En pleno auge de la reivindicación sexual de la sociedad, nos encontramos en un momento de la historia en el que las formas de descubrimiento están transitando desde una alocada visión a lo American Pie a una sensual y emocional iluminación a lo La Vida de Adele. Ya no solo no da miedo hablar de orgasmos, masturbación, sexo anal o juguetes sexuales, sino que también se busca sentirlo más allá del obsoleto imperio genital.
Así, sobre este interludio del panorama erótico que vivimos, se extienden grandes discursos respecto a la necesidad de desestigmatizar la visión sexual de la sociedad, de plantear y experimentar nuevas y diferentes formas de placer y de animar a las personas a mudar las tradicionales pieles del sexo idealizado que todavía hoy refleja el porno. Bajo esta amplia carpa de posibilidades, aparecen filosofías milenarias como el tantra, de la que derivan el sexo tántrico y la idea de la sexualidad plena, que rompen con las barreras del cuerpo físico y el clímax puntual y conciben el placer como algo más puro que lo meramente carnal.
Pero mientras el tantra es rescatado de las viejas páginas del tiempo y se extiende entre las conversaciones y las prácticas diarias de unos pocos, en el lado opuesto, la pornografía se ha adueñado de buena parte del mercado audiovisual de internet, y el uso de la misma crece por momentos, resquebrajando los ideales de esta práctica oriental de más de 4.000 años de antigüedad. Para mayor inri, la época del confinamiento causada por la pandemia generó un considerable aumento del consumo del 60% en este tipo de vídeos, según la red Jóvenes e Inclusión Social.
Casi de manera silenciosa, se dibuja así el boceto de la cultura pornográfica y se ha normalizado hasta tal punto, que las personas se tornan ciegas ante los graves problemas que esto puede ocasionar. De este modo nos lo cuenta el catalán Bru Capellà, quien sufrió una fuerte -pero imperceptible- adicción a los vídeos sexuales, tan grave que paralizó por completo su vida. Él estuvo muchos años consumiendo porno, sin ser consciente de su adicción y, cuenta que fue «una experiencia horrible, muy desagradable, de desconexión. Lo sentía en el pecho, como una negrura, una presión muy fuerte». Escaló hasta el punto de ser causa de problemas de disfunción eréctil y, como cualquier otra dependencia, le sumió en una espiral de sufrimiento sobrecogedor.
El catalán ha contado a The Objective que consiguió superar esta etapa sumiéndose en el mundo del desarrollo personal, el coaching y las meditaciones. Así, tras mucho esfuerzo y descubrimiento propio, Bru ya es un hombre liberado de su adicción, y ahora se dedica a ayudar a otras personas que padecen este mismo mal y que, en muchas ocasiones, ignoran padecer. «Nuestros antepasados no verían a muchas mujeres desnudas, pero un niño de 10 años ve a 1000 mujeres en 10 minutos si quiere. Es muy fuerte, el cerebro no puede soportar eso», comenta.
Al no haber una fuerte conciencia social respecto a este problema o una definición internacional relacionada, no existen muchos tratamientos especializados y no se habla del tema. Pero lo cierto es que, pese a ser dos realidades opuestas, el tantra puede ser usado como una terapia muy efectiva para combatir la adicción a la pornografía, para hacer la transición y no sólo hablar de sexo: hablar bien de sexo.
Evolucionar hacia una sexualidad consciente y romper con los estereotipos pornográficos
La pornografía y, especialmente su consumo en edades tempranas, moldea toscamente la percepción sexual de la sociedad, disfrazando la ficción de realidad y dejando caer a los individuos en el «engaño» del placer puntual. Pero Maite Domènech Riera, terapeuta y especialista en tantra, lo tiene muy claro: en el momento en el que dependes de algo externo para la recreación sexual, estás perdiendo el verdadero placer y la esencia del sexo. En este sentido, el uso de la pornografía nos aleja de nosotros mismos, «te vacía de semen, te vacía de energía que no sabes qué hacer con ella, pero no te llena el alma». Se convierte en una espiral infinita en la que se necesita ver más para sentir con mayor intensidad, pero cuanto más se consume, más sensibilidad se pierde.
Por oposición, el tantra y, por ende, el sexo tántrico, abren un enorme ventanal de aire fresco en las paredes de la caverna que ha creado siempre el porno. Al fin y al cabo, es evidente que hay un «empuje» que despierta el deseo carnal, pero allí donde se estanca la perspectiva momentánea de saciarla a través de la masturbación -individual o conjunta-, el tantra enseña a elevarla, a dirigir esa sensación a un estado de conciencia plena y «subir esa energía» para evitar que se quede en los niveles más básicos y primitivos.
