Mercado Little Spain o cómo España conquistó al fin el West Side neoyorquino
Gracias a José Andrés y a los hermanos Adrià, la gastronomía española se hace de una vez por todas con un rincón a la altura en la Gran Manzana
Son las cuatro de la tarde, el Mercado Little Spain acaba de abrir y entre sus puestos se congregan decenas de personas. Este establecimiento, situado en la zona de Hudson Yards, es responsabilidad de tres nombres de renombre y acento español: José Andrés, Ferran Adrià y Albert Adrià. Puede que no hayas oído hablar de Hudson Yards, pero lo harás: es la nueva zona de moda en Manhattan. Se trata del mayor proyecto inmobiliario privado en la historia de Estados Unidos, que cubre desde la calle 30 a la 34 entre las avenidas 10 y 11, y está bañado por la orilla del río Hudson.
Aparte de The Vessel, la gran estructura obra del diseñador británico Thomas Heatherwick, Mercado Little Spain es la gran atracción del barrio. Allí nos recibe el chef madrileño Nicolás López, uno de los responsables del área de investigación y desarrollo de ThinkFoodGroup, la compañía que agrupa todos los restaurantes de José Andrés en Estados Unidos. Con el entusiasmo propio de llevar a cabo un proyecto sin precedentes como este, López nos explica de entrada que la mayor parte de lo que podemos ver y degustar viene directamente desde España. Los churros, por ejemplo, son genuinamente españoles: la máquina churrera es de los Blanco, una familia vallisoletana dedicada desde 1958 a la fabricación de maquinaria especializada para el sector de churrerías y la harina con la que se hacen llega directa desde Cuenca.
Además de los ingredientes y la maquinaria para hacer unos auténticos churros españoles, hay otros productos importados directamente desde nuestro país. Es el caso del queso, del que tienen hasta 42 tipos, así como los embutidos, aceites, arroces y otros productos típicos. También proveedores, cocineros o incluso la cuidadísima imagen gráfica, obra del barcelonés Lo Siento Studio.
«Estamos en Nueva York para enseñarle al mundo lo que es España«, comenta orgulloso Nicolás López mientras recorre los pasillos que separan cada puesto. Como cabía esperar, este esfuerzo de importación se traduce en el precio final: todo cuesta tres veces más, admite nuestro anfitrión. Aunque, si nos basamos en los estándares neoyorquinos, es asequible.
Un mercado ya no es solo el lugar donde vamos a comprar lo necesario para hacer la comida. Los mercados de nuestras ciudades se están convirtiendo en lugares de ocio. Buen ejemplo de ello es el mercado de la Boquería, en Barcelona, o los de Chamberí, Vallehermoso o San Miguel, entre muchos otros en Madrid. Y Mercado Little Spain exporta esta costumbre en auge de hacer la compra y tomar una caña y una tapa en el mismo lugar.
La charcutería, de la que ya hemos hablado, está en el puesto Jamón y Queso, donde además de comprar se puede comer, especialmente flautas. La frutería la hallamos en Frutas y Verduras, donde ofrecen todo tipo de zumos y gazpachos, además de ensaladas. También encontramos una pescadería típicamente española en Pescados, donde neoyorquinos y foráneos pueden comprar productos locales pero también traídos directamente desde lonjas españolas –toda una revolución logística–. Además, en La Barra ofrecen tapeo del clásico –no pueden faltar las croquetas y los callos–, cañas bien tiradas y bien frías –como tiene que ser– y buenos vinos. También hay cocas, y aclaran al público local –por si acaso–: no, no son pizzas.
Para el postre tienen reservados dos espacios: el de Pasteles y Helados, con dulces típicos como el brazo de gitano y helados al corte –con barquillos Sosa incluidos–, donde también podremos degustar una horchata con chufas traídas directamente desde Alboraya; y el de la ya mencionada churrería.
Para comer-comer hay dos espacios reservados y uno futuro. Por un lado, Leña, que ofrece una carta basada en corderos lechales, parrillas de carne y paella valenciana para llevar. Por otro, Mar, con típicos guisos de pescado. El espacio que abrirá en un futuro es el Spanish Diner, un concepto que revela una verdad hasta ahora inescrutable: que los platos combinados pegan perfectamente en una carta de diner americano clásico.
Todo esto en 3.200 metros cuadrados, donde trabajan más de 450 personas, y con el sello y supervisión de los hermanos Adrià y de José Andrés. Un nuevo mundo para el neoyorquino y un oasis para el expatriado. Para chuparse los fingers.