cantidad posible de químicos tóxicos y pesticidas, mientras que Pierre Richard fue uno de los tantos que se convirtió en activista, en su caso uniéndose a Climate Reality Canada, ONG con la cual ya ha dictado 43 conferencias sobre cambio climático.
Cada quien hace lo suyo como el mismo Gore, quien además conduce un carro eléctrico y provee de energía a su casa en Nashville con 33 paneles solares.
Con el futuro en la mira, pensando en las nuevas generaciones, el último llamamiento de la secuela es claro y contundente: “Lucha como si tu mundo dependiera de ello porque el mundo depende de ello”.
Al término se puede leer una invitación a la que poco a poco se van sumando voces como la de Paul McCartney, Bono y Adam Levine, entre muchas otras, a asumir el compromiso de #BeInconvenient (sé incómodo) y publicar un vídeo que le diga al poder la verdad a la cara. “Si el presidente Trump no lidera, el pueblo estadounidense lo hará”.