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¿Rosados grandes en España? Poquitos

¿Rosados grandes en España? Poquitos

El rosado, el vino cuyo consumo más aumenta en el mundo en los últimos años, es a menudo en España el pariente pobre de las bodegas: como debe salir muy barato al mercado, se dejan para él las peores uvas y se elabora sin muchos miramientos. Por eso cuando un año viene mal, como esos 2013 o 2017 de mediocres maduraciones de la uva, en los rosados se nota mucho. Y las catas que de cuando en cuando dedicamos a ellos son reveladoras.

Aparte de esa realidad circunstancial, hay bodegas que sí que se toman con interés cada año el rosado, sin atraer grandes alharacas mediáticas porque el rosado no interesa a muchos críticos. Pero, demasiado a menudo, los rosados españoles no dan la talla a escala internacional, y es una pena porque ese mercado va muy bien en el mundo, y nosotros necesitamos exportar.

Sí se ve una tendencia ‘internacional’ nueva en muchos de ellos: la de dejarlos cargaditos de azúcar residual. No es la mejor tendencia posible, aunque se comprende el ansia por atraer a los bebedores de Coca-Cola…

¿Rosados grandes en España? Poquitos
Los vinos rosados de Bertrand Sourdais | Foto vía: Facebook Bertrand Sourdais, vigneron

Las más brillantes excepciones son vinos como ese inimitable rosado de López de Heredia, hecho para envejecer como un gran tinto, o en otro estilo ese delicadísimo Antídoto de Bertrand Sourdais del que aquí nos hemos ocupado y que, eso sí, sale al mercado al precio de una caja de seis botellas de un rosado al uso.

Sourdais, claro, llegó al Duero desde el Loira, cuna del rosado francés –aunque hoy bastante eclipsado por el de Provenza- y sabe lo que debe tener un gran y pálido rosado –pálido, porque la maceración con los hollejos se hace muy breve para no darle muchos taninos, al revés de la norma en España-, que es delicadeza, mucho frescor, largura y, cuando es de los mejores, incluso complejidad. Bertrand se ha inspirado en aquellos viejos y sabrosos claretes de Aranda, mezcla de uvas blancas y tintas, para hacer su sofisticadísima versión a base de garnacha, tempranillo y albillo mayor.

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Imagen vía: Facebook Bodegas R. López de Heredia Viña Tondonia

Naturalmente que hay poco sitio en el mercado para rosados elitistas como el Tondonia o el Antídoto, pero incluso en el segmento de los vinos de 4 o 5 euros se están haciendo vinos alegres, frutales y refrescantes, incluso en la difícil añada 2013: ahí están el Artazuri navarro, de garnacha, o el Los Monteros valenciano, de bobal. Esos vinos son los que deberían proliferar en España y dar un empujón a nuestras exportaciones.

Otro camino original: el de Jorge Monzón en el Dominio del Águila con su Pícaro del Águila, que más que ser un rosado al uso recrea los antiguos claretes, llenos de vigor y fruta, de la zona del Duero.

Siempre llama la atención en las citadas catas el número de rosados hechos con aquellas castas ‘mejorantes’ traídas en los 25 últimos años de Francia: de cabernet sauvignon, de merlot, de syrah, de pinot noir, de petit verdot… ¿Quizá porque en zonas como Navarra, Aragón, Castilla-La Mancha o Comunidad Valenciana se plantaron esas grandes viñas pensando que darían estupendos tintos de crianza y al cabo del tiempo y de las decepciones hay que emplear las uvas en algo?

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