Chándal y lentejuelas: el cambio de paradigma de la moda en la «nueva normalidad»
Dos conceptos aparentemente opuestos, el escapismo y la funcionalidad, marcan la pauta de las tendencias otoño/ invierno 2021-22. Junto a los tejidos metalizados o las telas cuajadas de lentejuelas, conviven diseños minimalistas y prendas que invitan a salir a pasar tiempo en el exterior. Inmersa en pleno proceso de transformación, la moda afronta el mayor reto de su historia: definir los códigos de vestimenta en un mundo que el coronavirus ha puesto patas arriba
A pesar de que ya se vislumbra la luz al final del túnel, aún está por ver el alcance real y la profundidad de la crisis del Coronavirus que, desde que irrumpiera como un meteorito en nuestra realidad hace casi dos años, ha provocado que todo todo quedara en escalofriante suspenso. También la moda, un sector que se encuentra en pleno proceso de transformación y que probablemente ya no volverá a ser el mismo. Tildado siempre de inmovilista, la pandemia pilló al sector textil con un exceso de velocidad, lo que hace aún más difícil prever las consecuencias a largo plazo. De momento, la industria se esfuerza por adaptarse lo más rápido posible a un cambio de sistema profundo que no hace sino poner de manifiesto que ya estaba encima de la mesa: echar el freno. Algunos analistas pronostican el fin de lo efímero a favor de la atemporalidad, tendencias más globales y longevas, asociadas a diferentes estilos de vida y en consonancia con los diferentes cambios sociales y culturales.
Esta mezcla de desconcierto, sumado a la sensación de apatía generada por los largos meses de encierro ha moldeado nuestra relación con la ropa para dar lugar a códigos novedosos e insólitos. La ropa con conciencia social y medioambiental es ya una realidad fruto de la profunda reflexión sobre cómo fabricamos y consumimos. Se impone una moda basada en las necesidades –nos hemos dado cuenta de que necesitamos mucho menos de lo que pensábamos–, en la selección y en la compra consciente. No hay más que ver como la mayor parte de las firmas de lujo están limitando el número de colecciones anuales y esforzándose por favorecer el uso de materiales sostenibles en sus propuestas, y lo mismo sucede con los gigantes textiles de gran consumo. Mango, por ejemplo, acaba de anunciar el lanzamiento de su nueva firma de lujo sostenible, Alter Made, un proyecto independiente alejado de la moda rápida que apuesta por prendas atemporales, de calidad y respetuosas con el medio ambiente. Y no es la única.
Lo que vimos en las pasarelas
A nivel discursivo, las tendencias de otoño/ invierno 2021-22 se mueven entre la funcionalidad y la evasión, dos conceptos que envuelven prácticamente todas las colecciones de esta temporada y que se materializan, por un lado, en prendas que evocan el confort del leisurewear –ropa bonita pensada para estar en casa pero que funciona también en la calle– y en propuestas que celebran que volvemos a salir de fiesta. Durante el 2020, fueron muchos los diseñadores que vieron cómo se modificaban sus planes e inspiraciones y cómo esas transformaciones han perdurado hasta el día de hoy, haciendo que la manera de crear ya no sea la de antes. Esto explicaría el aumento del homewear en marcas que antes no lo tenían (como ha sucedido, por ejemplo, con Rotate y su cápsula de chándales y sudaderas) y de un repunte de las prendas de abrigo que hablan de pasar tiempo en el exterior. Pero también el incremento de los looks de fiesta a través de telas metalizadas y lentejuelas que vienen a decir que, poco a poco, se están recuperando las ganas de celebrar el acto de vestirse.
El planteamiento de si nos vestimos para nosotros mismos o para los demás estuvo muy presente durante esos días de confinamiento en los que abrir el armario cada mañana era un ejercicio de autoconocimiento mucho más relevante de lo que solía ser una rutina matinal acelerada. La necesidad de confort imperaba hasta el punto de que transformó la concepción de algunas prendas. Es el caso de los vaqueros, que pasaron de ser un básico del día a día a ocupar un segundo plano –porque sí, tuvo que llegar el coronavirus para que nos diésemos cuenta de que trabajar en vaqueros no era precisamente el epítome de la comodidad–.
Casi dos años después, la situación epidemiológica es mucho mejor y las restricciones sociales se han relajado significativamente, ubicándonos en lo que desde el principio de la pandemia se llamó «la nueva normalidad». Signifique esto lo que signifique, lo que está claro es que hemos alcanzado una suerte de realidad que se antojaba lejana y en la que las transformaciones sociales continúan sucediéndose a un ritmo vertiginoso.
En el caso de la moda (que no deja de ser un reflejo de lo que acontece), polarización es el término que mejor define la nueva normalidad. Así, mientras que muchas empresas están retomando las costumbres previas a la pandemia, otras se encuentran inmersas en el diseño de un nuevo sistema de trabajo, lo que se traduce en que, aunque el porcentaje de personas de continúan teletrabajando es considerablemente alto, muchos han tenido que volver, al menos parcialmente, al trabajo presencial. ¿Significa esto que se acabó para siempre el trabajar en americana y pantalón de chándal o directamente en pijama y zapatillas? O más bien, ¿Después de tanto tiempo vistiendo con cinturillas elásticas y ropa holgada se relajarán también nuestros códigos de vestimenta en ámbitos más formales como la oficina? Después de una primera etapa casi de euforia, en la que los empleados celebraban poder trabajar desde casa en sudadera, se ha pasado a una nueva fase en la que el equilibrio parece ser la norma. Renunciaremos al chándal 24/7, pero no a la comodidad a la que nos hemos acostumbrado durante los meses que pasamos largas horas a cubierto, es como una calle de un solo sentido. Volver a vestirse requerirá práctica.
Double Duty
«Está estupenda pero parece que lleva un pijama. ¿Chanel de verdad?». Comentarios como este podían leerse en la cuenta de Instagram de la estilista de Kristen Stewart, Tara Swennen, después de que la actriz acudiese al festival de Venecia con unos pantalones verde pálido bajo un vestido en el mismo tono. Apodada double duty por la revista Harper’s Bazaar, la silueta, que también se ha visto en las pasarelas de Louis Vuitton y Fendi, habla de nuestras vidas híbridas y del estado en el que todavía nos encontramos cuando se trata de pensar en nuestra ropa después de 18 meses de vida pandémica.
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Esta suerte de atuendos híbridos vendrían a ser un puente entre un vestuario más formal y otro más relajado, una red de seguridad que permite tratar las cicatrices que la pandemia ha dejado no solo en la industria textil, sino en nuestra propia percepción del estilo. La frontera entre lo público y lo privado, lo elegante y lo casual, la vida profesional y la doméstica quedan perfectamente reflejados en el look de Kristen Stewart que, además, cuestiona los roles de género al combinar en un mismo outfit una prenda considerada tradicionalmente masculina con otra que siempre ha formado parte del armario femenino.
Pero a pesar de todo, siempre habrá razones para arreglarse, ya sea para una boda que se ha pospuesto tres veces debido a los protocolos siempre cambiantes de la pandemia o para un evento especial. Es poco probable que los vestidos de fiesta vayan a desaparecer, pero de lo que no hay duda es de que la mayoría estamos disfrutando de esta ola de minimalismo comfy que marca el sino de los nuevos tiempos.