La falta de agua y la pobreza incuban el coronavirus en Venezuela
En la Venezuela de la era chavista, millones de familias viven bajo la línea de la pobreza. Sin agua, sin poder siquiera lavarse las manos, si hay un lugar para el coronavirus es este
En la Venezuela de la era chavista, millones de familias viven bajo la línea de la pobreza, la mayoría de ellas hacinadas en barriadas en torno a grandes ciudades donde la constante es la falta de agua, de gas, la electricidad va y viene y la comida es un bien cada vez más costoso.
Estos escenarios son el principal caldo de cultivo para incubar epidemias como la del coronavirus[contexto id=»460724″], incluso durante la cuarentena.
Una de estas barriadas es Caucagüita, en el extremo este de Caracas, donde las penurias del día a día sintetizan la realidad de un país hundido en la miseria y la incertidumbre.
Al estado Miranda pertenecen los municipios Chacao, Sucre, Baruta y El Hatillo, cuatro de los que componen la zona metropolitana de la llamada Gran Caracas, o Distrito Capital.
Hasta la noche del 17 de marzo, de los primeros 36 casos oficialmente admitidos en todo el país por el régimen de Nicolás Maduro, 19 habían sido confirmados en Miranda, uno de los estados más populosos del país y con más hacinamiento y más favelas.
Si hay un lugar para el coronavirus es este
Policías y militares comenzaron el martes a bloquear los accesos entre los municipios de Caracas, a cerrar autopistas y avenidas.
Pero incluso en medio de una cuarentena, que supone imponer distanciamiento social y reducir los contactos, la precariedad y la informalidad de las barriadas caraqueñas como Caucagüita son una cotidiana amenaza.
Esta zona de pequeños bloques de apartamentos y casas precarias sobre colinas del Municipio Sucre pertenece a Petare, un complejo de favelas donde vive cerca de medio millón de personas.
Expertos de todo el mundo recomiendan lavarse las manos con abundante agua y jabón varias veces al día como principal medida de prevención contra el coronavirus, el causante de la enfermedad respiratoria Covid-19.
Pero en lugares como Caucagüita -donde viven más de 64 mil personas- esa es una tarea muy difícil: desde hace al menos cuatro meses no llega agua potable por tuberías, explica Henry Vivas, un activista social reconocido en la zona.
Él coordina un comedor popular donde 75 niños almuerzan cada día como parte de la iniciativa de Alimenta la Solidaridad, una ONG que despliega un programa de alimentación infantil en barrios del país.
Vivas es un héroe popular que se sobrepone a sus propias enfermedades para gerenciar el comedor en su casa e impulsar el deporte, buscar donaciones y combatir la pobreza extrema.
“Me dializo lunes, miércoles y viernes. El lunes no pude hacerlo porque estuve esperando transporte desde las cuatro hasta las 7 de la mañana», cuenta.
Falta de agua y de esperanza
El Municipio Sucre del estado Miranda ocupa parte del este de Caracas, la capital de Venezuela, rodeada de cerros donde se multiplican los ‘ranchos’, viviendas precarias sin servicios básicos.
En las calles de esta barriada sobresalen montones de basura por recoger, las nubes de moscas, los perros famélicos, los baches, y los rostros cansados de personas que acarrean agua en recipientes de plástico.
Comercios informales en las aceras o en algunas casas surten bienes esenciales a los vecinos.
Como en todo el populoso Petare, es posible comprar verduras, frutas, carnes y productos envasados sin mayor trámite. Incluso durante la cuarentena nacional impuesta por el régimen de Nicolás Maduro para contrarrestar el coronavirus.
“Si no te mata el virus te mata el hambre”, exclama un hombre cuando se da cuenta de que son visitados por reporteros.
Algunos pequeños edificios de minúsculos apartamentos albergan a las familias -relativamente- más afortunadas. A unos pasos están las rancherías. Y aquí y allá hay quejas: todos padecen la misma situación.
“La vaina está fea. No llegan los servicios, sin agua, sin farmacias… Los CDI (dispensarios populares atendidos por médicos cubanos) no tienen agua”, denuncia quien dice llamarse Luis.
“No hay agua, no hay comida, y quieren que la gente se cure del coronavirus”, grita una señora desdentada y de tez curtida.
