Sí, ellos también follan
Cristina Rey, asistente sexual para personas con discapacidad: «No hay una relación conmigo, no hay penetración. Yo solo le ayudo a masturbarse»
Garantizar y atender las necesidades de las personas con discapacidad y que estas queden cubiertas es algo natural y no sorprende a nadie. Para ello, muchas personas con diversidad funcional cuentan con asistentes personales para vestirse, ducharse o hacerse la comida, por ejemplo. Algo natural que viene a demostrar que los discapacitados son dueños de su vida y, como tal, pueden, teniendo los apoyos adecuados, tomar las riendas y decidir cómo quieren vivir. Sin embargo, la cosa cambia cuando las necesidades al descubierto son sexuales.
La sexualidad sigue siendo tabú en España, un tabú que se intensifica con la discapacidad. Y es que es un hecho que la sexualidad de muchas personas con discapacidades físicas o psíquicas severas no es más que un vacío, olvidándonos de que todos los cuerpos son deseados y deseables. Familiares, médicos o psicólogos prefieren no hablar del tema porque, en estos casos, parece que siempre hay otras cosas más importantes que el sexo; un mito que no es más que una trampa, porque «si uno no tiene las herramientas para poder relacionarse con su propio cuerpo es imposible que se relacione también con los demás».
Son palabras de Antonio Centeno, miembro del Foro de Vida Independiente y Divertad (FVID) y responsable del proyecto de asistencia sexual “Tus manos, mis manos”. Con 13 años, Centeno tuvo un accidente deportivo, se rompió las cervicales y la médula espinal. En plena adolescencia, el también codirector del documental Yes, we fuck (2015) veía cómo mientras su cuerpo cambiaba y tenía necesidades fisiológicas, como es tener sexo, la sociedad no, arrastrando una «discriminación sistemática». «Viví una juventud muy difícil porque no tenía apoyos. Al final hay más interés en mantener el control de las personas con diversidad funcional que no en hacerlas libres. Y la sexualidad es algo que te empodera y te hace libre«, sostiene en una conversación con The Objective a través de Skype.
Así, con el objetivo de que cualquier persona con discapacidad pueda conocer su cuerpo desde el autoplacer, creó en 2017 Asistenciasexual.org, una página donde encontrar y ofertar asistencia sexual para personas con diversidad funcional. En España se estima en casi cuatro millones la población con discapacidad, según el Observatorio Estatal de la Discapacidad, siendo el 60% mujeres.
Cristina Rey, de 45 años, es una de las más de 200 personas que ofrecen sus servicios como asistenta sexual para hombres y mujeres con discapacidad. Rey, que trabaja de cartera por las tardes, se dedica a ello desde hace dos años: «Yo practico la asistencia sexual desde la perspectiva autoerótica, es decir, no hay una relación conmigo, no hay penetración, no hay sexo oral, no hay acceso a mi cuerpo. Yo solo le ayudo a masturbarse, a tocarse, a explorar su cuerpo o a conseguir posiciones y/o movimientos en prácticas sexuales con otra persona«, cuenta Rey a este periódico y recuerda que fue a un chico con tetraplejia al que ofreció por primera vez sus servicios. De ese momento rememora que le ayudó a quitarse la ropa y a ponerlo en la cama. «Luego hice lo que me pidió», relata sin dar más explicaciones, aunque sí precisa: «Me parece un trabajo muy útil. Las personas con diversidad funcional también tienen derecho al placer. Me parece básico», agrega desde el otro lado del teléfono.
En este sentido, tanto Antonio como Cristina quieren dejar claro el papel puramente instrumental del asistente, esto es, esta persona no es alguien con quien tener sexo, sino alguien que te apoya para tener sexo contigo mismo. «Igual que la silla de ruedas no pasea a la persona con diversidad funcional, sino que la persona pasea a su manera, con las ruedas de la silla y con sus propias decisiones, el asistente no masturba a la persona, esta se masturba a su manera, con las manos del asistente y con sus propias decisiones», ejemplifica Antonio Centeno.
¿Quién puede ofrecer asistencia sexual?
Cualquier persona que reúna los requisitos legales para trabajar. Es decir, la persona asistente debe estar dada de alta como autónoma o estar contratada por una empresa o entidad. Sin embargo, al preguntar a Antonio Centeno por esto responde: «Cuando voy a la panadería no compruebo si tiene sus impuestos y sus cosas reguladas o si la panadera está dada de alta, tampoco lo hago con ningún otro servicio. No fiscalizo a nadie, bastante tiene la gente con un trabajo que tiene mucho estigma y mucho castigo social como para que yo me convierta en fiscalizador de nada. A mí lo que me sirve es estar seguro de que esa persona ejerce ese trabajo de una manera libre, que no lo hace forzada por nadie».
Por otro lado, desde la web también dejan claro que es importante que sea un trabajo, y no un voluntariado, porque hay que garantizar un derecho. Y que cuanta «más formación, mejor». Pero para Centeno es más importante una buena comunicación que el conocimiento porque «nadie aprende a masturbarse con un cursillo».
¿Asistencia sexual o prostitución?
Cristina Rey cobra 60 euros la hora, normalmente los encuentros suelen ser de dos horas en el domicilio de la persona que solicita el servicio. Y es aquí donde surge la polémica, ya que para muchos este intercambio económico lo iguala a la prostitución. La educadora social Eva Vica, por ejemplo, declaraba a la periodista Núria Navarro que para ella no había diferencia entre un asistente sexual y una prostituta, puesto que quienes lo separan lo hacen por el estigma de puta. Y en otra entrevista en El Mundo, otra chica llamada Marien cuenta cómo llegó a ser una «prostituta especializada en personas con discapacidad».
Sin embargo, Rey y Centeno defienden la misma postura: que la asistencia sexual no es prostitución, sino un tipo de trabajo sexual como lo es ser masajista erótica o actriz o actor porno. Y es que para ambos la principal diferencia es que la asistencia sexual es un mero apoyo instrumental, es decir, personas que proporcionan placer con sus manos pero con las decisiones del asistido. Además, otra disimilitud, hacen hincapié, es que el conocimiento y la toma de decisiones lo tiene la persona que contrata, en este caso la persona con diversidad funcional; en el resto de trabajos sexuales, aseguran, como ocurre con la prostitución, es el profesional el que toma las riendas de la situación.