Boinas Verdes | Así se forman nuestros militares de Operaciones Especiales: «Sé parco en palabras, que los hechos hablen por ti»
Llevan la cara pintada de camuflaje, un fusil de asalto CETME entre las manos, una pistola en la cartuchera y una mochila relativamente pequeña a la espalda. Avanzan lentamente por el bosque, mimetizados con el entorno. Los alumnos del Curso de Operaciones Especiales de la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales (EMMOE) llevan más de 40 horas sin dormir, una carrera de 14 kilómetros a la espalda nada más amanecer, y ahora se preparan para realizar un cruce de río, en pleno invierno y en Jaca, antes de ejecutar un ejercicio de tiro con fuego real y poder dormir unas pocas horas para continuar con la instrucción al día siguiente. Todo para convertirse en los militares con las misiones más duras, para conseguir la codiciada boina verde que les acreditará como militares de Operaciones Especiales, como guerrilleros.
Llego en un momento clave del curso, cuando los alumnos están realizando la temida instrucción técnica de combate (ITC). «Aquí es donde se rompe un hombre», me cuentan. Y no es para menos. Son pruebas muy exigentes físicamente, de desgaste y que llevan al límite a los aspirantes. Ha de ser así, cuando formen parte de una unidad de Operaciones Especiales y estén en plena misión, no puede haber errores. Los errores, en muchas ocasiones, se pagan con la vida -propia, de compañeros o de civiles-. «El sudor en la instrucción ahorra sangre en el combate», reza una máxima militar.
El curso consta de tres fases: una inicial básica, en la que se busca adiestrar al alumno en las capacidades individuales y las condiciones de dureza necesarias para comprobar que es apto para el curso. Una fase específica, que trata de dar la formación propia de las operaciones especiales; y por último, una fase de aplicación en la que se desarrollan todos los conocimientos aprendidos fundamentalmente con un ejercicio largo colaborando con las unidades de Operaciones Especiales del Ejército de Tierra (MOE), la Armada (Fuerza de Guerra Naval Especial, FGNE) y el Ejército del Aire (EZAPAC).
«Fuego a las nueve», grita el instructor. Algunos echan cuerpo a tierra y toman posiciones. Comienzan los disparos. Un compañero protege a otro, nadie queda descubierto y solo. Van avanzando lentamente cubiertos por el fuego de la ametralladora MG-4 que ya ha tomado posición en un punto elevado. Los demás no dejan de disparar con su fusil HK G36 -el de dotación- y avanzar entre el humo de las granadas que sirven para ocultar su presencia del enemigo.
No luchan contra un enemigo real, es un ejercicio, pero sí lo hacen con fuego real. No se permiten errores. Todos recuerdan el terrible suceso de 2018 en el que el comandante Fernando Yarto, instructor de la EMMOE, recibió un impacto de bala en la ingle en este mismo campo de entrenamiento que le acabó costando la vida.
De vez en cuando, algunas balas que impactan contra el objetivo, o cerca de él, sueltan un destello rojo. Son las llamadas trazadoras, balas a las que se pinta con fósforo rojo para que cuando impacten suelten ese destello rojo y sirva a los militares para corregir su disparo o ayudar a hacer blanco en el siguiente.
A la altura que se encuentra el curso, no hay ni una sola mujer. Muchas de ellas no superan la fase inicial. Aquí las pruebas son iguales para todos: lo importante es ser el mejor. La guerra no distingue de géneros. El coronel José Antonio Jáñez, director de la EMMOE, me dice que los cursos están abiertos a todos y que es «muy interesante que las mujeres participen», ya que «las misiones demandan cada vez más el componente femenino».
Dos alumnos se dirigen hacia una poza de agua. Se quitan el fusil y se lanzan con el uniforme y las botas puestas. Es el castigo por no haber completado el ejercicio correctamente. «Aquí, el que no lo hacen bien, va al agua», me comenta un instructor. Este año ha habido suerte, ha surgido una poza natural de agua en el Campo de Batiellas, donde se realizan las maniobras, y ya no hace falta cruzar la carretera y meterse en las gélidas aguas del río Aragón.
Es un curso atípico. Se trata de romper con la dinámica previsible de saber lo que te va a tocar hacer mañana. Eso le rompe el esquema mental al alumno y le obliga a estar permanentemente sujeto a la improvisación, en alerta. Consta de distintas fases, en las que se encuentra la de montaña, tanto estival como invernal; fase de buceo y operaciones anfibias; fase de paracaidismo, y supervivencia, entre otras. Normalmente, en torno a un 50% de los aspirantes logra superar el curso y conseguir la boina verde.
Más allá de los ejercicios de tiro y de lanzamiento de granadas, los alumnos se enfrentan también a la pista de obstáculos donde, en grupos de cinco hombres, cargan con un tronco sobre sus hombros que nunca debe tocar el suelo. «Siempre avanzas caminando, por sendas que desconoces. Pasas hambre, frío y sueño y te ocultas en el bosque. GOES GOES de instrucción», cantan mientras avanzan con el tronco a cuestas. Cruzan hondonadas con él, ascienden por vallas y hasta cruzan la red de cuerdas que se asienta sobre la piscina sujetando el tronco sobre su cabeza, si hace falta.
Al alumno número 33 -aquí no hay nombres, solo números- el tronco le aplasta -literalmente- la cara. Lucha hasta el último aliento, hasta dejarse el alma, pero no puede más y acaba cayendo al agua, arrastrando al resto de sus compañeros. De su boca sale un grito de sufrimiento y rabia, no por el dolor físico -eso ya ni lo nota-, sino por el hecho de no haber podido acabar bien la misión, el ejercicio. Aquí, el trabajo en equipo es fundamental.
Con un pasamontañas que cubre su rostro, para no desvelar su identidad, uno de los instructores del curso deja claro las características que debe tener un militar de Operaciones Especiales: «El alumno que termina el curso es un militar que tiene fe ciega a la victoria, que comprende que la misión es lo más importante y hará lo que tenga que hacer para cumplirla, y es un compañero y un hombre leal a su patrulla, que lo es todo».
El roble, representando la dureza, y el machete, el arma del guerrillero, son los símbolos que figuran en el emblema de las unidades de Operaciones Especiales del Ejército de Tierra. En su boca nunca cabe un «no puedo». Lucharán hasta caer reventados y nunca abandonarán a sus compañeros.
«Para ser un Boina Verde tienes que tener los cojones gordos como los de Lucifer. Ojos de lechuza, dientes de león, y llevar a España en el corazón», cantan algunos de los alumnos mientras marchan tras haber terminado la instrucción por hoy. Algunos alumnos volverán mañana a la EMMOE, para otros, este habrá sido su último día. Llevar la boina verde es un honor y un privilegio no alcanzado por muchos. Todos ellos están destrozados físicamente, pero ninguno se queja. La satisfacción del deber cumplido. No en vano, el lema de la EMMOE reza: «Sé parco en palabras, que los hechos hablen por ti».
*Consulta todos nuestros reportajes sobre Defensa[contexto id=»438916″]: Las Fuerzas Armadas de España desde dentro. Ejércitos del mundo, industria y ámbito militar como nunca antes te lo habían contado.*