Joan Pons, el único español inmunizado por la vacuna de Oxford: «En la sala de espera me puse Mecano»
Hablamos con el español que se ha prestado como voluntario para los ensayos clínicos de la vacuna de Oxford con AstraZeneca
Cuando la mujer de Joan Pons se enteró de que sería uno de los que probaría la vacuna contra el coronavirus[contexto id=»460724″], no pudo evitarlo: se llevó las manos a la cabeza. «Estás loco», le dijo, y no le habló en tres días. Él no tuvo tiempo ni para pensárselo. Tomó la decisión un miércoles. Le pusieron la vacuna el viernes de la semana siguiente. Un viernes 5 de junio. Los días previos transcurrieron entre el hospital –exámenes físicos y analíticas para comprobar que no tenía anticuerpos– y la floristería, para trabajarse el perdón de su mujer.
Ahora lo cuenta muy embravecido, a toro pasado, pero la verdad es que la noche de antes apenas durmió. «La frase final del documento que firmé [en casos excepcionales, la vacuna puede producir un shock anafiláctico y la muerte] se repetía en mi cabeza». Viajó de su casa al hospital en absoluto silencio. Cuando llegó, le informaron de que tendría que esperar algo más de lo esperado, pues había ‘problemas técnicos’. Estuvo dos horas en la sala de espera con otros voluntarios. «No nos hablábamos, había un silencio increíble. Tenía ganas de levantarme y salir corriendo». Pero no lo hizo. En su lugar, se puso los cascos y escuchó Mecano. «Ana Torroja me transporta a momentos felices de mi pasado».
Entró en la sala, listo –más o menos– para recibir el pinchazo. Me enseña el vídeo del momento. La aguja se carga. Aguanta la respiración. La enfermera le distrae con una frase banal. Listo. Anticuerpos dentro. Algodón mojado en alcohol. Todo bien. No recibió ninguna compensación económica. Tampoco tuvo apenas efectos secundarios (fiebre, dolores musculares, nada grave). Ahora se toma la temperatura cada día y responde, también diariamente, a un cuestionario online para ver si desarrolla alguno de los síntomas. Se hace una PCR cada semana. Lleva siete negativos. Tiene una línea telefónica directa con la Universidad de Oxford. «Es como el teléfono de Batman, puedo llamar en cualquier momento si noto algún síntoma». Salvo por esos protocolos, su vida ha seguido con normalidad. Su mujer le devolvió la palabra al segundo domingo. Decidió que era el momento ya que, bueno, seguía vivo. En el fondo, Joan se alegró de que se enfadase. «Si llego a casa y le digo: ‘Karen, igual el viernes me muero’ y no dice nada, sabría que mi matrimonio está en peligro. Ahora sé que, después de tantos años de matrimonio, todavía me quiere».
¿Qué te pasaba por la cabeza cuando decidiste presentarte como voluntario?
Llevo tres meses en primera línea y he visto el horror de este virus, he visto cómo se llevaba las vidas de mis pacientes. Esa ansiedad cada vez que entraba a mi trabajo. Este odio que iba creciendo en mí día a día, a medida que iba luchando contra este virus, hizo que cuando tuve la oportunidad de formar parte de este grupo de voluntarios no dudé ni un segundo en poner mi granito de arena.
¿Cómo afectó el virus en tu entorno familiar? ¿Tuvo algo que ver?
Toda mi familia está bien, pero les ha afectado. Mi hijo mayor tiene 18 años. Yo con su edad estaba todo el día de copas y de fiesta e intentando ligar con chicas. El virus le está robando a mi hijo estos preciosos momentos. Mis padres están en España y llevo siete meses sin verlos. Fueron sus bodas de oro hace poco más de un mes, el 17 de mayo, y no pude ir. Por eso quería tomar control otra vez, en 2021, de mi vida y de mi futuro. Leía en informes científicos que el coronavirus podría volver cada año, como la gripe, y pensaba: ‘madre mía, imagínate cada año estando en cuarentena, cada año con esta agonía’. Dije: eso no puede ser, tenemos que encontrar la vacuna lo antes posible.
EEUU, China, Rusia y Reino Unido: los países a la cabeza en eso que ya conocemos como la ‘carrera por la vacuna’: ¿Por qué pondrías tu dinero en la de Oxford?
Porque lleva dos meses en fase tres mientras que la de Moderna empezó el 28 de julio. La de China solo se ha probado en militares y, además, China y Rusia son muy poco transparentes. La de Oxford ya se sabe que es segura, que tiene una doble protección –inmunidad total y anticuerpos– y tan solo falta saber si es eficaz a largo plazo. Estamos esperando a que yo me infecte, a que los voluntarios se infecten, la única manera de saber si funciona o no. Por eso pidieron sanitarios en primera línea, porque las probabilidades de que nos infectemos son mucho mayores.
¿Has pensado alguna vez en exponerte al virus a propósito para infectarte y así acelerar la investigación?
