Fabiana Rosales, mujer de Guaidó: "Jamás sería primera combatiente"
Cuando la becaria Fabiana Andreína Rosales Guerrero estaba en su segundo día de ejercicio laboral en Sun Channel, requisito para graduarse de licenciada en Comunicación Social, atendió una llamada que le llevaría a la desesperación. La llamada del amigo traía una terrible noticia, que su madre había evitado darle hasta que su marido, Juan Gerardo Guaidó, estuviera con ella. Fabiana colgó el teléfono con mano temblorosa. Su padre acababa de morir.
Cuando la becaria Fabiana Andreína Rosales Guerrero estaba en su segundo día de ejercicio laboral en Sun Channel, requisito para graduarse de licenciada en Comunicación Social, atendió una llamada que le llevaría a la desesperación.
La joven se encontraba en Caracas, donde se había instalado temporalmente, solo para cumplir con la beca. En aquella época vivía en Maracaibo, adonde se había mudado para estudiar en la universidad privada Rafael Belloso Chacín, URBE. Pero esa tampoco era su ciudad. Fabiana Rosales había nacido en la Clínica del Niño, en Mérida, a las 13:45 horas del 22 de abril de 1993, en el hogar de Carlos Rosales Belandria, agricultor oriundo de Las Tapias, “más arriba de Bailadores”, estado Mérida, y de la periodista Elsy Guerrero, nacida en la Zona del Valle de Mocotíes. Fabiana es la menor de dos hermanos. El mayor es un chico y, como ella, activista político desde sus años de estudiante. Entre uno y otro, nació un bebé que murió a los ocho meses.
La llamada del amigo traía una terrible noticia, que su madre había evitado darle hasta que su marido, Juan Gerardo Guaidó, estuviera con ella. Fabiana colgó el teléfono con mano temblorosa. Su padre acababa de morir.
Cuando se lo permitían los estudios y la lejanía impuesta por el hecho de estudiar en el Zulia mientras sus padres vivían en Mérida, Fabiana acompañaba a su padre a la finca y de allí seguía con él hasta Caracas, adonde Carlos Rosales viajaba casi cada semana para vender sus productos en el Mercado de Coche.
–Me encantaba ayudarlo –recuerda Fabiana Rosales en una entrevista concedida al diario venezolano El Estímulo, medio hermano de The Objective -. Y los dos nos tomábamos muy en serio mi colaboración, que consistía en llenar la guía [permiso de circulación para el traslado de mercancías]. Una tarea importante, porque a cada rato nos paraba la Guardia. Desde muy pequeña fui testigo de los abusos de que son objeto los campesinos: de hecho, la mitad de la ganancia de mi padre, que se mataba trabajando, se la quedaban los uniformados en las alcabalas.
Al llegar al Mercado de Coche, el padre descargaba las hortalizas y las acomodaba en el puesto de venta. En muchas ocasiones, cuenta ella, se quedó a dormir en la pequeña oficina que tenía su padre en el mercado. Ya en la madrugada, cuando empezaban a llegar los clientes, ella echaba una mano en el cobro. “Mi papá era feliz de que yo lo acompañara”.
El padre murió el primero de mayo de 2013. Estaba en su finca de hortalizas en Mucurubá cuando le dio un infarto. Logró llegar al CDI, “pero no tenían ni alcohol para tomarle una vía”, dice Fabiana con serenidad. “Eso lo viví. Destruyeron todo”.
–Llamaron al médico de mi papá, en Mérida, -dice Fabiana- y este indicó una pastilla sublingual y el traslado inmediato en ambulancia. Pero no había pastilla ni ambulancia. Finalmente, trajeron un vehículo, pero resultó no tener frenos. Mientras, su médico lo esperaba, pero cuando llegó ya estaba muerto.
Esto ocurrió seis meses antes de su graduación como comunicadora social. Decidió no detenerse. No solo completó la beca sino que también terminó, en el tiempo estipulado, la tesis de grado: Comportamiento del voto en Venezuela, entre 1958 y 2013. “Para ese momento”, dice Rosales, “yo ya militaba en Voluntad Popular, de manera que conté con el apoyo de Leopoldo [López] y de Fredy [Guevara], a quienes entrevisté varias veces”.
