Los rituales de Fin de Año más curiosos para alguien que solo come uvas
¿Cómer doce uvas en nochevieja? ¡Vamos, hombre! ¿Por qué no mejor lanzar los muebles por la ventana?
No es el Día de Todos los Santos sino Nochevieja la celebración que rinde culto a la Muerte con mayúscula, la feliz agonía de un año con sus 365 días (de mierda, para algunos). Pero si vas diciendo por ahí que el mundo se acaba el 31 de diciembre te tomarán por loco, cuando la mayoría de los rituales de Fin de Año se basan en la idea de un universo cíclico: morimos para renacer. Podemos rechazar el hecho consumado de que somos tan supersticiosos como nuestros abuelos y, además, negarlo mientras nos calzamos unas bragas rojas o contamos las doce uvas antes de los cuartos (no vaya a ser que falte una y empecemos el año con mal pie), pero lo cierto es que lo somos. Y mucho.
En mi casa se regalan minerales según el signo zodiacal, a veces el resultado de una tirada de Tarot, y nada bueno puede pasar si antes mi hermano no recita un poema donde nos pone a caer de un burro a todos. Todas las familias tienen sus manías, lo que me recuerda una frase de Montaigne: “Cada cual llama barbarie a lo que considera ajeno a su costumbre”. Y como las costumbres están para ‘hackearlas’, como casi todo, he recogido algunos rituales bárbaros –en el mejor de los sentidos- que se celebran alrededor del mundo. Incluyen osos, cosas que se cascan y otras que caen y hacen ruido, para que entremos en el próximo año por la puerta grande o, por lo menos, no se nos cierre en las narices.
1. Las siete olas y la madre de todos los resfriados
La Nochevieja brasileña se llama Reveillon y la más espectacular es la de Río de Janeiro, donde se reúnen miles de personas vestidas de blanco o de amarillo (símbolo de prosperidad y dinero) para ver la espectacular pirotecnia. Pero lo más curioso ocurre en la playa, donde los fieles de los cultos afrobrasileños rinden tributo y entregan ofrendas a la orixá Yemanjá, deidad de las aguas y ‘madre de los peces’, que vive entre las olas. Existe la creencia de que si saltas siete olas puedes pedir un deseo por cada una de ellas y la diosa te los concede.
Claro que Brasil se encuentra en el hemisferio sur, así que para ellos es verano cuando nosotros nos pelamos de frío. A los que sí debería favorecer Yemanjá es a los escoceses, que el 1 de enero, con un tiempo del demonio, se zambullen en las heladas aguas del Firth of Forth, en South Queensferry, disfrazados de los personajes más delirante. Ya lo dice todo el nombre de esta tradición: Loony Dook, ‘chapuzón chiflado’.
2. Huevos y herraduras para predecir el futuro
Los más sofisticados la llaman ovomancia, pero en muchos lugares de Centroamérica y Colombia es simplemente un ‘agüero’, una de las múltiples formas de pronosticar qué nos deparará el año entrante. Consiste en cascar un huevo en un vaso de agua la tarde del 31 de diciembre y colocarlo debajo de la cama hasta la medianoche. Al observar el vaso se puede predecir bodas, entradas de dinero o incluso la muerte por la forma de la clara y la yema. Nota para quien quiera probarlo: si el huevo se hunde es mejor que os dediquéis a beber lo que queda de noche…
Pero todavía hay más ‘agüeros’ para predicciones muy concretas. Si queréis saber cómo os irá en cuestión de dinero, hay que colocar tres patatas (una sin pelar, otra pelada y una tercera a medio pelar) debajo de la cama el día de Nochevieja, y a las doce se saca una a ciegas; si se ha escogido la que no tiene piel, vais a estar tan pelados este año como la patata. En consecuencia, bebed, pero que os inviten.
