Los nómadas digitales podrían ser la tabla de salvación a la que se agarre el sector turístico el año en el que España empezó a teletrabajar
Los nómadas digitales nacieron al amparo de la cultura de Internet y poseen la capacidad de trasladar su lugar de trabajo allí donde tengan wi-fi
La pandemia ha acelerado su expansión y, ante la caída en picado del visitante extranjero, este grupo social que ya teletrabajaba antes de 2020, se sitúa en el foco de algunos sectores preocupados por las transformaciones que el turismo ya está experimentando.
Muchos recordaremos 2020 como el año que nos robaron la primavera, pero también por ser aquel en el que nos reconciliamos con nuestras casas e, independientemente de su tamaño, comenzamos a sentirlas como los refugios que realmente son. En 2020 muchos aprendieron a hacer su propio pan y se aficionaron a la repostería, mientras que otros prefirieron mantenerse en forma practicando yoga a través de canales en Youtube. Algunos afortunados incluso abrazamos las bondades del trabajo en remoto y logramos flexibilizar nuestras jornadas y conciliar la vida laboral con la personal. Sin embargo, muchos pensarán en el 2020 como la gran pesadilla que les obligó a despedirse antes de tiempo de quienes más querían. A final, existen infinitos motivos para recordar un año que anunciaba el cambio de década y que, a pesar de haber transitado apenas un poco más de medio camino, parece que haya pasado un siglo desde que dijimos adiós al 2019.
Ahora, inmersos en el que, probablemente, sea el verano más extraño de nuestras vidas, las vacaciones han borrado de un plumazo todo lo que conocíamos hasta ahora para agarrarse a la tendencia que impone la nueva normalidad: llevarse el teletrabajo al lugar que elijamos para pasar unos días de asueto y, así, poder huir del asfalto y de las grandes ciudades por un tiempo más prolongado.
“Cada vez son más las personas que preguntan si hay acceso a Internet en los alojamientos rurales”, asegura Miryam Tejada, del departamento de comunicación de Escapadarural.com. «Dentro de los filtros de nuestra web para hacer búsquedas de alojamientos, el filtro de acceso a Internet para el mes de agosto representa el 60%, pero también hay que tener en cuenta que en algunas zonas rurales de España no tienen conectividad o es complicado el acceso. Lo que es indiscutible es que estamos viviendo una situación excepcional en la que todos nos hemos tenido que adaptar y adecuar nuestros costumbres y rutinas”, prosigue. “El teletrabajo ya está implantado en muchos países y muchas empresas, después de lo que hemos atravesado, están preparadas y han salido fortalecidas para afrontar ese modelo de trabajo”. Ante el futuro, Miryam se muestra cauta: “Los estragos de la Covid-19 tardaremos en superarlos. De momento, hay que adaptarse a las circunstancias y cumplir con las recomendaciones que nos indican. En el mejor de los casos, a pesar de que la factura sanitaria y económica de la pandemia es muy elevada, también podemos evolucionar hacia una sociedad en la que se registren cambios positivos”, concluye.
La fórmula que inventaron los nómadas digitales
Antes de la Covid, en España solamente un 7% de la población practicaba (ocasionalmente) el teletrabajo. Mientras, el resto nos limitábamos a mirar con cierta envidia a todas aquellas empresas que empezaban a implementarlo. La nueva realidad arroja datos que sitúan en más del 30% el porcentaje de personas que han continuado trabajando desde sus casas incluso después del confinamiento, dando lugar al auge de un nuevo grupo que está ya en el punto de mira del turismo como una posible tabla de salvación a la que agarrarse para evitar el desplome absoluto del sector.
Los nómadas digitales nacieron al amparo de la cultura de Internet y poseen la capacidad de trasladar su lugar de trabajo allí donde tengan wi-fi y puedan conectar su ordenador portátil. A pesar de no ser un fenómeno exclusivo de la crisis sanitaria, lo cierto es que las nuevas condiciones laborales impuestas en gran parte de las compañías, han acelerado su expansión y han contribuido sustancialmente a la popularización del término. De esta manera, los trayectos diarios a la oficina se cambian por una casa en el campo o en la playa, las jornadas de 9 a 18.00 por cierta flexibilidad a la hora de cumplir los objetivos impuestos, el café por un chapuzón en la piscina o por un paseo por el monte y placer y trabajo se confunden al difuminarse cada vez más la línea que los separa.
