Cómo la elección de Donald Trump hace un año ha afectado la imagen de Estados Unidos en el mundo
¡No!, ¡no!, ¡no!, igual que un niño malcriado que desbarata el juego y se va o, más bien en su caso, da media vuelta y ya se verá, el presidente Donald Trump se desmarca de las deliberaciones internacionales y renuncia al histórico liderazgo desempeñado por Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial para centrarse en avivar el nacionalismo de su “America first” y abocarse a los asuntos domésticos, a los que tampoco acaba de enfrentar.
Ha transcurrido un año desde que fue electo para ocupar la Casa Blanca y desde aquel 8 de noviembre los temores sobre su política exterior se han visto refrendados por polémicas decisiones como el retiro del Acuerdo de París sobre cambio climático, del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) y de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), además de las dudas sembradas sobre su compromiso con los aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). A esto hay que sumar –con la consiguiente resta aparejada– el lenguaje belicista con Corea del Norte y la amenaza de romper el pacto nuclear con Irán.
“Él promete situar a Estados Unidos primero, mientras que al mismo tiempo lo condena a un papel secundario en las deliberaciones globales. Es una política extraña y contradictoria: al tratar de liberar a EEUU de obligaciones internacionales y al emprender una guerra contra instituciones multilaterales, no solamente está destruyendo la reputación del país como un aliado de confianza, sino que cede el futuro a los mismos poderes agresivos, especialmente los regímenes autoritarios de China y Rusia, de los que pretende proteger a los estadounidenses”, fijó posición el diario The New York Times hace un par de semanas.
Trump sigue siendo el mismo que se lanzó a una campaña a la que pocos apostaban en sus inicios. Como outsider que es, no sólo está cambiando el modo de hacer política, con su verbo encendido, desbocado; también, el rol de Estados Unidos en la escena internacional, a un tiempo que deja en duda el futuro del orden mundial.
Para Federico Guerrero, profesor asociado de Relaciones Internacionales en la Universidad Autónoma de Barcelona y en la Universidad Ramón Llull, el mandatario intenta recuperar la capacidad para marcar la agenda de un sistema internacional en el que Estados Unidos lleva varios años en declive y cuya estructura tiende a la multipolaridad, por lo que resulta difícil, como pretende, lograr recentralizar el poder en manos de una potencia hegemónica en descenso.
“Trump considera que durante los años de la administración Obama la ‘agencia’ internacional de Estados Unidos (capacidad de actuación autónoma) ha ido en retroceso frente a ‘the rise of the rest’ (las potencias emergentes, con China en posición preeminente), porque lo que para Barack Obama significaba el reacomodo estadounidense a un contexto cambiante, para Donald Trump representaba una claudicación ante la influencia y competencia de China y el resto de potencias”.
Impacto impredecible
La política de desvinculación de los mecanismos internacionales se traduce en una reducción de la maquinaria diplomática del país. El Departamento de Estado, según ha informado la prensa estadounidense, prepara un recorte de unos 2.300 puestos de trabajo.
Más aún, muchos cargos clave de la diplomacia permanecen vacantes y Trump ha dejado claro que no tiene interés en cubrirlos. “El único que importa soy yo porque, llegada la hora, esa va a ser la política. Ya la has visto con claridad. Se llama ahorro de costos y no tiene nada de malo”, ha dicho durante una entrevista en la cadena Fox el 3 de noviembre.
Los fondos de ayuda internacional han sido recortados un 28%. De allí, por ejemplo, el anuncio de no renovar la contribución al Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en apoyo a proyectos de desarrollo en América Latina, como lo venía haciendo la nación desde que se creó en 1993 el Fondo Multilateral de Inversiones.
“Para Trump el fenómeno de la globalización está afectando negativamente los intereses de Estados Unidos, no sólo los económicos y comerciales, sino también los políticos, mediante esa redistribución de poder, y pretende ‘bajarse’ del tren de la globalización con medidas proteccionistas a nivel comercial y de corte más aislacionista respecto a su participación en organismos multilaterales. El problema es que la globalización es un fenómeno del que es muy difícil ‘bajarse’, incluso aunque seas uno de sus máximos promotores a nivel histórico. Digamos que la globalización dispone de una agencia propia”, explica Guerrero a The Objective.