Consiste, en definitiva, en volver a uno mismo. Y esto es un problema del que se habla mucho en esta ideología, de la desconexión a la que estamos sometidos al vivir en una sociedad con tanto estímulo banal. De la ignorada necesidad de «volver a conectar con el cuerpo y sentir», pues «la mente nos aleja y el corazón nos acerca». Es cierto que cada vez se habla más de sexo y cada vez hay más variedad de gustos y prácticas, pero las relaciones sexuales continúan «siendo un desastre», pues nos perdemos en las inmensidades vacías de la urgencia, del orgasmo fácil, de la masturbación.
Así, estas enseñanzas milenarias que han sido atribuidas al budismo, pertenecientes a un corte cultural totalmente dispar al que hemos vivido, son perfectamente aplicables a la época occidental moderna y se amoldan a ese hueco atemporal de anhelo espiritual que históricamente posee el ser humano. En lo relativo a la adicción a la pornografía, Bru Capella afirma, tras haber trabajado de cerca con ello, que todas las personas que la han sufrido y la superan suelen tener «alguna conexión espiritual, ya sea en una religión, en la espiritualidad laica, en grupos de 12 pasos…».
Por esta razón, Domènech resalta con afán la importancia de la educación sexual, de permitir que las personas exploren estas realidades, pues en la mayoría de los casos, hay un desconocimiento generalizado sobre cómo funciona nuestra «energía sexual», convirtiéndola en «una bomba de relojería». Por consiguiente, el tantra puede ser un gran aliado, pues «te enseña a que la energía nace en los genitales, pero no tiene por qué quedarse en los genitales». Asimismo, a través de proyectos como Sxo Sentido, que busca educar a los adolescentes sobre la sexualidad, esta especialista cuenta que nos encontramos sumergidos bajo los límites indefinidos de lo mental, de lo impersonal e insensible, pero «yo lo que enseño, es a sentir».
Sin embargo, por oposición, el psiquiatra Sergio Oliveros ha contado a The Objective que, al no haber criterios uniformes respecto a lo que es la adicción a la pornografía, no cree «que se deban mezclar patologías de verdad con pseudoterapias o costumbres sexuales o culturales que no están dentro del campo científico».
¿Vivimos en una sociedad adicta al porno?
El sitio web de pornografía Pornhub registró 42 billones de visitas en 2019, lo que se traduce en 115 millones diarias y el equivalente en tiempo a 169 años de contenido visualizado, según la revisión anual del portal. Asimismo, un estudio llevado a cabo por la red Jóvenes e Inclusión Social y la Universitat Illes Baleares revelaba que la edad media en que la juventud establece su primer contacto con la pornografía es a los 8 años, debido a la -cada vez mayor- familiaridad con el entorno digital. Por su parte, Sergio Oliveros, disiente ante este dato y matiza que, «la edad de consumo mayoritaria empieza a los 14 años». En definitiva, el 75,8% de los hombres y el 35,5% de las mujeres ha consumido pornografía antes de los 16 años.
Por otra parte, según el doctor, aunque estas cifras de consumo son muy altas, la adicción a la pornografía está reconocida y representada por un 7% de los hombres y entre el 1% y 3% de mujeres. Asimismo y, como en cualquier otro tipo de adicción, resulta muy complicado que quienes la padecen se percaten de ello hasta que no tocan fondo, llegando a «un punto de no retorno». En este sentido, cuenta que «hay gente que dice que se dio cuenta de que tenía un problema cuando se hizo llagas en el pene de tanto masturbarse». Aunque esto no es lo más común, sino que, como apuntaba Bru Capellà, muchos hombres en este caso, conocen la verdad como consecuencia de la disfunción eréctil. En lo que se refiere a este efecto adverso de la adicción, la impotencia por el porno sucede porque se rompe un circuito de respuesta fisiológica a la excitación: solo hay erección si hay masturbación frente a una pantalla y, posteriormente, aparecerá ese choque cuando el sujeto en cuestión se encuentre ante una persona real, siendo incapaz de poder tener sexo con ella.
En definitiva, aunque la producción pornográfica crece a pasos agigantados, el psiquiatra asegura que «nunca la libre disposición de una sustancia ha generado más adictos». Pese a ello, uno de los artículos publicados por su equipo de psiquiatras aseguraba que las personas empleamos la pornografía de manera inversamente proporcional al grado de satisfacción que hayamos alcanzado en la vida, por lo que, en cierto modo, el incremento del consumo del porno podría traducirse en una sociedad frustrada y perdida. ¿Una posible solución? Tal vez lo sea el tantra.