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"Una montaña rusa de afectos, un carnaval en su mejor forma", así viven los colombianos las protestas

Miran hacia Colombia y sienten que ha despertado de su sopor. Las protestas condensan un descontento acumulado durante años

«Una montaña rusa de afectos, un carnaval en su mejor forma», así viven los colombianos las protestas

En 2019, una ola de protestas ha barrido América del Sur. Ya se habla de una Primavera Latinoamericana. La bola de nieve rodó por Ecuador, Chile, Bolivia… y finalmente le llegó el turno a Colombia, un país históricamente callado, que en las últimas semanas ha alzado la voz. 

Los ciudadanos de a pie han tomado las calles, y en The Objective hemos querido mirar hacia las protestas desde la perspectiva de las personas, de los propios colombianos. No solo los que están allí, viviendo la situación, sino también los que ahora viven en España y lo ven desde fuera. 

Desde fuera y desde dentro, las protestas se sienten como un despertar para Colombia. Un caso concreto dentro del descontento general de una región teñida de desigualdad. 

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El colectivo de universidades, uno de los líderes de la protesta. | Foto: Felipe Guerra

Álvaro Zuleta es el director de Aculco, una asociación de Colombianos en Madrid. Desde su oficina, cerca de Plaza de Castilla, piensa en lo que está pasando en su país con un optimismo teñido de preocupación. “Se intenta comprender este fenómeno como algo necesario para Colombia, una especie de despertar democrático”, nos dice. Sin embargo, el límite está en la violencia. Nos habla de la importancia de que la protesta continúe por cauces pacíficos, y de que no se ponga a las fuerzas de seguridad del Estado en contra de la población civil. 

Álvaro nos explica que, como en la mayoría de países, el origen del problema está en la división ideológica entre dos bloques. Las dos Colombias. No duda en posicionarse: “Los que han gobernado Colombia han machacado las ideas progresistas, de las cuales surgen todos los grupos armados, incluidas las FARC”. 

Felipe Guerra lo ve desde dentro, desde la calle a la que sale cada día a manifestarse. Nos cuenta que el paro es un hervidero de diferentes protestas ante problemas que se han ido agrandando en los últimos años hasta explotar, no de forma violenta, sino «como un carnaval». El problema es la respuesta que ha tenido: “El clima en las manifestaciones ha sido como una montaña rusa. Yo estaba en la Plaza de Bolívar, protestando de forma totalmente pacífica, cuando empezaron los gases lacrimógenos y tuvimos que salir corriendo”. 

 “Yo soy parte de una clase privilegiada en la cual los derechos fundamentales nunca me han sido negados, pero porque he accedido a ellos de manera privada”, nos cuenta. “Pero entre nosotros hay una conciencia social, entendemos el contexto del país. Hay empatía hacia los otros, hacia poblaciones minoritarias”. 

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Las protestas han dado voz a las minorías. | Foto: Felipe Guerra

El descontento acumulado

Felipe nos explica, y en esto coincide con Álvaro Zuleta, que hay en las protestas de Colombia un eco que resuena desde las de Ecuador o Chile: un agotamiento generalizado por el proyecto neoliberal. Este concepto, muy repetido a la hora de justificar el estallido de protestas por todo América Latina, es, en palabras de Felipe, «un capitalismo contemporáneo en el que el Estado define las reglas del juego y después se hace a un lado y deja que nos acabemos entre todos”. Ambos denuncian que la privatización deje a los ciudadanos desprovistos de sus derechos más básicos, como la salud o la educación. 

En 2016, el gobierno colombiano firmó un acuerdo de paz con las FARC, el agente armado protagonista de una guerra que duró más de 50 años. En 2017, entregaban a la ONU el último fusil. Desde entonces, las FARC se convirtieron en un partido político de izquierdas al mando de Rodrigo Londoño, alias ‘Timochenko’.

Sin embargo, en ese Acuerdo había más factores que el desarme de la guerrilla: su reincorporación a la sociedad civil, la solución al problema del narcotráfico, el trato no criminal del cultivador de la hoja de coca y de maní o la indemnización de las víctimas. Entre todo el descontento que ha confluido en las propuestas, el hecho de que el Gobierno de Iván Duque no esté cumpliendo con su parte es una queja general. Zuleta, en este tema, es tajante: “A mi modo de ver, las clases dirigentes colombianas no quieren que el proceso de paz salga adelante”. 

Alejandra Meléndez es colombiana, pero hace un año y medio que no vive allí, y explica que fue un proceso que polarizó al país, y nos da las dos visiones: la derecha, por su parte, siempre ha considerado que los acuerdos buscan “impulsar el modelo bolivariano de Venezuela en Colombia” y no están de acuerdo con que los líderes de la FARC “no hayan pagado un solo día de cárcel”. Mientras tanto, los colombianos de centro e izquierda creen que es “la única salida para dejar atrás años de conflicto” y que “es mejor tenerlos en la política que en la selva y con un fusil en la mano”. «Está pasando por encima de un acuerdo que es un compromiso con los ciudadanos históricamente», añade Felipe. 

Los colombianos han aprovechado este último paro, impulsados por el eco de otras protestas en la región, para volcar un malestar acumulado durante años. Por eso tiene un componente social tan fuerte. Por eso han sido tan espontáneas. 

La represión por parte del Gobierno de Duque, muy fuerte durante los primeros días del paro, se ha suavizado. Se ha conseguido aislar a los «vándalos» que, en palabras de Álvaro Zuleta, “son delincuentes que utilizan esto para hacer saqueos e intentar sacar provecho de la situación”. Es importante limar asperezas para que el mensaje no se diluya, para que no se cumplan las preocupaciones de aquellos que, como Alejandra o Álvaro, miran a Colombia desde fuera y temen que “las marchas se conviertan en un campo de batalla”. 

 

 

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