«Las grandes tecnológicas impulsan una Ilustración Oscura en la que la democracia estorba»
Conversamos con José María Lassalle sobre su último libro, ‘El liberalismo herido’ (Arpa, 2021)
La toma del Capitolio de Estados Unidos por parte de una horda de partidarios fanatizados del derrotado Trump puso letra concreta a una melodía que llevaba tiempo sonando: la de la impugnación radical de las instituciones liberales que creíamos imbatibles. En aquellos primeros días de enero de 2021 resistieron, y el ganador de las elecciones, Joe Biden, terminaría por tomar posesión pocos días después. Pero ¿qué ocurrirá en países con un sistema institucional menos sólido sin los proverbiales checks and balances de Estados Unidos y con sociedades civiles menos articuladas? Muchas son las dudas que generan casos como el de un Brasil donde su presidente, émulo de Trump, afirma que del poder solo lo apartará Dios; o, sin ir tan lejos, tampoco conocemos el desenlace de las posiciones que los líderes de Polonia y Hungría en la Unión Europea. La democracia liberal, entendida como el virtuoso equilibrio entre la decisión de las mayorías y el respeto de los derechos individuales incluso contra el deseo de dichas mayorías, está en peligro. O maltrecha, como la describe el profesor y ensayista José María Lassalle (Santander, 1966), en su último libro, El liberalismo herido (Arpa, 2021).
La democracia liberal, entendida como el virtuoso equilibrio entre la decisión de las mayorías y el respeto de los derechos individuales incluso contra el deseo de dichas mayorías, está en peligro
El autor, que ha sido secretario de Estado de Cultura de 2011 a 2016, y de Agenda Digital desde dicho año hasta 2018, aborda con este libro sus señales de alerta sobre lo que considera un peligro real, merced a los efectos de la pandemia y el aparente auge de la alternativa tecnoautoritaria china. Esta obra es, también, una continuación de sus previos Contra el populismo (2017) y Ciberleviatán (2019), en los que ya alertaba de la mezcla explosiva de la sentimentalidad política y las herramientas de control, vigilancia y gestión del capitalismo de algoritmos.
Su diagnóstico, en conversación con THE OBJECTIVE, es claro, y parte de una crítica del liberalismo: la de «haberse dejado seducir por el economicismo utilitarista de los neoliberales». Lejos de considerar este último como una de las distintas caras del liberalismo, Lassalle lo señala a lo largo del libro como su némesis: «Comparten una encendida defensa de la libertad, pero la libertad de la que hablan no es la misma». Una confusión tan disparatada como la de meter en el mismo saco al comunismo o la socialdemocracia, o a Popper y a Hayek. «En los 90 nos hicieron creer que Las Vegas era la utopía, y 20 años después estaba en Silicon Valley», afirma. «Pero la libertad sin regulación y ley, como sabía Montesquieu, no es libertad sino pura y simple licencia… la ley del más fuerte». O, por seguir con las divergencias entre los referentes intelectuales de uno y otro, «Tocqueville no es Herbert Spencer, como Hannah Arendt no es Ayn Rand».
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Tres son los momentos clave que El liberalismo herido señala como hitos temporales que explican cómo y por qué ha llegado la democracia a una crisis existencial pese a que, terminada la Guerra Fría, no fueron pocos los que decretaron dicho sistema y sus libertades como estación de término de la Historia. El primero es 2001, con el ataque terrorista a las Torres Gemelas, símbolos que en su caída arrastraron también con una sensación de seguridad que no volvió con la así llamada «Guerra contra el terror»; el segundo es la Gran Recesión de 2008 y su gestión, que agudiza ya pérdida de certezas y horizontes; y el tercero es la pandemia, que a la incertidumbre sistémica de los dos anteriores viene a sumar la fragilidad biológica, justo cuando la conversación y las promesas tenían más que ver con el transhumanismo y el final de las enfermedades.
