7 experiencias únicas para conocer Marruecos
Un auténtico placer oriental marcado por la tradición donde el desierto, las cumbres nevadas del Atlas, las playas bañadas por el Mediterráneo y el Atlántico, los grandes monumentos y mezquitas medievales y una amplia gastronomía, dan la bienvenida al visitante
Ya sea por sus contrastes, su historia, su desierto, su gastronomía o simplemente por su cercanía a España, Marruecos merece ser visitado al menos una vez en la vida. Ademas, es uno de los países más accesibles desde España, por su cercanía y por los vuelos de bajo coste. País milenario donde los haya, Marruecos cuenta con cuatro ciudades imperiales: Marrakech, Rabat, Fez y Meknes, nueve bienes inscritos en la lista del Patrimonio Mundial de la Humanidad de la Unesco y seis Patrimonios Culturales Inmateriales.
Un auténtico placer oriental marcado por la tradición donde el desierto, las cumbres nevadas del Atlas, las playas bañadas por el Mediterráneo y el Atlántico, los grandes monumentos y mezquitas medievales y una amplia gastronomía, dan la bienvenida al visitante. Si hay que ponerle un pero a Marruecos, es la pena de no poder visitar las majestuosas mezquitas de Fez y Marrakech, un privilegio reservados a los musulmanes.
Desde The Objective te presentamos 7 experiencias únicas que vivir en Marruecos.
Perderte por las calles de Fez y Marrakech
La medina de Fez es la más grande y antigua de Marruecos y, sin duda, un laberinto para los viajeros que se adentran en ella por primera vez. Hay zonas y monumentos de la ciudad que merecen una obligada visita, como son las madrasas –escuelas coránicas de la época medieval–. Las más importantes son: Attarine, Bou Inania, Cherratine y Bab Guisa.
Fez tiene un aura singular: es la ciudad imperial, depositaria de los 13 siglos de la historia de Marruecos donde todavía se pueden contemplan los oficios más tradicionales –desde los curtidores hasta los tejedores, pasando por los hojalateros y los alfareros–.
Pero quizás lo que más llame la atención de los viajeros sea el barrio de los curtidores y tintoreros, donde todavía se puede ver como se tratan artesanalmente las pieles de los animales. La curtiduría Chouwara es la más extensa de las cuatro curtidurías tradicionales que continúan con vida en el corazón de la Medina Fez el-Bali. Eso sí, vete preparado para soportar un intenso olor –llevar una ramillete de hierbabuena siempre ayuda–.
La Plaza de Yamaa el Fna es el punto neurálgico de Marrakech y donde discurre la vida; pero cambia radicalmente al anochecer. Durante el día se concentran en ella acróbatas, músicos acompañados de pequeños monos, puestos de medicina tradicional, cuenta cuentos y juegos para los más pequeños. Hasta improvisados dentistas que se ofrecen a sacarte una muela de manera tradicional y sin anestesia.
En los meses más calurosos –desde mayo hasta septiembre– una parada obligatoria son los puestos en los que por menos de dos euros puedes probar un suculento zumo natural de diferentes tipos de frutas –naranja, sandía o manzana, entre otras–.
Por la noche, los puestos de comida inundan la plaza de la conocida como Ciudad Roja. Todos van numerados y cada cual tiene su preferido. No dudes en probar los caracoles o un buen tajin –una especie de guiso– de cordero o de pollo con verduras. Un secreto para la cena: según accedes a la plaza, a mano derecha, continúa por la calle Riad Zitoun Lakdim. Tras pasar el Chez Bahía y justo en una callecita enfrente del Pergola Jazz Bar, hay un pequeño puesto donde, por apenas unos pocos dirhams, se venden algunos de los mejores bocadillos de kofta –carne picada– de la ciudad.
Escalar el Toubkal, el monte más alto del norte de África
Con sus 4.167 metros de altura el Jbel Toubkal es la montaña más alta del norte de África y sin duda el rey de la Cordillera del Atlas marroquí. Entre los valles del N’Fiss y del Ourika, se encuentra el Parque Nacional del Toubkal, unas 38.000 hectáreas de espacios protegidos donde los enebros se alzan aquí y allá, los robles te cubren con su follaje y las águilas te sobrevuelan.
Con la ayuda de un guía, podrás aventurarte en la ascensión del monte Toubkal. Te harán falta dos días para conseguirlo, pero merece la pena, ya que alcanzarás la cima de una de las montañas más bellas de Marruecos y de toda África. Durante la expedición, podrás observar la fauna y la flora: chacales, comadrejas, zorros y, en algunas gargantas, macacos de Gibraltar; la vegetación estará formada por tuyas, palmitos y chumberas, entre muchas otras especies.
En invierno es necesario el uso de crampones y aunque en primavera suele estar la nieve muy blanda en la parte baja, a primera hora podría estar dura, por lo que no está de más llevarlos en la mochila, por si acaso.
Deporte de aventura en el corazón del Alto Atlas
Si te gusta compaginar las aventuras en plena naturaleza con la contemplación de paisajes fuera de lo habitual, la región de Azilal es el destino perfecto para los aficionados a las vacaciones deportivas. Situada en pleno centro del país, a medio camino entre el océano y el desierto, es una de las perlas desconocidas de Marruecos donde se mezcla la cultura árabe y la amazigh.
