Dulces navideños, advertencias incluidas
Hay un eslabón que une la mayoría de los dulces típicos de la temporada navideña española que nos aprestamos a engullir: son densos.
Hay un eslabón que une la mayoría de los dulces típicos de la temporada navideña española que nos aprestamos a engullir, además de la amenaza de sus calorías y del azúcar -convertido hoy en el enemigo público número uno, ríanse ustedes del diésel-, además de sus orígenes curiosamente mixtos -entre árabes en sus orígenes y monacales en su posterior desarrollo-, y es que suelen ser densos y no muy fáciles de deglutir. Una copita de vino dulce de moscatel o pedro ximénez lo arregla, pero hay que saberlo.
Los turrones duros y hasta los blandos, pero densos, de Jijona y Alicante se llevan la palma en ese aspecto, y con ellos los polvorones, orgullo andaluz de Estepa, tan secos en la boca. En cambio, el huevo de los mazapanes toledanos les aporta sus valores emolientes y hay que ver lo bien que entran en boca…
Para el final de las fiestas está la tercera gran pata, junto a turrones y mazapanes, de nuestra dulcería navideña: el roscón de Reyes. Y con él crece la polémica: a mucha gente no le gusta nada la fruta escarchada que lleva por encima -y mira que al menos una, la piel de naranja, es verdaderamente exquisita y aporta un contrapunto de sabor y textura fundamental- y muchos consideran su masa demasiado compacta y difícil de tragar.
Esto ha tenido varias consecuencias: por un lado, ha facilitado la invasión pasmosa y multitudinaria de nuestros anaqueles por los ‘panettoni’ italianos, que tienen la virtud de ser más esponjosos y accesibles, y además de una enorme diversidad. (Hay uno totalmente empapado en aguardiente de ‘grappa’ que es una incitación al alcoholismo). Como tantas veces, los italianos nos ganan por la mano con cosas atractivas y fáciles de entender.
Por otro lado, los reposteros nacionales respondieron hace unos años con ese remiendo del roscón: partirlo por la mitad y meter ahí bien de nada batida. No será este cronista el que lo condene, pero así se transforma radicalmente el sabor y el sentido del roscón.
Para miembros de la vieja escuela como yo recomiendo encontrar un roscón clásico, sin nata, hecho con bien de agua de azahar y no demasiado amazacotado, con crujientes tiras de naranja escarchada y una sorpresita simpática dentro, y comérselo en familia con humeantes tazas de chocolate. A la española, claro, espeso. Que no estamos ni en Milán ni en Viena, y nuestras tradiciones, aunque algo más indigestas, nos dan sabores de una intensidad que otros desconocen.