Scott Kelly, el hombre transformado que regresó tras 340 días en el espacio
Es fascinante el interés que despiertan los astronautas: captan la atención de los héroes. Scott Kelly está en Madrid para presentar su libro –Resistencia (Debate)– en la Fundación Telefónica y la cola en la calle es inmensa: algunas personas llevan incluso chupas y accesorios variados de la NASA y parece más una convención intergaláctica que una conferencia literaria. Eso revela la dimensión del personaje.
Es fascinante el interés que despiertan los astronautas: captan la atención de los héroes. Scott Kelly está en Madrid para presentar su libro –Resistencia (Debate)– en la Fundación Telefónica y la cola en la calle es inmensa: algunas personas llevan incluso chupas y accesorios variados de la NASA y parece más una convención intergaláctica que una conferencia literaria. Eso revela la dimensión del personaje.
Scott Kelly nació en un pequeño pueblo llamado Orange, en Nueva Jersey, y tiene el confuso aspecto de un hincha inglés: es bajo de estatura y tiene la piel rojiza y una prominente barriga. Sin embargo, este estadounidense ha orbitado la Tierra sin pisar el suelo y en compañía de nadie durante 340 días, lo que le convierte en el único hombre en conseguirlo de manera continuada. Habitualmente pensamos en las condiciones físicas que requiere un reto como este, pero ¿cómo se prepara a una persona para vivir en completa soledad y en el vacío durante tanto tiempo sin desmoronarse?
Kelly parece tener la situación bajo control, se siente cómodo ante la insistencia mediática. “Es un placer estar aquí con ustedes”, dice, a modo de presentación. “Es más, es un placer estar en cualquier lugar donde hay gravedad”. [¿Cuántas veces habrá empleado esta broma?]. Una de las preguntas obligadas al astronauta llega a las primeras de cambio: ¿sufres las secuelas físicas y psicológicas de volver del espacio? Kelly responde con una mueca, dice que todo está bien, que le gusta la Tierra, y mientras el público ríe, matiza que solo el tiempo determinará el impacto de la radiación en su organismo. El entrevistador le plantea, entonces, otra cuestión: ¿sigues disfrutando de los amaneceres y de los anocheceres en la Tierra, o son, para ti, nada más que una minucia? Kelly finge perplejidad y sonríe levemente: “Prefiero los anocheceres: falta más tiempo para despertarme”.
Las respuestas de Kelly son siempre escuetas y apenas se alargan si la pregunta la plantea él mismo. Tiene un sentido del humor muy ácido y agudo, casi cínico, y una gran inteligencia. Hay una circunstancia que define con precisión su carácter, a menos que todo se trate de una escenificación. Cuando le piden que explique cómo fue la despedida con su mujer y sus hijos antes de introducirse en una nave que podía estallar con toneladas de combustible en su depósito, Kelly responde con frialdad: “No recuerdo demasiado de aquello, quizá con un ‘Hasta luego’”. Se escucha una breve carcajada de fondo y el entrevistador le recuerda que aquella misión era altamente peligrosa: su vida estaba en juego. Kelly le resta importancia y dice que asumir riesgos nunca fue un desafío para él: “Nunca tuve miedo al fracaso. Sé que no soy el mejor en nada, salvo en no rendirme nunca”.
“Necesitamos cuidar de este planeta porque no encontraremos un ambiente mejor en el que vivir”
La sala de conferencias está llena de niños y es reconfortante: no es extraño que mientras Kelly relata su aventura en el espacio, se escuche el susurro de unos niños sentados al final de la sala, un bebé reclamando la atención de su padre. Están presentes, también, algunos adolescentes probablemente entusiasmados por su historia y escuchando en silencio. Kelly fue un adolescente como ellos, rendido al romanticismo de viajar por el espacio, y cuenta cómo el descubrimiento de un libro –The Right Stuff, de Tom Wolfe–, que describe la formación de los primeros astronautas de la NASA, le condujo a la determinación de hacia dónde dirigirse. Hasta entonces fue un mal estudiante que invertía más tiempo observando el movimiento de las agujas del reloj que escuchando las lecciones de clase. Kelly le debe tanto a Wolfe que decidió llamarle desde el espacio para agradecerle que su vida nació de la inspiración de su libro.
Debido a esa revelación, Kelly descubrió la belleza de las grandes extensiones verdes del planeta, de la intensidad del azul en los océanos, del rojo violento de los desiertos. “La Tierra es increíblemente bonita desde el espacio”, asegura. “Pero también parece muy frágil”. Kelly lamenta la falta de compromiso de la Administración de Donald Trump hacia la conservación del medioambiente –el público responde con un aplauso– y sostiene una afirmación que preocupa: “Necesitamos cuidar de este planeta, debemos frenar su destrucción, porque no encontraremos un ambiente mejor en el que vivir”.
El entrevistador, recogiendo el guante, le comenta que Trump –pese a todo– plantea un regreso temprano a la Luna. Kelly considera que el presidente no cumplirá con las condiciones de tiempo y dinero que requiere una misión tan importante: “No tengo esperanzas de que ocurra pronto”.
–¿Ni siquiera con proyectos como el de Elon Musk? –le replantea.
Entonces sonríe y mira al público, y dice que la primera vez que se anunció el lanzamiento de un cohete de SpaceX, pensó que Musk estaba loco. Sin embargo, tantos despegues y aterrizajes exitosos después, piensa que simplemente es ambicioso. “Y es bueno ser ambicioso”, añade.
–¿Volvería usted al espacio? –le pregunta el entrevistador.
–Sí –responde Kelly.
–¿Por un año? –insiste.
Kelly concede un par de segundos y responde con un rotundo “Sí” que acompaña con la cabeza.