Si no te atreves con el Toubkal, en esta zona puedes ascender al M’Goun, el segundo monte más alto de Marruecos con sus 4.068 metros y un lugar ideal para practicar alpinismo. Eso sí, para escalarlo se necesitan seis días.
En las gargantas del Arous puedes montar en canoa-kayak y practicar rafting y barranquismo. En compañía de un guía puedes recorrer el puente de Imi N’Ifri, situado justo al lado de Demnate, un impresionante puente natural formado en la roca. Si te gustan las sensaciones fuertes, puedes visitar las las cuevas de El Ksiba y del Aven, ir a la cascada de Ouzoud, que ofrece una espectacular vista de la caída de 100 metros que arroja sus aguas en pleno centro de una sima o hacer parapente y sobrevolar el magnífico Valle de Ait Bouguemez.
A 27 km al norte de Azilal se encuentra el lago de Bin El Ouidane, que ofrece numerosos deportes náuticos en sus aguas cristalinas y entre los paisajes montañosos que se perfilan en el horizonte.
Essaouira, la perla del Atlántico
Essaouira, que en árabe significa ‘la bien trazada’, esconde numerosas sorpresas. En sus calles te aguardan curiosidades, un rico patrimonio y galerías de arte. El encanto tan particular de esta ciudad se debe a sus murallas plagadas de puertas monumentales y flanqueadas por dos ciudadelas: la Squala de la Kasbah y la Squala del puerto.
La antigua Mogador, ahora Essaouira, mezcla influencias prestadas de Oriente y Occidente. En ella, podemos toparnos con numerosas galerías y lugares que honran la belleza y la creación. La cafetería Marea Arte Bleu Mogador está dedicada a los artistas, y el museo Sidi Mohamed Ben Abdallah mantiene vivo el recuerdo de la artesanía y las tradiciones populares de la región.
Essaouira es un lugar ideal para descubrir las playas cercanas y disfrutar del surf, por los fuertes vientos que soplan. Otra visita obligada en esta región es una granja de Argán de las muchas que hay en las proximidades de la ciudad.
El desierto y las Gargantas del Dades y Todra
Muy cerca de la frontera con Argelia, a unas 10 horas en autobús desde Marrakech, se encuentra Merzouga, un pueblecito perdido en mitad de la arena y una de las puertas del Sahara. Es el territorio del erg Chebbi, un mundo de dunas, palmerales, pistas y rutas de senderismo. Desde Marrakech hay muchos autobuses que parten hacia Er-Rachidia, Erfoud o Rissani. La primera es la ciudad más grande la zona y la tercera la más cercana al pequeño pueblo de Merzouga.
No obstante, otra buena opción y menos masificada son los Erg Chegaga, a unos 50 km al oeste de M’Hamid y cerca de la ciudad de Zagora, la reina del sur. Este último desierto es de mayor superficie pero algo más horizontal, pues sus dunas son de menor altura (62 metros frente a 150 de las de Merzouga), y con un acceso más difícil, ya que desde M’Hamid solo se puede llegar en 4×4 y por pistas sin asfaltar.
La ruta de las 1.000 Kasbah
Alcanzando los 2.260 metros sobre el nivel del mar, el puerto Tizi-n-Tichka cruza la cordillera del Atlas y conecta la Ruta de las Kasbahs –alcazabas o fortalezas, construidas tradicionalmente en adobe– y los valles del sur con la ciudad de Marrakech. Llegar hasta él te obliga en la mayoría de ocasiones a llevar un pie en el freno a causa de las múltiples curvas y la cantidad de camiones que circulan por la carretera, aunque esto también te da la oportunidad de ir disfrutando a cámara lenta de los increíbles paisajes que lo rodean. Tras llegar a la parte más alta de Tizi-n-Tichka, la carretera se vuelve aún más sinuosa, con una bajada a corte, que en unas horas te llevará hasta las conocidísimas Ait Ben Haddou y Ouarzazate.
Esta ruta por las centenarias kasbahs discurre por el sur del país y por los valles colmados de palmeras datileras. El viaje comienza en Ouarzazate, una ciudad conocida por albergar los estudios de cine Atlas Corporation Studios donde se han filmado numerosas escenas de películas tanto nacionales como internacionales, entre las que se encuentran Lawrence de Arabia, Astérix y Obélix: Misión Cleopatra, Gladiator, El Reino de los Cielos y La Momia, entre otras.
Placer oriental en un hammam
Debido a su ubicación geográfica y a su clima, Marruecos es una tierra que aprovecha las propiedades del agua con sus diversos spas, centros de talasoterapia, termas o balnearios. El ritual del hammam es algo habitual en Marruecos, tanto para hombres como para mujeres, y una experiencia única para los turistas. Todas las ciudades grandes disponen de al menos uno de estos establecimientos, que suelen dividir los horarios en dos períodos, uno para mujeres otro para hombres –recordemos que nos encontramos en un país islámico–.
Los elementos necesarios para este ritual son: un guante de Kesha, jabon negro o Beldhi y los útiles típicos de baño (chanclas, toalla, traje de baño…). Allí se te exfoliará y masajeará el cuerpo con jabón negro, ghassoul, plantas aromáticas, agua de rosas y henna.