¿Tiene color el sexismo? El rosa fue masculino hasta 1940
Si un recién nacido viste de azul es indiscutiblemente varón, pero si lleva un lazo rosa no hacen falta preguntas para entender que es una niña. Lo curioso es que esto no siempre fue así. ¿Sabías que hasta hace apenas unas décadas el rosa se asociaba a la masculinidad?
Nos gusta clasificarlo todo y señalar las diferencias, a veces innecesarias, poniendo etiquetas a la superficie. En ese intento por encasillar cada cosa en su lugar inventado, caemos en la absurdidad de asignar colores para identificar de forma simplista incluso hasta los géneros. Sin ambigüedades ni matices; lo masculino es azul y lo femenino rosa. Lo dicen los juguetes, el marketing, la moda… Lo dice, en definitiva, la semiótica. Si un recién nacido viste de azul es indiscutiblemente varón, pero si lleva un lazo rosa no hacen falta preguntas para entender que es una niña. Lo curioso es que esto no siempre fue así. ¿Sabías que hasta hace apenas unas décadas el rosa se asociaba a la masculinidad?
En 1914, la publicación Sunday Sentinel, según señala The Guardian, aconsejaba lo siguiente a las madres estadounidenses: «Si te gustaría poner una nota de color en las prenda, usa rosa para el chico y azul para la chica, si quieres seguir la convenciones». Esta explicación, opuesta a la concepción generalizada en la actualidad, aparece también en muchas otras publicaciones, como la revista Earnshaw’s Infants’ Department publicada en 1918: “La regla generalmente aceptada es rosa para los chicos y azul para las chicas. La razón es que el rosa es un color más decidido y fuerte, más adecuado para los niños, mientras el azul, que es más delicado y refinado, es mejor para las niñas”.
Las pruebas de esta – ahora contradictoria- señal de diferenciación aparecen en incontables ocasiones en textos, archivos fotográficos, obras de arte y hasta piezas literarias: En una fotografía de 1884, el 32º Presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, aparece vestido de rosa siendo un bebé; en numerosas representaciones pictóricas el Niño Jesús se muestra vestido de color rosa y, destacando un ejemplo literario, cabe mencionar que hacia el final de la novela El Gran Gatsby, escrita por F. Scott Fitzgerald en 1925, el personaje de Jay aparece vistiendo orgulloso un elegante traje rosado.
¿Hemos aprendido entonces a llevar la contraria a las concepciones establecidas? Hoy en día usamos un lazo rosa para concienciar sobre el cáncer de mama, sería impensable pensar que el logo de Barbie se tornara azul, las niñas caen rendidas hacia las vestimentas de este color que estereotipan su sexo y en el lenguaje cotidiano aparecen nuevas formas de expresión como la llamada “tasa rosa”, que sirve para denominar el aumento el precio de productos específicamente destinados a mujeres en el mercado. ¿Qué llevó a este cambio?
Cómo y por qué el rosa dejó de ser para chicos
Según apunta la historiadora de la Universidad Jo B. Paoletti, autora del libro Pink and Blue: Telling the Girls From the Boys in America (2012), quien lleva más de 40 años estudiando el color de las prendas con las que se visten a los recién nacidos, no fue hasta a partir de 1940 cuando se empezó a imponer la asignación binaria de los colores azul y rosa como distinciones de género. Obviamente esto no ocurrió de la noche a la mañana, pero fue una fue una norma que fue propagándose con facilidad gracias a los nuevos hábitos de consumo, impulsados por los medios de comunicación, centros comerciales y la influencia de la moda francesa en la etapa de posguerra.
En 1945, tras la victoria aliada en la II Guerra Mundial, triunfó en Estados Unidos el la american way of life y llegaron los felices años 50, trayendo consigo nuevas modas para vestir a toda una generación de babybommers, para cuyas madres el tradicional blanco no llegaba a satisfacer el ansia por nuevos diseños diferenciadores. “Cuanto más individualizamos la ropa, más se puede vender«, asegura Paoletti. Por aquella época, Mamie Eisenhower asistía a la toma de posesión de su esposo luciendo un intrincado vestido rosado, aparecieron electrodomésticos fabricados en tal color y hasta la marca de coches Dodge lanzó en 1955 un modelo de vehículo rosa y blanco para las mujeres llamado La Femme. La elección de las Pink Ladies en la película Grease no es casual, y es que durante la época de los 50 en la que sitúa la acción la película, se instauró de forma definitiva el color rosa asociado a la feminidad.