La URBE era la quinta institución educativa por la que pasaba, y la tercera localidad donde estudiaba. De primero a tercer grado los cursó en la escuela pública Ananías Avendaño, de donde pasó al colegio de monjas La Presentación, donde estaría hasta sexto grado. Esta promoción supuso el fin de su residencia en Tovar. “Mi mamá me quería sacar del pueblito, así que nos fuimos a Mérida, donde me inscribió en el Colegio (también de monjas) San José de la Sierra”. Cuarto y quinto año de bachillerato los harías en el San Martín de Porres, donde se graduó de bachillera en Ciencias.
–Ya entonces sabía qué carrera quería estudiar. Mientras vivía en Tovar, de niña, mi mamá me inscribía en cuanta actividad abrían. Estudié ballet, danza, modelaje y actuación… pero sabía que quería ser periodista, como mi mamá, a quien acompañaba con mucha frecuencia a su trabajo.
Terminada la secundaria, Fabiana buscó cupo en la UCAB, en Caracas, y en Maracaibo. Se fue al occidente porque allí la carrera empezaba varios meses antes. Es organizada, disciplinada, orientada al logro.
–Me gustó mucho vivir en Maracaibo y me adapté rápido, a pesar de no tener familia allí. Mi experiencia en la Universidad fue excelente. Tuve muy buenos profesores y la institución contaba con equipos actualizados y laboratorios muy completos. Adoré la ciudad, pero el clima me volvía loca. Tienen que entenderme, les decía a mis compañeros, yo soy gocha, este calor es demasiado para mí.
«Vi con mis propios ojos los tejemanejes de una mafia aupada por el Estado»
En la época universitaria comenzó a militar en VP. “Incluso, desde antes de que fuera un partido, cuando era un movimiento. Ya yo había estado cerca de mi hermano en las protestas de 2007, él es de la ‘Generación de 2007’. Yo acompañé a Leopoldo en sus recorridos por el Zulia, en las primarias de 2012; y después acompañé a Henrique [Capriles] en algunas actividades de la campaña electoral en la zona. Esa experiencia marcó mucho mi desempeño estudiantil. Yo participé, por ejemplo, en la elaboración de un documental sobre el tráfico de gasolina en la frontera. Vi con mis propios ojos los tejemanejes de una mafia aupada por el Estado. Vi pasar la ‘caleta’ a la vista de la Guardia, esa Guardia que arrebataba a mi padre el producto de su trabajo”.
«Mi marido está enamorado con locura de este país. Y los enamorados no combatimos, abrazamos»
Estudiaba y militaba. En octubre de 2011, viajó a Caucagua para asistir al Encuentro Federal de Juventudes, JUVEFA. Allí conoció muchos compañeros de partido, incluido un flaco, callado, “quizás porque siempre está escuchando”, de quien muy pronto supo que era de los Tiburones, mientras ella es magallanera. “Lo conocí como a tantos, pero ni pendiente. Eran días de campaña, así que coincidíamos en eventos. Un día hubo una conversación más larga de lo habitual. Salimos a comer arepas con un grupo. Y cada vez hablábamos más largo. Sobre todo, de beisbol y de política. Y, bueno, aquí estamos.
¿Usted tenía novio?
No. Me concentré en estudiar. No tuve un novio maracucho.
Y él, ¿tenía novia?
Ah, no sé. Y si la tenía, ha debido dejarla rápido, porque nunca noté nada.
Juan Guaidó nació a las 10:45 horas del 28 de julio de 1983. Su esposa lo describe como un hombre sobrio, poco dado a mostrar sus emociones y, mucho menos, a dejarse arrebatar por ellas. “Cuando nos hicimos novios, yo pensaba que él era muy cerrado y que no debía esperar que mostrara sus sentimientos, pero después de que nació nuestra hija, Miranda Eugenia, en mayo de 2017, experimentó un cambio y ahora es más expresivo. Bueno, un poquito más. Es muy sangre ligera, alegre y descomplicado. Baila muy bien, inclusive tambor. Y toma guarapita”.
¿Usted también es buena bailarina?
