Una seducción fatal
Se cumplen dos décadas desde la llegada al poder de Hugo Chávez, una torcedura en el destino de la república. Populismo, carisma, atrevimiento, desfachatez, desparpajo.
Se cumplen dos décadas desde la llegada al poder de Hugo Chávez, una torcedura en el destino de la república. Populismo, carisma, atrevimiento, desfachatez, desparpajo. El chavismo que se instaló en Venezuela desde el 6 de diciembre de 1998 demolió los cimientos institucionales construidos durante cuatro décadas.
La revista Clímax, hermana de The Objective, presenta la serie Deconstruyendo a Hugo Chávez
En diciembre de 1998 el teniente coronel retirado Hugo Chávez, mediante elecciones democráticas, alcanzó la Presidencia de Venezuela. Comenzó la cristalización de una nueva hegemonía política para esta nación caribeña, que veinte años después parece consolidada. Como resultado, la sociedad vive una crisis estructural y global, que elocuentemente se ilustra con la diaria estampida de miles de sus pobladores hacia países vecinos y ultramarinos en busca de un futuro, que el país ya no ofrece.
¿Cómo fue posible que un movimiento nacional, que despertó tantas expectativas, se volviera este orden autoritario, tendiente a totalitario, pero sobre todo delincuente, que ha convertido el otrora Petroestado en una colcha de retazos, sus espacios confiscados por un grupo de familias civiles y militares chavistas, que medran de los despojos, luego que han virtualmente acabado con la economía, incluyendo la gallina de los huevos de oro, Pdvsa, y la sociedad moderna que alguna vez fuimos?
A continuación, argumento que la sociedad a fines del siglo veinte, resentida por dos décadas de una irresuelta crisis, que trajo descomposición social y reveló una aparente incapacidad y/o indisposición de sus elites políticas de encontrar soluciones de crecimiento y bienestar, cayó en brazos de un seductor implacable: el populismo.
Chávez, que nació a la esfera pública un 4 de febrero de 1992, encantó con su físico y su verbo a mayorías resentidas que deseaban castigar al establishment. Una vez en el poder, cumplió con el libreto negativo que se le ha indilgado al populismo, y poco de lo positivo, que también tiene.
Al final, destruyó instituciones representativas liberales e implantó un régimen que, sustentado en su carisma y en abundante ingreso fiscal petrolero, nos trajo hasta aquí.
Superar las consecuencias de un liderazgo carismático al que se le permitió todos sus caprichos, y regresar al orden moderno y democrático requerirá grandes esfuerzos y sacrificios de la ciudadanía y sus líderes alternativos.
La ruptura populista
A fines del siglo XX la democracia venezolana, de las más largas y celebradas de América Latina, exhibía signos de decadencia alarmantes. Dos décadas de desorientación económica habían disparado la pobreza y ampliado la brecha de la desigualdad.
Las constantes denuncias de corrupción de las élites, la severa represión oficial emblemáticamente expuesta durante el Caracazo y un cambio del discurso oficial hacia claves neoliberales, se añadieron para crear un escenario proclive a la seducción fatal. Hugo Chávez, jefe de la asonada militar del 4F de 1992, sin experiencia política, que la población conoció en la madrugada ese día, que pronunció aquél “por ahora no se cumplieron los objetivos” ganaba en las urnas la Presidencia para el período 1999-2005.
Chávez inauguró un período histórico que viene concluyendo en una descomunal e inacabable tragedia. El rasgo más notorio fue un incesante ejercicio populista del poder, que socavó todo cimiento democrático que generaciones anteriores habían construido.
Al prolongarse en el tiempo y al desaparecer los contrapesos sobre la rama ejecutiva, debilitarse la alternancia y el pluralismo, se desembocó hacia 2007 en un autoritario Socialismo del siglo XXI, y finalmente en el ejercicio tiránico, neopatrimonial y cuasi sultánico, de Nicolás Maduro.
Populismo versus democracia liberal
Desde la campaña electoral de 1998, Chávez, el candidato del Movimiento Bolivariano 200 trastocado en partido Movimiento Quinta República, se montó en el populismo, tal como ha sido definido en la literatura reciente de inspiración laclauniana.
En primer lugar, usó un discurso maniqueo, que simplificando la política divide la sociedad en dos grupos: unos buenos, pobres y sufridos, el pueblo populista, y otros, los malos, los oligarcas, concretizados en el discurso oficial como escuálidos, vendepatrías y recientemente, burgueses y pelucones. Este discurso produce un sujeto con gran capacidad para movilizarse y producir un cambio político.
Esta manera de ejercer el poder fue destruyendo las condiciones que fundan todas las democracias modernas: la concepción de una soberanía popular que se expresa en la diversidad de intereses, culturas, puntos de vistas, y en un tratamiento de igualdad ante la ley de gobernantes y gobernados.
Emerge la desigualdad como legítima. Para la campaña presidencial de 2006, Rafael Ramírez, lúcido chavista, presidiendo Pdvsa, fue transparente. La industria petrolera es roja, rojita, nada de que es de todos.
Tercero, privilegió formas de democracia directa, direccionada desde arriba, que fomenta relacionamientos con el líder sin mediaciones. Al líder repugnan en particular partidos y organizaciones sociales que no puede controlar. En su lugar, funda y refunda organizaciones que mantiene bajo su vigilancia, distribuyendo bienes públicos a cambio de lealtades personales.
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