Pero ¿cuál será el impacto global de la política de Trump de desmarcarse de compromisos internacionales asumidos en pasadas administraciones y reformular el papel de EEUU en el mundo, al disminuir su respaldo a organismos multilaterales y esquemas de integración?
“El impacto global resulta una cierta incógnita a nivel de efectos prácticos, dado que el alto nivel de interdependencia económica y política existente en el sistema internacional dificulta en extremo dicho tipo de medidas. Estados Unidos se convierte en ‘prisionero’ de la propia ‘inercia’ de la globalización liberal. De este modo, se plantean dos escenarios: primero, que la política de Trump quede en simple retórica de consumo interno para sus votantes/ciudadanos siguiendo el discurso de ‘Bring America back’, debido a la imposibilidad técnica de ‘bajarse del tren’ de un sistema del que EEUU ha sido su principal diseñador; segundo, que aplique efectivamente esa política de corte aislacionista pero el sistema de gobernanza internacional no se resienta de manera sustancial, lo que consolidaría la idea de que realmente nos hayamos frente a un sistema de fuerte tendencia multipolar y la confirmación del fin de la hegemonía estadounidense”, contesta el investigador y profesor universitario.
Espejito, espejito
Pero ¿cómo ha afectado el triunfo de Trump, hace un año ya, la imagen de Estados Unidos internacionalmente?
Cuando Barack Obama fue electo presidente, la confianza en su figura creció al mismo tiempo que la imagen favorable de la nación norteamericana en el extranjero. De igual modo, meses después de la llegada de Trump a la Casa Blanca la manera como es vista la superpotencia ha sido afectada, en su caso, por la desconfianza que él inspira más allá de las fronteras.
De acuerdo con datos del estudio más reciente realizado sobre el tema por el Pew Research Center, que abarcó 37 países, mientras 64% había expresado su confianza en Obama en los últimos años de su mandato, tan sólo 22% cree que Trump está haciendo lo correcto en materia de política internacional, lo que ha impactado negativamente en la imagen que se tiene de EEUU en el extranjero, sobre todo en las economías avanzadas. Entre los españoles, la confianza en el presidente estadounidense se redujo drásticamente de 75% con Obama a 7% con Trump.
El porcentaje de quienes poseen una opinión positiva de Estados Unidos en el mundo ha decrecido en promedio de 64% a 49%, según ese sondeo realizado en junio.
“Tras los dos gobiernos de Obama, que en cierto modo intentaban recuperar la imagen exterior de Estados Unidos como un ‘hegemón’ benévolo –aunque en declive– que retornaba a las instituciones y al respeto por el derecho internacional mediante la promoción del multilateralismo, la llegada al poder de Trump ha significado un claro retroceso en dicha imagen, pero un retroceso que va incluso más allá de la negativa imagen proyectada por George W. Bush durante sus mandatos con las guerras de Irak y Afganistán”, afirma Guerrero.
La confianza en Trump sólo ha experimentado un notable incremento de 42 puntos porcentuales en Rusia, donde 53% apuesta por él, lo que probablemente pueda ser atribuido a su discurso favorable a un entendimiento con el presidente ruso, Vladimir Putin. Es inevitable, también, establecer nexos con el escándalo conocido popularmente como “Russiagate”, la macroinvestigación que comanda el fiscal especial Robert Mueller acerca de la supuesta relación entre Moscú y miembros del equipo de Trump para interferir en la elección estadounidense de 2016.
De hecho, el exasesor en política exterior de la campaña de Trump, George Papadopoulos, se confesó culpable de haber mentido al Buró Federal de Investigaciones (FBI) sobre sus contactos con una persona cercana al Kremlin que ofrecía datos “sucios’’ sobre la candidata presidencial Hillary Clinton. Además, Paul Manafort, quien fuera director de campaña de Trump, y su socio, Richard Gates, han sido acusados de una docena de delitos, entre los que destaca lavado de dinero y conspiración contra Estados Unidos.