No bailo tan bien, pero Juan y yo compaginamos a la perfección. Cuando bailamos no sé si los demás nos ven bien, pero nosotros gozamos.
¿Cuál es la herida de Juan Guaidó?
–La tragedia de Vargas. Juan perdió su casa, su colegio, la cancha donde jugaba con sus amigos. De un día para otro, su mundo desapareció. Es una herida palpitante en él, por eso entiende tanto a los venezolanos que han tenido que irse del país y a quienes les desbarataron la vida.
En los primeros diez minutos de la entrevista, Fabiana estuvo maquillándose. Había llegado con la cara lavada y se aplicó base, polvos, sombras color pastel y brillo de labios mientras el fotógrafo hacía las primeras imágenes. Lleva las uñas cortas y sin esmalte. Al preguntarle por su salud, explica que desde niña sufre de cefaleas, que se agravaron en intensidad y frecuencia después de la cesárea para tener a su bebé. “Sí, quiero tener otro hijo. Yo adoro a mi hermano y sé lo maravilloso que es tener hermanos. Pero solo uno más. Si fuera por Juan, completaríamos un equipo de fútbol”.
¿Se siente usted Primera Dama?
Sé que mi esposo es el Presidente Encargado de Venezuela. De eso estoy perfectamente consciente. Pero el nombre de Primera Dama, para mí, es muy grande. Yo nací en el 93, cuando ‘esto’ llegó, yo tenía cinco años. Mi referencia de Primera Dama es Michelle Obama; y mi modelo de mujer son mi abuela materna y mi madre, mujeres que trabajan fuera de la casa y que dentro de esta son el centro de la familia: hacen todo para que todos estén bien. Yo veo el país como mi hogar en Tovar, un lugar cálido, donde todos tienen un lugar de afecto y respeto, donde todos nos apoyamos. Ese es nuestro rol como pareja en estas circunstancias y mi rol como esposa del Presidente Encargado, acompañarlo, apoyarlo.
Michelle Obama comenta, en su recién publicado libro de memorias, la ansiedad que le producía “meter la pata”. ¿Cómo vive usted esto?
Guardando las distancias, por supuesto. Cuando la gente observa, uno tiene miedo a equivocarse. Mucho más, en situaciones como la que vive Venezuela, donde hay tanta sensibilidad y la gente ha sido engañada, maltrata y burlada tantas veces. Tengo miedo a lastimar a alguien, a herir en los sentimientos de mis conciudadanos. Todo esto ha pasado muy rápido. Ahora estoy en un rol público, con mucha visibilidad, pero sigo siendo yo. Y yo, como dije, soy gocha, pero gocha, gocha. Y los andinos somos gente muy servicial. Soy muy normal. Y eso es lo que quiero darle a Juan, a mi hija y al país, normalidad, para que estén tranquilos. Yo creo en la risa, en la alegría, en las pequeñas cosas que nos dan felicidad.
¿Se plantea ser Primera Combatiente?
No, porque yo no veo la vida como confrontación sino como reto. Yo no quiero combatir con nadie. Yo quiero apoyar, contribuir a resolver. Yo estoy aquí para servir. Y sé muy bien con quién estoy casada. Juan trabajaba en una transnacional, donde ganaba un buen salario. Y lo dejó para repartir volantes, para manifestar y para llevar golpes de la represión. Mi marido está enamorado con locura de este país. Y los enamorados no combatimos, abrazamos.
¿Han seguido el #GuaidoChallenge?
Nos morimos de la risa. ¡Todo el planeta en eso! Quién iba a decirlo.
¿Estuvo Guaidó en esa reunión?
No tengo idea. Hay cosas que no pregunto. Pero ojalá que esa reunión se dé y que digan qué día y a qué hora se quieren ir.
¿Cómo se sintió al dirigir un mensaje a las fuerzas armadas?
Muy tranquila, porque traté de hablarles con el corazón. Y no me resultó difícil porque yo los entiendo. Entiendo su temor. Pero también sé que si uno hace lo correcto, los hijos estarán orgullosos de uno. Los dos abuelos de Juan son militares, de una época en que los uniformes despertaban respeto. Ahora los uniformes provocan miedo y desprecio. Quiero que los venezolanos volvamos a tener respeto por los símbolos militares.