Sí. A veces mi corazón me dice: por qué no te quitas un poco la mascarilla, por qué no tocas cosas sin guantes. Pero después está mi cabeza que dice: bueno, de momento la vacuna es experimental, no se sabe si funciona. ¿Qué pasa si contagio a mis hijos? Más vale no jugar a la ruleta rusa.
En septiembre presentaréis los datos a la OMS, y ellos decidirán si la vacuna de Oxford pasa a la fase IV. ¿Según qué criterios toman esa decisión?
La OMS tendrá que ver que es segura, que produce protección –una respuesta inmunitaria– y que es efectiva en el tiempo. Esos serían los tres criterios. De momento, se ha demostrado que cumple los dos primeros. Podría pasar que se demostrase que no es efectiva, que los anticuerpos que producen no pueden acabar con el virus. En ese caso también estaría la de Moderna, que utiliza otro método diferente para acabar con el virus. Cuantas más vacunas entren en la carrera, mejor. Porque al final alguna funcionará.
Tras la fase dos se concluyó que la de Oxford era segura. Ahora, en la fase tres, han empezado a probarla en gente con enfermedades crónicas y en mayores de 55 años. Hasta ahora, solo se había probado en personas sanas, pero al fin y al cabo ellos son los que más la van a necesitar.
¿En qué consiste esa fase cuatro?
Es la comercialización. La luz verde de la OMS otorga una licencia provisional. En condiciones normales, la fase tres se alargaría un par de años para estudiar las posibles consecuencias a largo plazo. Sin embargo, ahora mismo hay que hacer un balance: no podemos esperar un año. Cada día más de 30.000 personas en el mundo se están muriendo. Además, sabiendo que no hay ningún efecto negativo a corto plazo, las probabilidades de que lo haya a largo plazo son muy bajas. El año que viene ya se sacaría una vacuna más definitiva. A mi no me pararán de estudiar hasta julio del año que viene (2021) para saber cuánto tardan mis anticuerpos en debilitarse, cuánto durarán mis linfocitos T, etc.
La Universidad de Chicago y la AP hicieron una encuesta a la población estadounidense, y resulta que el 50% de los ciudadanos no se pondrían la vacuna o dudarían antes de hacerlo. Sus argumentos: no se fían de la aceleración del proceso o de que esté supervisado por alguien como Trump. ¿Qué reacción te despiertan estos datos?
Quiero sacar la política de esto. Trump no tiene nada que ver en si la vacuna es efectiva o no. Trump es un político y, como todos, querrá aprovechar para hacer propaganda con esta vacuna. Nadie en la comunidad científica arriesgaría su prestigio y la vida de las personas sacando una vacuna que no funciona. Todo en la ciencia va ahora mucho más deprisa, eso no quiere decir que sea menos segura. La tecnología de la que disponemos ahora está a años luz de la que teníamos hace cinco años.
¿Qué le dirías a un antivacunas?
Que venga a mi trabajo y vea que el virus existe y lo que provoca. Mira mi primer ministro [Boris Johnson], que decía que el virus no era tan malo y casi se lo lleva por delante. Ha habido gente que ha hecho fiestas en EEUU para probar que no existía y han acabado muriendo en la UCI. 30.000 muertos al día. Esto no es broma.
Has dicho en otras entrevistas que este año le pides a los Reyes que dejen la vacuna en todas las casas. ¿Qué pasos se están dando para que haya una distribución equitativa de la vacuna a nivel mundial?
La OMS ha dado la garantía de que el acuerdo al que ha llegado AstraZeneca garantiza bastantes millones de unidades a precio de coste. Cuando digo precio de coste me refiero a alrededor de 2€, vamos, el precio de una cerveza.
Pons vive, desde hace 20 años en un pueblo llamado Chesterfield, en el condado de Sheffield, capital de Yorkshire. Una región al norte de Inglaterra, al lado de Manchester. Lo único famoso de Sheffield, me cuenta, es que allí se rodó la película Full Monty, sobre unos trabajadores que pierden el trabajo y hacen striptease para ganar dinero. Me recomienda que la vea esta noche. También se parece un poco a Roma, porque tiene siete pequeñas montañas.
De España añora el tiempo, la comida y la forma de vivir. Que la vida transcurra en la calle, con amigos. Ir a casa solo para dormir. Las ganas de celebrarlo todo, aunque sea muy poco. La playa, también. Creció en Barcelona y se formó viendo el mar desde las ventanas del hospital. Esto de la cuarentena impuesta por Reino Unido a viajeros de España le ha amargado un poco el verano. Tenía billetes para venir el 17 de agosto, pero en el hospital se van de vacaciones por turnos y así no hay tiempo para que se vayan todos. ¿Quién cuida a los pacientes mientras tanto?
Está en el equipo de dirección del hospital. En 2018 recibió el galardón al mejor enfermero británico, a pesar de no serlo. Es el primer extranjero que lo ha recibido. Para Pons es un honor representar a la enfermería española: «es la mejor del mundo». Le gustaría volver a trabajar aquí –«si el ministro de Sanidad me está escuchando, que me contrate»– al fin y al cabo, dice, es su país, «donde el corazón siempre está».
Haz click en este vídeo para ver un resumen de la entrevista a Joan Pons: