Ácido hialurónico: ¿un compuesto idolatrado o verdaderamente magnífico?
«El hialurónico es un compuesto natural que nuestro cuerpo produce y elimina y, por tanto, no va a detectar como extraño»
¿Se imagina a un antepasado nuestro tomándose un batido détox después de atiborrarse a mamut? ¿O inyectándose bótox para parecer más joven que el de la caverna contigua? Habría sido digno de ver, ¿verdad? Ahora bien, ¿y si hubiesen tenido Instagram para compartirlo con el resto del mundo?
La preocupación por nuestro físico ha ido evolucionando con nosotros como si de otra especie se tratase, pero no ha sido hasta nuestro tiempo cuando han convergido la exposición constante a ese canon ideal, por ejemplo, en redes sociales, y la capacidad científico-técnica para alcanzarlo. De este modo, ya son varios los estudios que relacionan la irrupción en nuestras vidas de estas aplicaciones con un aumento en la preocupación por nuestro aspecto, el número de operaciones estéticas realizadas y, lo realmente grave, el número de casos de depresión debidos a la no-autoaceptación.
Ante este escenario que se nos plantea, el ácido hialurónico se presenta como un remedio milagroso contra el envejecimiento, pero ¿por qué es tan deseado? ¿Funciona realmente? ¿Qué otros usos podemos darle? ¡Descúbralo a continuación!
El ácido hialurónico: las tres claves de su éxito
El ácido hialurónico es, posiblemente, uno de los pocos ácidos que nos gustaría echarnos a la cara. Su estructura poco tiene que ver con la de otros ácidos famosos, como el clorhídrico. Para imaginárnoslo, el ácido hialurónico sería como una esponja de baño cortada en forma de tallarines, aunque a escala molecular. En este sentido, posee una gran afinidad por el agua, propiedad conocida como hidrofilia, y es capaz de absorberla y dejarla retenida. Es así como el ácido hialurónico que tenemos en las capas más internas de la piel aporta volumen y turgencia a nuestras facciones, por la presión que genera dicha agua.
¡Pero, ojo! Hay que tener en cuenta que la piel es la primera barrera de protección que tenemos contra el exterior y se podría comparar con un escurridor de pasta. Los «tallarines» de hialurónico son demasiado grandes y enmarañados como para atravesar los pequeños poros de «nuestro escurridor natural». Por tanto, el ácido hialurónico de la mayoría de las cremas antiedad quedará en la superficie, donde aportará hidratación y suavidad, pero no turgencia, para lo cual serían necesarias inyecciones o añadirlo en forma de partículas lo suficientemente pequeñas como para atravesar dichos poros, distinguiendo nanopartículas hechas de este compuesto, las que lo llevan en su superficie y las que lo encapsulan en su interior.
Además de en la piel, podemos encontrar hialurónico en nuestras articulaciones, donde gracias a sus propiedades mecánicas cumple dos funciones muy importantes. Por un lado, en condiciones «suaves» se comporta como un lubricante. De esta forma, cuando flexionamos el codo, el líquido de la articulación se acomoda para evitar que los huesos del brazo se rocen y haya dolor, que es lo que ocurre en la artrosis o la artritis.
Por otro lado, en condiciones «intensas», el ácido hialurónico es capaz de absorber impactos. Por eso no nos duelen las rodillas al aterrizar después de saltar. Todo esto hace que se prescriba desde hace años en forma de inyecciones intraarticulares para aliviar los síntomas de estas enfermedades articulares.
Por último, el hialurónico es un compuesto natural que nuestro cuerpo produce y elimina y, por tanto, no va a detectar como extraño. Por ello, también se usa para recubrir dispositivos médicos como catéteres o implantes que podrían generar un rechazo. Por ejemplo, la adición de pequeñas cantidades de ácido hialurónico en lentillas no solo permite que no generen inflamación, sino que, además, conserva mejor la humedad por la captación de agua, mejorando la experiencia de uso.
Un vistazo al futuro desde el presente
En los últimos años, el interés por el ácido hialurónico está creciendo de forma exponencial. Los casos anteriores son algunos ejemplos que ya se comercializan en nuestro día a día, pero ¿en qué otras aplicaciones se está trabajando? Los dos ejemplos siguientes son el resultado de las últimas investigaciones que estamos llevando a cabo en el grupo de Biomateriales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, grupo en el que trabajo.
Un GPS contra el cáncer
Dirigir fármacos anticancerígenos (quimioterapia) específicamente contra el tumor, y no contra el resto de nuestro cuerpo, es una de las líneas principales en la lucha contra el cáncer. Para ello, hay que hacer uso de las pequeñas diferencias que presentan los tumores con respecto a las partes sanas de nuestro organismo.
Por ejemplo, en algunos tipos de cáncer, solo una pequeña porción del tumor es la que presenta malignidad, siendo la responsable de las metástasis o de su multiplicación incontrolada. ¿Y qué caracteriza a esta población tumoral? Una mayor adhesión al ácido hialurónico en comparación con el resto de nuestras células.
Por este motivo, nanopartículas como las anteriormente mencionadas, recubiertas de este compuesto, se están cargando con quimioterapéuticos para mejorar la puntería de nuestros tratamientos. Así, el ácido hialurónico sería como un GPS que guiaría el vehículo con la medicina en su interior directamente hasta el tumor.
¿Y con células madre?
El uso de células madre para regenerar tejidos dañados es un campo «bastante» incipiente. Aunque ya se han realizado ensayos clínicos para distintas enfermedades, en muchos casos se ha comprobado que estas células son eliminadas demasiado rápido y, con ellas, sus efectos. Para solventarlo, en el grupo preparamos formulaciones de hialurónico y quitosano, un producto similar que se encuentra en las cáscaras de las gambas, que, cuando se ponen en contacto, gelifican, atrapando las células en su interior y prolongando sus efectos.
Como vemos, el ácido hialurónico es mucho más que un tratamiento de belleza. En apenas 1 000 palabras hemos abarcado desde sus implicaciones a nivel psicológico hasta su posible uso a nivel oncológico, pasando por su aplicación en traumatología u oftalmología. ¿Qué le depara el futuro? ¿Hasta dónde se podría llegar? El verdadero límite… la inversión en ciencia.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.