El final de las certezas ha provocado, además de ansiedad personal, deterioro de los espacios colectivos, tanto los analógicos y formales –como las instituciones–, como digitales e informales –como la conversación pública en redes o el partidismo de demasiada prensa–. Así, se corre el riesgo de desembocar en lo que el pensador francés Bruno Latour llama ‘democraturas’, posibilidad que Lassalle no considera exagerada: «La democradura opera sobre una base de desintermediación institucional: líder y pueblo, cuerpo a cuerpo, pero el miedo del pasado ya no necesita un movimiento social, un partido político, un ejército o una policía». ¿Cómo funciona, entonces? «Ahora el miedo se gamifica como en un videojuego, y la represión ya no es necesaria porque los algoritmos normalizan al tiempo que discriminan, segmentan y hacen olvidar, y ya se sabe que sin memoria no hay libertad».
El enemigo está en casa
De todo ello se deduce que, para el autor, mirar a China y a su modelo tecno-autoritario para buscar el origen de algunos de nuestros males tiene sentido, pero siempre que hagamos lo propio con las fallas internas de las democracias liberales, y más en concreto, con la estadounidense, por su papel de símbolo y faro para el resto: «China es una amenaza, sí, y la otra son los Estados Unidos siliconizados», afirma tajante. Vivimos una transición crítica de una modernidad tardía que entierra el capitalismo posindustrial a una posmodernidad acelerada que entroniza un capitalismo cognitivo basado en plataformas, y China trabaja por la hegemonía apostando por homogeneizar a 1.500 millones de seres humanos dentro de los 8.000 que integran la humanidad.
«China es una amenaza, sí, y la otra son los Estados Unidos siliconizados»
El Partido Comunista Chino lo hace «mediante una inteligencia artificial que aspira a convertirse en el Gran Hermano perfecto y a consolidar un capitalismo de la vigilancia sustentado en datos que sustituyen a personas y algoritmos que sustituyen a leyes».
Por su parte, «Estados Unidos defiende el mismo modelo pero el control no está en el Partido Comunista sino en las grandes tecnológicas recogidas en el acrónimo GAFAM –por Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft– y una Ilustración Oscura que cree que la democracia estorba». Para Lassalle, en la suma de Ilustración Oscura, transhumanismo y aceleracionismo están las verdaderas amenazas en Occidente. Son nuestro caballo de Troya.
No todo está perdido
No es este, pese a todo, un libro pesimista. Sí muy crítico, por momentos implacable, pero que también ofrece salidas a un liberalismo que, en opinión del autor, tiene en su propio corpus teórico y prácticos la posibilidad de un nuevo comienzo. Un optimismo que, de alguna forma, es parte también de su doctrina, al menos tal y como la entiende y defiende Lassalle: «La heterodoxia crítica que está en su raíz permite que se repiense, y el liberalismo es progresista y no admitirá nunca que no hay derecho al futuro». ¿Entonces? «Hay que identificar los activos de progreso que subsisten bajo la asfixiante atmósfera de catástrofes del siglo XXI y apostar por ellos… El liberalismo puede resignificarse porque es un pensamiento abierto que defiende una sociedad abierta».
«Hay que identificar los activos de progreso que subsisten bajo la asfixiante atmósfera de catástrofes del siglo XXI y apostar por ellos»
Y si a la globalización no podemos renunciar dada la complejidad y profundidad de los vínculos alcanzados en estas décadas, ¿cuál es la propuesta básica liberal para gobernarla? Lassalle habla de un ‘giro humanitario’. «Sí, humanitario porque es humanista, humanismo frente a individualismo», defiende. Un liberalismo que invoque «la cooperación dentro de un individualismo frágil y necesitado de auxilios y cuidados». La democracia liberal debe hacerse «hospitalaria y empática, fomentar la amistad colaborativa y no la competencia enemistosa». Y para ello quizá sea momento, además, de comenzar por cambiar el referente histórico y teórico al que recurrir en una era necesitada de respuestas: de Locke a Spinoza, como el autor defiende en El liberalismo herido. ¿Por qué? «Porque Spinoza no propone un individualismo virtuoso y autosatisfecho secularizando el calvinismo a través de la idea de propiedad», responde. «Esto sucede en Locke y fue viable hasta la crisis de 2008, pero ahora necesitamos un individualismo colaborativo y crítico que divinice la tolerancia y convierta la libertad de pensamiento en el soporte de lo más necesario en estos momentos: entender». Locke actuaba y requería libertad para hacer lo que sabía que tenía hacer, y en cambio, Spinoza pensaba y requería libertad para entender porque no sabemos qué hacer. «Esto último es lo que activa el populismo, el no tener respuestas».