Saltando de un hemisferio a otro, también podéis augurar a la finlandesa y al grito de ‘¡Valaa Tinaa!’, claro que es un poco más laboriosa. Para saber qué deparará el año se compra una herradura de estaño, se funde en una sartén o fogón y se tira a un balde con agua. Lo mismo que con el huevo, dependiendo de la forma que adquiera el Año Nuevo será el inicio de 365 días maravillosos o un horror. Y si alguien quiere intentarlo, podéis encontrarlas en Internet bajo el impronunciable nombre de “Uudenvuoden onneakenkä”.
3. Rituales macabros o muy peludos
La Navidad es una época para pasar en familia y en la localidad chilena de Talca lo llevan al pie de la letra. Tanto que despiden el año en el cementerio, junto a todos sus parientes, los vivos y los muertos. Así que cuando redoblan las campanas de medianoche, miles de talquinos iluminan las tumbas con velas, descorchan las botellas y ¡que empiece la fiesta! Cuentan que esta extraña celebración dio comienzo a finales de los años 80, cuando un antiguo funcionario del cementerio local falleció y sus familiares se colaron en el camposanto con una radio, flores y bebidas para recibir el año al lado del difunto y a los vecinos les pareció una gran idea.
Nos puede parecer raro, pero ni la mitad de exótico que lo que ocurre en algunas regiones rurales de Rumanía, donde existe la tradición de disfrazarse de oso en Año Nuevo e ir casa por casa bailando para espantar a los malos espíritus. También tienen otra costumbre que a los animalistas les va a encantar, intentar hablar con los animales sabiendo que no lo conseguirán. La moraleja de este ritual es que hay que saber aprender a fracasar, cosa harto necesaria si habéis hecho antes el ritual del huevo y se ha hundido.
4. Tirar la casa por la ventana o dejarla como los chorros del oro
En algunas regiones de Italia las calles no son un lugar seguro, sobre todo en Nochevieja. Una puede salir de juerga deseando que le llueva un ligue del cielo y lo que le cae encima es un armario ropero. Porque en Nápoles, Sicilia o Calabria dicta la tradición que para librarse de lo malo de un año que termina hay que arrojar por la ventana los muebles que no se quiere. Pero si sois de ese tipo de gente que guarda hasta los ‘pongos’ más infumables que le hacen sus amigos, siempre podéis armaros con un pan de Navidad y golpear puertas y paredes con él, como hacen los irlandeses para ahuyentar la mala suerte.
O, mucho más punk, celebrar un Fin de Año a la filipina, y apagar las luces y abrir todas las puertas, ventanas y cajones a medianoche, golpeándolos con fuerza, para espantar a los malos espíritus. La clave es ser lo más ruidosos posible para que se den por aludidos.
Sin embargo, los siempre cumplidores japoneses, ni arrojan muebles ni azotan puertas con un pan. Prefieren pagar todas sus deudas y limpiar sus casas a conciencia. Y no solo eso, sino que en las pequeñas tiendas y colegios, oficinistas y estudiantes sacrifican días de fiesta para barrer, frotar y abrillantar en una particular celebración llamada osoji, ‘la gran limpieza’, con el deseo de empezar el año con un espíritu tan inmaculado como sus hogares.
5. El sketch que bate misteriosos récords de audiencia
Si en España Encarna y sus empanadillas y las capas de Ramón García son el nostálgico ‘Día de la Marmota’ de nuestras navidades televisivas, en otros países ver año tras año el mismo sketch se ha convertido en parte de un ritual, que tiene su punto extraño, ligeramente macabro, como todo lo navideño, jou, jou, jou…
Me refiero a ‘Dinner for one’ (Cena para uno), un programa inglés que bate récords de audiencia en países como Suecia, Austria, Dinamarca o Alemania, donde se presenta a una anciana de la alta sociedad que reúne a sus amigos “invisibles” para cenar con ella. El que sale peor parado es el mayordomo, que debe imitar a cada uno de los fantasmales invitados y acaba pillando una ‘cogorza’ de campeonato al andar bebiendo de todas las copas. Una frase recurrente en el ‘sketch’ es ‘same procedure as last year’ (lo mismo que el año pasado), que alemanes, daneses o austríacos repiten emulando el acento inglés de la anciana señora.