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Podemos, "el partido del amor" se hace añicos

El partido morado, el del 15M, el de los jóvenes – y no tan jóvenes – profesores universitarios de Ciencias Políticas que irrumpieron en la escena política en enero de 2014 y que sólo cuatro meses después lograron cinco escaños en el Parlamento Europeo, ha envejecido por los menos tres décadas en sólo cinco años

Podemos, «el partido del amor» se hace añicos

Reuters

El partido morado, el del 15M, el de los jóvenes – y no tan jóvenes – profesores universitarios de Ciencias Políticas que irrumpieron en la escena política en enero de 2014 y que sólo cuatro meses después lograron cinco escaños en el Parlamento Europeo, ha envejecido por los menos tres décadas en sólo cinco años. El Podemos de 2019 apenas tiene nada que ver con el Podemos de 2014. Aquella formación que alardeaba de «frescura» y de estar formada por amigos o «hermanos»; el partidos donde sus miembros no ocultaban sus sentimientos entre ellos y se besaban y abrazaban sin pudor ante cualquier hecho que mereciera esas muestras de afecto, porque Podemos era «el partido del amor«, decían sus dirigentes. Cinco años después, no hay besos, no hay abrazos, sino debates a cara de perro, purgas, enfrentamientos en privado y, sobre todo, en público. Y rupturas.

La más grave, la protagonizada por los dos amigos y compañeros de fatigas fundadores de un Podemos que ya no es ni sombra de lo que fue. Una ruptura que ha coincidido con el 5º aniversario de la formación de izquierdas, creada por Íñigo Errejón y Pablo Iglesias, ahora convertidos en rivales; los Epi y Blas, con los que bromeaba el secretario general de la formación morada, convertidos en enemigos. «Me he quedado tocado y triste», reaccionó el líder para quien Errejón ha pasado de ser un «hermano» a un traidor.

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Seguidores de Podemos durante la noche de las elecciones del 20 de diciembre de 2015. | Foto: Daniel Ochoa de Olza | AFP

Podemos, que despreciaba a los partidos «viejos» – PP y PSOE – y sus políticos porque formaban parte de una «casta» alejada de los problemas de los ciudadanos, es hoy más casta que ninguno de esos partidos de toda la vida, debido a una fratricida lucha por el poder que ha enfrentado a sus dos principales líderes, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Poco ha tardado Podemos en asumir las peores mañas de los partidos de la «casta».

Choque de trenes

Como gráficamente expresó en su día Carolina Bescansa, cofundadora de Podemos y ya ex número tres del partido, que en 2017 anunció por sorpresa su decisión de abandonar todos los cargos ejecutivos, «en un marco de choque de trenes, no tiene sentido que la única opción sea echar carbón a alguna de las locomotoras». Motivo por el que decidió echarse «a un lado» poco antes de Vistalegre II, la Asamblea que decidió que en Podemos manda Pablo y su equipo. Junto a Bescansa, también dejó la dirección del partido Nacho Álvarez.

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Carolina Bescansa, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón delante del Congreso en enero del 2016. Eran otros tiempos. | Foto: Francisco Seco | AFP file

Fue entonces cuando Errejón comprobó que había perdido. La batalla era tan dura que no cabía esperar que el que perdiese de los dos fuera a salir indemne, por mucho que Iglesias y Errejón insistieran en asegurar que el partido permanecería unido. Pablo Iglesias ya había mostrado su forma de mandar bajo la premisa de quien no está conmigo está contra mí, de la que le acusan todos los que han ido cayendo por el camino.

Carolina Bescansa salió escaldada cuando intentó acercar posiciones entre Pablo e Íñigo, convencerles para que dejaran a un lado los personalismos y presentaran una candidatura conjunta en la que formularan propuestas sobre lo que «queremos que sea Podemos» y cómo «hacer frente a los problemas que realmente preocupan a los ciudadanos», no tuvieron éxito. No fue posible.