Desamparados
Juan Carlos Sanguinio, un abuelo enfermo, se queja de que falla la entrega de la caja Clap (alimentos básicos racionados por el gobierno).
“Hay un viaje (montón) de niños enfermos. También personas grandes. ¡Aquí pasa de todo! dengue, Sida, cáncer, de todo”, dice. Y explica que necesita ser operado de una hernia pero no logra encontrar atención médica.
Cerca de él, en una escalera, un niño también lanza su queja: “Mi hermana tenía una gripe y le dijeron en el CDI que eso se cura solo. Ella lo que hacía era toser y toser en la cama, y lloraba”.
Y cuenta su propia historia: una vez se rompió la cabeza de una caída y en el dispensario no pudieron ni coserlo porque no había hilo ni aguja.
Más allá, tres muchachas protegidas por tapabocas y guantes de plástico transparente, atienden un ventorrillo de alimentos. Una mujer llega preocupada preguntando por harina. No hay.
“Hay muchas compras nerviosas”, dice al explicar que se acabaron el pollo, las salchichas, la mortadela, la harina y el aceite.
“La gente no usa tapabocas, guantes, nada de eso”, se queja una de ellas.
Todos gastan lo que tienen, hasta los escasos dólares que tenían guardados, para comprar porque con esto de la cuarentena temen que haya más escasez.
No es la máscara
Un hombre reclama casi a gritos: “¡Un dólar por un tapabocas! ¿Quién puede pagar un dólar por un tapabocas? ¡Y hasta en cinco dólares los han visto!”.
Pero es evidente que un tapabocas no es lo que protegerá a esta gente del coronavirus mientras las nubes de moscas y otras alimañas proliferan en un ambiente en el que no solo falta el agua sino también la higiene pública en general.
Azules tanques vacíos están alineados a lo largo de las aceras a la espera de un improbable camión cisterna que venga a llenarlos de agua. Los más afortunados, los que tengan recursos o puedan hacer un fondo, pagarán por una entrega.
Tampoco es fácil comprar agua en Caracas, donde el servicio de un camión cisterna de agua puede costar hasta unos 100 dólares.
Demasiado dinero para personas que viven en en su mayoría de la informalidad, el comercio ambulante, trabajos a destajo o ayudas cada vez más menguantes del gobierno.
Si hay un lugar para el coronavirus es este. La falta de agua, los productos y medios de pago que pasan de mano en mano, la pésima alimentación, el uso de leña para cocinar por la falta de gas y el hacinamiento harán su parte.
En todo el país
Bajando las serpenteantes calles de Caucagüita se llega a la autopista Gran Mariscal de Ayacucho, que comunica a Caracas con el oriente de Venezuela.
Cerca de la entrada de la ciudad, convoyes de militares y policías impiden el paso. Solo dejan entrar a funcionarios del Estado, médicos y paramédicos y a veces a periodistas.
Todos deben usar mascarillas, porque según la conseja ordenada por Nicolás Maduro, esta es la forma de protegerse del coronavirus.
¿La falta de agua puede acelerar una epidemia de coronavirus en Venezuela?
«Lo que pasa es que esta tragedia nos agarró en una situación de base muy complicada porque efectivamente el agua es un elemento fundamentalmente de salud», señala José María de Viana, uno de los principales expertos en Venezuela sobre el tema.
Caracas recibe hoy solo 12.000 litros de agua por segundo, muy por debajo de los 20.000 litros por segundo que recibía hace 20 años.
«No hay ninguna ciudad de Venezuela que tenga servicio continuo de agua. Solamente la cuarta parte de la población tiene agua permanentemente, el resto lo tiene espaciado, y en muchas partes tarda hasta una semana en regresar el servicio», explica De Viana.
Y si así están los barrios más pobres y las zonas de clase media y alta, no puede ser diferente en los centros de salud.
El problema fundamental en esta crisis es la escasez de agua en los hospitales de todo el país, apunta de Viana.
La mitad de ellos no tiene servicio regular de agua, se lamenta el experto: ni siquiera centros nacionales de referencia como el Hospital Clínico Universitario cuentan con el servicio de forma permanente.
Y así encuentra la pandemia a la gran mayoría de los venezolanos: sin poder siquiera lavarnos las manos correctamente.