¿De verdad dejan el vino los jóvenes?
Los más jóvenes siguen fieles a la cerveza y a algunas otras copas, pero menos al vino
Hay preocupación en organismos como la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), y ciertos estudios confirman que, aunque la generación millennial mantiene un consumo de vino similar a la de sus mayores, la siguiente muestra un descenso, no enorme, pero visible.
Va a ser una de las cuestiones gastronómicas —sí, el vino es gastronomía— de los próximos tiempos. Campañas antialcohol aparte, parece que los más jóvenes siguen fieles a la cerveza y a algunas otras copas, pero menos al vino. ¿Es inquietante ese rechazo?
Si miramos de más cerca nos encontramos que la situación, en los países con cultura del vino establecida, dista mucho de ser uniforme. Y que en España es peor que en Francia o en Estados Unidos. Los bodegueros se enfrentan a una situación peculiar nuestra, que tiene que ver con el enfoque erróneo del conjunto del sector en el último medio siglo, que se ha reflejado en la mayor caída del consumo de vino -todos los grupos de edad incluidos- en cualquier país occidental.
En España no se ha pensado en los jóvenes, como no se ha pensado en los consumidores normales, poco adinerados, en general: el vino barato es aquí muy mediocre, ya sea a granel -el arma exportadora principal en nuestro país- o embotellados muy baratos para venta en supermercados. Y luego ha estado el vino de las regiones prestigiosas, Rioja y Ribera, que se adaptó desde 1990 o así a un supuesto gusto internacional (mucho alcohol, mucha densidad, mucho olor y sabor a roble, francés en los casos más lujosos) que tuvo un éxito inicial aquí entre la burguesía adulta, pero que nunca arrasó fuera.
La conciencia de que los jóvenes querían vinos «de sed», agradables y fáciles de beber pero no vulgares, siempre estuvo muy presente en Francia, y de hecho las nuevas generaciones de elaboradores conectan con esa idea en su recuperación de viejos valores algo olvidados, los de vinos más artesanos y más pegados a su terruño. Así que Francia está respondiendo. Y esperemos que nuestros jóvenes descubran pronto las frescas garnachas españolas actuales, por ejemplo.
En Estados Unidos, donde el cambio de estilo es quizá más lento, sí que están trabajando mucho con otro factor: el envase. Si los jóvenes beben de todo en lata, ¿por qué no vino? Una botella de 0,75 abruma más. Y el crecimiento está siendo interesante.
Los habituales despistados nacionales están, por lo que vemos, sacando muchas etiquetas ‘graciosas’, con caricaturas como de dibujos animados. Bueno, nada que objetar, aunque las verdaderas respuestas van por los caminos marcados en Francia y en Estados Unidos.