 

«En esas circunstancias, en un marco de choque de trenes, no tiene sentido que la única opción sea echar carbón a alguna de las locomotoras»

 

 

El origen de la división

La confrontación se impuso desde entonces, desde la Asamblea de 2017.  Pero la división entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón no se inició en Vistalegre II. El roce, en este caso, no hace el cariño y los eternos amigos comenzaron a distanciarse cuando Podemos entró en el Congreso de los Diputados. Cuando el partido morado dio el salto a la alta política. Ese es el principio del fin de esta formación a la que los escaños parece que les ha quitado la frescura, les ha alejado de los problemas de los ciudadanos, y les ha hecho mirarse al ombligo, como «los partidos viejos» a los que no querían parecerse los iglesias y errejones de turno.

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El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, defiende una estrategia más de calle. | Foto: Susana Vera | Reuters file

La llegada de Podemos  – y sus confluencias – al Congreso de los Diputados tras las elecciones del 20 de diciembre de 2015 con 69 diputados fue, sin duda, todo un éxito para este partido de reciente creación. La «casta» apenas tuvo tiempo para reaccionar ante la presencia del «populismo de izquierdas» – en palabras de PP y PSOE – que se había convertido en la tercera fuerza más votada en las elecciones generales, dejando un panorama hasta entonces desconocido. La ausencia de mayorías absolutas obligaba a tratar de llegar a pactos para gobernar.

Podemos ha cogido las malas mañas de los partidos «viejos» y de la «casta» que tanto despreciaba 

El PP lo tenía complicado pese a ser el partido más votado. Sus 123 diputados en una cámara mayoritariamente de izquierdas hacía imposible que su líder, Mariano Rajoy, lograra los apoyos necesarios para ser investido presidente del Gobierno. Así que Rajoy se echó a un lado y optó por observar los movimientos de la izquierda a la que se sumó Ciudadanos.

Las negociaciones del PSOE de Pedro Sánchez con Ciudadanos y Podemos acabaron en nada con el partido morado a escasas horas de la investidura del líder socialista. Pablo Iglesias decidió apostar fuerte, primero pidiendo ser vicepresidente de un Gobierno presidido por Sánchez, después, exigiendo los ministerios más importantes, y por último, negándose a pactar con Ciudadanos. En conversaciones con Errejón, el entonces número dos se mordía la lengua para no decir abiertamente lo que pensaba, para no decir que creía que la estrategia de Iglesias era un error, como así fue. La investidura fallida de Sánchez provocó un cruce de acusaciones entre los diputados de Podemos y los socialistas.

Dos formas de hacer política

En junio de 2016 se celebraron nuevas elecciones generales. Errejón estaba en lo cierto. Podemos perdió apoyos, aunque más el PSOE, que apenas logró mantenerse como segunda fuerza más votada por delante del partido de Iglesias. El resultado de las elecciones dejó un reparto de escaños muy similar al de diciembre, con un PP como único partido que había ganado apoyos pero aún sin mayoría absoluta. Había que ponerse, de nuevo a negociar, y esta vez Errejón y quienes pensaban como él en Podemos plantearon una estrategia diferente a la de Iglesias.

El secretario general se sintió cuestionado y optó por deshacerse de miembros en puestos de relevancia afines a Errejón, empezando por el cese del portavoz del partido en la Asamblea regional de Madrid, José Manuel López. Durante unas semanas, el todavía número dos de Podemos desapareció y se planteó la posibilidad de dejar el partido. Pero no sólo no lo hizo sino que decidió dar la batalla por lo que creía: llegar a un acuerdo con el PSOE sin exigir vicepresidencias ni ministerios. Se trataba de impedir que Rajoy volviera a ser presidente del Gobierno o que se celebraran unas terceras elecciones.