Israel es el otro país en el que la valoración positiva del dirigente estadounidense experimentó un aumento, situándose en 56%, lo cual tampoco sorprende más aun tomando en cuenta el apoyo irrestricto que el mandatario ha demostrado hacia el Estado hebreo. Una de las manifestaciones más recientes de este respaldo fue el retiro de EEUU de la Unesco, medida anunciada el pasado 12 de octubre que se hará operativa el 31 de diciembre de 2018 y que fue justificada, entre otros argumentos, por el continuado sesgo de la organización contra Israel.
En México, la confianza en el inquilino de la Casa Blanca ha caído 44 puntos porcentuales desde el término del mandato de Obama, lo cual sin duda se vincula con la promesa de Trump de construir un muro a lo largo de toda la frontera común.
No sólo su política en materia internacional es impopular, también los rasgos de su personalidad. En América Latina, por ejemplo, 82% sugiere que es arrogante; 77%, intolerante; y 66%, peligroso.
El profesor Federico Guerrero destaca que el presidente estadounidense se mueve en unos parámetros fuera de lo que se puede considerar “racional” dentro de los márgenes de la política internacional, lo que dificulta en extremo la aplicación de cualquier modelo de análisis y previsión de sus decisiones políticas.
“Al final hay que remitirse al análisis de factores personales y psicológicos para poder entender la mayoría de sus decisiones. Esto comporta una imagen burda y distorsionada de la administración estadounidense, cómica y peligrosa a la vez. El último ejemplo es el intercambio de declaraciones respecto a cómo afrontar –por la vía militar– la amenaza nuclear norcoreana. Digamos que es una imagen ‘machista’ de la política, y no sólo por la manifiesta actitud irrespetuosa de Trump respecto a las mujeres. Por machismo entendemos una forma beligerante y agresiva de afrontar los temas de la agenda de seguridad, económica, medioambiental o migratoria, en contraposición a una actitud más conciliadora y negociadora”, señala.
Entre desaprobación y desconfianza
Y es que cuando en el verano de 2015 Trump anunció su candidatura parecía más bien una broma, una osadía por parte de un magnate más vinculado al mundo del espectáculo, a los medios, que a la política. Pronto emprendió una campaña electoral inusual, de desmesurado tono, a la que pocos apostaban, muy distinta a la de su rival demócrata.
“Yo estaba llevando a cabo una campaña tradicional con políticas muy pensadas y coaliciones meticulosamente construidas, mientras Trump hacía un reality show que, de forma experta e implacable, avivaba la ira y el resentimiento de los estadounidenses”, apunta Hillary Clinton en What happened (Lo que sucedió), el libro lanzado el 12 de septiembre en el que la aspirante presidencial narra las causas de la dolorosa derrota a la que no ha acabado de sobreponerse.
De nada le valió a Clinton sumar 2.868.000 votos más que su contrincante pues el sistema estadounidense otorga la victoria a quien logre obtener más apoyos en los llamados colegios electorales.
Pasado un año del triunfo de Trump, según la encuesta nacional llevada a cabo por Pew Research Center entre el 25 y el 30 de octubre, su desempeño cuenta con 59% de desaprobación entre los estadounidenses. El número de quienes confían poco o nada en la capacidad del gobernante para manejar una crisis internacional, de igual modo, va en aumento, pues pasó de 51% en abril a 60% en octubre.
Son todas como piezas de dominó que van impactando una sobre otra. Así, el interés por parte de estudiantes internacionales de matricularse en las escuelas de negocios de EEUU ha mermado casi en dos tercios desde que Trump fue elegido presidente, según se desprende de un estudio difundido en octubre de la organización sin fines de lucro GMAC (Graduate Management Admissions Council) sobre las peticiones de ingreso para el año académico 2017-2018 efectuado en 965 programas en 351 escuelas de negocios y facultades ubicadas en 45 países del mundo.
La razón del declive en las solicitudes por parte de candidatos extranjeros se asocia a las políticas antiinmigración del mandatario estadounidense. Los beneficiados: Canadá y Reino Unido, además de otros países europeos.
Lo que Trump dice o quizá más bien tuitea, lo que hace o más bien deja de hacer, repercute, tiene un impacto en derredor. Andrés Ortega, investigador senior asociado del Real Instituto Elcano y director del Observatorio de las Ideas, ha resumido en un artículo reciente : “Un problema central es que no construye nada en lugar de lo que destruye”. Al menos eso es lo que ha sucedido tras un año de su elección.