Carolina López y su marido se marcharon de Madrid a un pequeño pueblo extremeño, Hervás, en un ataque de lucidez que tuvieron justo el día anterior que se decretara el estado de alarma. Nunca pensaron que allí seguirían más de tres meses después. “Vinimos para cinco días, con lo puesto: unos vaqueros, dos camisetas, una sudadera… y los portátiles”, cuenta Carolina. “El día que se decretó el confinamiento (fue un sábado), teníamos la opción de volver in extremis a Madrid, pero decidimos quedarnos. Mi marido es periodista como yo y el lunes trabajábamos religiosamente, así que en solo 24 horas tuvimos que desplegar una logística de teletrabajo que ha rodado como la seda desde el minuto cero. Instalamos un tablero con dos caballetes enfrente de un enorme ventanal con vistas a la sierra en el primer piso de la casa, pusimos un trifásico en el enchufe, dos sillas cómodas y en cinco minutos teníamos la oficina con la que siempre había soñado”, recuerda.
Una conectividad potente: requisito indispensable
A raíz del confinamiento son muchos los españoles que, como Carolina, han decidido organizar sus vacaciones en función de la posibilidad de trabajar desde un lugar diferente al habitual. Operadores como Movistar, Vodafone y Orange han detectado un aumento de solicitud de líneas de Internet en lugares insospechados y de consultas relacionadas con el wi-fi portátil porque, eso sí, una conectividad potente y confiable es requisito imprescindible para aquellos que decidan poner en práctica esta nueva modalidad. “En la casa del pueblo no tenemos wi-fi, así que comenzamos tirando de datos para el acceso a Internet. Era mediados de marzo y nadie podía vaticinar cuánto iba a durar el encierro, así que nuestra gran preocupación era quedarnos sin datos. Las primeras semanas estuvimos dosificando al milímetro: nada de ver series, nada de descargarnos pelis, cuidado con lo que te bajas o con jugar en red… Pero al poco las compañías de telefonía concedieron datos ilimitados y se nos abrió el cielo. Desde entonces barra libre con el wifi para el trabajo y para el ocio. ¡Viva! La conexión, por cierto, ha ido de lujo todo el tiempo”, relata Carolina.
Pero no solo las compañías de servicios tecnológicos han sabido detectar nuevas oportunidades de negocio en el trabajo en remoto y todas sus posibles variantes, el sector turístico –especialmente tocado por las consecuencias de la pandemia y de la nueva normalidad–, ha visto en este grupo social un posible motor que tire del turismo en tiempos de crisis. ¿Qué no consideras prudente desplazarte lejos de tu casa este verano? Que no cunda el pánico, siempre podrás alquilar un alojamiento en la playa o en la montaña y alejarte del congestionamiento de las grandes ciudades con, además, la ventaja de poder prolongar tu estancia algunas semanas más de lo que lo hubieras hecho en otras circunstancias. En este sentido la Consejería de Industria, Comercio y Comercio del Gobierno de Canarias no ha tardado en poner en marcha una campaña en la publicita las islas como el exilio dorado en el disfrutar del buen tiempo, sí, pero también de la banda ancha.
El verano en el España empezó a teletrabajar
“A mi ya no me apetece volver a la oficina”, me comentaba una amiga hace unos días. Después del caos de las primeras semanas, lo cierto es que muchos han descubierto que, en sus circunstancias, trabajar desde casa tiene muchas más ventajas que inconvenientes. Y más aún con la llegada del verano.
“Tardé dos días y medio en darme cuenta de la cantidad de necesidades ficticias que nos creamos con nuestro estilo de vida urbanita”, afirma Carolina. “En el pueblo no había forma de encontrar quinoa, ni de pedir un Glovo con un poké, ni de comprar dimsum para llevar, ni de apuntarme a esas clases de ciclo que lo estaban petando en mi barrio de Madrid… ¿Y qué? A cambio he comido la fruta y la verdura más frescas de toda mi vida, cerezas directamente de los árboles, un queso fresco hecho la noche antes que una vecina me vende al peso según lo que marca su balanza romana vintage (y que tiene un precio de risa, por cierto), miel escurrida del panal, unos huevos de campo de delirar… Y sí, también hemos aprendido a hacer pan… en el pueblo nunca se agotó la levadura de panadería”.
Experimentar esta nueva fórmula ha sido un descubrimiento absoluto para Carolina y su marido, quienes aseguran que nunca, hasta ahora, habían pasado tanto tiempo fuera de Madrid. “Amo Madrid, pero desde el 11 de marzo solo he estado allí tres días. Ha sido el período más largo que he pasado fuera de la ciudad que elegí para vivir en 2001. Regresé a finales de junio, cuando acabó el encierro por fases, para hacer algunas cosas pendientes y coger mi ropa de verano y a los tres días volví al pueblo. Me he traído poquísima ropa y toda de años anteriores, porque ahora tengo más claro que nunca que no necesito más”.