A partir de ahí, los enfrentamientos entre Iglesias y Errejón se hicieron cada vez más visibles en las reuniones del partido, pero también fuera, como ocurrió en el Congreso de los Diputados en 2017 cuando, sentados en sus escaños, se enzarzaron en un tenso debate y no precisamente sobre lo que es mejor para los ciudadanos, sino para ellos mismos y su cuota de poder. Un compañero de partido, ante el espectáculo que estaban dando, les llamó la atención.

En Vistalegre II quedaron patentes las grandes diferencias entre ambos. En su programa, Errejón habló de recuperar la ilusión perdida e insistió en que para ser una alternativa creíble, Podemos debía ir más allá de las protestas y el activismo callejero; es decir, «demostrar capacidad de gobierno«. Iglesias, por su parte, incidió en que los representantes de Podemos deben ser «activistas institucionales», presentes «en todos y cada uno de los conflictos sociales».

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Íñigo Errejón observa Pablo Iglesias durante una rueda de prensa en el Congreso de los Diputados. | Foto: Juan Medina | Reuters

La derrota de Errejón supuso para Iglesias el momento para demostrar quién manda en Podemos. Su equipo de fieles ni siquiera se atrevió a cuestionar la polémica compra del chalet en 2018 por 600.000 euros a las afueras de Madrid, en una de las zonas más caras, pero tanto el líder como su pareja sentimental y portavoz de Podemos, Irene Montero, intentaron justificarse ante las numerosas críticas que recibieron por quienes se sintieron traicionados, votantes y sectores críticos de Podemos. “¿Consideras que Pablo Iglesias e Irene Montero deben seguir al frente de Podemos?”, fue la pregunta-trampa que plantearon a los inscritos en el partido. Claro, salió que sí, y por tanto, que se aceptaba la compra del casuplón.

Mientras, Iglesias siguió adelante en su estrategia de apartar a Errejón. Después de quitarlo como portavoz en el Congreso, le indicó la puerta de salida hacia la Comunidad de Madrid. Una candidatura-trampa, encabezar la lista de Podemos al Gobierno de Madrid en las elecciones de mayo de 2019. Íñigo pensó que iba a poder hace una lista a su gusto pero ya desde el primer momento se encontró con que la sombra de Iglesias era alargada, encarnada en uno de sus más fieles: Ramón Espinar, que es quien manda en Podemos Madrid.

No está claro cuándo y cómo se inició a tejer lo que Iglesias y los suyos califican de «traición« de Errejón. Pero sí está claro que Errejón, como mucho, estaba tocado pero no hundido, como ha demostrado al anunciar que se presentará con Más Madrid, la plataforma creada por la alcaldesa de la capital, Manuela Carmena. El choque de trenes del que hablaba Bescansa se ha materializado definitivamente.

La dirección del Podemos considera que la decisión de Errejón es «muy grave» y los «coloca fuera de Podemos«. Éste, por su parte, haciendo alarde de una inocencia que nadie se cree justificaba su decisión porque «el mandato que se me dio es que sumara y eso es lo que he hecho».

Un Iglesias cada vez más cuestionado – evidente, sobre todo, en Andalucía, Navarra, Comunidad Valenciana, Cantabria, La Rioja – ya no tiene a su lado a muchas de las personas en las que confiaba al principio, muchos pesos pesados, bien porque él se ha encargado de depurarlos, bien porque así lo han decidido alegando «cuestiones familiares» como Xavier Domènech, quien en septiembre de 2018 anunció «después de una profunda reflexión que es el momento de dejar todos mis cargos, tanto en el Parlament como el de Coordinador General de Catalunya en Comú y Secretario General de Podem Catalunya».

Podemos, cinco años después de su creación, hace aguas, como demuestran también las encuestas de opinión mientras Pablo Iglesias, incapaz de hacer autocrítica, se lamenta de las traiciones, mientras se oye como música de fondo la canción Cómo hemos cambiado, de Presuntos Implicados.

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