La rebelión contra el canon establecido
El feminismo de los setenta rechazó de plano el rosa aunque, tal y como señala Jo Paoletti en su libro, este boicot contribuyó, paradójicamente, a asignar el color al concepto de femineidad. Las feministas de entonces “pensaban que las niñas sentían atracción hacia roles subordinados asignados a las mujeres través de la ropa«, por lo que «si vestíamos a nuestras hijas más como niños y menos como chicas cursis con volantes tendrán un abanico más amplio de elección y se sentirán más libres”, explica la experta.
Este pensamiento permanece hasta nuestros días y buena muestra de ello es el ejemplo recogido en un articulo publicado en Verne, donde se presenta a JeongMee Yong, “una madre a la le sorprendió que su hija de 5 años sólo quisiera ropa y juguetes de color rosa, y se comenzó a interesar por cómo fabricantes y publicistas segmentan su oferta por género”. Esto le llevó a crear The Pink & Blue Project, una serie de fotografías de niños y niñas mostrando sus juguetes rosas y azules que se viraliza en internet de forma recurrente.
Entre la infinidad de campañas alertando sobre los efectos adversos que pueden provocar en los más pequeños los juguetes estereotipados por género destaca, entre otros, el estudio realizado por The Institution of Engineering and Technology y recogido por The Guardian, el cual clama por eliminar dicha lacra que empuja a la sociedad a convertir a las niñas en “princesas pasivas”. Aunque no importa cuantos estudios, informes y análisis citemos; la mejor y más comprensible explicación la sigue teniendo la famosa Railey:
La teoría enfrentada: ¿Y si el rosa fuera una preferencia biológica?
En el lado opuesto a este pensamiento que señala la asignación de colores como constructo de normas impuestas culturalmente, otras fuentes señalan que la predilección de las mujeres por el color rosa podría ser biológica y no cultural. Según sugiere un estudio realizado en la Universidad de Newcastle y publicado en la revista Current Biology, la explicación de la preferencia por colores de esta gama podría proceder de la época en la que los humanos eran cazadores y las mujeres, las principales recolectoras. Éstas habrían desarrollado su capacidad para identificar los frutos rojos maduros y las emociones que pueden expresar las tonalidades de los rostros por cuestiones meramente biológicas.
¿Está nuestro cerebro genéticamente predispuesto hacia determinados colores según nuestro género sexual? Esta hipótesis ha sido extensamente debatida por expertos y teóricos debido a su simplicidad. Las conclusiones de este experimento, realizado con 208 personas a los que se les pidió que eligieran sus colores preferidos entre dos opciones, ha sido criticado por ofrecer una hipótesis sesgada que no tiene en cuenta otras variables de relevancia. Su base es el comportamiento prehistórico que (afortunadamente) dista mucho de la actualidad, o al menos, teniendo en cuenta el aluvión de críticas tras su publicación, eso es lo que a muchos nos gustaría pensar. Tal y como demuestra la revisión histórica del uso del rosa/azul y como opina la experta Jo Paoletti, muchos de nuestros estereotipos de género son “superficiales, arbitrarios y sujetos a cambios”, por lo que considera que “elevar los estereotipos al nivel de ley natural es absurdo”.
El rosa es aún hoy en día un color asociado a la feminidad y lo cierto es que no es posible garantizar de forma fehaciente si esto se debe a implicaciones biológicas o por el contrario, es una consecuencia imposiciones culturales. Lo que sí podemos afirmar es que profundizar en la implicación de los colores respecto a nuestras concepciones contribuye a descubrir rincones compartidos entre todos, haciéndonos reflexionar sobre características innatas o adquiridas y la inevitabilidad de nuestros roles de género. A fin de cuentas, puede que dentro de otros 90 años, a alguien le sorprendan los tiempos en los que los colores señalaban lo innecesario.